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Sobre el libro Crecer a Golpes. Crónicas y ensayos de América Latina a cuarenta años de Allende y Pinochet.

por Marcelo Coddou
Artículo publicado el 20/12/2013

Sabido es que la crónica constituye una modalidad de literatura historiográfica consistente en la narración de acontecimientos durante un determinado período histórico y según el orden que han sucedido. Lo que este libro nos entrega son, precisamente, reflexiones lúcidas y bien informadas, sobre los conflictos de variada naturaleza que han conmocionado a las sociedades latinoamericanas en el plazo de los últimos cuarenta años. Según se nos dice acertadamente en la nota de presentación de la contraportada –sin duda redactada por el editor— “para el momento en que se acabaron las tablas del ajedrez de la Guerra Fría, América Latina había atravesado dictaduras despiadadas, sobreviviendo a una década adicional de cataclismos económicos y comprado los descubrimientos de la apertura económica que traían los Melquíades neoliberales”. De ello, precisamente, tratan las crónicas-ensayos reunidas en este libro, mostrándonos un panorama que, aunque variado y complejo, se ofrece en toda su desconcertante y dolorosa univocidad.

El término ensayo, por su parte, predispone a entablar un diálogo con un texto en que predomina un escrito en prosa, de carácter claramente didáctico e interpretativo y en el que se abordan, desde el punto de vista personal del autor, temas diversos, con gran flexibilidad de métodos y clara voluntad de estilo. Las crónicas que decíamos conforman el volumen que reseñamos, ofrecen también, de una u otra manera, los rasgos de todo ensayo bien plasmado que acabamos de anotar.

Muestra cabal de crónica en este libro es el texto del nicaragüense Sergio Ramírez, “Un cuento chino contado por un herbolario chino”. Así como “O juremos” del argentino Martín Caparrós lo es del ensayo. Pero en ambos definitivamente ocurre lo que decíamos caracteriza a la totalidad de las colaboraciones del volumen: presentan una hibridez genérica.

El texto de Sergio Ramírez –Premio Alfaguara en el 98, Premio José Donoso en el 2011–, constituye una apasionante historia, magistralmente plasmada, de los intentos ya seculares por construir un Gran Canal en Nicaragua, lo que, entre otras desgracias, convertiría al Gran Lago de Nicaragua, el segundo más grande de Latinoamérica, en un pantano. “La idea de un canal es cíclica, como si el país estuviera atado a una rueda que siempre se detiene en ese número, como una ruleta maldita” escribe Sergio Ramírez. La crónica apunta de preferencia al acontecer actual de tal proyecto, impulsado por Daniel Ortega, el guerrillero convertido “en la farsa de sí mismo, un hombre atenazado al negocio del poder” (p. 154).

El ensayo “O juremos” de Martín Caparrós –Premio Planeta Latinoamérica el 2004, Premio Herralde el 2011—atiemde, principal no exclusivamente, a los años setenta en que las dictaduras apelaban al discurso patriótico para justificar la muerte, real y simbólica y cómo ese discurso ha perdurado: “cada vez que un poder se queda sin palabras, recurre a las sabidas: patria, muerte . O juremos con gloria morir“ [como se hace en el Himno Nacional argentino] (p.32).

Al estar escritos estos trabajos por ensayistas y no por sociólogos, politólogos, economistas, historiadores, antropólogos, — en fin, no por especialistas en un determinado ámbito objeto de riguroso estudio científico, con una jerga especializada que restringe su espacio de recepción, haciendo ésta posible tan sólo al de otros especialistas en la misma disciplina–, se abren ellos a una lectura comprensible por parte de lectores cultos e interesados en los temas de que tratan. Lo dicho no debe dar a entender que aquí falta el rigor y el estudio serio de cada aspecto sobre el que se escribe. De ninguna manera. Lo que queremos señalar es que cualquier persona con interés efectivo por las realidades socio-políticas que se le presentan en estas crónicas-ensayos, y que esté provista de un conocimiento previo básico sobre cada dimensión problemática cuestionada por tales escritos, sacará enorme provecho de las perspectivas de análisis que se le ofrecen sobre ellas y de los conocimientos puestos a su alcance en una prosa enriquecida por el atractivo de esa plasmación literaria que mencionábamos.

El editor, Diego Fonseca, aclara en la Introducción al libro lo que constituye la temática común de los diversos trabajos. O, mejor, nos guía en las razones de su conformación y, así, también nos ayuda a explicarnos en qué sentido debe entenderse el sugestivo título, eso de “América Latina a cuarenta años de Allende y Pinochet” y ese “crecer a golpes” que de seguro asombra e inquieta a quien por primera vez se enfrenta a tal título. Citemos de la Introducción:

La historia se nos ha vuelto un álbum de fotografías familiar: la instantánea de Chile fue también el retrato de muchos otros países. La máquina del terrorismo de Estado, burocrática y feroz, barrió con las voluntades, corrompió morales. El odio y el miedo se mezclaron en el aire. Miles fueron detenidos y miles desaparecidos. Los opositores perdieron su condición humana: la noche militar fue una larga temporada de caza de ideas, las personas apenas una carcasa portadora (p.XIV).

Cada uno de los artículos toca aspectos de esa temática. Y lo hacen atendiendo a la realidad histórica del largo plazo—el que va desde la conformación de la Unidad Popular , el gobierno de Allende y el golpe militar del 73 en Chile, hasta el inmediato presente—, cubriendo aspectos resaltantes del acontecer en Chile, Argentina, Brasil, Perú, Colombia, Venezuela, Nicaragua, El Salvador, Guatemala, México y Cuba.  Mas también España y Estados Unidos. La inclusión –¿inesperada? , ¿inoportuna?—de estos dos últimos merece una breve explicación. Nos la da Fonseca cuando recuerda que la primera es la Madre Patria –de la que nacimos en el largo proceso histórico que va desde el llamado “descubrimiento” hasta la consolidación de las repúblicas independientes– y el segundo puede ser considerado el Padre Político o, como se decía antes, el Tío Sam, cuya gravitación en el devenir de nuestros pueblos sería absurdo e imposible negar. Los ensayos-crónicas que le están dedicados a estos “progenitores” nuestros cubren una importante gama de asuntos que muestran que, en definitiva, no pueda tratarse de Nuestra América, sin atender en ese proceso, en el grado que sea necesario, a España y a los EE.UU. El autor del ensayo sobre este último país es el conocido periodista Jon Lee Anderson, miembro del prestigioso The New Yorker. En él enfoca el cambio acontecido en su país en las últimas décadas: de los ideales de libertad y progreso en los sesenta, a lo que Diego Fonseca denomina –en su presentación del ensayo del norteamericano—la Inquisición recreada por los pastores neoconservadores. O, también en palabras del argentino: de una democracia confiable a una sociedad de ciudadanos temerosos de su gobierno (p.304). El recuento emprendido por el periodista norteamericano tiene como uno de sus puntos culminantes la revisión de cómo Ronald Reagan inauguró esa filosofía neoconservadora de tierra arrasada. Sintetiza, y lleva a reflexionar sobre ello, el proceso por medio del cual Estados Unidos financió o apoyó a todos los gobiernos de derecha y a las dictaduras militares “para las que pensar a la siniestra del centro era objeto de prisión o muerte” (p.305).

En la Introducción al libro Fonseca nos aclara las razones por las que éste lleva el título que lleva, otorgándole a Chile un protagonismo que en nada lo honra: “El golpe de Pinochet en Chile no fue la primera dictadura—esa fue la del paraguayo Alfredo Stroessner-– ni la más brutal—ese deshonor se lo disputan varias–, pero adelantó procesos que otras naciones vivirían más tarde. Chile fue el primer experimento neoliberal de la región, la economía pionera en abrirse al mundo, el Estado que declaró el primer impago de la deuda. Sus empresarios estuvieron, también, en la proa de la internacionalización. Y Chile fue, también, el primero en consagrar la impunidad con una ley de amnistía general en l978, y esa herencia –la ausencia de revisión del pasado—ha sido más común en la región—más unificadora—que la pervivencia de los problemas” (p.XV).

El ensayo inaugural del volumen que reseñamos está dedicado, por las razones que recién viéramos, precisamente a Chile y se debe a Patricio Fernández, quien es, como bien se sabe, el director y fundador de la exitosa revista The Cilinic. La presentación de este ensayo –como la de todos los del volumen—se debe a Diego Fonseca y su título es muy decidor: “País esquina, fin y centro del mundo”. Tal introducción se abre con una frase también magistralmente sintética: “Y entonces ,por un momento, la periferia fue el centro”. En su escrito Patricio Fernández se encarga de hacernos comprender, precisamente, en qué consistió tan dudoso privilegio, el que sintetiza en frase clave: “Es muy raro y no completamente explicable, pero Chile fue un laboratorio de experimentos internacionales” (p. 3). El trazar la historia de este fenómeno lo lleva a cabo aunando, inteligente y logradamente, la vida pública y privada del país con su propia vida. Citaré un largo párrafo de la lúcida introducción del editor, Diego Fonseca, a este ensayo de Patricio Fernández porque creo que en él se aprecia con meridiana claridad lo que el escritor chileno demuestra en su escrito. Cito:

Hay un Chile supuesto –el gran ganador de las economías regionales, el jaguar sudamericano, el país metódico que llegaría a ser el primero desarrollado de América Latina—y un Chile más real, con demandas insatisfechas y el pasado todavía colgando del cuello. Chile comenzó a construir los beneficios que sus ciudadanos tienen en democracia luego de que, tras la crisis de 1982, el pinochetismo se volvió más pragmático y financió la expansión de las empresas locales y la economía abierta atrajo más capital. Los resultados han servido de arma arrojadiza para quienes creen que un gobierno autoritario con crecimiento es preferible a una democracia pobre (p.5).

Lo citado –repito—sintetiza muy bien lo medular del escrito de Fernández, aunque deja, por supuesto, sin considerar otros aspectos complementarios que ese escrito también ofrece.

No intentaremos apostillar la totalidad de los restantes trabajos del libro, salvo el de Boris Muñoz dedicado a su país, Venezuela, y a ese líder carismático que fuera Hugo Chávez. Y eso por dos razones que se complementan: nadie puede dudar de lo compleja y discutible que fue la imagen del carismático líder y su proyección en ámbitos que trascienden al de su patria, a la que él re-denominara como República Bolivariana de Venezuela. La otra razón es por lo plasmado, estéticamente hablando, que resulta el enunciado crítico-ensayístico de Boris Muñoz, quien se nos muestra como un verdadero maestro en el uso del español escrito.

En los setenta, recuerda Muñoz, Venezuela estaba entre los pocos países que iban a contracorriente de las dictaduras de la región y su mantenida democracia estaba abierta a los exiliados del sur. Frente al genocidio pinochetista y de otros sátrapas, Venezuela vibraba moderna, próspera, solidaria. “Un país sándwich entre la brutal violencia represiva que padecía América Central y la brutal violencia represiva que padecía el sur (…) El país del whisky y el petróleo, pero también de las autopistas, el desarrollo siderúrgico y los intelectuales y académicos que huían de la peste militar” . (Recordemos, por nuestra parte, que entre estos últimos figurarían, entre muchísimos otros, Gonzalo Rojas, Isabel Allende, Tomás Eloy Martínez y un extenso etcétera). Ese país tan entero se desmoronaría, estripitosamente, con los años y el ensayista traza el curso que asumiría lo que une al golpe en Chile con la muerte de Chávez, cuestionando, al mismo tiempo “el alcance de aquella idea de una nación triunfante, tal vez un sueño exagerado”, en palabras del editor Diego Fonseca (p. 124). Por otro lado, la imagen que de Chávez nos muestra Muñoz alcanza toda su dimensión justa cuando afirma:

Hay algo muy poderoso en esa idea de la Venezuela trascendente (,,,)Hemos tenido la idea del destino manifiesto, sin dudas. Los grandes nombres de Venezuela se han propuesto la liberación de América del Sur del poder imperial (id).

Se está refiriendo, claro está, al hecho de que Chávez pretendía vivir el ethos de las naciones que se suponen superiores: como el presente fue degradado, hay que recuperar la pureza que sólo existe en el pasado. De allí su “República Bolivariana de Venezuela”, con todo lo que implica la carga simbólica del término. A ojos críticos –y dolidos—del ensayista: “Chávez dio nuevo brío al ideal igualitarista venezolano, pero apenas muerto nada más queda una versión pervertida de eso. Chávez era la pantalla total, absorbía toda la luz. Podía representar todo; sin él se ve el desmadre” (p. 125).

Pretendemos que lo hasta aquí hemos considerado constituye suficiente muestra del extraordinario valor de este importante aporte a la comprensión de nuestra historia inmediata, la del plazo de los últimos 40 años. Los ensayos-crónicas que acompañan a los aquí reseñados merecen la misma lectura atenta que éstos.

 


1. Diego Fonseca, además de ser escritor de obras de ficción, es editor asociado de la revista de crónicas Etiqueta Negra y ex editor general de AméricaEconomía, “la principal revista latinoamericana de economía y negocios”, según se nos indica en la contraportada del libro que reseñaremos. Este fue editado por C.A.Press, miembro del Penguin Group (EE.UU.), New York, 2013.
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2 comentarios

lo que comenta muños referente al carisma de Chavez, es verdad era una figura carismática pero lamentablemente, dejo una estela de odios y rencillas entre los venezolanos.ahora esa son las consecuencias de lo esta viviendo nuestro país.

Por otto el día 07/04/2016 a las 20:34. Responder #

He concluido la amena lectura del libro, y como guatemalteco opino que lo escrito por el Sr.Francisco Goldman no muestra una realidad macro del pais y su reciente historia, como lo hacen el resto de cronicas del libro; como por ejemplo la de Nicaragua, Venezuela y España.
La seudo-cronica del Sr. Goldman se enfoca en unas entrevistas a los protagonistas de los hechos…de un lado de la historia.. sin mencionar las imparcialidades que la juez Yassmin Barrios cometiera duramte el juicio a Rios Mont. Considero que el editor pudo haber tomado una cronica mas global del «pais de la eterna primavera» que decimos ser.

Por alejandro matheu el día 20/04/2014 a las 13:04. Responder #

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Requerido.

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