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Otra reflexión sobre el “Estallido Social” en Chile, en octubre de 2019

por Domingo Araya
Artículo publicado el 23/11/2020

Texto enviado por Ana María Araya
hermana del autor

 

Quiero ir al fondo de la cuestión, a esas profundidades que se ocultan a una mirada rápida o simplificadora. La realidad es infinitamente compleja y difícil de aprehender. Las interpretaciones como esta son construcciones necesariamente subjetivas aunque no necesariamente ilusorias.

Vivo lejos de Chile y me faltan muchos elementos que se perciben al vivir cerca, aunque también la distancia puede aportar ventajas en la percepción, que es más libre y desapegada al no estar totalmente inmerso en la realidad. Pienso que lo sucedido en Chile en estos días es una rebelión contra la tiranía que se inició con Pinochet en 1973, marcada por la fuerza brutal en los primeros años y contra la tiranía del dinero y de la producción-consumo neoliberal, que instauró el dictador y que se ha perpetuado hasta hoy.

La civilización mundial globalizada atraviesa una crisis fundamental: no nos satisface el tipo de vida que nos propone el sistema, en el que hemos crecido y para adaptarnos al cual nos han educado. Los valores que sostienen este modelo de vida nos parecen absurdos. Somos profundamente infelices como consumidores y como productores inconscientes de un sistema que va a la deriva y que se dirige a un atolladero. En el modelo actual nadie es realmente feliz, aunque algunas personas se conforman con la posesión de bienes y el poder que otorga el dinero. La manipulación mediática atenta contra la libertad de pensamiento y ejerce un control propio de las dictaduras. Vivimos en sociedades opresivas y en los países más pobres y desiguales en régimen de esclavitud encubierta.

Sin libertad, la vida no tiene sentido y, como dice Mariana Pineda de García Lorca, sin libertad es preferible morir. Podemos prescindir de bienes materiales, muchos de ellos innecesarios, pero no de libertad. En pro de la seguridad se ha limitado en gran medida la libertad. Nos han hecho creer que la libertad se reduce a elegir mercancías en el gran supermercado del mundo.

Una sociedad justa es aquella que aporta igualdad de oportunidades para acceder a los bienes fundamentales y que respeta la dignidad humana, es decir, los derechos fundamentales de la persona. Es la que nos permite buscar libremente nuestro camino a la felicidad.

Chile no ofrece estas garantías. Solo una pequeña parte de privilegiados puede aspirar a los bienes fundamentales. No hay igualdad de oportunidades, no hay la mínima justicia y, por lo mismo, una gran mayoría de personas están frustradas en sus más elementales aspiraciones. La pobreza extrema, que significa no vivir como un ser humano, se ha reducido, pero existe y la pobreza a secas, que significa una vida de supervivencia, es bastante abundante. La clase media es pequeña y vive también endeudada y frustrada y solo la clase alta vive materialmente bien.

En este panorama, la sociedad chilena ha estado a punto de estallar durante mucho tiempo. De hecho ha habido antecedentes de rebelión por parte de los estudiantes. Lo que sucedió hace unos días y que ha costado 18 o más vidas, cientos de heridos y miles de detenidos, es un estallido de frustración y de exasperación represada. En otros lugares del mundo, como en Francia, Hong Kong, Ecuador, pese a las diferencias, sucede algo parecido: la explosión desesperada ante un mundo autoritario y absurdo. Los gobernantes, los partidos y los líderes políticos no saben cómo encauzar ese malestar profundo. Sean de las izquierdas o de las derechas tradicionales, no hay respuestas acertadas, hay desconcierto y el presentimiento de que algo nuevo está aconteciendo, algo que no podemos comprender desde los esquemas del pasado. Los políticos se han distanciado de la sociedad y viven para satisfacer sus propios intereses.

El estallido popular, semejante a una olla a presión sin válvula de escape, es un síntoma de salud, de deseo de libertad y de bienestar auténtico. Significa que esa sociedad no se ha resignado a la muerte en vida ni a la opresión. Es un deseo de vivir, de ser plena y libremente, de vivir en una comunidad y no en un aglomerado de individuos insolidarios. Todas estas son aspiraciones legítimas de seres que no se conforman con una vida mediocre, sumisa y llena de miedo.

Toda persona o grupo humano bien ajustado a este mundo enfermo, se ha enfermado también y no merece nuestra admiración sino nuestra preocupación. No aspira a nada distinto ni mejor que la locura del consumismo y de un mercado desbocado, de un querer enriquecerse a todo precio, de una idolatría del dinero y del poder como dominio sobre los demás y sobre la naturaleza, de un querer subir sobre la cabeza de los demás.

Los seres humanos queremos vivir bien, no solo económicamente, sino en todos los aspectos de nuestra personalidad y en la actualidad esto es imposible. Las reivindicaciones que pedimos hoy van mucho más allá de un alza en el salario, de un acceso a una educación pública de calidad y a un sistema de salud adecuado, pedimos un sistema que no destruya el medio ambiente, que cuide los alimentos y evite los pesticidas, que fomente la amistad entre los humanos y con la naturaleza, que potencie el impulso erótico y vital y disminuya la pulsión de muerte, que cuide a los animales y no permita la extinción de ninguna especie viva más, que disuelva las fronteras y camine hacia una humanidad unificada, mestiza y sin xenofobia ni racismo, sin nacionalismos excluyentes, sin ejércitos ni guerras, sin armas de ningún tipo, sin invasiones de unos por otros, sin grandes imperios o potencias con sus áreas de influencia, un mundo donde el crecimiento económico sea adecuado a las posibilidades del planeta y de una buena vida humana.

Sé que esto es utópico, y lo es, pero no es imposible ni ilusorio. Hay que distinguir entre utopía e ilusión. Ya decían los revoltosos del 68: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”. Este es un ideal posible que hay que perseguir sin violencia pero con firmeza, valentía y resolución.

El analista político Rafael Gumucio Rivas, el Viejo, en sus interesantes comentarios a lo que está sucediendo en Chile, plantea que se trata de una rebelión de las clases medias emergentes chilenas y ve similitudes con el caso ecuatoriano y el francés. Lo que tienen en común estas tres protestas es que provienen “de los ciudadanos comunes” contra los resultados del neoliberalismo y de las políticas de seguridad. Para este analista, el presidente Piñera no ha comprendido el malestar ciudadano y ha querido “apagar el fuego con parafina”. Dice Gumucio: “El derrumbe de la democracia pactada con Pinochet está dando sus últimos coletazos: la sociedad anómica dominada por el mercado y que invade todos los aspectos de la vida humana, anuncia su ocaso.” Se muestra escéptico frente a las soluciones “a medias” propuestas por el gobierno y que “no van a dar ningún resultado positivo y sí provocar una rebelión más violenta y decidida”.

Esta la rebelión tiene como contexto que “el 10% más rico de Chile tiene un ingreso superior a 27 veces más que el 10% más pobre… Según la CASEN, el índice de pobreza por ingresos en el país es del 11%, y la indigencia un 3%; la multidimensional asciende a 27,7% de pobreza y a 8,2% en indigencia… Según la Fundación Sol… los más ricos se llevan el 33% del PIB…” y un largo etcétera de injusticias.

Frente a este panorama, Gumucio propone “¡Plebiscito y Asamblea Constituyente ahora!” Destaca que las masivas manifestaciones pacíficas han demostrado “el alto nivel de conciencia de la sociedad civil chilena… A mi modo de ver, la vía no violenta en las manifestaciones es el método que se aproxima cada vez más a una salida política que, necesariamente debe retornar el poder a quienes son los verdaderos detentores, los ciudadanos”.

Por su parte, Gabriel Salazar Vergara, hace un lúcido análisis en su artículo “El reventón social en Chile”. Para este analista, la actual protesta es contra el modelo neoliberal y es el “reventón social más extendido, violento y significativo que ha vivido el país en toda su historia.” Este modelo fue diseñado por la Universidad de Chicago y sostenido hasta el presente por los diferentes gobiernos que han sucedido a la dictadura. La ciudadanía rechazó este modelo desde su inicio pero de forma soterrada. Hubo crisis por ilegitimidad de la Constitución y de representatividad por la distancia de los políticos respecto de la sociedad civil. Ya en 1991 se diagnosticó por el PNUD una “ciudadanización de la política”. En lo económico “la extracción de plusvalía se incrementó rápidamente y llegó a un nivel absoluto, disimulándose detrás de una gigantesca oferta de créditos de consumo que permitió a los pobres consumir lo que deseaban comprando a crédito las mercancías que dan “estatus” de clase media.” Pero el crédito es una ilusión que no hace sino aumentar la dependencia y la opresión, una especie de esclavitud a un sistema despiadado.

Chile fue convertido por Pinochet en el laboratorio experimental del neoliberalismo en 1973, tras el golpe militar que derrocó a Allende. A partir de ahí y hasta hoy, se ha mantenido ese proyecto coaccionado por la hasta ahora inamovible Constitución de 1980. Tras la vuelta a la democracia, siempre maniatada por esa Constitución, los gobiernos han insistido en lo mismo, y hoy parece que se rompe el sueño neoliberal que ha durado 50 años. El obediente y sumiso alumno se ha rebelado y ha dicho basta. El proyecto ha fracasado y habrá que buscar una salida distinta.

Estos datos y comentarios nos permiten comprender que en primer lugar, hay que poner fin a la tremenda injusticia de esta sociedad, que no es muy distinta de la del mundo en su globalidad. Conseguida la mínima justicia mediante un cambio en lo económico y en lo político, realizado por la presión de las clases oprimidas, habrá que seguir hacia un cambio de objetivos y de concepción de la vida, hacia un cambio de mentalidad y de civilización.

Personalmente pienso que el proyecto neoliberal impuesto desde arriba por la fuerza ha fracasado y debe ser cambiado por otro que el propio pueblo reunido en asambleas y foros de reflexión construya y sostenga. Los políticos han fracasado también con su gestión favorable a ellos mismos (corrupción) y a espaldas de la sociedad. La mediocre y aterradora dictadura debe dejar paso a la libertad y a la vida. La represión en todas sus formas, brutales y sutiles, debe terminar. La sociedad civil debe tomar las riendas de su vida, independiente de los políticos, y los gobernantes deben servir a los ciudadanos.

Como bien dice Salazar, la historia de Chile y de América Latina en general, es la historia de la marginación y de la opresión, del abuso de una clase privilegiada sobre otra menos favorecida. Esto es lo que debe cambiar mediante una integración real y completa. El clasismo, como el racismo, es signo de una división social que engendra violencia y sufrimiento.

Es urgente inventar un nuevo orden social aprovechando la experiencia histórica y no repitiendo los errores del pasado. “No hay camino, se hace camino al andar”, superemos los viejos y obsoletos esquemas, busquemos esa tercera vía que supere y sintetice los extremos ya probados y fracasados. En el difícil “medio”, que no es mediocridad, sino máxima tensión del arco, puede estar la salida. Las nuevas fuerzas vivas de la sociedad serán los protagonistas de este cambio. Hará falta imaginación y creatividad, audacia y magnanimidad, generosidad y firmeza, lucidez y apertura de mente. Tampoco debemos olvidar que el cambio de la conciencia es simultáneo a la conciencia de cambio y a los pasos concretos hacia su realización.

Domingo Araya A.
Madrid, octubre de 2019

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Un comentario

Un análisis ya caduco. Y completamente errado. La «fuerza vivas» las ha ganado la ultraderecha, con una propuesta de ultraneoliberalismo autoritario. El error de este análisis es que no explica la fuerza del mercado como sistema y solo usa un lenguaje lleno de lugares comunes de la década de los años 60 del siglo pasado. Lo que triunfó fue la revolución neoliberal y, paralelamente, lo que fracasó fueron los postulados de este análisis, que se convirtieron en otra forma de opresión: la burocracia autoritaria comunista, que llega hasta nuestros días con las dictaduras cubana y venezolana.

Por Jaime Vieyra Poseck el día 19/12/2024 a las 18:44. Responder #

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