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Michelle Bachelet 2.0: ¿es posible el cambio de ciclo político?

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 20/04/2013

Publicado también en elquintopoder.cl y elmostrador.cl

 

Todas las lecturas del resultado de las primarias presidenciales ―una suerte de ensayo de las generales en noviembre― apuntan a que el electorado ratificó las propuestas, aún sólo bosquejadas, de Michelle Bachelet, la candidata ganadora del nuevo bloque centroizquierdista, Nueva Mayoría, que obtiene una tan fenomenal como increíble mayoría de un millón y medio de votos (73%), de casi tres millones, un volumen de participación muy alta en este tipo de elecciones.

Los cambios que propone Bachelet son estructurales, y su diseño ha tenido como eje central las propuestas que ha puesto en la agenda política el poderoso movimiento social los últimos tres años y que ha cambiado para siempre el escenario político chileno; a saber, reforma tributaria progresiva, de calado (“los que ganan más pagan más”, ha declarado); en educación, gratuidad en los estudios universitarios (financiados con una reforma tributaria progresiva), fin del lucro, la selección y el prepago en todos los niveles del sistema educacional; mejoramiento sustancial del sistema de salud y de pensiones; punto final a la institucionalidad pinochetista con una nueva Carta Magna, y el fin del sistema binominal de elecciones por uno proporcional. Pareciera que el liderazgo bacheletista sí ha sabido hacer una lectura certera del movimiento social y sus demandas; ese es, sin duda, su acierto mayor, y ya indican claramente que son de tal envergadura ya que establecen nuevos parámetros sociales, políticos y económicos, e inauguran un nuevo ciclo político en Chile. Si se materializan.

Pero si la batalla por alcanzar La Moneda, según todos los pronósticos pero en política todo puede pasar, pareciera resuelta, la batalla en el Parlamento, no. La derecha, replegada en su claustro más ultraconservador, la Unión Democrática Independiente(UDI), atrincherada en la ortodoxia pinochetista, mira al Parlamento como su única posibilidad para continuar perpetuando la herencia de amarres de la dictadura. Su batalla futura será obstruir en el Parlamento el cambio estructural que propone Bachelet. Con esta postura, la derecha ya sabe que pierde el Poder Ejecutivo después de los resultados de la elecciones municipales, donde sufrieron una debacle, y por el resultado de las primarias presidenciales: Bachelet sola duplicó en votos a los dos candidatos de la primaria en la derecha.

Así pues, la propuesta de Bachelet elimina los enclaves autoritarios que se heredaron de la dictadura y que han lastrado hasta ahora la plena democratización de Chile. Paradójicamente, este cambio estructural imprescindible e inaplazable beneficia a todo el arco político y a todos los agentes sociales. No llevar a cabo este cambio estructural radicalizaría el movimiento social, y estarían en todo su derecho, devastando la frágil paz y cohesión sociales y, sin estos dos elementos la actividad económica ―área donde la derecha tiene total hegemonía por defender los intereses corporativistas y su enorme poder de facto―, tendría un escenario desolador a corto plazo. El cambio estructural y de ciclo político ineluctable que nos propone la candidatura de Michelle Bachelet, es también parte de la estrategia para hacer de Chile un país desarrollado, pero solidario, siguiendo el modelo europeo, no el norteamericano.

En efecto, socavar el desarrollo de recursos humanos y sociales no mejorando sustancialmente la educación y la salud, y acabar con la política salarial vigente con sueldos de hambre, frustra el ingreso de Chile al selecto grupo de países desarrollados. Y esto es una obviedad en estrategia política, pero hay que decirla: un país que educa bien, que tiene a sus ciudadanos con buena salud, con unos sueldos decentes, en fin, una calidad de vida en general digna, es estratégicamente necesario para alcanzar el desarrollo y competir económicamente en un mundo globalizado. Esto no lo hace el mercado privado por sí solo, como ya lo sabemos, sino un estado más musculoso. Es decir, con un sistema tributario solidario progresivo que sea capaz de financiar educación, salud, pensiones y vivienda universales y de calidad como un derecho inalienable garantizado. Como en los países desarrollados de Europa. Que la mejor educación y la salud en Chile sean privadas, indica que estamos aún en un país subdesarrollado.

Por otra parte, ir contra los ciudadanos o sin los ciudadanos y sus reivindicaciones, es ir contra el futuro de Chile. Minimizar el movimiento social y escupirle en la cara clasificándola como criminal, como lo ha hecho el gobierno, o dar con la puerta en las narices a las demandas sociales, es el verdadero peligro en este fin de ciclo político. Criminalizar y minusvalorar al movimiento social y sus demandas, es una depredación brutal al diálogo social y político, la única y mejor herramienta en el sistema democrático para la resolución de conflictos y es, entonces, herir de muerte la paz y la cohesión sociales en Chile. Si se margina al movimiento social y sus propuestas, se pondría en grave peligro el crecimiento económico sostenido (y sustentable) de las últimas décadas porque la paz social estaría amenazada de muerte y, sin paz social no hay ni crecimiento económico ni menos sustentable.

Los tiempos son sagrados en política, y en esta segunda Administración Bachelet están los cambios estructurales que el movimiento social ha puesto en primerísima línea de la agenda política los últimos tres años con gran intensidad. En la primera Administración Bachelet ese tiempo político no existía. Pero ahora está aquí.  El liderazgo bacheletista está llamado a gestionar este nuevo ciclo, el de la plena democratización de Chile con una nueva Constitución nacida en democracia para terminar con la herencia de la dictadura y con ese talón de Aquiles del sistema: la obscena desigualdad en la repartición de la riqueza, del ingreso, de las oportunidades y del poder. Si nos remitimos a la capacidad de transversalidad del liderazgo bacheletista y a su paradigma central, el diálogo, habría cabida para todos los que quieran incluirse en esta propuesta política. Entonces, ¿el cambio de ciclo es posible?

Esta nueva era ya está aquí, sólo hay que institucionalizarla. Y es de desear que se articule dentro de la institucionalidad vigente ―como se hizo para derrotar la dictadura en un diseño de ingeniería política perfecto― para cambiarlo por uno auténticamente democrático de gran ajuste social. Pero si el sistema pinochetista vigente y sus apóstoles no dan el ancho y lo obstruyen ―lo tienen todo para hacerlo, el poder político unido al económico de facto―, ¿tendrá Bachelet que apoyarse en el movimiento social? En ese escenario, la nueva institucionalidad y la materialización de las demandas ciudadanas, la establecerá la calle. Y gestionar la calle es otro proyecto político. En ese caso, el cambio no sería tranquilo como nos propone la candidatura de Michelle Bachelet. Por esto, el sello bacheletista es la última oportunidad del cambio tranquilo; si se obstruye, nada ni nadie evitará el estallido social.

No hay otra oportunidad.

Jaime Vieyra-Poseck

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