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¿Qué hará la derecha en el gobierno?

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 25/02/2010

Publicado también en La Nación
 

En política social la derecha continúa teniendo la rigidez de las momias. Es difícil imaginarla implementando un programa de protección social estructural y no sólo paternalista-asistencial, como es su tradición política y exige el neoliberalismo más ortodoxo del cual es apologista.

En derechos laborales, está en contra de la sindicalización y aborrece de la negociación colectiva, dos armas para combatir eficazmente la actual asimetría en el ingreso (verdadero doble talón de Aquiles de la era concertacionista). Estas reformas, que no hará la derecha, son impostergables si se quiere tener un país con trabajadores con derechos laborales como un principio inalienable de justicia social. Chile debe hacer las reformas que permitan tener cohesión y paz social garantizadas y, una de las más importantes, es un nuevo Estatuto de los Trabajadores; la derecha no hará nada por cambiar el de la dictadura de 1979, aún vigente.

En cuanto a la función del Estado, para la derecha chilena éste continúa siendo el problema, y su propuesta es jibarizarlo en la medida que agranda el mercado desregulado privado, el cual es la forma de gestión paradigmática que regula, según la teoría económica neoliberal a la cual es adicta, hasta la “equidad” con el (humillante) “chorreo” hacia las clases vulnerables que produce la economía de mercado salvaje ortodoxa en permanente crecimiento. Hay política social sólo si hay crecimiento económico, es decir, el mercado privado es el que manda.

Si bien es cierto que la economía en Chile crece en forma sostenida (y no sustentable), no es real que el “chorreo” de esta riqueza caiga automáticamente hacia las capas más vulnerables de la sociedad. El mercado desregulado privado propicia intrínsecamente la desigualdad socioeconómica si no interviene el poder político creando políticas públicas para minimizar la repartición de la riqueza y del ingreso, que no hará la derecha chilena por propiciar un ultraneoliberalismo a favor del mercado privado desregulado regulándolo todo, desde los medios de comunicación hasta a la propia política y a los políticos.

En una palabra: la derecha gestionará la receta neoliberal como si fuese la biblia; vale decir, el Estado debe anorexiarse y el mercado privado bulimizarse, los dos al máximo. Esta función del mercado privado desregulado con un Estado, en rigor, corporativista, fue la que provocó la crisis financiera sin precedentes de 2008 de la que aún no se divisa la salida.

La derecha chilena, guardián y devota del dios mercado privado desregulado políticamente, parece no haberse enterado de que esta escuela económica se ha estrellado en una crisis con características apocalípticas desde 2008 que ha remecido todos los paradigmas en política económica y que aún no sabemos qué consecuencias tendrá a corto y largo plazo. El anuncio de una “reorganización económica” de la principal empresa estatal del cobre, Codelco, que velozmente anunció el Presidente electo, Sebastián Piñera, a sólo dos días de ganar la elección, notifica esta visión del Estado versus mercado que tendrá su Administración, en detrimento del Estado, quitándole aún más su fin democrático histórico: administrar el bien común.

En temas valóricos, la derecha, y a pesar de la pareja homosexual electoralista que susurra algo al oído al entonces candidato, Sebastián Piñera, en un corto de propaganda política, está tan fosilizada como Tutankamón. Los derechos civiles, sin ningún género de dudas, sufrirán una estagnación severa y, posiblemente, una regresión, tanto en los derechos de las mujeres a decidir sobre sus métodos de reproducción ―aborto terapéutico y libre a plazos―, como en los derechos de las personas homosexuales a contraer matrimonio y a adoptar. La élite política de la derecha pertenece, en su gran mayoría, a tendencias religiosas ultraconservadoras como la preferida, el Opus Dei.

El cambio más grande de la Coalición por el Cambio, sería la transformación desde una derecha reaccionaria pinochetista a una social y liberal, con la de sus correligionarios europeos como modelo. Ese sí sería un verdadero cambio histórico para Chile.

Porque, sin duda, este triunfo democrático de la derecha chilena después de 52 años es una ocasión inmejorable para articular un histórico cambio de piel. Ya cruzamos los dedos para que así sea. Pero, temerariamente, el piñerismo de pretensiones liberales, tendrá que lidiar con el ultra conservadurismo de su partido mayoritario, la Unión Democrática Independiente (UDI), si pretende articular ese hipotético cambio. El verdadero cambio.

Ese 80% de apoyo a la gestión de Michelle Bachelet y el 60% a su gobierno a la salida de La Moneda, pareciera indicarnos que parte muy importante de la ciudadanía se inclina por un Estado más solidario que sea capaz de gestionar una repartición más equitativa del ingreso, de la riqueza y del poder. La propuesta política de un Estado solidario que gestione la protección social, es el relato que se ha enraizado en la consciencia colectiva en estos 20 años de posdictadura con administración centroizquierdista. Esta propuesta continuará su marcha. Este es un dato esencial que el gobierno de derecha debería tener muy en cuenta si quiere construir paz social.

La alternancia en el poder que se ha producido con el triunfo de la derecha demuestra otro legado positivo de la era posdictadura: el sistema está preparado para una alternancia tranquila del Poder Ejecutivo; y las instituciones democráticas, con todos sus desniveles que hay que corregir, qué duda cabe, funcionan.

Por todo lo arriba expuesto, es difícil adjetivar el resultado de esta elección como un triunfo de la derecha y una derrota de la Concertación, a secas. Ganar una elección por voto popular después de nada menos 52 años, lo único y más adecuado sería distinguirlo como un triunfo amargo. En el caso de la derrota concertacionista, tampoco se puede señalar, a secas, como una derrota. Perder el poder después de nada menos 20 años ininterrumpidos en él, cambiando Chile de pies a cabeza y más en positivo que en negativo, sólo se puede registrar como una derrota dulce, más aún si no sufrió ningún debacle electoral ya que alcanzó el 48% de los votos.

En 2014 veremos qué celebramos; si estos cuatro años fueron un momento político desafortunado, mediocre, regresivo, o lo contrario.
Estaremos alertas, ejerciendo la crítica constructiva.

Jaime Vieyra-Poseck

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