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Michelle Bachelet arriba de un carro militar de combate

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 19/11/2004

Publicado también en Primera Línea (La Nación)

 

Esta hasta hace muy poco desconocida mujer rebasa una sencillez que desarma. Porque se percibe de inmediato que no es ninguna postura premeditada con fines ocultos. Es una sencillez genuina. Su vida política, hasta ser nombrada ministra del gobierno de Ricardo Lagos, es de muy bajo perfil. Primero como ministra de Salud, Lagos le puso un exigente plan de acción: debía terminar con las listas de espera en un tiempo récord. Para sorpresa de todos, lo cumplió. La eficacia y el contacto permanente con la gente, la hicieron más conocida. Pero cuando Lagos la nombra ministra de Defensa (2002), es entonces cuando su figura política salta a todos los medios de comunicación por lo inédito: era la primera ministra de Defensa no sólo de Chile sino de toda América Latina. Su ejercicio al mando de las Fuerzas Armadas se mira con lupa; su género es la novedad y se analiza hasta el más mínimo movimiento, discurso, vestuario, etc., con múltiples anteojos, de sorpresa, admiración y, por supuesto, de machismo; las supera todas, independientemente de las anteojeras estereotipadas.

Se recorre de arriba abajo su biografía: médica de profesión, de familia militar; su padre, Alberto Bachelet, fue general de brigada de la Fuerza Aérea de Chile. Miembro del gobierno de Salvador Allende, encarcelado después del golpe, muere a causa de las torturas que padeció en prisión por sus propios subalternos. En 1975, Bachelet y su madre, Ángela Jeria, son tomadas prisioneras y torturadas en uno de los más temidos y siniestros centros de tortura clandestinos de la dictadura, Villa Grimaldi (del que muy pocas personas sobrevivieron). Logran ser liberadas y salen al exilio para retornar en 1979 a trabajar como médica y en organizaciones solidarias con los perseguidos por la dictadura, hasta el retorno de la democracia.

Su lugar de trabajo como ministra de Defensa es en y con la institución que torturó a su padre hasta asesinarlo; que la tuvo prisionera; que la torturo a ella y a su madre, y que la envió al exilio. Michelle Bachelet pareciera ser una mujer con un atributo indiscutible: es resiliente. Tiene la fortaleza de transformar las vivencias traumáticas en un proceso de superación. Frente a lo inhumano se vuelve más humana, en el sentido positivo de la palabra “humano”, porque también es negativo: la persona que tortura también es un ser humano; aunque nos duela, quizás demasiado humano.

Ésta, su historia de vida, tan aterradora como impactante y ser una mujer ministra de Defensa mandando a los militares con gran desplante y seguridad, dedicación y hasta con cariño (se declara de la “familia militar”), la han convertido en la ministra más popular del gabinete. De las fotos que marcan su figura política, la más divulgada y la que, pareciera, produce el mayor impacto positivo, se la ve instalada dentro de un tanque de combate o dirigiéndose a la tropa con uniforme militar. Son retratos históricos. Estas imágenes tan inéditas como sorprendentes en un país estrictamente machista y su buen desempeño como ministra de Defensa han terminado convirtiéndola en la posible candidata a la Presidencia de la coalición de centroizquierda en el poder. (Por cierto, ¿son los supuestamente atributos masculinos ―gran poder de mando y vestimenta militar― lo que atraen de ella a la ciudadanía, o que una mujer tiene los mismos atributos que, tradicional o estereotipadamente, se identifican como masculinos?)

Lo cierto, es que Michelle Bachelet es una persona que nunca ha buscado el poder, se destila en la forma que lo ejerce: no hay ni un signo de egocentrismo ni menos de megalomanía. El poder pareciera que es para esta mujer sólo un medio para servir a la ciudadanía. Es decir, lo que debería ser siempre para cualquier política/o. Se nota formada en la escuela republicana de antes de la dictadura, la del servicio público desinteresado y lleno de sobriedad, una característica que fue muy potente en la tradición política chilena.

La sinceridad que irradia la conecta sin ninguna fisura con la gente. Es cálida y segura al mismo tiempo. Todos estos atributos juntos crean una empatía recíproca con la gente de extraordinaria comunicación. Es, junto a la ministra de Relaciones Exteriores, Soledad Alvear, un fenómeno sociológico que se tendrá que analizar con más profundidad: que dos mujeres ocupen las preferencias presidenciales en todas las encuestas es un hecho tan inédito como insólito, teniendo en cuenta el androcentrismo y el machismo que reina en el escenario político chileno. O quizás sea por eso. Son, además, únicas por no ser hijas de o esposas de, como es casi lo común en las mujeres que alcanzan la primera línea del poder político. Alvear y Bachelet han llegado hasta donde están por sus propios medios y capacidades, que son muchas, en ambas.

Hasta ahora no se ve otra/o candidata/o a las elecciones primarias ni en la centroizquierda ni en la derecha que sean más favorecidas con la confianza de la ciudadanía que estas dos mujeres. Será interesante seguirlas en el proceso por conseguir ser la candidata presidencial de la Concertación. Según las encuestas ganarían las dos al candidato de la derecha, Sebastián Piñera, con Bachelet con más votos que Alvear.

Este inesperado panorama político feminizado anuncia un cambio de mentalidad y de valores en el electorado y, pareciera, en la conciencia colectiva de Chile. Seguiremos con mucha atención este cambio fenomenal.
Ya era hora.

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