Resumen
Pretendo analizar un cuento del libro Lecciones de mitomanía de Luis Quintana Tejera, escritor uruguayo, nacionalizado mexicano. Los valores estéticos y literarios que conlleva la prosa de Quintana son destacados y los subrayaremos de un modo particular en el análisis.
Desarrollo del tema
“Mi madre siempre fue una mitómana” aseguró en alguna clase el doctor Luis Quintana, personaje peculiar y que, hasta ese momento, nadie había contemplado como ser humano, porque los alumnos, en ocasiones, miramos a los superiores como seres inalcanzables y perfectos, mucho más tratándose de un escritor.
Luis Quintana Tejera no sólo ha tenido producción literaria en prosa, también se ha ocupado de la lírica, como lo muestra uno de sus más recientes trabajos, Nostalgias poéticas, en donde refleja a su ciudad natal: Maldonado. Sus estudios iniciales en la literatura se dieron en su país natal, Uruguay y los continuó en México, quizá para fortuna de esta tierra madre de piel cobriza.
Volviendo a la reflexión primera, en el presente trabajo nos concierne una ligera escisión a su obra Lecciones de mitomanía, libro del cual se desprende “Hernán, el amigo de las sombras”, uno de los once cuentos que componen el trabajo narrativo de Quintana y objeto de análisis para los lectores, puesto que un cuento no es una simple manera de contar, es una forma de colaborar a la vida y al aprendizaje de lo cotidiano. El escritor actúa más allá de un papel y de unas letras, se vale de la consciencia humana para crear, y es, en el escritor, en donde se ocultan los más grandes mitómanos, pues son capaces de contar historias inverosímiles con tal facilidad que los lectores creemos en sus mundos inventados y carentes de sentido o lógica alguna.
“Vivir y dejar vivir debe ser la consigna de un hombre de acción. Y, ¿cuál será la consigna de un hombre de letras? Organizarse para obstaculizar lo menos posible y nunca, pero nunca, llegar a creer que lo que ellos escriben es lo más importante en este universo en el que habitamos tú y yo. Yo, quien intenta componer algo que se parezca a la vida misma y tú, lector interesado en dejar de sufrir o de sufrir menos en el encuentro con esta recreación engañosa de vivencias enmarañadas y confusas que los versificadores modernos ofrecemos a nuestro público ausente.” (Quintana, 2015: 8)
Extraído de Nostalgias poéticas, este breve comentario de Quintana nos muestra la creación apegada a la realidad de la cual no prescinde, y la manera en la que los lectores intentan hallar alivio o enseñanzas en las palabras de un ente más, víctimas ambos del crudo universo.
Sin más preámbulos, a continuación analizaremos el cuento mencionado anteriormente.
“Hernán, el amigo de las sombras”
La historia nos remite a un lugar, quizá en el estudio del narrador, donde sordamente se teclean palabras para llenar la hoja en blanco. Una historia in extrema res toma forma entre reflexiones sobre la vida y la muerte, el narrador establece su contrato de veridicción con el narratario, a quien se refiere y alude por medio de preguntas sobre la existencia. Remite a grandes obras y personajes que, en la actualidad, persisten como referentes históricos de la literatura. El tema de mayor importancia será la reencarnación.
Sobra decir los tabúes que rodean el tema, existen religiones que creen en ello, como la hindú o la cristiana, sin embargo no hay pruebas de tal hecho y lo más cercano a éste es la catalepsia. Además de acudir al tabú, el narrador – con focalización interna fija y heterodiegética – remite al vaticinio, acercando cada vez más a su lector con los sucesos que ha de abordar en cuanto menciona a Hernán. Hernán Campbell es un hombre que, ayudado de su medio o médium hurga en las almas, o al menos eso cree.
Antiguo estudiante de medicina, Hernán no se explicaba los misterios de la vida humana, no comprendía las dificultades de los partos, por qué su Dios era indolente con el humano. Le intrigaban los recovecos de la mente y lo indescifrable que resultaba en muchas ocasiones.
A continuación se distinguen cuatro momentos del cuento en los cuales comienza a marcarse el camino a seguir:
Hernán se encuentra en un consultorio forense más por obligación que por vocación, como suele suceder hoy día con la mayoría de las personas que se desempeñan en trabajos que no son de su agrado; en una jornada de labores normales es testigo de cómo una mujer “resucita” cuando él se disponía a realizar su rutina. Contra todas las palabras de los médicos, Hernán aseguraba que la mujer había vuelto a la vida por la energía que manaba de sí: este es el rito de iniciación en la mitomanía para el personaje, a partir de ahora Hernán estará convencido de sus “hazañas”, y, de este modo, podemos constatar cómo, en este relato, la mentira se aplica al mismo sujeto que la crea. La introducción de la catalepsia y los muertos que vuelven a la vida incluso después de la sospecha de su fallecimiento, remite a pensar en el cuento “El entierro prematuro” de Poe, incluso con los argumentos sólidos respecto a testimonios de familiares, quienes apoyan la versión científica de la “resurrección”. Una clara prolepsis aparece cuando el narrador sentencia la futura actitud de Hernán ante hechos misteriosos, será hombre tozudo respecto a su vocación para enfrentar aquello que no todos se atreven a hacerlo.
El segundo hecho, el exorcismo de la casa de un amigo, consigue reafirmar la confianza de Hernán en lo que tiene que ver con sus habilidades paranormales. Vestido simbólicamente de blanco, porque no sólo es el uniforme de los médicos, también es el color representativo de la pureza, llega a la mencionada residencia con el objetivo de realizar su encomienda. El rito incluye incienso y un largo recorrido por el lugar tocando y moviendo libros con el extraño fin de expulsar a la supuesta maldad; en fin, se mostró orgulloso al retirarse, había hecho lo propio, e incluso el sobrino de su amigo —punzante ironía— dijo haber visto cómo aclamados escritores salían huyendo de la biblioteca.
La sorpresiva visita de la dama blanca es el tema del tercer momento, donde aparece Eulalia Tejera. La mujer había extraviado el cadáver de su padre semanas atrás, el pobre anciano no pudo continuar su existencia y durante las vacaciones de verano en Acapulco, sucumbió. El narrador inserta aquí tonos de comedia mexicana, pues es sabido que muchas familias desean viajar a la playa guerrerense de renombre y lo hacen en verano, cuando el tiempo es considerable y el clima favorece la recreación, pero no es simplemente este hecho, también se menciona a la familia como perteneciente a la zona céntrica del país: Distrito Federal (ahora Ciudad de México), donde no se goza de playas ni climas tropicales. Durante el regreso a casa la familia decide guardar el cuerpo del anciano en la canastilla de la camioneta, protegido para que nadie pudiera sospechar siquiera la extraña carga que traían, y, durante su descanso en un restaurante, les es robado el cuerpo inerte del ser amado.
La familia se resigna ante tal canallada y Eulalia se consuela con ir a ver a Hernán para realizar las consultas respecto a su padre. Esta es una metadiégesis, pues aunque no suceden los hechos en el mismo tiempo que la consulta, son insertados por el narrador como complemento al relato. Las entrevistas serán dos, la primera sólo ocupa información básica sobre Eulalia a través de preguntas, y la segunda requiere al medio, en un cuarto a media luz donde rezaban a media voz esperando la efectiva invocación del raptado. Aquí el narrador alude de nuevo a las tradiciones mexicanas que conlleva la llamada “brujería”, como lo es el círculo de fuego, los espejos, el huevo crudo acompañado de hierbas; y lo hace con picardía, tratando de mantener la relación firme con su lector con quien comparte estas experiencias.
Doña Eulalia no volvió a aparecer por el consultorio luego de las infructuosas sesiones a las que se sometió, defraudada del medio y de Hernán, aunque este último afirmaba que esa tarde había sucedido algo. Continuaba su autoengaño, porque no sólo no podía documentar tal cosa, sino que los propios convocados a tan inverosímil ceremonia nada habían constatado.
Antes de mencionar el último hecho, he de aclarar que los tres anteriores fueron solamente parte del proceso que Hernán habría de experimentar para llegar al convencimiento total acerca de sus habilidades, pues en el cuarto momento terminará por creer sus mentiras.
Dante Isauro Cabrera, hombre atormentado por problemas psíquicos, acude a Hernán en busca de ayuda. La escena del puente remite a la que ilustra Balzac en su relato “El talismán”:
“El desconocido fue asaltado por mil pensamientos semejantes que cruzaban en jirones por su alma como banderas desgarradas que ondean en medio de la batalla. Si descargaba por un momento el peso de su inteligencia y de sus recuerdos para detenerse ante unas flores cuyas cabezas mecía suavemente la brisa entre los macizos de verdura asido de pronto por una convulsión de la vida que se rebelaba todavía contra la pesada idea del suicidio, levantaba los ojos al cielo; allá, nubes grises, bocanadas de viento cargadas de tristeza, una atmósfera pesada, le aconsejaba aún que se diera la muerte. Encaminóse hacia el Puente Real, pensando en las últimas extravagancias de sus predecesores.” (Balzac, 1967: 17)
Dante, posiblemente un nombre bastante significativo para un personaje, se sitúa en el barandal de un puente peatonal, decidido a acabar con su vida, acosado por los voyeuristas y morbosos que por ahí pasaban. Aquí se confiesa la condición de testigo que caracteriza al narrador, pues está presente ante la macabra danza de la muerte con Isauro. Hernán acude como salvador, convenciendo al suicida de detenerse y llevándolo a su consultorio. La reflexión que hace el narrador parece venida de lo más oscuro en los humanos, pues evidencia el íntimo egoísmo que nos lleva a realizar actos de bondad.
Hernán rescata a Dante – su nombre sigue siendo objeto de misticismo, pues podría tratarse de una intertextualidad – de las garras de la muerte, y el adjetivo de “redentor” aparece, como si Campbell actuara acorde a la bondad desinteresada que tanto exige la religión en los santos. Se indica el “cronos” de la sesión para Dante: 4 de noviembre de 2002. Dante explica sus problemas emocionales a Hernán, quien después de analizarlos insiste en ahondar en su paciente, hurgar sus vidas pasadas y llegar al punto origen del problema que realmente podrían reducirse a los problemas actuales por los que atravesaba.
La sugestión real no estaba en los pacientes, era autoinfligida, el mismo Hernán creía ya ser una persona capaz de hacer regresiones exitosas en sus pacientes, el primero en probar el nuevo método será Dante. Un nuevo cronotopo refiere a Francia, en el año 1315. Han transcurrido ya tres regresiones, dos inducidas por Hernán y una que fue propia de Dante. Masacres, gritos, horror, traumas acudieron a aniquilar el sentido del tiempo – espacio del pobre hombre sometido a la regresión—. Hernán decía que estaba bien, sin embargo la actitud de Dante reflejaba el error, no se sentía más habitante de esta época. Su mente y su cuerpo comenzaron a deambular sin volver al consultorio, deseando estar, tal vez, en esa época que vio en tres ocasiones.
A lo largo del relato se manifiesta el tema de la muerte más marcado que el de la mitomanía, que pasa desapercibido por parte del narrador, que evita mencionarlo directamente, pero que va insinuándolo durante el desarrollo. Es interesante el escepticismo que mantiene la voz del narrador a lo largo de su relato, semejante al que manifiesta el narrador de Poe en “El gato negro”, evitando llamar suerte o destino a las cuitas enfrentadas por el protagonista, todos los sucesos, para ellos, se conectan de manera misteriosa a pesar de ser eventos aislados según su creencia. La continuidad de un hecho tras otro no indica que así debía ser, sino la posición del sujeto en el momento y lugar menos esperado pero donde habría de existir un suceso extraordinario.
Quintana lleva a su narrador a describir incluso cosas sin importancia, como lo haría Chéjov, sobre todo cuando se centra en la descripción de la mesilla sobre la cual reposan las manos de Hernán y Dante. Respecto a Quiroga, también se encuentran matices de éste, pues el fatalismo se manifiesta sobremanera en los personajes, mucho más en el aspecto del rescate que hace Campbell para luego asesinar pasiva y silenciosamente a Cabrera, destrozando la mente al grado de vivir perdido siempre.
La tragedia y el temor a lo desconocido son los sazonadores del relato presentado, los escenarios se antojan sombríos, y la constante presencia de la muerte acosando a los personajes prevalecen incluso ante los esfuerzos por aligerar el horripilante paisaje que ofrece la lectura de semejantes testimonios, incluso siendo parte de la imaginación de un hombre.
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