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Liderazgo bacheletista y colapso de la institucionalidad pinochetista.

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 05/02/2012

Publicado también en elquintopoder.cl

 

Cuando la arquitectura institucional heredada de la dictadura, consagrada en la Constitución de 1980, ha creado una crisis de representación grave al impedir durante los 23 años de postdictadura las reformas de calado que el país necesita, creando un inmovilismo político endémico que está arrasando, en un verdadero tsunami político, la credibilidad y legitimidad de todas las instituciones democráticas; cuando este legitimado bloqueo institucional que genera la vigencia de la Constitución de 1980 tiene, literalmente, secuestrada la democratización plena de Chile; cuando esta institucionalidad antidemocrática se resquebraja y sus cimientos ya fracturados son incapaces de resistir la enorme presión de un movimiento social imponente y sólido de enorme y resolutiva envergadura que clama por un cambio estructural, una sola figura política se alza con la confianza de la ciudadanía, convirtiéndose en un auténtico faro que resiste en medio del Big Bang que produce una institucionalidad que ya es incapaz de canalizar los cambios que la ciudadanía demanda.

Cuando las mujeres son relegadas al cuarto de los trastos de la política, por una vergonzante representación en el Parlamento de apenas el 14,2%; por una tasa de ocupación laboral que sólo roza el 44%; por un escuálido 25% de mujeres ministras en los Tribunales de Justicia; por una relación en remuneraciones entre mujeres y hombres por un mismo trabajo de escasamente el 65%; sin ley del aborto, ni siquiera el terapéutico, una mujer -qué paradoja- es la única figura política que sobrevive, con un fuerte y constante apoyo ciudadano, a la erosión y colapso de la institucionalidad que legó la dictadura del general Augusto Pinochet, aún en plena vigencia.

¿Qué hace que la actual Directora Ejecutiva de ONU Mujeres, sea la única personalidad política que recibe un enorme apoyo de la ciudadanía?

Aquí propongo algunas respuestas a modo de exploración de este genuino fenómeno sociopolítico, enfocando también su personalidad que, desde mi punto de vista, gravita muy considerablemente junto a sus aciertos políticos, los cuales, por cierto, son más que sus desaciertos.

Antes de nada, hay que subrayar que su liderazgo no nació por cuotas impuestas de poder a las mujeres, ni por ser esposa o hija de – infortunadamente común en los liderazgos de mujeres-, ni mucho menos por concesiones paternalistas.

En efecto, su liderazgo comenzó arriba de un tanque del ejército cuando fue la primera mujer Ministra de Defensa de Chile y de América Latina, después de ocupar –con tonos claros y oscuros- el Ministerio de Salud. Esta imagen arriba de un tanque produjo una verdadera eclosión en el lineal y demasiado sosegado panorama político chilena de esa época (2002). El caso es que desde ese momento no ha dejado de recibir el apoyo mayoritario de la ciudadanía, que alcanzó su apoteosis al término de su mandato como Presidenta con un insólito, para los tiempos que corren en política, 85% de apoyo.

Su rigor en los planteamientos políticos y la solvencia de sus opiniones ofrecen una comunicación directa y transparente con la ciudadanía. Y es el diálogo permanente la herramienta clave para articular su propuesta política. Un diálogo dado desde el pragmatismo, que no define todos los resultados ni sacrifica sus principios que se mantienen, sin estridencia, invariables. Sin embargo, este pragmatismo es fundamental por la composición del arco político chileno postdictadura con dos partidos pinochetistas -ahora en el Gobierno, y uno de ellos temerariamente muy cerca de la ultraderecha- que reciben una sobrerrepresentación en el Parlamento debido al antidemocrático sistema binominal de elecciones, otro caramelo envenenado herencia de la dictadura y pieza clave en la prolongación de la institucionalidad pinochetista, ahora en crisis, por reproducir, irreversiblemente, un empate electoral permanente, (en un sistema proporcional de elecciones la derecha no superaría el 35-40% de votos en elecciones parlamentarias).

Sabe y está muy consciente de los peligros que acechan a la democracia, que en estos momentos se manifiesta en Chile y en todo el ámbito occidental, en una manipulación obscena de la clase política con la confianza del electorado; está muy consciente de las limitaciones institucionales de Chile bajo la Constitución pinochetista, y, por eso, toda su acción política está orientada a fortalecer la calidad de la política para fortalecer la democracia. Una empresa titánica y hasta esquizofrénica en el Chile postdictadura: hacer democracia con una Carta Magna antidemocrática herencia del despotismo ha exigido al bloque Concertación de Partidos por la Democracia, de centro-izquierda que gobernó los primeros 20 años de postdictadura, practicar una ingeniería política de alta precisión para lograr la gobernabilidad democrática. Por eso, Michelle Bachelet propone una realpolitik – sin que esto implique desatender sus principios éticos; en rigor, la única fórmula de los demócratas para no entrar en colisión frontal con la derecha pinochetista dueña absoluta del poder económico y del 90% de los medios de comunicación.

Frente a una clase política, en su gran mayoría condenada a sus propios demonios (clientelismo, abuso de poder, inmovilismo político crónico, etc.), no persigue el glamour del poder; y al ser su figura tan opuesta al establichement -siendo paradójicamente parte de él, aunque en sus comienzos en la periferia- la llena, otra paradoja, de un glamour sin artificios, que se podría definir, con los pies bien puestos en la tierra.

Así pues, su figura política es lo más ajeno que puede existir a las insustanciales frivolidades del poder que se traducen en egocentrismos, megalomanías y fanatismos partidistas.

Posee un trato directo con la gente, lleno de una fuerza sincera y amistosa, invariablemente muy sutil y amable, siempre con una refinada y prudente dosis de humor, lo que no convierte su presencia en agobiante ni menos en una pedantería. La gente la percibe como una persona sencilla, que hace uso de todas las posibilidades técnicas y humanas, institucionales y coyunturales que le ofrece el poder para aplicarlo en beneficio de todos, sin traicionar jamás los intereses de Estado y neutralizando los partidistas.

Su figura se percibe singular, coherente e insobornable por poseer la extraña solemnidad de la sencillez que, en ella, es innata, genuina y tan auténtica como desarmarte; este tipo de solemnidad es inédito en el escenario político chileno que padece de una tan lamentable como excesiva monarquización protocolaria.

Su liderazgo está marcado por una sobriedad casi ascética y con una disciplina estoica que sabe distinguir entre el poder duro y el poder blando, desechando el primero al no aplicar el palo y la zanahoria, y administrando el segundo, el único poder que concibe: su enorme capacidad de diálogo y de empatía con la ciudadanía que cristaliza en un poderoso, original y auténtico vínculo emocional con ella, solidificando una proximidad con el electorado de dimensiones soberbias, casi inexistente en liderazgos políticos.

En el bacheletismo los gestos y las acciones pesan más que la retórica de los discursos, donde la transparencia marca y define su gestión y toda su acción política. La Ley de Transparencia que permite a la ciudadanía acceder a una información acabada de la Administración Pública -una eficaz vacuna contra la corrupción política- es obra de su Administración.

Su energía constante y proteica la hace poseer de un don que muy pocos políticos tienen: es resilente. Así pues, este poderoso ingrediente en su personalidad le permitió superar el asesinato de su padre, un General constitucionalista de la Fuerza Aérea, en manos de sus propios compañeros militares golpistas, y, después, su propio encarcelamiento junto a su madre, padeciendo la tortura, para después, por gestión de militares amigos, ser liberada y verse obligada a exiliarse. Así, su figura se convierte en un símbolo –sin ella proponérselo- por conseguir el triunfo de la inteligencia y la sensibilidad por sobre la barbarie, el fanatismo y el asesinato, plasmada en su gestión como Ministra de Defensa, administrando una institución que tantos sufrimientos le ha causado, pero que, sin embargo, gestiona modernizándola y volviéndola a poner al servicio de la ciudadanía y no en su contra como lo fue en los 17 años de dictadura. Ser resilente la dota, además, de un blindaje contra todo tipo de ataques, tan propios de la vida política. Esa mujer suave y amable esconde en su interior una fortaleza contra casi todo.

Otra característica central de este liderazgo, es su anti egocentrismo: se ve a sí misma, y no es una impostura, prescindible. A una pregunta de por qué no había cambiado la Constitución, como lo vienen haciendo algunos caudillos de la izquierda conservadora en América Latina, (conservadora por eternizarse dentro de un Muro de Berlín ideológico) para ser reelegida Presidenta si tenía el 85% de apoyo cuando cumplió su periodo en La Moneda, contestó que no lo habría hecho, aunque la Constitución chilena se lo hubiese permitido, por su sentido de la “ética política”, pero también por “estética”.

Pero lo que es invencible en este liderazgo y que ha dejado nocaut a toda la clase política, es su enorme sentido de la responsabilidad política, pero más que todo, responsabilidad moral, lo que la dota de un impresionante ejercicio de honestidad y de rigor ético.

Esto último, la ha convertido en una referencia y en un referente en un momento en que la credibilidad en la política y, por tanto, en la democracia, padece de un descrédito desolador.

Pero, ¿es factible que este liderazgo, en rigor el único que resiste y se mantiene de pie en medio del último tsunami que provoca una tan anquilosada como destructiva institucionalidad antidemocrática heredada de la dictadura aún vigente en Chile, sea viable en un segundo gobierno?

El margen de maniobra político e institucional en una supuesta Administración Bachelet II si se desarrolla bajo los parámetros de la Constitución de la dictadura, es literalmente cero, por la clarísima razón de que esta institucionalidad tiene secuestrada la democratización plena de Chile y ha colapsado produciendo una crisis sistémica.

Sin la posibilidad política real de una reforma de calado de la institucionalidad política y un ajuste del actual modelo económico ultra neoliberal que reproduce ad infinitum la desigualdad social y el status quo pinochetista, es inviable un segundo mandato teniendo en cuenta las características que aquí se han señalado de este liderazgo.

Para que acepte su candidatura se demandaría de una plataforma política más allá de su propia coalición, que asegure, a) una nueva Carta Magna; b) el fin del sistema electoral binominal por uno representativo, y c) una nueva política económica que prescinda del neoliberalismo salvaje reproductor de la profunda y demoledora asimetría en la repartición de la riqueza, por un capitalismo con un rostro más humano, teniendo como modelo el Estado social europeo, no el norteamericano.

También se debería garantizar una reforma fiscal estructural que garantice, y no sólo con el crecimiento económico y la nefasta teoría del chorreo hacia abajo ya a todas luces fracasada, la financiación del derecho a una educación, a una salud y a una vivienda públicas y de calidad para las grandes mayorías, profundizando y consolidando su proyecto político de siempre: una protección social solidaria que no descuide el crecimiento económico, con un Estado social dotado de más poder, tanto político como económico, que avale la protección social. Y, en el ámbito de los derechos civiles, una ley que regule el aborto, y una ley de matrimonio entre parejas del mismo sexo.

Pero tan importante como su proyecto político, es que asegure una plataforma política estable y amplia que incluya a sectores de la derecha republicana y liberal, necesaria para lograr los altísimos quórum que exige una reforma constitucional. Sin contar con ese respaldo en el Parlamento, es tan inviable un cambio estructural del sistema como la aceptación de Michelle Bachelet a un segundo mandato.

Si no se cumplen estas coordenadas políticas, tan necesarias como impostergables, y lo necesario ya casi no es suficiente en Chile bajo la institucionalidad pinochetista en vigencia aún después de 23 años de postdictadura, sería literalmente inadmisible y hasta extravagante su regreso a La Moneda; y con (casi) total seguridad, teniendo en cuenta las características que hemos trazado aquí de su liderazgo, ella no lo aceptará.

En ese caso, el único faro que resiste el tsunami político que produce el colapso de la institucionalidad que legó la dictadura del General Augusto Pinochet y que tiene hasta hoy secuestrada la democratización plena de Chile, se apagaría. Sin la posibilidad de un segundo mandato de Michelle Bachelet que garantiza un cambio y punto final tranquilo, ordenado y racional de la institucionalidad de la dictadura, sólo quedaría la calle. La calle sería la única fórmula política que subsistiría para forzar e instaurar y consolidar la plena democracia. Y con ello el fin de la tranquilidad social.

Jaime Vieyra-Poseck

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