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REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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Una lectura de Puig (3). Agotamiento, repetición y falla.

por Rogelio Demarchi
Artículo publicado el 17/01/2013

1. El tratamiento de la cuestión política argentina en Pubis angelical (1979) y Maldición eterna a quien lea estas páginas (1980) demuestra que Puig cayó en lo que casualmente rechazaba de la literatura latinoamericana: enredarse en o con la política [cfr., Jill-Levine, 2002]. Por el contrario, ahora el peronismo será un tema explícito en Pubis e implícito en Maldición, como si ambas fuesen la natural continuación de El beso, primero a través de un abogado defensor de presos políticos (Pozzi), luego a través de un ex preso político que ha tenido actividad en el campo sindical (Ramírez).

En algún sentido, se podría pensar que ambas novelas son las dos caras de una misma moneda: cronológicamente, si la primera abarca el gobierno peronista de María Estela Martínez de Perón (1974-1976) —con alguna lógica referencia a las presidencias de Héctor Cámpora (1973) y Juan Perón (1973-1974)—, la segunda transcurre en plena dictadura (1977-1978); en ambas, los peronistas de izquierda, entiéndase Montoneros, son perseguidos, detenidos legal o ilegalmente y asesinados, o, en el mejor de los casos, exiliados.

Sin embargo, ninguna de las dos está a la altura de El beso, acaso el punto culminante de la creatividad y el estilo de Puig. Si Maldición, como intentaré explicar, es una novela fallida, Pubis repite demasiado lo central del esquema de las novelas de Vallejos —La traición de Rita Hayworth y Boquitas pintadas— colocando en su centro una mujer cuyo imaginario está dominado por el cine, el folletín y el melodrama.

 

2. Pubis nos lleva a México, a fines de 1975, a través de una mujer argentina, Ana, convaleciente, hospitalizada, operada de un tumor (se habla de cáncer). Medicada con calmantes, tiene delirios o sueños cinematográficos que constituyen un “plano” del relato. En el otro “plano” del relato, cuando está consciente, es visitada por Pozzi, un abogado que defiende presos políticos y que llega a decir que de ella depende algo muy importante, o escribe un diario.

Ana debe de haber nacido hacia 1945; en 1959, a la muerte del padre, fantaseaba con su próxima fiesta de 15; estamos en 1975, tiene 30 años. Pozzi dice que tenía 15 años cuando cayó Perón (1955), de modo que habría nacido en 1940; en este 1975, tiene 35 años.

A través de las páginas del diario íntimo de Ana o de las charlas con sus visitas, conoceremos la historia de su vida y su forma de ver el mundo. Tanto su ideología como su lenguaje rozan la esencia de la tilinguería. Si la palabra es su uso, cuando la usa una clase social determinada, ésta se constituye como tal en el decir del sujeto. Para Ana se come, no se cena; se toma el té, no la leche. Y la condición femenina implica ser una muñeca sentimental porque la condición masculina es ser de piedra, de modo que en el hogar conviene que el hombre lleve la batuta; hasta resulta natural que así sea si una decidió estudiar Letras, una carrera que no da plata…

Pero Ana no es tilinga de cuna. Aprendió a aparentarlo en el colegio secundario al que sus padres la mandaron para que se codeara con las tilingas de verdad. ¿Qué es más peligroso, entonces: una tilinga de verdad o una que falsea su tilinguería creyendo que así se cubre de alcurnia?

Teoría del matrimonio, según Ana: se trata de una prostitución legalizada y bien vista. La prostitución es la célula básica de la sociedad. El varón paga para tener una prostituta todas las noches en su casa. Formas de pago: dinero, atenciones, manutención. Problema directo: Ana llega a esa conclusión al darse cuenta de que con su ex marido se equivocó, porque fue ella la que pagó. Problema indirecto: si alguien paga, por qué pagarle todas las noches a la misma persona, o por qué el pago debe incluir un compromiso de fidelidad. Problema circunstancial: Ana no tuvo relaciones antes de casarse.

Ana y la naturaleza femenina: las debilidades de la mujer, tanto físicas como psíquicas, son naturales; no son el producto de una educación. Por lo tanto, es un error en el discurso feminista hablar de igualdad. Las feministas, para Ana, son marimachos. Una definición de la femineidad: ser mujer es perder la cabeza por un modelo de alta costura. Ana sabe que no se puede negar la realidad: ese ser mujer, así definido, puede causar cierto grado de insatisfacción; se lo puede contrarrestar actuando un personaje, la solución es jugar a la comedia, como una actriz, lo que curiosamente nos lleva ya sabemos dónde: en la educación sentimental de la mujer, el cine tendría más potencia subversiva que la teoría feminista, el psicoanálisis y otras corrientes ideológicas modernas.

¿Qué cosa es el mundo para Ana? Un enigma masculino, mezcla de competencia, agresividad y destrucción; fútbol, box, caza y guerra. ¿Y qué podrían hacer las mujeres para cambiarlo? Poco y nada porque tienen la cabeza demasiado ocupada con trapos, tapados de piel, perfumes franceses y joyas caras. Tal vez aportar un poco de sensibilidad, pero eso depende de la clase, no es lo mismo Serguéi Rachmaninoff que Julio Iglesias, por ejemplo, a quien Ana ni siquiera osaría nombrar.

Y si pasamos de la teoría a la acción, ¿quiénes son los hombres de Ana? Alejandro y Pozzi. Alejandro es el puritano, el estanciero, el nacionalista, el pretendiente de derecha al que se repugna pero por un tapado de visón para mamá se puede mentir y decirle que una lo quiere.

Dato político no menor —porque con los hombres llega la política, por supuesto—: semejante mentira se asocia al día de la madre de 1973, el tercer domingo de octubre. Juan Perón es presidente: vestido de militar —todo un gesto en el que la izquierda podría haber leído lo que se venía—, asumió el 12 de octubre de 1973. Entonces, al pobre Pozzi ya se le pasó su cuarto de hora de fama: mientras ella, como corresponde, se prostituye por derecha, él es un blanco móvil porque al favor del poder lo reciben los amigos de la Triple A, la Alianza Argentina Anticomunista —creación del inefable secretario de Perón y ministro de los gobiernos peronistas de aquellos años, José López Rega, pero muy probablemente a partir de una idea del propio Perón [cfr., Bonasso, 1997]—, que se dedica a cazar zurdos en las calles a cualquier hora del día. Para que no queden dudas: Alejandro es funcionario del nuevo gobierno en el Teatro Colón.

Para Pozzi también hay un recuerdo: en una cena, él le dice que defiende presos políticos y ella, impulsiva, le besa la boca grasienta por primera vez. Ana hace una significativa valoración del recuerdo: se ve ridícula.

Pozzi sabe de la existencia de Alejandro, sabe que Alejandro es —en el campo amoroso pero también en el campo político— su enemigo. Pozzi lo llama Belcebú a Alejandro. Es un diablo, escribe Ana en su diario, pero un diablo triste y quejoso.

Por si no queda claro: Ana se parece demasiado a las mujeres de Vallejos que en las primeras novelas de Puig tenían que enfrentar su condición social en medio de la Segunda Guerra Mundial y la emergencia del peronismo; pero ahora estamos en el segundo peronismo, en medio del discurso feminista, la revolución de la píldora y la liberación sexual, el pos-hippismo, las guerrillas latinoamericanas y su compromiso con el socialismo, y la terrible (y progresiva) reacción represiva de las dictaduras militares en la región. ¿Hay cosas (mujeres) que no cambian?

 

3. Se ha dicho: los delirios o sueños de Ana nos llevan al cine. Ana es muy parecida a Hedy Lamarr. Es más, si se peina con raya al medio y deja que el pelo suelto le caiga sobre los hombros, es igual. Jill-Levine [2002] recuerda que Lamarr debutó en Hollywood en 1938, en una película con Charles Boyer, y que a sus 25 años reemplazó a Greta Garbo y a Marlene Dietrich como símbolo sexual. Pero para llegar allí tuvo que fugarse de un marido que la mantenía literalmente cautiva en su mansión y atravesar en su huida gran parte del continente europeo. El multimillonario caballero era un fabricante de armamento que proveyó a Hitler y Mussolini. Todos los detalles de aquella vida los contó en una autobiografía que escribió con un escritor fantasma: según Jill-Levine [2002], su libro inspiró a Puig la parte inicial de los delirios de Ana.

Antes de entrar en los delirios de Ana, entonces, hay que prestar atención a la cronología de las superestrellas de Hollywood: la Garbo se consagró en 1926 a partir de una mezcla de ingenuidad y voluptuosidad que sería decisiva para la caracterización de la femme fatale [cfr., Kriger, 1996]; la Dietrich lleva a la femme fatale a su clímax como «diosa iconoclasta del sexo y de los hombres» [Valdez, 1996] en 1935, con El demonio es mujer; si Hedy Lamarr es la tercera en esta lista, con su aparición en 1938, Rita Hayworth queda por lo menos cuarta, ya que su consagración es con Gilda, en 1946.

En consecuencia, la identificación Ana-Lamarr es, respecto de la historia del cine, anterior a la identificación que cualquier mujer de Coronel Vallejos podía hacer con la Hayworth, que inaugura las ficciones de Puig; pero las mujeres de Vallejos —tanto la mamá de Toto como las conquistas de Juan Carlos— ya eran señoras grandes o treintañeras cuando Ana estaba por nacer. Vista así, Ana atrasa…

Todo su delirio empieza como un thriller con espías, nazis y una mujer cautiva que no conoce el amor hasta que un espía se enamora de ella. Luego, hay un viaje en barco; él quiere traicionarla, ella lo descubre y lo mata arrojándolo por la borda. Hay un productor de Hollywood que quiere contratarla porque ella es la más bella.

Ella se convierte, entonces, en la actriz en ascenso de la Warner (Lamarr tenía contrato con Metro Goldwyn Mayer). Eso significa, según propia visión, que ahora es una esclava de lujo de Hollywood. Ni siquiera le permiten tener pareja, sea amorosa, sea simplemente sexual, y la obligan a un coito a escondidas y de pocos minutos con su chofer negro al regresar a su casa desde el set de filmación.

En una segunda etapa, el delirio tiene por género la ciencia ficción: una joven humanoide ha sido recuperada como testigo de la era atómica para que viva la era polar. Aquí se podría decir que por primera vez la literatura está en la base de la creación de Puig: en 1984 (1949), George Orwell imaginó una sociedad totalitaria donde el Ministerio del Amor torturaba y el Ministerio de la Verdad mentía; y en Pantaleón y las visitadoras (1973), Mario Vargas Llosa narró la historia de un capitán del ejército que recorre los cuarteles con su contingente de prostitutas para satisfacer a soldados y oficiales. Puig combina ambos libros: la humanoide está en el centro de una especie de conscripción y de terapia sexual al mismo tiempo, en un país donde ya no hay pobres porque se han terminado los problemas económicos, hay un Supremo Gobierno, habitaciones Gesell y observación panóptica… El servicio que brinda la humanoide depende del Ministerio del Bienestar Público.

Esto, lógicamente, se podría leer en clave política. El peronista de derecha José López Rega fue ministro de Bienestar Social (un nombre muy parecido al de la ficción) y usó sus oficinas para ocultar el armamento y las comunicaciones entre los móviles de la Triple A. El peronismo de izquierda, Montoneros, al tiempo que proponía la patria socialista y soñaba con una sociedad igualitaria y cantaba que en el Sheraton Hotel instalarían un hospital de niños, tenía un estricto código moral revolucionario que prohibía y castigaba con severas penas hasta la más básica infidelidad. Ni unos ni otros, entonces, legalizarían y legitimarían la prostitución ni entenderían a la satisfacción del deseo sexual como una necesidad básica del sujeto (sea del género que fuere). En otro sentido, indirectamente político: esa sociedad del futuro le da la razón a Ana y no a las feministas, en tanto es el Estado quien señala a la prostitución como el destino femenino.

W218, la conscripta, tiene un dispositivo electrónico en vez de corazón; y tiene pesadillas donde aparece la diva hollywoodense del segmento anterior: ella desciende de la actriz, entre ambas hay una malvada institutriz que intentó asesinar a la niña que cuidaba. Las tres tendrían el don de leer el pensamiento. El problema es que los espías suponen que ese poder se activa a los 30, y a W218 se le activa justo ahora, cuando cumple 21. Lo que puede adivinar es el pensamiento de todo hombre que la codicie sexualmente. Mujeres así podrían dominar el planeta, de modo que el plan es eliminarlas.

 

4. Hablemos finalmente del peronismo, que es el tema que lleva Pozzi a la habitación de Ana. Es un peronista de izquierda. No admite ser montonero, pero dice estar en trato con ellos y lo que viene a pedirle a Ana es que los ayude a secuestrar a Alejandro para canjearlo por dos personas muy importantes (que, hay que entender, están detenidas en las cárceles argentinas). En ese contexto, al mismo tiempo que Ana se niega a participar de semejante delito, tiene lugar un relativo enjuiciamiento de Pozzi.

¿Qué hace un zurdo en el peronismo? Purga su culpa: ha sido un joven socialista y gorila en 1955, ha festejado el Golpe de Estado de ese año contra Perón y ha promovido actos de la Junta Consultiva de la Revolución Libertadora (como se autodenominó el gobierno militar que derrocó a Perón). Aquel Partido Socialista fue declaradamente gorila y su máximo líder, Américo Ghioldi, calificó al peronismo como fascismo, de modo que colaboró con la Libertadora.

Sin embargo, después del golpe, al revisar las condiciones de vida de la clase obrera y todo lo que ésta había conseguido durante el peronismo, vastos sectores de izquierda rectificaron su evaluación previa y se distanciaron de la mirada de Ghioldi: surgió entonces la denominada teoría del entrismo [cfr., Altamirano, 2011 (2001)], según la cual había que ingresar desde la izquierda al peronismo porque, como dice Pozzi, era «el único instrumento concreto para hacer política y cambiar la realidad». Por eso Pozzi le explica a Ana que él se metió en el peronismo y después se hizo peronista.

Frente a la pregunta de Ana por la lucha armada, Pozzi la justifica con la teoría de la proscripción del peronismo, ya que tanto los gobiernos militares como los gobiernos civiles que se alternaron desde 1955 hasta 1973 no le permitieron al peronismo presentarse a elecciones. De hecho, en términos políticos, se podría pensar que el levantamiento de esa proscripción en las elecciones de 1973, y la posibilidad que se abre en 1972 para que Perón vuelva al país, tiene que ver con cierta lectura que hizo el régimen militar en el poder: Perón debía quitarle el aval que en su momento le había otorgado a la guerrilla peronista; para eso tenía que estar en Argentina, y no volvería si no se levantaba la proscripción que pesaba sobre él y su fuerza política [cfr., Novaro, 2010].

Con todo, si hasta aquí el discurso de Pozzi parece basarse en análisis históricos para alcanzar verosimilitud, Puig insiste en el error de Buenos Aires, y fecha mal la emergencia de Montoneros: «No te olvides que los Montoneros nacieron en 1968 con un hecho tan oscuro como el secuestro y asesinato de Aramburu», dice Pozzi. Error: Pedro E. Aramburu fue secuestrado el 29 de mayo de 1970.

Volvamos a la ficción. Pozzi no consigue que Ana acepte ni siquiera cuando le asegura que se está muriendo, que no le extrajeron el tumor, que abrieron y cerraron porque está ramificado, que mientras le quede vida puede hacer algo para ayudar a los demás, que sería bueno que lo llame a Alejandro y lo haga caer en la trampa, que entonces su muerte no sería en vano.

Ana le responde con rabia, antes de echarlo y pedirle que no vuelva a visitarla nunca más. Ya no tiene que callarse nada. Ahora habla de los argentinos en tercera persona del plural, son ellos, no nosotros, y tienen todos los defectos. Y los peronistas que gobiernan son mafiosos, y los peronistas de izquierda son dudosos. Mal que le pese a Pozzi, parece que la tilinga aprendió algo.

Pozzi vuelve al país. Se lo ha anticipado a Ana: entrará desde Chile, con documentos falsos en los que se llama “Ramírez”. El resto de la historia, Ana lo sabrá por un llamado telefónico que recibe desde Buenos Aires: Pozzi copó el departamento desocupado de Ana; allí tuvo lugar un enfrentamiento armado, estaba acompañado por otros dos, todos fueron abatidos por las fuerzas de seguridad. Pero él había dicho que no estaba metido en la guerrilla. Ana no sabe qué pensar. ¿Pozzi le mintió y era guerrillero? ¿Mienten los diarios y Pozzi no estaba armado y lo mataron como si fuera una rata? Pero si Pozzi tal vez dijo la verdad cuando habló brutalmente de la enfermedad de Ana, y si antes, cuando fue su amante, no ocultó que era casado, ¿por qué mentiría ahora?, ¿sólo por imposición de la Orga?

Tantas dudas atentan contra la novela. Pozzi, montonero declarado o filo-montonero, queda como un sujeto cruel que intenta usar a una ex amante para una operación y que usa sin su permiso su departamento para esconderse. Nada que ver con la épica con que Molina se entrega a la causa de Valentín en El beso.

 

5. Como El beso, Maldición eterna a quien lea estas páginas (1980) tiene apenas dos protagonistas masculinos: Ramírez y Larry. ¿Este Ramírez podría ser aquel Pozzi con documentos falsos? No. Aun si pusiéramos en duda su muerte en Buenos Aires, en un enfrentamiento, el Pozzi de Pubis tiene unos 35 años en 1975, mientras que el Ramírez de Maldición, hacia 1977-1978, dice tener 74.

La acción transcurre en New York. Ramírez está postrado en una silla de ruedas. Está muy enfermo. De hecho, será trasladado desde el Hogar donde vive a un hospital, y finalmente fallecerá. Larry es un asistente terapéutico, digamos, que lo saca a pasear por la ciudad y más tarde, cuando no puede sacarlo en su silla, lo visita en el Hogar o en el hospital.

El problema de Ramírez es que ha perdido la memoria. Padece una amnesia que podría ser traumática. Ha estado detenido en su país, Argentina, ha sido torturado, su familia ha sido asesinada. Larry sabe poco y nada de esto, pero cada vez que roza el tema, Ramírez se niega a hablar, como si no quisiera recordar.

El vacío en que vive Ramírez puede entenderse como multidimensional. Por un lado, está la cuestión personal: el no poder o no querer recordar su vida. Por otro lado, está la cuestión cultural: al encontrarse en otro país, donde se habla otra lengua, está inmerso en otra cultura cuyas características esenciales desconoce por más que conozca la lengua que allí se habla y hasta su historia; un claro ejemplo lo tenemos cuando pasean por la Plaza Washington y Ramírez le pide a Larry que le explique, como buen estadounidense que es, qué tendría que sentir cuando dice el nombre del héroe, cuando se encuentra junto a su estatua, etcétera. Pero también hay una tercera cuestión, que remite a lo afectivo: Ramírez se presenta como una persona que desconoce las emociones más elementales, digamos, y supone que en ese campo existe algo del orden de la prescripción, de modo que espera que Larry le enseñe, por ejemplo, lo que se debe sentir cuando se hace un regalo y se advierte la emoción que despierta el presente en la otra persona.

Larry ha estudiado Historia en la universidad. Se ha dedicado durante algún tiempo a la docencia, pero, tras una fuerte crítica al sistema, ha preferido mantenerse al margen y tener trabajos menores, no calificados. Acompañar ancianos como Ramírez, por ejemplo. Según lo que una enfermera vieja del Hogar le ha dicho a Ramírez, Larry es bien parecido, un joven viril, que podría ser el hijo de Ramírez, ya que apenas tiene 36 años. A Larry le interesan libros de izquierda: Marx, Lenin. Los ha leído porque en Estados Unidos —a diferencia de Argentina, donde hay bastante alboroto— esa lectura está permitida. El problema en Estados Unidos es actuar de acuerdo con lo que esos libros enseñan. Larry, en otras palabras, no cree en el american dream.

 

 

6. En Maldición, Puig no respeta el principio arquitectónico que se fijó en sus cinco novelas anteriores (dos partes de ocho capítulos cada una). Aquí también hay dos partes, pero la primera tiene 12 bloques o segmentos y la segunda, 11. Según Jill-Levine [2002], la variación se explica porque se trata de un seudodocumental o montaje de entrevistas: en Estados Unidos, Puig conoció a un sociólogo y éste lo cautivó hasta el punto de proponerle dinero a cambio de una serie de conversaciones que después el escritor podría usar en una ficción.

Si llevamos este punto de vista al extremo de su significado, estaríamos frente a una novela experimental: bajo nombres (y profesiones) de ficción, deberíamos entender que la novela reproduce las conversaciones mantenidas por un estadounidense medianamente joven y formado, que critica la sociedad en la que vive, y un escritor latinoamericano, exiliado, que, por distintos motivos que no va a reconocer de inmediato frente a ese interlocutor, admira esa sociedad.

De los 23 bloques/segmentos que tiene la novela, los primeros 22 son puro diálogo y nada más que diálogo entre estos dos actores; son diálogo hasta cuando Ramírez sueña y sus sueños adquieren —sí, por supuesto, una vez más— la forma de una película, sea de la Segunda Guerra Mundial, sea de una persecución en la Rusia zarista. Y el bloque restante, el que cierra la novela, es un conjunto de cartas.

Ahora bien, el contenido de ese diálogo está muy lejos del que Jill-Levine nos ha llevado a imaginar al señalar su origen en la realidad social del autor. Primera aproximación a esta deriva conversacional, como diría Daniel Link [2003] al hablar del estilo de Puig: Ramírez quiere conversaciones profundas; Larry, no.

Segunda aproximación: Ramírez se niega a hablar de su pasado, no sólo porque no lo recuerda sino porque no da señales de querer intentar reconstruirlo a partir de lo que Larry pueda comentarle; y Larry bien podría estar mintiendo cuando habla de él, porque primero dice que peleó en Vietnam, más tarde dice que se negó a alistarse, etcétera.

Tercera: Ramírez no sólo no se franquea con Larry sino que, además, lo manipula; le pide relatos de recuerdos que después interviene, los tuerce según su imaginación. Larry, en principio, tiende a resistirse, pero finalmente cede y reconfigura sus historias familiares, amorosas, laborales, académicas, de acuerdo a las pequeñas pero significativas correcciones que Ramírez le hace.

Me detengo aquí. Este punto es clave y es tempranamente expuesto por Larry: «A veces me da la impresión de que me quiere sorber la vida, como una coca-cola».

Según Jorge Panesi [1983] y Roxana Páez [1996], la advertencia de Larry nos demuestra que estamos frente a un caso de vampirismo: Ramírez busca alimentarse, llenar sus vacíos, con los relatos de vida de Larry. Nuevamente, si esto fuera así y lo lleváramos al extremo posible de su significación, deberíamos mirar hacia El beso y concluir que Maldición es una novela fallida en toda la línea: la femme fatale —y la mujer araña lo es— es una vampiresa, es una devoradora, es una comehombres; hombre que seduce, hombre al que lleva a su perdición. Pero Ramírez, como femme fatale, no puede funcionar.

En El beso, entre Valentín y Molina había química, una atracción tan fuerte que habilita una serie de encuentros sexuales, por más que en un principio Valentín se declare heterosexual. Aquí, entre Ramírez y Larry hay, sobre todo, repulsión; Ramírez quiere dominar la situación permanentemente y Larry le plantea una resistencia suave que siempre termina cediendo frente a la insistencia de Ramírez. Tal vez valga pensarlo así: en un sentido, la relación remite a la lógica patrón-empleado del capitalismo, por más que se trate de dos personas con, supuestamente, ideas de izquierda, porque el empleado (Larry) termina agachando la cabeza; en otro sentido, la relación remite a la lógica torturador-torturado, donde éste, luego de resistirse durante un fragmento del interrogatorio, termina admitiendo las conjeturas del torturador y le da satisfacción contándole lo que sospecha que el otro quiere escuchar, con el agravante de que el torturador (Ramírez) aparentemente ha sido torturado en su país mientras estuvo detenido. En ambos sentidos, la seducción y el deseo brillan por su ausencia.

 

7. Desdibujado el objetivo del seudodocumental, y desdibujada la perspectiva del vampirismo, finalmente también se desdibuja la continuidad de la cuestión política en esta especie de trilogía sobre el tema que podrían configurar El beso, Pubis y Maldición.

Reconstruyamos, a duras penas, con la ayuda de Larry, la trayectoria político-profesional de Ramírez (ya sabemos de su enfermedad). Habla inglés, francés, italiano. Tiene el vicio de tomar notas sobre todo: Larry deduce que ese es el método de un académico, y se le ocurre pensar que ha estudiado abogacía. Dice que nunca tuvo que ver con la política, pero como tiene problemas de memoria, bien podría haberlo olvidado. Ha estado detenido en su país, Argentina, pero él minimiza el hecho: «Hubo un error, es todo lo que sé, se me acusó de un desfalco o algo así, sin razón. Cuando salí mi hermano me mandó para acá. Los médicos sí conocen todo el resto, y deben pensar que empeoraría si me enterase”. Está en Estados Unidos por gestiones de un Comité de Derechos Humanos. Larry dice que una enfermera le ha dicho que Ramírez estuvo preso por cuestiones políticas y que a su familia la mataron en un atentado. Ramírez prefiere no creerle.

Cierto día, Larry le pide que le cuente «cómo coordinó esas huelgas salvajes… en seis plantas automotrices, saltando por encima de la autoridad sindical». Ramírez se resiste a creerle, una vez más. Es, quizás, uno de los pocos momentos interesantes de la novela. Larry aprovecha que le está contando a Ramírez cómo reaccionaron sus padres a la presentación de una novia para presentarse como asesor de un gremio. En plena cena, los obreros lo llaman porque han decidido ir a la huelga, necesitan hablar con él de inmediato. Estos obreros, dice Larry, «están en contacto con una organización clandestina», lo que, si señala a la situación argentina, para ver cómo reacciona Ramírez, es una referencia a las guerrillas, sea la peronista (Montoneros), sea la troskista (Ejército Revolucionario del Pueblo), que operaban desde la clandestinidad. Ramírez responde en este sentido: Larry correrá peligro porque esa organización clandestina es responsable de hechos de violencia.

Hay un dato más que explica el título y remite (nuevamente) a la literatura: mientras estuvo en prisión, a Ramírez le dejaron leer unos cuantos libros, unas novelas francesas. Entre ellas, Las relaciones peligrosas (1782), de Pierre Choderlos de Laclos. Larry lo abre, encuentra que hay números encima de ciertas palabras, los números parecen no seguir un orden, pero si se los ordena se forman frases: intenta anotar lo primero que dirían esos números y entonces aparece el «Maldición eterna a quien lea estas páginas». Concluye que Ramírez ha utilizado ese mecanismo para cifrar mensajes mientras estuvo detenido.

Entonces, Larry imagina que puede proponer a una universidad un proyecto de investigación que consista en descifrar las memorias de un preso político argentino. Ramírez, en principio, lo estimula, pero cuando Larry está a punto de cerrar trato con la Universidad de Montreal, como él no forma parte del plan de radicación en Canadá (Larry viajaría solo con los libros, o con una copia, pero sin Ramírez), le retira su apoyo y hasta lo despide, previo impedirle que se lleve los libros.

La novela se cierra con la muerte de Ramírez y con Larry discutiendo con el organismo de Derechos Humanos que ahora custodia los famosos libros si pueden entregárselos o no. La respuesta es negativa: si bien Ramírez había escrito, a modo de testamento, que legaba los libros a Larry, hay testimonios en el Hogar que sostienen que Ramírez afirmó que Larry «se había comportado mal con él». Ese mal comportamiento habría consistido en una maniobra de Larry para excluir a Ramírez «de la elaboración del proyecto en la Universidad de Montreal», por lo que Ramírez habría roto relaciones con Larry.

Así, Ramírez se las ha ingeniado, antes de morir, para maldecir al único lector inteligente que tuvieron sus páginas. Y se ha muerto sin darnos una sola certeza sobre su militancia peronista y su evaluación de la cuestión política. De modo que se vuelve imposible afirmar que la novela aborda estos tópicos.

Ver + del mismo autor en
Una lectura de Puig. La novela sexual de los géneros.
Una lectura de Puig. La violencia, entre la perversión y la subversión.

Una lectura de Puig. Relaciones personales, relaciones peligrosas.
Una lectura de Puig 5 (próximamente).

 

bibliografía
Altamirano, Carlos [2011 (2001)] Peronismo y cultura de izquierda. Siglo xxi, Buenos Aires, 2ª edición corregida y ampliada.
Bonasso, Miguel [1997] El presidente que no fue. Los archivos ocultos del peronismo. Planeta, Buenos Aires, 6ª edición.
Jill-Levine, Suzanne [2002] Manuel Puig y la mujer araña. Seix Barral, Buenos Aires.
Kriger, Clara [1996] “La divina dama”. En aa. vv., Cien años de cine. La Nación Editorial, Buenos Aires.
Link, Daniel [2003] “El boom, Manuel Puig, la realidad”. En Cómo se lee y otras intervenciones críticas. Norma, Buenos Aires.
Manetti, Ricardo [1996] “Una misma mujer. Rita es Gilda”. En aa. vv., Cien años de cine. La Nación Editorial, Buenos Aires.
Novaro, Marcos [2010] Historia de la Argentina. 1955-2010. Siglo xxi, Buenos Aires.
Paéz, Roxana [1996] “Lengua buscada, memoria perdida. Apuntes sobre Maldición eterna a quien lea estas páginas de Manuel Puig”. celehis, Revista del Centro de Letras Hispanoamericanas, Vol. 3, 6-7-8. Universidad Nacional de Mar del Plata.
Panesi, Jorge [1983] “Manuel Puig: las relaciones peligrosas”. Revista Iberoamericana, 125. Universidad de Pittsburgh.
Puig, Manuel [1985 (1979)] Pubis angelical. Seix Barral, Barcelona.
[2000 (1980)] Maldición eterna a quien lea estas páginas. Seix-Barral, Buenos Aires.
Valdez, María [1996] “Von Sternberg y el mito Marlene”. En aa. vv., Cien años de cine. La Nación Editorial, Buenos Aires.
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