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Política, estado y mercado

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 14/04/2011

Publicado también en elquintopoder.cl

 

En los últimos tres años de crisis económica global, la política ha quedado (casi) definitivamente sepultada por la fuerza monstruosa de lo económico y, más exactamente, por el mercado desregulado.

La política ha sido colonizada por la economía (salvaje) del mercado desregulado con poderes absolutos para determinar y regular lo humano y lo divino en la agenda política de los países, convirtiendo a  los políticos en verdaderos súbditos –más bien esclavos– del todopoderoso mercado desregulado.

Este poder de facto del mercado desregulado ha terminado erosionando gravemente la democracia y sus instituciones. Los gobiernos, elegidos democráticamente y muchos de ellos con una agenda económica keynesiana, han terminado entre la espada y la pared, sin margen de maniobra política alguna por las iras del mercado desregulado que dicta una sola receta en la política económica, claramente de derecha: recorte del gasto fiscal, minimización del rol del Estado como administrador del bien común, y regresivas reformas laborales  que funcionan siempre en detrimento de los trabajadores y siempre a favor de los dueños de la esfera privada de la economía.

Este criatura monstruosa de mil cabezas en que se ha convertido el mercado desregulado desde que sus progenitores lo echaron al mundo -el dúo Margaret Thatcher y Ronald Reagan- con su máxima “El Estado es el problema, no el mercado” hace ya 30 años, ha convertido a la clase política en verdaderos perros de Pavlov: sólo reaccionan a los gritos dictatoriales del mercado desregulado cuando no administran sus exigencias fundamentalistas.

La grave crisis financiera global nos está dejando lecciones en las que es necesario reflexionar. Y hacernos reaccionar.

En efecto, lo primero es dejar en claro que la crisis la originó la esfera privada, o sea, los mercados desregulados políticamente. Esta verdadera anarquía de los mercados sólo ha creado una irresponsabilidad social endémica de la esfera privada de la economía, y desencadenó una crisis sistémica estructural sin precedentes que ponen en serio peligro la existencia misma del capitalismo como sistema como hasta ahora lo hemos entendido.

El rostro de esta podredumbre la puso el gurú de las finanzas de Well Street, Bernard Madoff: durante más de 25 años estuvo a cargo de las más grandes fortunas del planeta en su bufete financiero ubicado en  esta calle mundialmente famosa por ser el centro del poder económico mundial. La estafa de este famoso y otrora prestigioso financista saltó en mil pedazos cuando se descubrió la más grande estafa de la historia: 53.000 millones de dólares. Ni el Fondo Monetario Internacional (FMI) ni el Banco Mundial (BM) ni las poderosas instituciones fiscalizadoras se dieron cuenta de la estafa que duro nada menos que ¡25 años! O sea, en las narices mismas de estas instituciones económicas, verdaderas “vacas sagradas” de la economía global, se gestó la mayor estafa de la historia. La credibilidad de estas instituciones, qué duda cabe, ha sufrido una fractura irreversible que, hasta ahora,  nadie sabe como corregir. Mientras tanto el estafador languidece ahora entre rejas desde 2009 con una sentencia de ¡150 años!

Lo paradójico, es que  el monstruo que cobijó esta estafa continúa (casi) intacto, haciendo y deshaciendo países a su entero gusto: el mercado desregulado. Sólo EE.UU. ha impuesto una batería de reglas y normas para regular y mantener vigilada a esta bestia. Enhorabuena.

La otra lección de esta crisis, es el doble discurso de las derechas mundiales. Satanizaron al Estado durante 30 años, pero cuando sus empresas y todo el sistema financiero chirrió y estuvo a un paso de caer al despeñadero, en una maniobra rocambolesca y cínica, acudieron pidiendo auxilio al…Estado: la factura de la crisis la están pagando los contribuyentes. Y el  hasta hace dos horas odiado Estado ha salvado a la espera privada de la economía sacrificando su Tesoro público.

Sin embargo, en un acto que retrata muy bien de qué material moral y ético está constituido el alma del mercado desregulado, en plena crisis y cuando los bancos y aseguradoras estaban recibiendo  la ayuda económica del Estado, los directores de varias multinacionales se otorgaban bonos y pensiones estratosféricas; un acto de irresponsabilidad social de la esfera privada de la economía de una obscenidad vomitiva.

En este escenario, el mercado desregulado ha continuado dictando su ley: una segunda crisis global iniciada en Grecia ha puesto de rodillas frente al mercado a toda Europa.

Así pues, los mismos Estados que habían vaciado su Tesoro Público para sacar de la crisis a la esfera privada de la economía, a una velocidad de vértigo, pasan del superávit al déficit fiscal. Es entonces cuando el mercado les da la espalda y se retira a países más “seguros” financieramente, hundiendo en la incertidumbre a países enteros, en este caso España, Grecia, Irlanda e Italia. La solución a esta nueva crisis la da, ¡oh sorpresa! el mercado desregulado: aplicar las recetas clásicas de la derecha clásica: recortes drásticos del gasto social y un agresivo desmantelamiento de partes importantes de las prestaciones sociales. O sea, otra cuchillada hasta el hueso a la esencia misma de la identidad europea: la Sociedad de bienestar.

Este sistema de protección social levantado con sudor, lágrimas y sangre después de la segunda guerra mundial por el proyecto político de la izquierda europea progresista, principalmente socialdemócrata y socialcristiano, el sistema de justicia social histórico más completo que se haya logrado crear hasta ahora en el mundo, y una gran referencia para los países en vías de desarrollo, está en peligro de muerte si el mercado desregulado continúa haciendo de las suyas.

Vivimos, sin ningún género de dudas, un fin de ciclo y un momento crucial del último capitalismo como hasta ahora lo hemos entendido (y padecido). Ya superada la dualidad entre capitalismo versus comunismo, con el triunfo absoluto del primero y el hundimiento humillante del último, ahora el enfrentamiento es entre capitalismo contra capitalismo, como muy bien ya otros autores lo han indicado.

Esta en juego lo público –el rol del Estado como garante del bien común versus esfera privada de la economía –el mercado desregulado- y los intereses de la élite multimillonaria global.

La derecha global no puede solucionar esta dicotomía destructiva entre mercado versus Estado, entre política versus economía, y entre esfera pública versus esfera privada. Y no puede hacerlo porque no posee otra lectura de la realidad socioeconómica distinta a la que ha defendido los últimos 30 años: la supremacía del mercado desregulado de la esfera privada de la economía en detrimento de la política y del rol del Estado como garante del bien público.

Si bien es cierto que la economía de mercado desregulado ha creado riqueza como nunca antes en tan poco espacio de tiempo, no ha logrado una distribución equitativa de esta riqueza, que se ha quedado, en grandísima medida, en las manos de los de siempre. Se ha demostrado también, y esta es la tercera reflexión motivada por esta crisis- que históricamente han sido las Administraciones progresistas las que han logrado articular y gestionar el capitalismo en estos últimos 30 años, poniendo énfasis en la justicia social y en la repartición de la riqueza en forma más equitativa.

El realismo político nos indica que no hay espacio político para una propuesta de izquierda clásica. Sin embargo, no cabe ninguna duda, de que sólo las fuerzas progresistas socialdemócratas y socialcristianas son la única fuerza capaz de resolver la dualidad corrosiva y destructiva que se ha producido entre mercado desregulado en detrimento total de la política y del Estado como garante del bien público. Esta dualidad virulenta se acabará cuando el mercado no tenga la responsabilidad de gestionar la justicia social. Sólo un Estado fuerte con un mercado regulado políticamente puede hacerlo.

Jaime Vieyra-Poseck

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