Muchos historiadores plantean que la historia es redonda. Este postulado contiene una certeza tan perversa como estremecedora: la memoria humana es tan débil que se olvida de hechos que la han marcado con guerras y genocidios.
Los optimistas recalcitrantes, y no por ello realistas, que habitan en todas las esferas del conocimiento, postulan que la historia, como en el origen de las especies, es evolutiva: la memoria es capaz de registrar las calamidades humanas y por eso está capacitada para corregirse y no volver a equivocarse.
Los últimos acontecimientos en Europa, cuna de las peores construcciones ideológicas de destrucción masiva de la historia, léase, fascismo, nazismo y marxismo-leninismo, les está dando la razón a los primeros: la historia es cíclica, condenando a la especie humana a repetir incesante e interminablemente sus errores y horrores.
En efecto, como en la década del 20-30 del siglo XX Europa está (casi) administrada completamente por gobiernos de derecha, muchos de ellos en alianza con partidos neonazisfascistas, como Italia y Dinamarca, entre otros.
El cuadro político, económico y social es peligrosamente parecido a la época en que surgieron las ideologías totalitarias del fascismo y el nazismo, a saber, crisis económica sin precedentes, cesantía masiva, debacle de los partidos socialdemócratas (la única izquierda que ha sido capaz de gobernar democráticamente en Europa, creadora de la Sociedad de bienestar, base de la cohesión social en las cuatro últimas décadas), está consiguiendo la consolidación de partidos xenófobos y racistas de corte neonazifascista.
Y como en la época prenazifascista, la derecha tradicional en el poder, en un acto tan desesperado como irresponsable, comienza a rendirse a los cantos de sirena del discurso xenófobo para seducir a su electorado que le da la espalda y se entrega al discurso demagógico de la ultraderecha.
Mientras todo esto ocurre en la derecha tradicional y su prima hermana la ultraderecha, en el escenario de la izquierda el espectáculo es desolador. Sólo cuatro países de la Unión Europea están administrados por la socialdemocracia, Grecia, España, Chipre y Eslovenia, que, arrasados por la crisis económica que ha provocado el neoliberalismo y obligados por los poderes de factoen la sombra, el mercado desregulado, se han visto forzados a implementar políticas sociales devastadoras y antagónicas a todos sus principios políticos y económicos, debatiéndose en una agonía permanente tan conmovedora como patética que está culminado en debacles electorales históricos, como es el caso español en las recientes elecciones autonómicas, de alcaldes y municipios. La socialdemocracia en el resto de Europa ha sido, literalmente, barrida del poder.
Este estado político devastado es insuperable para el resurgimiento del nazifascismo, que, como antes, han encontrado como enemigos insalvables, únicos y totales y culpables de todo, empezando por la crisis económica, la cesantía y el desmantelamiento de las prestaciones sociales, a todo lo que huela a extranjero, esto quiere decir a todo lo que sea “distinto” a ellos que, aseguran, pertenecen a “la pureza de la raza europea”. Y como antes ahora los “distintos” son los culpables del desastre. Así, el electorado, desencantado con el sistema tradicional de administración política y económica es demagógicamente cautivado por el discurso xenófobo y racista neonazifascista; y así, como Adolf Hitler, se instalan en el poder elegidos democráticamente.
Una variable que no hay que desestimar y que anuncia el colapso de la democracia europea, es que siempre ha comenzado con la decadencia y descomposición de Italia, verdadero faro y reserva cultural de Europa.
En los últimos diez años todos los caminos de Italia llevan al magnate derechista, el Primer Ministro Silvio Berlusconi, que gobierna en coalición con un partido neofascista. La agenda de cada día ha sido un verdadero catálogo de corrupciones. La insalvable dicotomía entre un magnate Primer Ministro dueño de media Italia -entre sus feudos un inabarcable oligopolio comunicacional- y el conflicto de intereses que ello ha provocado, ha personalizado a tal extremo la vida política de la Italia eterna que las instituciones democráticas han sido dinamitadas en defensa de los intereses individuales de Berlusconi, hasta llegar, muchas veces, al extremo de cambiar la Constitución para abortar juicios en su contra. Italia padece hace una década un neo totalitarismo postmoderno con un verdadero emperador económico como Primer Ministro, que hace y deshace, como si el país fuese su feudo, para desdicha de Italia y de toda Europa.
El país que puso los primeros cimientos de la construcción del Estado moderno con la división de poderes, donde nació el Renacimiento, y fue la fuente de la Ilustración vitalizando no sólo a Italia sino a todo Occidente, cuando entra en la decadencia de los totalitarismos, tiembla el continente porque es, la mayoría de las veces, la antesala de futuras catástrofes en Europa.
Pero el caso-Finlandia es el que mejor ilustra la efervescencia neonazifascista que recorre Europa bajo la crisis económica. En la última década todos los estudios internacionales que miden el nivel educacional en el contexto global, Finlandia ha ocupado el primer lugar. Paradójicamente, este indiscutible primer puesto no ha impedido que en las últimas elecciones generales un partido racista neonazifascista –con un nombre que hace enrojecer hasta a los que carecen del más mínimo sentido común, Los Auténticos Finlandeses– se han convertidos en la tercera fuerza política del país: de 3% en la última elección hace cuatro años han pasado nada menos que al 15%. Si para esto sirve que este país tenga el mejor sistema educacional del mundo, tendríamos, desolados, que empezar a tener en cuenta a los que han planteado, especialmente después del horror de la Segunda Guerra Mundial nazifascista, que la “cultura no sirve de nada”.
Finlandia con 5,5 millones de habitantes no alcanza a tener un 3% de extranjeros, menos de 300 mil (España tiene el 10%; Alemania 10,79%; Francia 10,18%; Suecia 12,21%). Si miramos estas cifras objetiva y desapasionadamente, resulta patética y obscena la euforia xenófoba finlandesa si la comparamos con el resto de Europa, pero ilustra cabalmente la tendencia de los europeos hacia el neonazifascismo.
Y más aún; en esos mismos momentos que triunfaban los xenófobos y racistas finlandeses, Túnez y Egipto recibían más de 600 mil refugiados libaneses huyendo del terror del dictador Muamar Gadafi ¡en sólo dos semanas!, siendo recibidos de la mejor forma posible, teniendo en cuenta que estos dos países están en pleno proceso de transición de la dictadura a la democracia, una transformación compleja y muy dolorosa. ¿Qué pasaría con una situación así en la culta Finlandia?Y más aun; por este mismo conflicto y en esos mismos días del éxito populista en la educada Finlandia, Italia y Francia -con una candidata fascista como ganadora en las próximas elecciones presidenciales francesas según todas las encuestas- se pelean por negarse Italia a recibir a cerca de dos mil refugiados tunecinos y libaneses exportándolos a Francia para librarse de ellos, y Francia responde, furiosa, reexportándoselos de vuelta a Italia. En esta bochornosa gresca, que viola la Convención de Ginebra para refugiados de guerra, ratificada por ambos países, llegan a exigir reformar el Acuerdo de Schenger, uno de los tratados más emblemáticos e históricos en la construcción de la Unión Europea que otorga la libre circulación de sus ciudadanos dentro de la Unión, en una tentativa desesperada de volver a las fronteras nacionales para contener el flujo de refugiados y, así, recuperar el electorado entregado a la vorágine racista y xenófoba que intoxica ya toda la vida política de ambos países.
Conclusión: Las grandes crisis económicas, históricamente, no se han resuelto en forma pacífica en Europa; colapsan los consensos y los acuerdos estratégicos pacíficos, y surgen los totalitarismos; los más recientes, el fascismo en Italia y el nazismo en Alemania hundieron a toda Europa en el desastre total.
Pero queda una certidumbre en esta nueva crisis económica y política europea que no existía en la anterior pre-nazifascista: la Unión Europea, a la que tanto desacreditan los partidos xenófobos y racistas neo nazifascistas (y, patéticamente, la izquierda postmarxista). Saben que con una organización supranacional no podrán poner a los Estados nacionales unos contra otros. La supervivencia de la Unión Europea en este histórico y dramático período, es esencial para neutralizar a los neonazifascistas. Si éstos avanzan en el poder político a nivel nacional y alcanzan los estamentos de decisión política, esta única esperanza será la primera sacrificada.
En la Europa de hoy, la del miedo, la historia se está volviendo a repetir. Y el postulado que sostiene que la historia es redonda gana, tan lamentable como deplorablemente, cada día más terreno.
Jaime Vieyra-Poseck, cientista social y periodista científico.
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