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Los niños del siglo XXI

por Hernán Ortega Parada
Artículo publicado el 19/04/2007

Una multinacional está más cerca del totalitarismo
que cualquier otra institución humana.
(Chomsky)

 

“Pobres los niños de este siglo XXI, me parece que no tienen las alegrías que teníamos en nuestra niñez y no soy de los que digo todo tiempo pasado fue mejor: me apoyo en hechos concretos. Por ejemplo, empecemos con la cantidad de hermanos que teníamos. Antes los niños no necesitaban pandillas porque su familia ya era una. Las madres tenían hijos por cuartos de docena, habían de media e incluso de docena. Ahora la moda es el par. ¡Pena si te tocaron dos crías del mismo sexo: casi eres visto como irresponsable si te animas a buscar el tercero disidente!

En contrapartida, a las mujeres pobres parece que se las embaraza sólo con la mirada. Si antes cada niño nacía con una marraqueta bajo el bracito, ahora nace con un pagaré.

Es así que, en un extremo, tenemos decenas de niños mendigando en la calle y, en el otro, niños solitarios y presos de sus casas porque no pueden salir a la vía pública, donde les acechan miles de peligros: desde violadores en serie hasta pandilleros asesinos. Al medio, por qué no, deben existir niños felices.

Los amigos ya no son los del barrio, esos desconocidos: a lo mucho son los del colegio, donde los peligros pueden ser mayores. La droga, el alcohol, la navaja los espera en la secundaria, incluso es materia optativa en la promo.”

Esto es parte de una nota que me conmueve. Esos niños pueden ser bolivianos, argentinos, de las favelas de Río, o de aquí mismo, Santiago, Valparaíso, Iquique, un pueblo cualquiera, qué sé yo.

¿Lo saben los gobiernos, los parlamentarios? Por supuesto que sí. ¿Lo saben los policías de todo el mundo? Sí, claro. ¿Los de UNICEF? También. Entonces, ¿qué? ¿Cuál es la situación opuesta? ¿Esa que vemos representada por los grandes malls, por el consumismo sin tasa, por la presencia de dos y tres automóviles por casa en barrios de lujo?

En estos días se habla sin tapujos en medios de comunicación de que el problema de desniveles de educación, de plataforma insuficiente para la salud de los pobres y la notoria baja e inseguridad de ingresos para ellos, y la clase media, no tienen solución. Las apariencias tristes se encubren con los resultados de la macroeconomía. Y ocurre que las grandes inversiones fiscales, que deberían proporcionar más trabajo a la población del propio país, son planes para distribuir la riqueza, indirecta o instrumentalmente, en gente o empresarios de por sí multimillonarios. Se aúlla que las “pymes” tienen la solución. Mentira. Se trata en el fondo de traspasar más dinero a quienes podrán devolver el capital con los intereses o las garantías exigidas pero que nunca, jamás, podrán crear todas las fuentes de trabajo necesarias para la utopía del pleno empleo. Y la razón es muy sencilla: donde se instala un mall, desaparece el comercio menor, agoniza el pequeño industrial, y todo dentro de un diámetro enorme, invisible y mortal. Las grandes tiendas del retail, los hipermercados (que han acumulado capitales gigantescos en pocos años y en forma que nadie quiere explicar) no compran productos a las “pymes”: traen las cosas del extranjero (incluso los productos de la tierra). Y cuando alguna pequeña industria nacional les ofrece un bonito y airoso producto, atractivo para el mercado, les exigen de partida: un precio mayorista con un 10% más un 10% de descuento (a veces un 15 + 15), que se haga la primera entrega en todos sus locales sin costo alguno, que implementen por cuenta propia de equipos de reponedores sujetos a horarios y condiciones draconianas, para finalmente cancelar las compras a 90, 120 o 180 ds. Esa es la realidad del libre mercadismo. Fue así como esos “poderosos” liquidaron en Chile la industria textil y la del cuero (por mencionar sólo dos). Hace quince años había más de veinte orgullosas curtiembres que daban trabajo a miles y miles de chilenos, y estimulaban la crianza de animales en los campos: ahora todo el cuero se exporta crudo (salado), a precio vil, para dar trabajo en las antípodas a otra gente que a su vez trabaja gratis para el estado. No existe la protección del mercado interno porque la globalización, los tratados internacionales de comercio lo impiden. Antes las economías nacionales se defendían con tasas arancelarias y políticas internas de protección: ahora éstas se borran en todo el globo. ¿Para qué? Desde 1936, para terminar de afirmar a las transnacionales del petróleo, del grano, del acero, de las armas, etc., un sesudo economista creó lo que se llama el keynesismo,cuyo fin era “organizar el metabolismo de la sociedad” (soñado por Marx pero incluyendo el medio ambiente). Hasta ese momento existía la acumulación del capital y de la energía, en forma basta y sustentada por la fuerza (conflictos Francia-Alemania por el carbón) y sin considerar el capital humano (trabajo). Cuando la fuerza socializante capturó gran parte del mundo, y amenazaba a la estabilidad del resto, John Maynard Keynes inventó un sistema en que el estado intentaba proteger el bienestar de las mayorías para que, a su vez, obtuvieran poder de compra y esa fuerza generara producción y estabilidad laboral. Tal como dice Howard Richard, “fue la época del auge de la clase media y de la sindicalización de la clase obrera” en Chile. Inserto en ese movimiento, guiado no sabemos por quién pero observador directo del resurgimiento de los Estados Unidos, Pedro Aguirre Cerda, desde la Presidencia, propició la educación y, a través de una herramienta poderosa como la Corfo, incentivó la industrialización (tardía) en Chile (frenada en parte por la Segunda Guerra Mundial al tener que entregar el cobre a precio impuesto desde el exterior). No era, en verdad el Paraíso. Pero, estaba cerca. Los “Chicago boys”, movimiento que salvó la crisis mundial de los 80 que envolvía a los países en inflaciones suicidas, como pensamiento dinámico pero irresponsable, crearon el neo-liberalismo cuyo ideal es el fortalecimiento del capital y su manejo libre en la red mundial, buscando siempre la mano de obra más barata y el enriquecimiento más veloz para unos pocos (incluso los mismos ideólogos y sus títeres los políticos). De allí, a la globalización desatada, sólo un suspiro. Y aquí estamos.

El capital circula de un segundo a otro, electrónicamente, en pos de la mejor rentabilidad, esté donde esté. Millones de dólares extraídos del bolsillo (y la previsión) de los chilenos ahora parte al extranjero sin dar oportunidad de inversión en su tierra de origen. Se busca la mano de obra barata donde sea. Y se inunda el mundo de nuevas apetencias. Apuesten a que una camisa que viene de Oriente a $500.- se vende aquí a $3.000.- o $5.000.- Es decir, al oportunismo se suma la especulación. ¿Quienes compran a crédito? Las clases bajas y medias. ¿Y a qué tasa de interés? Pues, las más altas del mercado. Si un banco cobra un 0.8%, las casas comerciales, farmacias y otros de renombre, un 3%. Economía de libre mercado. Economía degolladora que a nadie importa.

La globalización, el libremercadismo que en estos momentos ufana aun a la clase obrera china y crea a la par un círculo pequeño y cerrado de los ricos más poderosos del mundo, junto con los congéneres de otros países, no tiene freno social y los países que no adhieren quedan todavía más atrás en esa carrera terrible y fatal que nadie sabe dónde desembocará. Las grandes encrucijadas de la humanidad se resuelven a través de guerras cada vez más arrasadoras en cuanto a cifras de muertes de uniformados y civiles. En estos sistemas la vida no vale nada.

Los problemas de una familia se resuelven por la ecuanimidad y buen sentido de los padres. Hubo un tiempo en que los gobiernos tenían esa apreciable potestad. Podían ser severos pero justos cuando la sensibilidad hacia los hijos permitía ayudarlos a todos por igual (universidades gratuitas, por ejemplo). Eso se acabó. El estado chileno ya no es paternal y menos aún lo es amarrándose a los intereses de las grandes potencias económicas que pueden extraer todo lo necesario de nuestra plataforma terrestre. Necesitamos inversión extranjera exprimante para facilitar los tratados. Jamás para crear un mercado interno que ayude a las clases deprimidas. Y las grandes utilidades que acumulan, ya sin sentido de proporción, los empresarios chilenos: se van al extranjero. ¿Por qué no entienden que en esos capitales se va la sangre de sus hijos, de sus hermanos? No, no lo quieren entender porque sus propios hijos, de sangre, mejor se van a Inglaterra, a USA, a Europa, donde la vida es más cara pero más rentable.

Círculo vicioso sin retorno.
¿Por qué empecé a hablar de los niños del Siglo XXI? Son invisibles, amigos. Nadie los ve. Pero, ¿es que alguien los quiere ver? Esos que aparecen como delincuentes en los noticieros de TV son de otra esfera. Nadie es responsable de su conducta. Consumen droga, ganan dinero prostituyéndose a los doce años de edad, portan armas, roban y matan. No saben, Cristo, por qué lo hacen.

“En tanto, sí hay niños muertos por las palizas de los padres, muertos por desnutrición y enfermedades; niños amarrados porque se quedan solos en sus casas, niños quemados porque perdieron el boliviano (moneda) para el pan de cada día; adolescentes muertos por abortos, o asesinados en peleas de pandillas o en atracos.

Lo único que me da resignación es que nuestros niños se están preparando para esta época, su época. Yo soy del siglo pasado y seguro que no sobreviviría ni un mes si de pronto me volviera adolescente. Moriría antes de medianoche, al recogerme solo y borracho de mi primera fiesta.
Atentamente, Marcelo Paredes Lastra. Periodista del siglo pasado”.

Amigos, esto fue lo que me conmovió. Sorprendí esas notas en www.la-epoca.com ywww.sololiteratura.com (sección Escritores de Bolivia). Es posible conectarse con el autor a través del correo: marpar2003@hotmail.com
Es un tema globalizado. ¿Qué solución práctica? Inmediata, ninguna. ¿Marchas, guerrillas, huelgas? Tampoco. ¿Ser anarca como Jünger? Eso conlleva una cierta indiferencia, egoísmo y autocomplacencia. Se invierte en capacitación, en educación, en formar técnicos. Se enseña inglés, chino, japonés, para que nuestros mejores cerebros se vayan del país (bien por ellos). ¿Para eso derrocha el Estado, para que se vayan nuestros jóvenes?
¿Y si nos proponemos pensar seriamente y enseñar a pensar, acerca de estos temas, a nuestro alrededor como una retroalimentación de la sociedad? Y tratar de que nuestros gobiernos sean mejores padres invirtiendo en fuentes laborales seguras, estables para nuestros jóvenes.
Hijos y nietos nuestros del Siglo XXI, tomad conciencia: estáis solos e invisibles.

Olmué, Abril 2007

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