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Camilo Catrillanca

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 16/11/2018

Publicado también en elquintopoder.cl

 

Lo más nefasto e insoportable de la segunda Administración Piñera, hasta ahora, es el asesinato de Camilo Catrillanca. Una tarde del miércoles del 14 de noviembre de 2018, fue el crimen. Filmado al detalle, muestra una crueldad que no se corresponde con un Estado de Derecho. Primero culpan a Catrillanca y al niño que lo acompaña arriba de un tractor, de ser terroristas. La verdad aparece a cuentagotas con filmaciones filtradas de los propios policías enajenados, convencidos por esta Administración de que están en guerra contra una comunidad desarmada. Con cada nueva imagen fue creciendo el estupor y la vergüenza de ser chileno y de padecer unos representantes que solo representan a la arrogancia del poder.

La gestión del asesinato es una muestra inmejorable de desfachatez y cinismo políticos. Nadie se responsabiliza políticamente. El ministro del Interior, Andrés Chadwick, se mantiene en el cargo como si no fuera asunto suyo. En cualquier democracia consolidada cae no sólo él, sino también el Presidente y todo su gobierno. Pero ahí se quedaron, como si el cobarde asesinato de un ciudadano desarmado arriba de un tractor donde iba un niño, que recibe un disparo en la cabeza por atrás, fuera una bagatela más de las suyas. ¿Y si el asesinado hubiese sido un millonario no mapuche? La respuesta la tiene todo Chile, menos Piñera ni Chadwick, ni sus parlamentarios, ni los partidos gobernantes que tan mal nos representan en las instituciones de la democracia.

El estupor de asesinato de Camilo Catrillanca, es una de las imágenes más trágicas y tristes de muchos años. En la tarde del miércoles 14 de noviembre de 2018, fue el crimen. Todo destila una enorme falta de análisis político, de una gigantesca falta de empatía con los ciudadanos, una grandiosa atrofia en saber leer la realidad, una peligrosa desconexión con la realidad del país, y mucho más grande aún, del “problema mapuche”. Los que nos están gobernando, los que tienen todas las llaves del poder, son el primer peligro público.

Las imágenes que fueron apareciendo del tan estúpido como cobarde asesinato de un joven que va con un niño arriba de un tractor y que una turba de policías militarizados avanza con la expectación de un enajenamiento patológico, armados mucho más que los militares norteamericanos que se mueren en una guerra de verdad en Irán o Afganistán. Con armamento de última generación y equipos llenos de algoritmos, avanzan en una guerra ficticia contra una comunidad desarmada, principalmente campesina; avanzan como si la vida se les fuera en ese viaje al encuentro de peligrosísimos “terroristas” que están a punto de invadir Chile y destrozarlo.

El disparo es preciso. Por detrás y en plena nuca. Se acercan al sitio de los hechos. Un joven se derrumba contra el manubrio del viejo y destartalado tractor, sangra y está inanimado. El niño que lo acompaña es violentamente derribado y lanzado al suelo con varios policías encima que lo inmovilizan. El niño no habla, ni grita; está en estado de shock. El ruido de gritos histéricos de todos los policías contra todos, hablan y gritan. Mecanizados para hacer lo que les han enseñado en una operación contra peligrosísimos terroristas. Pero sólo hay un joven sangrante caído sobre el manubrio y el niño esposado con varios policías encima de él.

Algunos policías tratan torpemente de levantar el ya cadáver de Camilo Catrillanca, se complican porque el cadáver no reacciona ni habla. Pareciera que quisieran sacarlo del asiento para algo. Es ya un cadáver. Pero en todo la operación se trasluce que los policías se mueven robóticamente; repiten la lección que repasaron mil veces para poder vencer a los peligrosos terroristas. El niño desaparece. Queda sólo Camilo con su cuerpo torpemente retorcido porque es un muerto, tiene la posición de un muerto que ha sido asesinado en forma violenta. En ese segundo que no le dio tiempo ni de pensar que estaba pasando, le reventaron el cráneo con un disparo que le llegó en plena cabeza, por atrás. Como cuando dispara un cobarde por la espalda, para estar seguro que lo matará sin verle el rostro.

Los que ocupan La Moneda, hablan de la economía, las ganancias de las empresas, las inversiones gigantes que los compinches empresarios anunciaron pala La Araucanía; para que los terroristas se despreocupen de sus ansias de destrucción y se pongan a trabajar con el trabajo que les regala la clase empresarial. Qué harían y haríamos sin ellos, nos financian la vida, y debiéramos estarles agradecido cada segundo el resto de nuestra vida. Son los dueños de Chile, con su gobierno instalado en La Moneda. Que envía grupos “especiales” a la terrorífica Araucanía, para acabar con los terroristas.

Todo sigue igual, ni siquiera una declaración mínima de los “acontecimientos” en La Araucanía. El ministro del Interior, primo hermano del Presidente, nada, no abre la boca. Si lo hace, informa mecánicamente que se ha muerto “un ciudadano mapuche”. Que no se tiene claro aún que ha sucedido. Que el terrorista baleado era parte de un grupo de delincuentes que se había robado varios autos del estacionamiento de una escuela.

Y ya está. Eso era todo. La guerra debe continuar. Como el show debe continuar. Que son muy responsables. Todos sonríen. Todo sigue igual. Tienen y se desenvuelven como peces en el agua en los laberintos del poder. Son el Poder. Todo lo demás está de más. Solo ellos están. Existen. Sin ellos el mundo estaría en la bancarrota. Destrozado.

Y se van a disfrutar, seguramente con una copa llena de champagne.
Français, bien sûr.

Jaime Vieyra-Poseck

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