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El oficio del improductivo.

por Agustín Toro
Artículo publicado el 01/12/2006

Han pasado más de tres lustros desde la fecha tope orweliana y algunos la recordamos como un año simbólico más de aquella década en cuyo final se derrumbaron los últimos vestigios del muro separatista. El sueño leniniano-stalinista ya estaba superado hace mucho, las últimas piedras fueron el recuerdo final para las siguientes generaciones, ¡yo estuve ahí, y tengo un recuerdo, era la consigna!. La década fue el recurso extremo de manutención del statu quo asiático-occidental que lo diferenciaría de la plaza del lejano oriente. La primavera de Praga y su remedo de Tlatelolco no eran la alternativa más adecuada para repetirla en estos tiempos. Sin embargo, como todo fenómeno natural y social, el desprendimiento de parte de la roca en la cumbre forman un efecto de avalancha que nadie puede detener ni controlar. No estaba en la intención de la glasnot cambiar el equilibrio de poder, se requería un cambio de imagen para que se mantuviese la consigna de Lampedusa. El hastío contra la opresión y la falta de libertad económica no fueron las causales determinantes del cambio necesario, fue el avance silencioso pero constante del improductivo. La motivación al trabajo, leit-motiv de la eras anteriores, no convencía a la nueva sangre ni tampoco ahora a la vieja guardia. Lo productivo perdió su esencia pues no tenía un sentido de proyección ni tampoco un carril adecuado por donde transitar. El mando se hizo estático, las metas hablaban por sí solas y los números reemplazaron a la iniciativa y al trabajo real. Se hiciera o no, por decreto debía suceder lo planificado y el cumplimiento de metas. No importaba la cantidad real incrementada sino el guarismo indicador del progreso. Ergo, como consecuencia de esto a nadie le importaba lo general ni lo particular, la uniformación perentoria en la media no elevó la productividad sino más bien la bajo a niveles cada vez más pequeños y por tanto coartó a aquellos intrépidos que osaban superar aquel estadístico divinizado. Era el paraíso de la inacción, la improductividad fue la norma y la trasgresión punible su antónimo. Por cierto aquello no era en absoluto el sueño leniniano ni la conveniencia de la casta perpetua de la partidocracia. ¡El cambio debía suceder!

En occidente en cambio, sólo valía o cuenta el conteo físico del producto, no importa a qué costo y cómo, pero también la mano conductora está alejada de la base generadora, sin embargo no así sus verificadores. Es cierto, en la década de los ochenta no se dio en rigor el pronostico de Orwell, pero no por falta de fundamentos probatorios sino porqué él, prosaico occidental, no recurrió a la metáfora y la parábola sino que vanidosamente incursionó en la descripción. Así como hoy todavía nos ilusionamos con Nostradamus y los textos bíblicos, este ingles quiso dar un panorama más real de la situación concreta. Se olvidó que el pronóstico es verificable en el tiempo y espacio, no así la siempre acertada profecía. El hermano mayor es sólo el tutor y la vigilancia es indirecta. Aquellos optimistas universitarios combinados con el Pentágono que dieron vida a la  Arpa net, hoy la universalmente conocida y utilizada internet, no vislumbraron el efecto futuro de ésta, jamás barruntaron su uso como tampoco lo hicieron los creadores de la fisión del átomo. El Arpa, resabio mitológico al igual que la flauta, lleva a las muchedumbres encantadas al camino que se les señala y quizá a cumplir las profecías hegelianas. Lo malo es que en toda esta vorágine no hay una cabeza visible y eso puede traer como consecuencia la misma desorientación consuetudinaria que ha tenido la humanidad. El órgano de los órganos no sólo generó vocablos interpretativos y representativos del manu dare y sus acepciones, sino que generalmente es la guía explícita que requiere la muchedumbre organizada o la conglomerada, pero que precisa de la sistematización estructural para la convivencia o al menos la pervivencia societaria, para encauzar su rumbo.

El refugio del improductivo occidental no es la falta de actividad, lejos de él tal cosa, lo malo es que la acepción lata aristotélica no es la misma que la weberiana generalizada y aceptada. Es el hacer que usualmente redunda en beneficio individual. El improductivo comete dos sacrilegios a la doctrina de Ford a saber, primero elimina el obrar y segundo no contribuye útilmente al proceso colectivo de generación de satisfactores intercambiables, y aunque sí lo hiciera, su utilidad para el conglomerado no siempre sería benéfica para la estructuración social. En esto están de acuerdo los individualistas acérrimos de la libre competencia y aquellos que no pueden vivir sin lo colectivo como un fin en sí mismo. Los primeros jamás le darán primacía al valor de uso y los segundos sólo les da sentido el valor de uso social sistémico, no importando en absoluto lo pregonado por el autor de los manuscritos de París.

Si  el obrar y producir implicara colaborar en un proceso de práctica metódica, o en el mejor de los casos en uno poyético, con un producto definido tanto lo productivo como lo improductivo, sin guía pero con sentido, inserto en la estructuración societaria, es inicialmente censurado pero luego aceptado; el estereotipo improductivo estaría cumpliendo su rol de alguna manera, no generaría aplausos y loas pero no sufriría el escarnio público. Su escape será aceptado, como un Emmboscado pródigo, y su contribución será valorada como real sólo cuando el venerado producto emergiese con su característica sine qua non que es la utilidad inmediata y solamente en contados y comprobados casos se le considerará también la mediata. Si en cambio, lo improductivo implica generar o realizar las actividades que mantienen el statu quo con livianas críticas inherentes a una sociedad pluralista, que validan la postura de la mayoría, perdiéndose el miedo a la unanimidad que genera desconfianza, la situación se vuelve diferente y tendría una utilidad pequeña pero necesaria, aunque él queda confinado a la marginalidad.

Ahora bien, se podría afirmar que la lacra social del no productivo no es tanto por no generar mayores condiciones de confort o no acomodarse graciosamente al esquema que la sociedad le fija sino que es un recordatorio hamletiano para los Horacios hegemónicos señalando que en el cielo y en la tierra hay más cosas que las que están en su filosofía. Esta pseudofilosofía no es el discernir y búsqueda de las primeras causas sino más bien fundamentar lo fáctico provocado. ¡ Ni siquiera a los hados se les deja espacio y libertad para sus juegos!. Las ideas y entes abstractos sólo serán útiles en la medida que generen acción y ello trae necesario la creación y la mantención del símbolo. Aquel espacio indeterminado lo suplirá el mito ad hoc ¡ No deben quedar cabos sueltos!. A falta de símbolo consolidado, el proceso de impronta significa que la figura demasiado visible caerá en un culto extremo a la personalidad como el nefasto georgiano o el locuaz caribeño,  pues la dirección de la mano invisible smithoniana no la cree nadie, ya que sus hilos de  titiritero que la mueven a su arbitrio no se exhiben insistentemente pero se perciben. El improductivo hace caso omiso de ambos, pero en la mayoría de los casos este sin-jefe o conducción no se siente cómodo en esa situación y lo único razonable que encuentra es atentar con la forma instituida que lo  conduce. No busca la condición posterior ni tampoco es capaz de darse a sí mismo una conducción positiva. El anarquista como devastador del statu quo gana en la mayoría de los casos al Anarca, que busca la anhelada autonomía, aunque las condiciones no están dadas aún para él, y quizá tampoco se darán en el futuro, a no ser en un plazo mediato. De esta forma, la hegemonía del Anarca no irá nunca allende de su propia persona porque si no el mundo sería no convivible. Sin embargo, anarquista o Anarca requieren de lo mismo, a saber, la sociedad en que viven pero en sentido diferente. Uno para destruirla, el otro para tener opción de elegir ya que no podría vivir eternamente como anacoreta.

La extrema productividad se grafica como un canódromo, con liebre sintética, donde los titanes hacen competir a moros y a cristianos. Por más que se incremente el rendimiento y la velocidad la liebre irá más rápido, es humanamente inalcanzable, y si hipotéticamente se lograse, el bocado sería fierro o plástico insaboro. A veces es más saludable contemplar el espectáculo, sentirse parte de él como trama, espectare, pero sin el esfuerzo agotador del competidor. Si ser improductivo es no seguir en el ruedo del canódromo, me congratulo de ser productor sólo para mi ego, éste también es a veces inconmensurable y se expande allende los límites permitidos pero  el sueño y el descanso todo lo reduce al inicio. Por suerte los dioses hicieron al ego expansible y reducible como un órgano vital cualesquiera para que no nos voláramos cual globos o reventáramos a cierto grado de hinchazón. ¡ Improductivos del mundo, unios, aunque sea en ensoñaciones, para que los dioses terminen el canódromo como espectáculo Titánico antes del Argamedón!

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