Hay en el actual editorialismo del arte un amaneramiento acorde a la cobardía ideológica universal. Cobardía de los expertos en las áreas de distinción discursiva como el derecho, la sociología y el arte. Un asunto que no es cobardía a secas, pero que sin embargo, puede servir para leer la doxa, lo legitimado y lo legitimante de estas disciplinas en sus inclinaciones hacia el poder. En el arte hay una tabla de salvación para muchos -el darle caja a un movimiento o un asunto hasta agotarlo- entendida como una inmanencia productiva legitimada. Toda recursividad temática en la «historia del arte» desarrolla una devaluación objetiva de la que nadie se da cuenta, o bien, todos quieren omitir. Algo de esto ocurre -de nuevo y por enésima vez- en el catalogo de la exposición Gabinete de Lectura inaugurada el pasado 21 de Abril en el Museo de Bellas Artes de Chile.
Los trabajos exhibidos pasan a ser algo parecido a una anécdota, o más bien, a una escenificación, otra vez mas, de la instrumentalidad discursiva a que las obras han sido siempre sometidas. En los textos integrados al catalogo se revela de nuevo la majadería ilocucionaria de ideogramas lentos; devenidos de un posvanguardismo setentero a estas alturas ortodoxo y academicista. Se habla de aceleraciones, pero se leen en estos textos, retardos políticos de primera (mucho hay en este catalogo de revisiones vulgarizadas y casi periodísticas de la posvanguardia criolla para seguir haciendo de ella un mercado de legitimaciones objetivadas). Es el tono de la mayor parte de los escritos. No hay aventura ni utopía que pueda ser leída por estos camaradas del régimen universitario; de tal modo, las obras expuestas operan musealmente en su descalce comprensivo en ideas y políticas de reagrupamiento, de nuevo escritos, en la insolvencia ideológica de los sujetos que siempre escriben. El arte con palabras o «discursos» es un lugar fácil para inventar la lengua legítima, una competencia que ya no es patrimonio, sino solo mercado de adquisiciones universitarias.
Los que escriben sobreviven en el peladero histórico generado por sus camaradas militantes; amigos y familiares perdidos en el destello de la falsa conciencia postdictatorial. Ya se ha visto que las universidades son buques ebrios, corporaciones que también vienen de esas sucias militancias; ninguna de estas se puede escapar hoy, están todas amarradas a la especulación y la riqueza de unos pocos. Así están las cosas.
Gabinete de Lectura -por cierto sin quererlo-, cae de lleno en esta historia, sus textos sugieren poco o nada de lo que acontece en las salas, los medios, el campo, el poder y el mundo (textos y obras pasan otra vez por encima de todo, haciendo de la instancia museal, otra cirugía a medias). Objetivar con documentos la escena posvanguardista de escrituras y acciones es majadero, escolástico y reaccionario). ¿Que lugar ocupan hoy muchos de aquellos que registrados y fotografiados en blanco y negro parecen sobrevivir heroicamente a la represión y la vigilancia fascista?. Convertidos muchos de ellos, en pálidos bufones de la política reformista, no les queda mas que vérselas con la inmundicia orgánica de los partidos. Entonces ¿de que lectura habla esta muestra que reúne esos documentos y obras en su mayoría sometidas al dictamen universitario autocomplaciente, a una genealogía política amarrada y servil. Creo que no hay poco o nada que leer.
La lectura que hago, es que mucho se ha ido al carajo, que los cobardes siempre están arriba, y que existe hoy una gran masa de bufones -artistas e intelectuales fundamentalmente- que sirven para glorificar ciegamente todo documento instituido. Como ovejas pastando sin mirar nunca las estrellas, los dominados privilegiados las siguen haciendo todas: escriben, viajan, flojean, pintan, compran; y cuando un periodista los entrevista, estos hablaran las particulares idioteces que los seguirán legitimando. Algunos hablaran de marxismo y pobreza, otros de Duchamp y transferencias varias, otros tendrán su miserable mercado odiando a la derecha y a los Chicago boys. A fin de cuentas, todos se lavan las manos inventando sus temas para circular cínicamente por los pasillos acostumbrados. Se trata de vivir en el limbo de los usos dominantes sin hacer nunca la guerra pasando siempre por guerrero.
Pues bien, hay mucho de regresivo en los textos del Gabinete de Lectura que maximizan sus sentidos por decir siempre lo mismo acerca de un campo artístico fetichizado e historizado hasta el cansancio; eso seria en resumen lo que queda de posvanguardia. Así es comprensible hoy mas que nunca la levedad política a que han llegado los discursos hace rato legitimados en el arte y en cualquier otra cosa. Se hace cada vez mas evidente la máxima que dice: «escribe por escribir, instálate donde puedas, pero en lo posible que nadie se de cuenta». Las cosas del arte son a veces así de procaces, así de inminentes; en donde todos trabajan para el partido con el rotulo de asalariados técnicos.
Los textos del catalogo son textos domesticados, no sorprenden a nadie y son aburridos. Mas de lo mismo. Las obras expuestas -malas o buenas que de todas hay-, pueden ser leídas como escenografia del miedo, la mamoneria académica y la autocensura de las camarillas. Mucho de esto hay en algunos trabajos como en el dispositivo espacial y documental que los acoge. Los trabajos son por eso, la metáfora de una tensión discursiva autoimpuesta por un eximio mercado de y para camarillas que tienen que hacer un teatro del poder. He dicho por ahí que los artistas saben poco del mundo, algo saben de la U.P, de tarot, y muy poco de pintura e historia. Hay entonces, un tramo largo y elástico entre el mercado de la transmisión legitima de la enseñanza del arte y las escolarizaciones filo fascistas que tanto prevalecen en escuelas, familias y amigos del sub-campo artístico. El arte es una fantasía del mercado. Socialismo o barbarie. Tal es el curso de la hipercorreccion de la vulgata política en el arte.
Hoy vivimos el termidor de la heroicidad posvanguardista. Catálogos sin obra decían por ahí hace unos años para referirse a las disposiciones menesterosas de la obra respecto de su discurso. Poca obra, mucha palabrería. He planteado anteriormente en algún soporte la dependencia absurda y terminal que tienen los plásticos de sus escritores ensayistas.
Volvamos al Gabinete de Lectura en su dispositivo textual. Mellado dice en él: «mi propósito en este escrito es dar cuenta de manera exclusiva de la constructividad editorial de la escritura practicada por Ronald Kay en la coyuntura ya referida de 1975-1980». Su escrito esta imposibilitado de dar cuenta de otra cosa que no sea su disposición trabajada en el campo. La fastidiosa y jugosa coyuntura del arte «posvanguardista» que uno internaliza desde temprano, aparece siempre como mercado de adquisiciones fuertes. Todos hablan desde allí, despellejándola o adorándola; es la teta que da de mamar hoy a 30 años. Los conceptos de autonomía, dispositivo, complejidad, y algunos otros funcionan como el almanaque inscriptivo de una textualidad asociativa o de pandilla aburrida. Es necesario interpretar al Estado y al gobierno, el poder partidario y el militantismo tanto como la traición y la cobardía. Allí debería encontrarse el nuevo gabinete para nuevas lecturas; lo otro solo le sirve a los que hacen clases y escritos; es para el interior de la academia.
Los intelectuales del arte no son tipos cultos. Lo que hacen es especializarse en coyunturas específicas, ser asertivos para crear síntomas y paradigmas, escuelas y otras pandillas. Como niños mateos, estos escritores deben sacarse buenas notas para resistir los embates de la madre.
Los textos que se supone soportarían o ilustrarían las obras convenidas en Gabinete de Lectura no dejan de ser anecdóticos y fofos. Se remiten al pasado como si no hubiera presente, he allí una instrumentalidad política que calzaría con el fulgor de una cierta cobardía.
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