Resumen: Se trata de ensayar una lectura escatológica de los chistes. Esto es, enfocarse en su exteriorización. Todo arte implica cierto manejo del tiempo. El chiste logra su efecto desde la más mínima brevedad. El chiste incide en cualquier momento, lo llena de gracia, y lo empuja a extenderse un poco más. Este plus de tiempo, en donde el fin puede no llegar, es una de las mayores virtudes del chiste.
Un nuevo diluvio es anunciado y nada puede hacerse para prevenirlo; en tres días, las aguas borrarán el mundo.
El líder del budismo aparece en la televisión y le pide a todos convertirse en budistas; de esa forma, al menos encontrarán salvación en el paraíso.
El Papa aparece en televisión con un mensaje similar: “todavía no es muy tarde para aceptar a Jesús”, afirma.
El Rabí principal de Israel toma una posición ligeramente distinta: “Todavía tenemos tres días para aprender cómo vivir bajo el agua.”[1]
Se ha insistido con afortunada frecuencia desde diversos frentes, en que los chistes no se limitan a ser una corta y efímera payasada, cuya una función —como si fuera poco— consiste en producir una risa igualmente efímera e insignificante. Aunque probable y tristemente todavía haya quienes se limiten a ver en el chiste una ocupación vulgar e intrascendente, el material tanto en investigaciones recientes como en aproximaciones clásicas al tema, como el libro de Freud El chiste y su relación con el inconsciente, permite al menos entrever que con el chiste se anuncia algo mucho más complejo de lo que a primera vista podría aparecer. Pero, si bien Freud y su escuela apuntan a la relación, o aparición, del chiste con el inconsciente, en estas notas se intenta hacer un ejercicio diferente. Sin restarle importancia o pertinencia trabajo de Freud, en lugar de voltear hacia dentro de uno mismo y hacer psicoanálisis del chiste, me interesa más, si vale la expresión, voltear hacia afuera, es decir, poner en cierto suspenso la cuestión sobre el origen del chiste e intentar seguir la línea que trazan los chistes para entrever hacia dónde, o hacia qué, apuntan. Es más, no sólo seguir al chiste en su camino fuera de psiqué, hacia el mundo —lo cual nos daría, al menos, para una sociología o fenomenología del chiste— sino hasta su fin último, asumiendo que lo hay, y que tampoco se agota en sus no pocas consecuencias y relaciones con el mundo, sino que avanza sobre ellas, inquieto, apuntando siempre más allá de él.
Una de las principales características del chiste, y que lo separan inmediatamente de otras formas de hacer comedia o producir hilaridad, es, por decirlo así, su estructura temporal. El chiste, para cumplir con su cometido, debe ser breve. El propio Freud, citando a un par de contemporáneos suyos, admite la brevedad como un rasgo esencial del chiste, pero pasa casi inmediatamente a otros asuntos[2]. Empero, probablemente ahí se encierra una de las mayores paradojas o enigmas sobre el chiste, al mismo tiempo que una de sus mayores virtudes. A diferencia de otras creaciones del espíritu que exigen una considerable cantidad de tiempo para siquiera ser vistos, o percibidos en general, el chiste no exige más que unos cuantos minutos, segundos a veces, para desplegarse por completo. Aunque se pueda aducir con razón que escuchar un chiste no equivale a comprenderlo, y que con frecuencia es necesario repetirlo o volver a escucharlo, mucha de la gracia del chiste consiste precisamente en hacer valer su tiempo, su instante, en una extraña economía donde el menos siempre se convierte en más. Además, siempre hay tiempo para un chiste, o bien el chiste siempre encuentra su tiempo, dejando sin recursos o excusas al que requiere —con justicia o sin ella— de cierto tiempo libre para gustar de una actividad. El tiempo del trabajo —que con razón agobiaba a Marx y Lafargue— la jornada laboral, su injusticia, fatiga e ingratitud, no puede impedir que el chiste haga de las suyas. Probablemente, incluso, la jornada laboral, su peso o gravedad, sirvan incluso como cierto potenciador de los efectos del chiste. Sólo el que tiene la sensibilidad para el rigor de la gravedad, con frecuencia, alcanza a apreciar con mayor entusiasmo la levedad que se transmite en el chiste. Este hacer tiempo dentro del tiempo propio del chiste, incluso al interior del tiempo más opresor, repito, es una de sus mayores virtudes.
Pero no se trata solamente de un ejercicio de aprovechamiento de recursos, sino precisamente de una dimensión que reniega de toda economía, al menos, por decirlo así, de toda economía terrenal. Pero, en lugar de hablar aquí de un tono apocalíptico como haría Derrida, me parece más adecuado hablar de un elemento escatológico propio del chiste. No hay una revelación o epifanía en el chiste, sino más bien, en toda la extensión de la palabra, un apuntalamiento, una redirección, desde lo más alto a lo más bajo, como desde lo más bajo hasta la mayor altura. Ésjaton es una palabra de muy difícil acceso y que no pretendo agotar en forma alguna. Cuenta con una larga tradición teológica y filosófica, al mismo tiempo que con derecho de piso, al menos, en tres religiones distintas. Tradicionalmente, en la teología católica, la escatología es la doctrina sobre las postrimerías. Postremus, en latín, significa el que está al último, al final, y que en este caso, se haya junto al mil veces manoseado post, que puede significar detrás o después de. Escatología, pues, no se trata, en estricto sentido, del fin, sino de lo que está junto antes y después de él. Incluso desde una perspectiva teológica, se trata de un asunto límite. No espero, pues, dentro de estas notas, más que señalar al menos un rasgo esencial que podría revelar al chiste como algo de índole escatológica, esto es, extrema, limítrofe, marginal, respecto de no otra cosa que el tiempo mismo.
Entre las varias formas en que el chiste se maneja con el tiempo, pueden destacarse dos. La primera, que ya se ha insinuado antes, radica en su estructura temporal. El chiste siempre es breve, sin embargo, su calado, si se avanza sobre la primera reacción, de una profundidad difícilmente rastreable. Freud y el psicoanálisis apuntaron hacia los sedimentos, hacia las cavernas profundas y soterradas de la consciencia, haciendo del investigador un auténtico espeleólogo del inconsciente. Esto ya es, por sí misma, una suerte de actividad escatológica. Sólo que en este caso, el fin es lo más bajo, lo más profundo. Pero el chiste también apunta hacia arriba, y hacia lo más alto del arriba. El chiste, sin importar lo breve que pueda ser, siempre está referido a un fin, aquello que los comediantes llaman punch line[3]. Sin esa soberana línea, el chiste no se realiza, sin importar las risas o suposiciones a las que pueda dar pie en su transcurrir. En la escatología, incluso en la historia de la religión, de la filosofía o el arte, nada parece tener sentido, o todo lo adquiere de pronto, sólo a la vista de ese fin último. El chiste es una suerte de resumen de la historia de humanidad. La expectativa, el suspenso, que se encuentra entre el inicio y el punch line, el espaciamiento, por breve o largo que sea, es una espera fija en el final. La gracia del comediante, del cuenta chistes, no radica sólo en la forma de contar el chiste, sino sobre todo en ese último momento, en el kairós pertinente. Incluso la naturaleza, más allá de cobrar sentido, parece más bien ganar en gracia, en comicidad, si se le observa en el momento oportuno. El mundo mismo parece contar chistes.
Pero el chiste no se limita a tener un inicio y un final, sino que también se da licencia de espaciar el propio final. La gracia no radica en la revelación del fin —por eso no es apocalíptica— sino en el acercamiento juguetón o en el rebasamiento del mismo. Aunque en muchos casos revela una suerte de comedia involuntaria, precipitar el final cuando no ha llegado realmente el momento, es una forma muy eficaz de convertirse en un chiste. Anunciar el fin del mundo, y el hecho de que el mundo tercamente continúe su curso, que no se someta a acabarse en el momento de la enunciación de su fin…es un buen chiste. El telón que no termina por caer, pese a que su anuncio ya ocurrió, refleja también la estructura, o en este caso, negación temporal que encierran los chistes. No sólo hay tiempo siempre para un chiste, sino, y sobre todo, siempre hay tiempo para un chiste más. Y en ese ejercicio de empujar el límite, de espaciar el propio límite, de jugar con él, el chiste encuentra otro resorte fundamental. Otro movimiento, quizá complementario o el mismo, es el inevitable —aunque extremadamente paradójico— “después del fin”. La insistencia de la escatología, al menos en su variante judeocristiana, en lo que sucede después del fin, guarda también varias similitudes con cierto “después del chiste”. Lo postrero en la ejecución del chiste, una nueva espera, la incertidumbre de si se trata del final, incluso si nunca avanza más allá del silencio, no sólo es una postergación del juicio, sino la confirmación de que la promesa, o amenaza, levantetodavía no ha sido cumplida y, por lo tanto, puede haber un chiste por encima de un chiste, una suerte de cereza en el pastel, como un auténtico postre. Hegel hablaba de cierta autoaniquilación gozosa en la risa que se despertaba en la comedia antigua. ¿No será posible aplicar la misma lógica a los chistes? La prisa que se detecta en su movimiento, cierta impaciencia de agotarse, de caminar todo el camino, de brincarse los pasos que parecen necesarios —o que se asumen como necesarios—, la ironía respecto de sí mismos y de todo fin, la skepsis dejada a sí misma, no le permiten al tiempo, por decirlo así, acabar, de una vez y para siempre. Hay tiempo —se inventa, se descubre—incluso después del tiempo; o bien, a través de la gracia del artista o comediante, el fin se prolonga cada vez más hasta que se vuelve irrelevante. Nada es tan poco importante como el fin. En el chiste, se vuelve casi una excusa para extraer de él sólo cierta comicidad.
Bibliografía
Allen, W. (1991). The complete prose of Woody Allen. Without feathers. Getting Even. Side effects. New York: Wing Books.
Bergson, H. (1985). La risa. Madrid: SARPE.
Dauber, J. (2017). Jewish comedy (a serious history). New York: W.W. NORTON & COMPANY.
Novac, W., & Waldok, M. (1981). The big book of jewish humor. New York: Harper Perennial.
Ratzinger, J. (2007). Escatología. La muerte y la vida eterna. Barcelona: Herder.
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