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Metástasis binominal: Sistema tóxico

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 28/08/2009

Los más dolorosos grilletes en los pies de la democracia recuperada ya hace casi dos décadas, qué duda cabe, han sido: la Constitución pinochetista, rabiosamente antidemocrática, neoliberal voraz y reaccionaria hasta el vértigo; y, dentro de ésta, el tóxico sistema binominal de elecciones.

La Constitución pinochetista, hecha de una arquitectura institucional como un traje con la talla exacta de la dictadura, de una arqueología digna de un monumento al autoritarismo, y con la cual los demócratas nos hemos sentido abrasados dentro de ese traje, se ha ido reformando a medida que la derecha pinochetista, en primera línea de la actividad política en estas dos décadas de democracia, iba perdiendo poder ¡oh paradoja! por culpa de su propia Constitución. Los senadores designados y los ex presidentes convertidos en senadores vitalicios, dos perlas de esta Constitución, tuvieron que ser eliminados porque el quórum parlamentario creció en detrimento de esa derecha autoritaria: todos los presidentes que, por ley, debían asumir como senadores vitalicios, terminaron siendo de la Concertación. Así, esta figura se eliminó cuando Ricardo Lagos iba a convertirse en el tercer ex Presidente como senador vitalicio en el Parlamento.

Esto ilustra muy bien el modus operandi de la derecha pinochetista: no se mueve ni un centímetro de la institucionalidad que heredamos de la dictadura si no es a favor de ella misma, practicando una oposición genuinamente antidemocrática, enclaustrada en la defensa incansable e irrenunciable del status quo pinochetista.

La defensa del sistema binominal de elecciones ilustra muy bien ese modus operandi. Este retorcido y perverso sistema es el agujero negro de nuestro régimen constitucional heredado de la dictadura, porque ha producido, según mi opinión, una verdadera metástasis sistémica. Con la resistencia metódica durante dos décadas de la derecha pinochetista en el Parlamento para reformar o cambiar este sistema de elecciones con el solo afán de alcanzar una  sobrerrepresentación y, así, impedir reformas imprescindibles de gran calado, ha terminado produciendo un inmovilismo político sistémico extremadamente peligroso. En este sentido, por cierto y todo hay que decirlo, la representación de la derecha es espuria, ya que no se concilia con el verdadero voto popular.

Pero esta malformación constitucional de la democracia chilena, está teniendo además otras consecuencias devastadoras.

En efecto, la más grave es que el proceso de democratización y modernización pleno del sistema político chileno ha sido secuestrado por la negativa de la derecha pinochetista para eliminar el antidemocrático sistema binominal, creando este monstruo que se llama inmovilismo político, que pone en peligro la paz y la cohesión social a mediano plazo de todo el sistema político y que, sin ningún género de duda, terminará por dinamitar la credibilidad de todo el sistema, incluyendo, por supuesto, a la propia derecha pinochetista, sustentadora exclusiva de la obstrucción sistemática de la plena democratización y modernización del país.

Así, este duro talón de Aquiles de la democracia reconquistada por la Concertación desde 1990, bajo los parámetros del sistema autoritario pinochetista, ha terminado convirtiendo, bajo los ojos de la ciudadanía, a toda la clase política en una suerte de casta enclaustrada en sus propios intereses (casi) corporativistas, sin otro objetivo que el poder por el poder, expandiendo en forma tóxica la metástasis del desprestigio de las instituciones del Estado, en primer lugar del Poder Legislativo, el Parlamento, que es rechazado por nada menos que el 80% de la ciudadanía.

El execrable sistema binominal de elecciones  ha convertido el sistema político chileno en un coto cerrado, cuyos mecanismos operan como un club privado y selecto que impide la admisión de nuevos miembros y/o fuerzas políticas que compitan, en igualdad de condiciones, en la lucha política legítima por alcanzar el poder. Este fenómeno no es privativo sólo de Chile, pero aquí se da con una agudización y virulencia extremas, especialmente entre los jóvenes.

Por otra parte, este inmovilismo sistémico es, a mi entender en primerísima instancia, la causa de la atomización de la Concertación. El desmembramiento de la coalición gobernante no se debe exclusivamente, según mi opinión, al “agotamiento” de dos décadas en el poder como sostienen sus cuatro candidatos presidencialesdescolgados de este conglomerado (sin desconocer que tanto tiempo en el poder cualquier coalición pierde fuelle y requiere de una reformulación y renovación; pero el apoyo masivo ciudadano entre el 60 y 70% a la Administración Bachelet, echa por tierra la hipótesis del “agotamiento concertacionista”).

La óptica, entonces, que han usado para el análisis político los descontentos o/y descolgados de la Concertación, no se ajustan enteramente a la  realidad: El inmovilismo sistémico se ha producido por el sistema binominal de elecciones, que ha impedido llevar a cabo las reformas de gran calado que necesita el país en esta etapa histórica, y no por una parálisis política producido al interior de la Concertación, sino por la representación espuria de la derecha pinochetista en el Parlamento alcanzada sólo por el sistema binominal de elecciones, una sobrerrepresentación destinada  (sólo) a  la obstrucción total de reformas estructurales, entre ellas, y la más, a el fin del propio sistema binominal de elecciones.

Además, si la derecha pinochetista ha utilizado el sistema binominal, entre otros usos estratégicos, para minar la unidad de la Concertación y, así, allanarse el camino más expedito hacia La Moneda, habría que reconocer que ha tenido éxito.

Sin embargo, en un esfuerzo político de gran envergadura, la Concertación y el conglomerado de izquierda, Juntos Podemos Más, excluido del Parlamento por el sistema binominal, han logrado un pacto instrumental para acabar con la exclusión en el Poder Legislativo de al menos el 7-10% de un electorado que pide también acabar con el inmovilismo político y que propone, igual que la Concertación, reformas estructurales –como una nueva Constitución, solidaria y auténticamente democrática, y la consolidación e institucionalización de la justicia social. Este pacto, sin duda, es una oportunidad histórica y única para desbloquear el inmovilismo sistémico producido por el sistema binominal de elecciones.

No obstante, la atomización de la Concertación se produce, incisivamente, en este momento crucial para acabar con la exclusión y el inmovilismo político sistémico para llevar a cabo las reformas estructurales impostergables. Sobre los descolgados de la Concertación, entonces, cae el peso de la responsabilidad política histórica de no convertirse en el Caballo de Troya de la derecha para alcanzar el Poder Ejecutivo; pero también sobre la propia Concertación, que no ha sabido dialogar y menos reencantar a parte de su electorado, perdiendo apoyo por su izquierda.

Una (ultra) derecha pinochetista en la presidencia, perpetuaría el inmovilismo político y la involución social, y pondría en serio peligro la (incompleta) justicia social que han logrado plasmar, contra viento y marea, los cuatro gobiernos concertacionistas, sacrificando con ello la paz y la cohesión social, ambas imprescindibles para llevar al país a la plena democratización y modernización a través de la justicia social institucionalizada, objetivo capital y supremo al que aspira la Concertación y los cuatro candidatos desprendidos de sus filas.

La unidad, entonces, de todas las fuerzas democráticas progresistas y social cristianas en la segunda vuelta de la elección presidencial, es esencial para mantener el Poder Ejecutivo y alcanzar el quórum necesario en el Parlamente y, así, poder materializar las reformas estructurales que Chile tanto necesita; entre ellas, el fin al deshonesto y réprobo sistema binominal de elecciones y, con ello, el fin del peligroso inmovilismo político actual.

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