I. UDI: Dictatorial y empresarial
Antes de nada, y si queremos que los hechos tengan una comunicación con la verdad histórica, debemos desandar lo andado por este partido político. En efecto, como todos sabemos su creador, Jaime Guzmán, fue el arquitecto ideológico del régimen totalitario de Pinochet, y la UDI su partido politico eje desde su fundación. La herencia o legado de 17 años y medio de totalitarismo, donde el Estado se transformó en una máquina todopoderosa del mal por administrar el terrorismo de Estado, y la crueldad de ese tiempo convirtió a Chile en un verdadero campo de exterminio, dejan un saldo inédito en el país: la tortura y el asesinato político sistemático y masivo; campos de concentración y exilio multitudinario; esto con relación a la violación de los derechos humanos, verdadero monumento criollo a la barbarie. En cuanto a la política económica, la implantación de un neoliberalismo salvaje, deja al país con cinco millones de personas al borde de la extrema pobreza y una clase media pauperizada.
Este pasado político de la UDI, que al más insensible atenaza, no ha sido auscultado ni política ni judicialmente, lo que ha inhibido el desenmascaramiento de tanta mentira y tanto crimen político. Esta especie de inmunidad silenciosa y no verbalizada para los civiles que se comprometieron políticamente con la barbarie, es muy difícil de entender y aceptar en una sociedad democrática avanzada; porque las palabras verdad y justicia no pueden ser una utopía en un Estado de Derecho como al que aspira tener nuevamente Chile. La actitud arrogante y soberbia de la UDI por continuar justificando el régimen totalitario, o sea, su pasado, no se concilia con su obsesiva fascinación por el futuro. Este desprecio por el pasado está esmaltado de paradojas: mientras defiende la época de la dictadura, quiere que pasemos de puntillas por ella o, sencillamente, escamoteándola y, al mismo tiempo, nos pide que nos ocupemos sólo y enteramente del futuro, sin entender que «todo el futuro está en el pasado», como muy sabiamente nos lo dijo Truman Capote, sobre todo en política. Sabemos que algo tremendo chirria en la trastienda del pasado en este partido; y tiene mucho que ver con el pánico a esas dos palabras: verdad y justicia; por eso esa fascinación obsesiva por el futuro es absolutamente oportunista y manipuladora. La UDI no puede continuar tergiversando el pasado histórico reciente de Chile, y debe entender que los asesinados por la (su) dictadura continuarán siendo fantasmas hasta que definitivamente se asuma su presencia, sólo así tendremos una normalización no falseada de la historia de Chile.
Pues bien, en el presente, y a pesar de ese pasado impresentable, o quizás por él, nunca se sabe con los tiempos que corren, la UDI se ha alzado como el partido político más votado del país en la última elección parlamentaria. ¿Cómo con ese pasado pavoroso se convierte en una referencia de esta magnitud?
Los factores son muchos, aquí sólo mencionaré someramente tres. El primero, es apelar a lo inaprensible que es el pasado y la memoria, amparado por grandes dosis de desinformación. El segundo factor, es que la dictadura no fue derrocada sino derrotada en un plebiscito que llevó a los demócratas a consensuar con los totalitarios el abandono del poder por estos últimos. Este consenso, que ha dejado enclaves autoritarios intactos y mantenido poderes de facto importantes, ha liberado a la UDI de rendir cuentas ante la justicia y la historia. A esto último se debe agregar una ofensiva propagandística de proporciones inabarcables, financiada por una cascada inagotable de dólares proveniente, principalmente, de la todopoderosa clase de los empresarios chilenos, y apoyada por un monopolío de medios de comunicación, lo que convierte a este partido en una auténtica y poderosa S.A. En esta propaganda política se usan todas las técnicas del mejor marketing que, como se sabe, puede conducir a un enajenamiento general. Estas tres razones son, principalmente, las que han hecho el «milagro» de convertir a la UDI en el partido más votado en las últimas elecciones parlamentarias; ya veremos en la próxima.
Por otra parte, y en una agresiva ofensiva para, más que ganarse, invadir el espacio político de la Democracia Cristiana, la UDI se ha agregado un nuevo mandamiento: Partido Popular.
Si comparamos el concepto «Partido Popular» con alguna categoría de la misma especie, como Partido Demócrata Cristiano, Por la Democracia, Socialista, etc, es normal formarse un cuadro relativamente acorde con lo que se quiere comunicar. No es el caso con la UDI. Este partido introduce el concepto «Partido Popular» sólo como algo superlativo, y cree que por antonomasia lo convertirá en un «Partido Popular» (léase de clase media-media y baja). La semántica política por sí sola convence a muy pocos. Porque es difícil acaptar en la UDI lo que tácitamente se ajusta a lo que entendemos por «Partido popular». No cabe duda que a este partido lo votan sectores «populares», pero, contradictoriamente, en la gran mayoría de las veces sus propuestas, tanto políticas como socioeconómicas, más bien rehuyen lo «popular» y maximalizan los intereses de los grandes empresarios y de la «clase adinerada»
Por lo demás, el agregado Partido Popular, está ya muy usurpado, y en la UDI sólo consagra la existencia de la profunda contradicción que ya hemos examinado. Por otra parte, la tentativa de ser partido clónico de la Democracia Cristiana, ha llevado a la UDI a resucitar antiguas campañas políticas de ese partido, literalmente robándoselas. Todo esto lo único que indica, es que la UDI sufre de un déficit de ideas crónico y endémico.
Pero dejemos estos pequeños juegos semánticos y estrategías de la política y entremos a explorar el futuro de la UDI, al que nos invita insistentemente.
Devota del neoliberalismo más salvaje ha defendido,hasta el frenesí y la obsesion, la desregulación ilimitada del mercado a través de su autorregulación ; y ha realizado hasta el paroxismo una cruzada por la anorexia del Estado, otorgándole todo el poder al mercado y, por ende, a la todopoderosa clase empresarial, protagonista de lujo de este partido, el que le otorga una red financiera sin precedentes en la historia política de Chile.
Este postulado de la UDI en el último tiempo se ha derrumbado estrepitosamente debido a una crisis generalizada de confianza al sistema por la corrupción en EEUU de las más importantes empresas de la nueva economía, traducido en fraudes contables, burbujas especulativas, falta de transparencia y capitalismo de amiguetes. Esta crisis ha lanzado a la economía mundial a un cuasi ´crash´ bursatil y, más que todo, ideológico, sólo comparable a la de los años 20, haciendo perder dinero a medio planeta y levantado una crisis de credibilidad.
El mercado autorregulado como la panacea de toda la existencia humana, ha terminado por convertirse en un fraude, no el mercado, sino su autorregulación, por un ejercicio de contabilidad creativa, libertinaje y corrupciones de todo tipo que ha provocado la enfermedad moral del capitalismo: una crisis de credibilidad y, por tanto, de legitimidad del sistema de consecuencias impredecibles.
Esta forma de administrar el capitalismo que propone la UDI, sólo ha conseguido que mientras los todopoderosos empresarios, en Chile y en el mundo, prosperan, la sociedad se degrada; que mientras crece el capital privado en forma exorbitante, los beneficios de ese crecimiento sólo excluyen a las grandes mayorías.
No es saludable para Chile, país con un superávit en desigualdades sociales, verdadera bomba de tiempo, que un partido político repleto de empresarios reconvertidos en politicos reaccionarios, administren el Estado. Un país no es una empresa, como nos quiere hacer creer la UDI; y es muy poco probable que un partido empresarial pueda otorgar el equilibrio que tanto se necesita entre, por una parte, Estado y mercado y, por otra, entre política y mercado. La asimetría actual a favor del mercado autorregulado ha terminado poniendo en peligro la existencia misma del capitalismo y, como sabemos, éste carece de alternativas, lo que empeora el problema.
Por esta crisis ya se prendió la luz roja en EEUU, que de país campeón en la desregulación ilimitada del mercado, está pasando, vertiginosamente, a ser paladín de su regulación, materializada desde nuevas leyes fiscalizadoras para combatir la descomposición del mercado, hasta detenciones y posibles encarcelamientos de los empresarios corruptos. O sea, el Estado fiscalizando al mercado como la única solución a la crisis moral del capitalismo: la corrupción en que ha caído el neoliberalismo salvaje por la autorregulación del mercado.
La UDI, Partido Popular y sus todopoderosos empresarios fundamentalistas del neoliberalismo salvaje y antropófago, deberían aprender la lección. Y exhortar, urgentemente, a un reciclaje de su política económica y social ortodoxa si quieren tener algún futuro viable.
II. JOAQUÍN LAVÍN: ¿UN POLÍTICO APOLÍTICO?
Cualquier acercamiento a la figura de Joaquín Lavín exhibe un pasado político tan inquietante que agarrota; ese pasado, que él y su partido cincelan con esmero para que se olvide, y así darse manos libres para asumir, impunemente, los valores de la centroderecha. Pero pese a ese esfuerzo, cualquiera aproximación a Joaquín Lavín, si uno quiere ser medianamente riguroso con la verdad histórica, está determinada por su pasado político. Ese pasado hace que su figura sufra, inevitablemente, una significativa fisura.
Y es que su origen político proviene del régimen totalitario de la dictadura de Pinochet, en el cual se formó, trabajó, apoyó y continúa justificando hasta el día de hoy. Y esto no es precisamente una perogrullada: Joaquín Lavín está comprometido política, moral y éticamente con una dictadura que no sólo puso en gran riesgo el bienestar de Chile, sino que destruyó el fundamento mismo de todas nuestras libertades; sacrificó las garantías básicas de nuestro sistema político, y, además, y esto sin lugar a dudas no es una bagatela, violó sistemáticamente, a través de la implementación del terrorismo de Estado, todos y cada uno de los Derechos Humanos fundamentales, como el primero de todos: el derecho a la vida. Las consecuencias de la dictadura son tan ciertas como aterradoras: hubo la decisión política, apoyada activamente por este político, de reducir a cenizas a todo el que se opusiera a su totalitarismo. Con un pasado político como el que ofrece Joaquín Lavín, en cualquier democracía desarrollada lo hubiese borrado del mapa político para siempre, por ser absolutamente impresentable.
Ahora bien, si estudiamos su discurso político, descubrimos que todo el material es extremadamente homogéneo. Una y otra vez se desmarca de la política y de los políticos y, paradojalmente, de ser político. Esta trivialización de la política ha terminado imponiéndose; tanto que ahora para ser moderno, estar «in», o ser «polítcamente correcto», se debe rechazar la política y los políticos. En cualquier caso, esto último no es un fenómeno privativo de Chile: esta estrategia política -de hacer política contra la política y argumentando que no se es político- ha estado germinando en el espacio europeo desde hace bastante tiempo. Todos los partidos de ultraderecha (que también se hacen llamar de centroderecha) han trabajado activamente con esta categoría, dándoles excelentes resultados; y hay flamantes ejemplos: los gobiernos de Italia, Austria, Holanda y Dinamarca cuantan en sus conglomerados con partidos neo nazifascistas, que gritan a los cuatro puntos cardinales su desprecio (¿o su fobia?) a la política y a los políticos.
Fuera de parecerse demasiado a la máxima tristemente célebre en el panorama político chileno, eso de «los señores políticos» del dictador -lo que indica claramente una prolongación del discurso pinochetista en Lavín- se hace política y se es político las veinticuatro horas del día argumentando contra la política y los políticos. La picaresca política perfecta. La supuesta pureza diamantina y angelical de Joaquín Lavín al ubicarse por sobre la política y los políticos, fuera de ser un vicio mimético y mediático, es altamente demagógico y oportunista.
Este modo de ejercer el poder exibe, a menudo, un agrio desprecio por los políticos visionarios, los que proponen cambios estructurales a largo plazo en beneficio de las grandes mayorías; y que es en definitiva lo que uno espera de un verdadero líder político. Por desgracia, no es el caso de Joaquín Lavín. Bajo la quimera del «cosismo» (concepto made in Chile) no propone nada relevante y nuevo, sólo persigue un efecto inmediatista. Toda la permanente escenificación de las «cositas» de Joaquín Lavín, con todos los elementos del arte del más feroz marketing, esconde en realidad la incapacidad política e intelectual para proponer algo nuevo que solucione los problemas de la gente en forma estructural, y no sólo del y para el instante. El caso de la venta del derecho de agua de la Municipalidad de Santiago a la empresa Aguas Andinas, un derecho, por lo demás, que era patrimonio de la comunidad, es el más claro ejemplo de que su forma de administrar el poder no ofrece nada nuevo, es sólo más de lo mismo: un neoliberalismo excesivo y excluyente, tremendamente agresivo, salvaje y cortoplacista; el típico y tópico neoliberalismo al que nos tenía acostumbrado la dictadura, carente de beneficios sociales a largo plazo para las grandes mayorías, y que beneficia sólo al sector privado. La verdad, se hace difícil entrar en una crisis de admiración por Joaquín Lavín despues de examinar la envergadura de este negocio. Sólo se puede entender por la desesperación de lograr cobertura financiera para poner en marcha un nuevo aluvión de sus ya famosas «cositas», como botones de pánico, carritos asiáticos como transporte público, piscinas ridículas, o, pistas de nieve para el «populacho» en pleno verano y que se derriten al segundo día.
La verdad, es que el «cosismo» no es más que un batiburrilllo de ocurrencias extremadamente cortoplacistas que terminan siendo un absoluto despropósito. No es fácil aceptar tanto ditirambo, más aún cuando los medios de comunicación de la derecha, que representan cerca del 70 por ciento del total, publicitan hasta el vértigo. Pero lo que más irrita, es comprobar que este «cosismo» sólo es dado a recetarnos sedantes para los grandísimos problemas que aquejan a Chile. Y esta especie de política de espectáculo-disneylandia, termina siendo una gran carcajada a los problemas reales de Chile.
El escritor austriaco Robert Musil escribió «El hombre sin atributos» entre 1930 y 1942. Ahora puede ser considerada, después de ser reeditada el año pasado, como la gran novela del siglo XXI. El hombre sin atributos es un ser que vive un quiebre social equivalente al que vivimos actualmente -por la revolución tecnológica y la globalización. Después del fin de todas las utopías e ideologías (que, por cierto, se ha transformado en otra ideología), surge el hombre sin atributos, un individuo posmoderno que a su espalda tiene la destrucción de todos los sueños y delante el vacío más completo; un ser carente de ideas e incapaz de proponer algo realmente nuevo. El líder de la (ultra) derecha chilena me parece ser, genuinamente, el hombre sin atributos.
Me temo que la impotencia de Joaquín Lavín de ser un político verdadero, y de los buenos, lo convierte en este hombre posmoderno sin atributos; en un producto creado por un multimillonario marketing; en un «cosista» profesional. Y para ser un «cosista», dicho sin acritud, no se requiere de un talento especialmente prodigioso, aunque él y su partido crean que este «cosismo» puede convertirse prácticamente en una apología de una nueva utopía, de esas invenciones que mueven el mundo. Si así fuese, sería una buena ilustración del mundo sin atributos al que nos invita, insistentemente, este político, uno más entre muchos.
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