Sobre Cláudio Guimarães dos Santos tuve ya la oportunidad de escribir una reseña crítica a su libro DEFINICIONES FUNDAMENTALES, que él ―por la editora Nhambiquara― diera al público, en Brasil y Uruguay, en 2014. Sería, entonces, fastidioso repetir ahora los argumentos que entonces expuse y que se encuentran, a propósito, publicados en un opúsculo bajo el título OCHO LIBROS DE OCHO POETAS.
Puedo, no obstante, dar un muy sucinto resumen de los trazos generales que, encontrados en la poesía de Cláudio Guimarães dos Santos, abordé en aquella recensión. Son estos:
Mantengo, leyendo la nueva y presente compilación, COLECCIÓN DE EPIFANÍAS, cuanto escribí. Y añado: esta nueva entrega confirma y refuerza ese eminente carácter culto y complejo de la poesía de Cláudio Guimarães dos Santos. En este libro que ahora nos llega, coexisten poemas ya conocidos, traídos de las DEFINICIONES FUNDAMENTALES, con otros de nueva factura, que certifican lo que Cláudio, con la anterior obra, aseguraba: una magia propia en el tratamiento de la palabra; un hábil modo de decir, donde conviven los mejores sentidos de la lengua portuguesa; y los recursos más agudos en la elaboración del discurso, tratando cada verso con la delicadeza y con la firmeza del médico ―que Cláudio también es― cuando empuña el bisturí.
Los nuevos poemas son, así, la excelente continuidad del camino que se abrió en las DEFINICIONES. Me acuerdo del poema EN LOS TIEMPOS EN QUE MI PADRE NO TENÍA HIJOS, del que transcribo, aquí, los primeros y los últimos versos:
En los tiempos en que mi padre no tenía hijos, vivía aún mi abuelo,
Como sombra, como fuente, como marco de un camino sin comienzo.
A lo lejos rugía una guerra que en realidad nunca acabó
Y que destiló, con rasgos inconexos, los ecos del presente.
Los peatones y los coches andaban ya con prisas
Por todas esas calles grises-y-sepias, que no eran tristes sin embargo:
Alguna lasca de esperanza resistía,
Algún remiendo de alegría goteaba
De las marquesinas,
De los aleros,
(…)
Contemplo todo eso
Y me quedo aquí, cavilando,
En esta noche alunada:
¿Cómo será,
En un futuro que, espero, sea lejano,
El tiempo en el que mi hijo se quedará sin padre?
En el intervalo entre el inicio del poema y las estrofas finales, Cláudio desarrolla una lista de cosas, actos y conceptos, de objetos y situaciones, donde fluyen pasados, vivencias, visiones, compases de Tardes de Lindoia, alegrías, promesas y deseos que el tiempo envolvió ya. Y lo hace con aquel atractivo método al que Borges llamaba enumeración caótica, caótica apenas en apariencia, pues aunque figure un caos o un desorden, es íntimamente un cosmos donde se revelan los mundos profundos del autor. Esa figura estilística de la “enumeración” ya el propio Borges la prodigaba, bebida en Walt Whitman, que la ejercitara con innovación y talento. Y al abrir y al cerrar ese “inventario” de un mundo en que él fue y que se fue, el recuerdo del padre (que) no tenía hijos, del abuelo, que aún estaba vivo; y la anticipación de un tiempo en el que mi hijo se quedará sin padre.
Señalo este poema (muy en la estela de los poemas BUENAS NUEVAS, PEQUEÑA FÁBULA PARA EL NIÑO QUE FUI o CUMPLEAÑOS) porque creo que es, de los nuevos, tal vez aquel que más sustancialmente nos otorga una dimensión amplia de la poesía de Cláudio Guimarães dos Santos. En él se concentra esa visión casi cinematográfica de diversos planos anteriores y posteriores, pasado y presente que casi se sobreponen, y donde se van entrelazando lo ido y lo por venir, en la reflexión de lo que podría ser el futuro. Lo leo y no consigo evitar pensar en ese fabuloso soneto de Dante Gabriel Rossetti (1828-1882):
LO INCLUSIVO
Los huéspedes cambiando, cada uno de diferente humor,
Se sientan a la mesa al lado del camino y se levantan:
Y cada vida entre ellos es a la vez
La pensión del alma provista a diario con nueva comida.
¿Qué hombre no se ha inclinado sobre su hijo dormido, preguntándose
Cómo le velará aquella cara cuando la suya yazca fría?―
¿O pensado, mientras su madre le besara los ojos,
Cómo fuera su beso cuando su padre le cortejaba?
¿No será que esta habitación vieja en que te sientas habite
en diversas almas vivas para alegría o dolor?
No, todos sus rincones se puedan pintar claros
Donde el Cielo muestre los cuadros de alguna vida bien llevada;
Y pueda sellarse, un recuerdo todo en vano,
Sobre la vista de los ojos sin párpados del Infierno.
De este poema del movimiento Prerrafaelita destaco los versos What man has bent o’er his son’s sleep, to brood/How that face shall watch his when cold it lies?―/Or thought, as his own mother kissed his eyes,/ Of what her kiss was when his father wooed?(¿Qué hombre no se ha inclinado sobre su hijo dormido, preguntándose/ Cómo le velará aquella cara cuando la suya yazca fría?―/¿O pensado, mientras su madre le besara los ojos,/Cómo fuera su beso cuando su padre le cortejaba?).
Vuelvo a Borges. En la primera conferencia que leyó en el Curso “Norton” de la Universidad de Harvard, el 24 de octubre de 1967, titulada La Enigmática Poesía, el maestro argentino se refería ya a este pasaje de Rossetti y destacaba de él su belleza, en parte resultante de las vocales suaves inglesas, aunque también de esa inversión del plano de las imágenes, en secuencia que el cine décadas después usurpó con provecho y para el cual habituó y habilitó a los espectadores/lectores que, en el tiempo de Rossetti, aún no estaban preparados para tal sobreposición.
Cláudio Guimarães dos Santos, en esta rápida sucesión de planos donde las generaciones se cruzan, trabaja ágilmente la palabra poética; y el resultado es un primor de encanto y melodía cinética. Vemos a su padre, todavía joven, por los ojos de un hijo (el poeta/autor) que aún no había nacido; y en seguida vemos a ese mismo poeta/autor pensándose, ya desaparecido, en un futuro en el que su hijo ya no lo tendrá a él, su padre.
Es esta agilidad de la palabra poética la que creo ha de ser nuevamente realzada en COLECCIÓN DE EPIFANÍAS. Cláudio se confirma en una escritura de suprema plasticidad y, a la vez, de extremo rigor estético, donde viven la más extrema emoción y la más auténtica sensibilidad.
Hay después, en la COLECCIÓN ―en la continuidad de la poesía que venía de antes―, la belleza de la mitología cuando es traducida en poesía. En verdad, Poesía y Mito andan de forma permanente de la mano. Basta pensar en los Lusíadas, o en esa poesía fundacional de la literatura europea, la Divina Comedia; mas esta alianza, casi natural entre dos creaciones del espíritu fantástico de la humanidad, aparece como relevo en la literatura y en la poesía brasileñas; y hela ahora rediviva, poderosa, en la obra edificada por Cláudio Guimarães dos Santos.
El registro de esta influencia del mito es, en Cláudio, culto y elevado, no obstante patente sin exagero o exhibicionismo inútil. Las referencias a los héroes clásicos o a los dioses olímpicos son naturales, al casi fluir de la pena, haciendo desaparecer o, por lo menos, hacer pasar desapercibido, ese inevitable conflicto en que sobrenada toda la poesía entre la inspiración y el trabajo del autor, conflicto tan convenientemente estudiado por Carlos Drummond de Andrade en su conferencia Poesía y Composición, pronunciada en la Biblioteca de São Paulo, el 13 de noviembre de 1952, en un curso de Poética, y editada en Portugal por Grieta Ediciones.
Cláudio, en verdad, deja entrar en su poesía, con la levedad de quien lo hace con el permiso de los dioses, Prometeo encadenado, Zeus y Clitemnestra, Parsifal y el Grial, los monstruos que viven en el Tártaro, Cerbero y Pandora, Fausto y Orfeo. Pero lo hace sin olvidar la realidad y los hombres de su tiempo y toda la miseria del mundo. Lo hace sin olvidar que existen Raqqa o Buchenwald; sin olvidar sea el pasado de Nápoles sanguínea de Tiberio, y (…) la vida (que) aprisionada oscurece toda luz, las ninfas violentadas, la desgracia de Grecia podrida, a Emilia sin cabeza sobre el cuello de Lobato; sea el presente en que:
Anochecen en París las brillantes luces de Francia.
Madrid, bohemia insomne, se consume en pesadillas.
Bajo la corona oxidada, muere Londres, silenciosamente.
Berlín es un resto de muro, que no guarda, sino expone.
Se deshace en la pura contingencia la eternidad de Roma.
Lisboa, vieja ciudad, y, en fin, ciudad vieja.
Para concluir:
Cambia el mito originario de señal:
Y el Toro, cabizbajo,
Con Europa agonizante a sus lomos,
Regresa a las orillas de Sidón
Para la última hecatombe.
Todas las consideraciones en que entra el mito ocupan, naturalmente, un preciso y exacto lugar, como si el mismo le estuviera predestinado por Cláudio anteriormente a la escritura, sin choque con el discurrir de la poética, sin perturbación de la excelencia del texto, sin el mínimo menoscabo de la alta calidad estética del verso.
Además, la incorporación del mito clásico en la obra de Cláudio Guimarães dos Santos, reinventa la propia mitología, actualizándola (lo mismo que pasa con las referencias históricas, véase, por ejemplo, el poema ABELARDO JE T’AIME MOI NON PLUS HELOÍSA), incribiéndola en una nueva edad en la que los hombres de hoy se pueden ver reflejados ―como a propósito creó Vinícius con el Orfeo de la Concepción―, aproximando la fantasía y la materia por un eslabón estético reforzado que nos da el concepto arcaico/clásico, la luz de la más moderna de las concepciones creadoras.
La poesía de Cláudio Guimarães se sirve así del mito para llegar al lector de hoy, que se suponía ya desligado de la antigua narrativa; y le trae toda la belleza peregrina de las edades pasadas en una transposición sabiamente literaria, profusamente poética, donde el verso encierra también el concepto vetusto y el sentido pretérito, pero es ya novedad, tiempo vivo, historia presente. En esa su hábil gestión de la palabra poética y en la capacidad de transformar, por el verso, en nuevo lo que era viejo, Cláudio Guimarães dos Santos sigue una tradición de la mejor poesía brasileña, donde el mito siempre estuvo presente y vivo. Recuerdo elCanto Órfico, de Carlos Drummond de Andrade, o Memorias póstumas de Blas Cubas, de Machado de Assis, o la obra, ya citada, de Vinícius de Moraes. O, incluso, el largo poema Invención de Orfeo, de Jorge de Lima.
Produce así, Cláudio Guimarães dos Santos, una obra poética compleja y erudita, plástica y elevada.
Por todo, es esta COLECCIÓN DE EPIFANÍAS un documento literario poderoso, que rinde culto a la lengua portuguesa y a sus referentes más señeros, sin dejarse jamás escurrir ni para inútiles artefactos barrocos ni para folclorismos innecesarios.
Esta poesía no teme mostrar sus fuentes y tornar, cuando necesario es sin cualquier disfraz, a las formas de la que es hija: ahora poemas de verso libre y blanco, ahora poemas metrificados, ahora sonetos o casi baladas, ahora poesía rítmica, ahora largas digresiones por el alma creadora del autor en libre inspiración; pero siempre sin que la tendencia reflexiva discrepe de la esencia profundamente estética de cada verso.
Hay aquí una búsqueda de plenitud a través de la palabra, de la belleza a través del verso, de la verdad a través de la reflexión poética, del espíritu a través de la sensibilidad estética. Una obra en la que el autor se interroga a sí mismo, en su condición de hombre en camino de su finitud, pero que también interpela a su tiempo y al Tiempo, a su vida en elaboración constante, a su civilización y a sus valores y modos de ser y estar.
Y siempre con la mejor poesía, el lenguaje primogénito de un pueblo ―como afirmaba Heidegger―.
Información enviada por la Agencia de Servicios Editoriales Creaturasliterarias
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