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El silencio de las lecturas.

por Carlos Yusti
Artículo publicado el 04/06/2017

«Donde quiera que estemos lo que oímos más frecuentemente es ruido.
Cuando lo ignoramos no molesta.
Cuando lo escuchamos lo encontramos fascinante».
Jhon Cage

En el exhaustivo libro, una historia de la lectura de Alberto Manguel cuenta como San Agustín descubre al primer lector silencioso en la persona del obispo Ambrosio, canonizado mucho tiempo después al igual que San Agustín. Al parecer era costumbre leer en voz alta, no obstante Ambrosio tenía una particular manera leer y en sus confesiones San Agustín escribe que cuando él leía sus ojos recorrían las páginas y su corazón penetraban el sentido; mas su voz y su lengua descasaban. Manguel explica que debido a que los libros se leían en voz alta no era necesario separar las letras que conformaban unidades fonéticas, sino que se enlazaban unas a otras en frases sin solución de continuidad. De alguna manera esa lectura silenciosa realizada por Ambrosio iba a ser decisiva en la construcción textual de los libros impresos como los conocemos en la actualidad.

En nuestros días el silencio nunca se ha valorado en su justa medida. Absorbidos y triturados por el bullicio constante tenemos esa vaga noción de que el silencio no existe. En la antigüedad (y quizá hoy en puntuales organizaciones espirituales) algunas sectas o escuelas filosóficas, sobre todo orientales, basaron sus fundamentos en el silencio. La contemplación y el más alto grado de meditación tenía como precepto básico desechar por completo el lenguaje. George Steiner escribre: «El santo, el iniciado, no sólo se aleja de las tentaciones de las acciones mundanas; se aleja también del habla. Su retiro a la cueva de la montaña o la celda monástica es el ademán externo de su silencio». Desechar las palabras para ir en busca del silencio tiene hoy ese toque místico (y hasta exótico) y es considerado cono bisutería orientalista a la que echan mano muchos escritores de autoayuda.

Algunos compositores como John Cage consideran al silencio como parte esencial en su obra. Por Internet se pueden escuchar dos de las piezas más emblemática de este compositor como lo son 4’33» y 0’00». Con respecto a estas piezas Cage ha dicho en una entrevista: «La primera 4’33», es para uno o varios músicos que no producen sonidos. La segunda 0’00», indica que una obligación respecto de otro debe ser cumplida, parcial o totalmente, por una sola persona».

El escritor Heinrich Böll tiene un cuento, los silencios del Dr. Murke, que cuenta la rara peripecia de coleccionador de silencios. El doctor Murke es un hombre gris sin ningún encanto especial, era gradudado en algo y trabajaba en la radio. Hastiado de su monótona y ruidosa vida optó por coleccionar esos espacios en blanco que sucedian en una entrevista, en ese hueco antes de sonar un disco, etc. Murke se dio a la tarea de recortar esos espacios de silencios para confeccionar una cinta que luego escuchaba en solitario en su casa. Un día alguien en la emisora le preguntó que rayos hacía “… Es que colecciono un tipo especial de recortes. –¿Qué tipo de recortes? – preguntó Humkoke. –Silencios – dijo Murke–, colecciono silencios.”

Leer un libro necesita de tiempo, un mínimo espacio y de algo de silencio. Recuerdo mi juventud en el barrio en el crecí. Me miro tumbado en el sofá de la sala aislado del mundanal ruido del barrio, del dolor sonoro de muchos vecinos, de la alegría, de un disparo retumbando a lo lejos, de una fiesta ruidosa cuatro calles más allá, del grito de la vecina en feroz discusión con el marido, del ritmo jadeante de alguna pareja amparada en la oscuridad de la calle, todo esa sonoridad vital se reducía o se apagaba del todo cuando mis ojos, pero sobre todo mi corazón, recorrían la página buscando desentrañar el sentido de las frases, tratando de comprender las complejas rutas de la memoria y la imaginación.

Si al igual que el Dr. Murke, fuésemos capaz de capturar ese silencio de las lecturas, de los muchos libros leídos, de seguro se podría comprobar que el mundo tiene un sonido vital constante tan necesario como ese silencio igual de escurridizo o como lo expresó Jhon Cage que sabía un poco más del sonido que yo: “La experiencia del sonido que prefiero sobre todos los demás es la experiencia del silencio. Y el silencio en casi todas partes del mundo ahora es el tráfico. Si escucha a Beethoven o a Mozart, ve que son siempre lo mismo. Pero si escucha el tráfico, ve que es siempre diferente.”

Ese silencio impregnado de palabras sucede en el momento que nuestros ojos recorren la página del libro y es bastante diferente cuando leemos en la Tablet (o en el computador) en la que por lo general la música está de fondo (o hay un sonido mínimo del dispositivo electrónico).

El silencio es terrible ya que puede llevar a cualquiera a encontrar el abismo de su propia interioridad. En un relato distorsionado de Kafka sobre el Odiseo homérico este asegura que: “Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio”.

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