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Para los que amamos el futbol.

por Simón Silva Quezada
Artículo publicado el 07/07/2015

Cuando llego el momento de los penales reaparecieron en mí, bueno como en todos, los fantasmas de hace un año, salvo con una diferencia, esta vez no fue el palo de Pinilla lo que antecedía esta definición tortuosa, sino una salvada milagrosa de Chile en el que Higuain pudo cerrar el partido y con ello todas nuestras ilusiones de vivir un momento histórico, más que para el deporte chileno, para los que amamos el futbol y vemos en cada una de sus jugadas, estrategias, triunfos y derrotas una analogía de la vida.

Primer lanzamiento, Matías Fernández frente al punto penal y yo ya había decidido como hombre ver los penales fuera cual fuera el resultado, por un momento pensé cobardemente en irme al baño y escuchar a lo lejos aquello que no me dejaba razonar, el triunfo. Pero no, tenía que verlo y aprender nuevamente a asumir de pie las derrotas. Goool de Chile, lo gritaron mis vecinos que tienen una señal donde ven primero que nosotros el gol, pero debía comprobarlo con mis propios ojos y si, goool de Fernández. Desde que empecé a correr jure no fumar más de tres cigarrillos diarios… ya llevaba seis y aún quedaba una larga jornada y mis nervios pedían a gritos más nicotina para calmarlos y volverlos de fierro. Messi caminaba hacía el arco sur con la frialdad que tienen solo los mejores, aquellos que saben que no será su última final. Claudio Bravo aplaudía para alentar a su corazón y ser una leyenda de una pobre historia futbolística, gol de Messi, al rincón izquierdo de Bravo quien intuyo el lado pero no pudo con la precisión y excelencia en la ejecución de la pulga. Es hora de Arturo Vidal, el Rey de Chile, el niño símbolo de los perdonazos, fiel reflejo de la canción “Sueños de niñez” de los magníficos “Miserables”. Dentro de mí pensaba en que el Rey perdería el penal y que al final del partido pediría disculpas a todo Chile y juramentaría ganar la Copa del Mundo de Rusia 2018. Pero no, Vidal estaba para romper su destino y limpiar su imagen a base de lo más lindo que puede existir, el deporte. Romero, el portero argentino, alcanzo a manotear el balón pero sin duda De Gavardo la empujo hacía el arco con moto y todo.

Era el Turno de Higuaín, algo me decía que este era el momento, mi viejo entraba y salía de la terraza, hablaba, gritaba, garabateaba, fumaba pero se había levantado de su sillón que tanto le pertenece, a mi otro lado mi sobrino y su polola y más allá mi viejita que alentaba con el alma hinchada porque sabía que hoy sería un día imborrable, que lo llevaremos a la tumba. Higuaín se apresta a chutear y el balón se va por sobre el travesaño derecho de Bravo. Sentía que en mi salían sonidos guturales y una respiración completamente desbordada. Saltaba con los brazos arriba como si hubiésemos ganado una revolución antifascista y que por fin se hubiese dado vuelta la tortilla para los pobres, pero no, aún faltaba el príncipe, el hijo del rigor silencioso, ya había celebrado un título internacional en este mismo estadio, solo lo dejo como anécdota para no perder la neutralidad del relato. Pensé que fallaría, que todo lo corrido durante 120 minutos le pasarían la cuenta y no tendría la fuerza necesaria para pegarle al balón, pero saco un zambombazo con aquello que tenemos los hombres y mujeres de esta delgada y larga tierra, coraje, le pego con coraje, con la rabia que tenemos todos los Chilenos por no ganar nada en 100 años, con el coraje de la injustica en las pensiones para la tercera edad, con el coraje de ser actor o bailarín, obrero o empleado en Chile. Gracias Príncipe Charles Aranguiz por representarnos en ese disparo, a nosotros, a los que poco importamos.

Es el momento de Banega. Mi papa ya estaba gritándoles a los vecinos para que ellos supieran que acá, en el departamento 22 de San Miguel también se vibraba con este emocionante partido. Escuchaba voces a mí alrededor, era mi familia pero no los podía oír y miraba el televisor y tampoco lo podía ver, es más bien poco lo que recuerdo de ese momento y no es porque haya injerido alcohol o algún sicotrópico, al contrario estaba muy sano. Suena el pitazo y Claudio Bravo vuela junto hacia el rincón derecho y con él iba el Sapito Livingstone, junto a patricio Toledo, a Marcos Cornez, a Daniel Moron, a Superman Vargas, Al loco Peric, a Escutti, a Marcos gato Osben, voló junto al más grande junto a Roberto Cóndor Rojas y tapo algo que parecía imposible, detuvo con sus manos la derrota en la conciencia de los Chilenos, nos tapó la boca a todos y me incluyo a los que criticamos y criticamos y reclamamos y reclamamos en vez de invertir ese tiempo en construir desde lo más básico un Chile mejor.

Ya estaba todo listo solo era dar el golpe de Nocaut y se viene el niño maravilla caminando como en su infancia, cuando iba a los entrenamientos quizás sin desayuno o con un pobre almuerzo y con unos zapatos rotos de tanto jugar. Mi corazón ya no daba más se me había olvidado mi cuerpo por completo, no sentía ni mis manos ni mis piernas solo la posibilidad de ser Campeón. Corre Alexis y le pega como tantas veces nos derribaron, como tantas veces nos humillaron, como tantas veces nos hicieron callar, definió como un campeón del mundo, como un irreverente, como dirían los argentinos: Como un Dios. Un toque suave como si fuese de Pool, elegante, fino, estético. Esa forma de chutear el penal nos demuestra que podemos ganar con grandeza. Chile Campeón, todos corrían a abrazarse, el gran Gary se tomaba la cabeza como no creyéndolo y en mi casa envolvíamos nuestros cuerpos con lágrimas, eran lágrimas de incredulidad, de esfuerzo, de años de ver futbol sin ni una esperanza y que ahora el “nunca jamás” se iba de nuestro hogar para siempre. Gracias Chile, gracias futbol por esta nueva lección de vida.

Simón Silva Quezada
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Requerido.

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