Quinta y última parte
La felicidad y la muerte
Felicidad
Siguiendo la ley universal de fuerzas en tensión y exploración de puntos de equilibrio, he podido diseñar mis principios éticos hacia la búsqueda de bienestar, mío en primer lugar, y luego de quienes me rodean, personas, animales o vegetales. Es una tarea permanente.
Y siguiendo el ejemplo de la naturaleza, asumo como principio de mi actuar el respeto por la diversidad. En la vida pública, otros principios son el ejercicio de mi libertad limitado por las libertades ajenas, el cumplimiento de las leyes establecidas en la sociedad en la que me muevo.
En este campo, trabajo construyendo coherencia entre lo que pienso, siento, digo y hago para lograr bienestar, esa vivencia que al ser estable y duradera llamamos felicidad.
Obviamente, como todos los fenómenos que conozco, la felicidad no es absoluta, tiene altibajos y depende de sus relaciones con la carencia y el dolor, así como la vida lo hace con la muerte: Es necesario apreciar tal interdependencia.
Es que palabras como Amor, Felicidad, Paz, Sabiduría y otras tantas son sospechosas. Y lo son porque apuntan a ideales jamás alcanzados a cabalidad por ninguna persona. Sin embargo, con todas las limitaciones propias de los seres humanos, escindidos desde la raíz por el hecho de ser conscientes, parto de la experiencia de ser feliz.
La felicidad es una construcción colectiva que empieza en cada individuo con su gestación, nacimiento y primeros años de vida a cargo de otras personas. Luego, poco a poco, cada uno va construyendo lo que puede y quiere. Al pensar en mi pasado infantil, me siento muy afortunado porque, como lo mencioné antes, nuestras sociedades son extremadamente inequitativas para brindar oportunidades y la gran mayoría de personas se encuentra con una carga de desamor, odios, miedos, privaciones y desalientos contra los que tienen que luchar para desaprender todo lo malo que han recibido.
En esa lucha por la conquista de la felicidad, entre quienes han sufrido una infancia dolorosa hay personas que solo se sienten víctimas y sobreviven en la queja, abandonando sus propias potencialidades. Otras de entre ellas, por el contrario, deciden partir de esa base pobre para construir su día a día lo mejor que pueden. Y en la gran diversidad que nos caracteriza, la mayoría actúa en situaciones intermedias, con mayor o menor queja, con mayor o menor esfuerzo propio.
Yo he sido una persona con suerte gracias al trato recibido de mis padres y las personas mayores que rodearon mi infancia. En 2021 vuelvo a pensar en la felicidad desde el sedimento y la construcción que he podido hacer con esa mezcla de experiencias, lecturas y conversaciones a lo largo de la vida, la que llamo mi filosofía.
Felicidad, creo yo, es una forma de placer, quizás la más honda y amplia. El placer radica siempre en la satisfacción de una necesidad, en la solución de un problema, en el llenado de alguna carencia. Dada la naturaleza contradictoria de todo lo que existe en el universo, fundado en fuerzas opuestas que interactúan, el placer no tiene sentido sin el dolor, la carencia, o la necesidad. No hay placer en el frío sin tener calor, ni en el calor sin frío, como no lo hay al comer sin hambre ni al beber sin sed, descansar sin cansancio o dormir sin sueño. Con la felicidad, que tiene muchos matices, sucede algo semejante, aunque la diferenciamos del placer por la naturaleza de las necesidades, menos ligadas a la vida corporal inmediata, y por su tendencia a permanecer, frente a la corta duración del placer. De alguna manera entre placer y felicidad hay una relación parecida a la que existe entre las emociones y los sentimientos.
En cualquier nivel, emocional, intelectual, espiritual y en cualesquiera de sus combinaciones, la carencia es la fuente del deseo y su satisfacción es lo que llamamos bienestar y nos produce alegría. Como lo expresé al inicio, imagino la felicidad como la más amplia y honda satisfacción de carencias.
Pero como todo lo que podamos pensar o experimentar es relativo, la idea de una felicidad absoluta es impensable, así como la idea de una felicidad sin altibajos.
En el caso del placer corporal, es evidente que no puede durar mucho tiempo porque la vida sigue su curso oscilando entre carencias y satisfacciones que duran poco tiempo. La felicidad puede ser más duradera que los placeres, pero también requiere de altibajos para poderla disfrutar. Y uno de los mecanismos que existen para esas comparaciones entre feliz e infeliz es completamente mental: las comparaciones entre la persona, el lugar y el momento presentes con otros lugares, otros momentos u otras personas.
También considero que la felicidad es una realidad muy compleja en la que confluyen muchísimos factores (esa es una de las diferencias con los placeres sencillos). Por eso no la percibo en épocas muy tempranas de la vida, cuando las experiencias y los universos imaginarios son aún reducidos. Y no solo eso; relaciono la felicidad con una construcción realizada a lo largo de la existencia, el producto de la articulación entre sucesos y realidades venidos de afuera y la actividad consciente de la persona que siente la felicidad. En otras palabras, aunque nadie se hace solo, el protagonista de la felicidad es cada uno al ir construyendo su propia vida y realizando sus proyectos, sin duda con muchas equivocaciones y errores, pero aprendiendo de algunos de ellos para mejorar su pensamiento y su acción.
¿Me engaño por contentarme con tan poco? No lo creo. La felicidad, como casi todo lo que atañe al ser humano, es una construcción, una tarea de exploración permanente que se desarrolla en la lucha y la tensión entre polos o tendencias variadas. Es una búsqueda entre querer y hacer, tener y desear, saber y desear, amar y querer lo que se ama.
Y esta orientación cambiante no sólo vale para las cosas trascendentales sino también para los detalles pequeños de la vida cotidiana, una búsqueda incesante entre comer y beber en el momento aquello que quiero, por un lado, y querer aquello y el momento en que como y bebo; vestirme con lo que deseo y desear lo que me viste; hablar cuando quiero diciendo lo que deseo y desear el momento y lo que hablo; leer cuando deseo aquello que quiero y querer lo que leo y el momento cuando lo leo… En pocas palabras, vivir plenamente el momento presente sin negar los sueños futuros, hacer pactos con la vida real, con las condiciones limitadas y con la imaginación infinita.
Pactos, transacciones, acuerdos, convenios, alianzas, todos estos términos aluden a nuestra naturaleza contradictoria, dividida con ese cuchillo que llamamos conciencia, que penetra y escinde cualquier realidad en dos, la presentación y la representación.
Ciertamente soy pobre en conocimientos, en dinero, en autocontrol, en poder, en muchas cosas. Pero a la vez tengo unos universos mentales muy estimulantes, poseo todos los bienes que me aseguran la supervivencia y algunos más, cada vez aprendo más sobre mí mismo y puedo manejar mejor las emociones y, en consecuencia, tengo un mayor poder sobre mi forma de actuar.
Tradicionalmente han estado en pugna dos actitudes hacia la vida humana: Optimismo y Pesimismo, cuyos defensores han llegado a su conclusión argumentando ideas abstractas como el origen divino del universo o generalizaciones como la maldad y el sufrimiento humanos. Desde una postura puramente práctica, sin pretensiones metafísicas, jugando al cálculo de probabilidades, considero que al imaginarme el mundo como deseable tengo más posibilidades de disfrutarlo que si lo percibo como indeseable. Si pienso que me va a ir bien en la vida, tengo mayores posibilidades de que ello suceda que si pienso lo contrario. Así de simple. Como desconozco el futuro y no sé si voy a ganar o a perder, decido escoger la creencia en que voy a ganar. Total, si me he equivocado, nada pierdo adicionalmente y nadie me quita lo vivido. No me conviene disolver los momentos de entusiasmo y disfrute de la vida con los ácidos del infinito y la eternidad.
¿Optimismo o pesimismo? Si de algo tengo certeza es de mi propia muerte y en tal sentido sería pesimista. Pero también soy consciente de que, en espacios de tiempo más o menos diferentes, todo lo que comienza acaba, de que, por definición, la vida es una forma de organización de algunos seres que siempre se desorganizan y que, en conjunto la raza humana tiene altísimas probabilidades de desaparecer al igual que ya ha sucedido con el noventa y nueve por ciento de las especies que han nacido sobre el planeta tierra. Entonces el principio de realidad convierte el momento de vida en algo bueno, para disfrutar mientras existe, lejos de una eternidad ajena a cualquier experiencia y biológicamente imposible. ¡Vivir el presente!
Una metáfora hermosa del optimismo está plasmada en la canción del grupo ABBA «I have a dream«. Los angelitos, esas tiernas figuritas de espíritus que sin tener cuerpo tienen alas, simbolizan la actitud que deseo cultivar.
Tener un sueño y poder cantar me ayuda a enfrentar cualquier situación; al ver las maravillas de los cuentos de hadas puedo alcanzar mis metas, a pesar de cometer errores; los angelitos ayudan a ver todo lo bueno que me rodea, a sentir que mi tiempo es el adecuado, puedo cruzar las corrientes, puedo soñar. Mis sueños y fantasías me ayudan a enfrentar la realidad y mi destino me permite avanzar, aún a través de la oscuridad.
Una buena manera de asumir la felicidad, como el gozo y el placer, consiste en comprenderlos dentro de la malla infinita en la que nos es dado existir y dentro de las tensiones o fuerzas encontradas que le dan movimiento a ese universo y “explican” el surgimiento de nuevos seres o nuevas realidades en el tiempo. ¿Felicidad sin infortunio? ¿Gozo sin dolor? ¿Placer sin necesidad? Creo que no son pensables como tampoco el disfrute de la vida sin la presencia de la muerte. En tal sentido considero un absurdo o al menos fuera de toda comprensión lo que algunos llaman felicidad eterna, algo así como una llenura sin hambre o una satisfacción de lo que no se requiere.
Me hago además dos reflexiones: la primera, acerca de la ambición como sentimiento de insatisfacción con la situación actual, que hará desgraciado permanente a quien se deje arrastrar por ella y muy especialmente si se asocia con la envidia (siempre habrá alguien que posea más dinero, poder o conocimiento que yo y nunca tendré todo lo que es posible). La segunda, acerca de la importancia del momento, del día a día, del presente, del tiempo real en que consiste la vida de los mortales. ¿Por qué no disfrutarlo? ¿Por qué no gozar de lo que ya soy, de lo que conozco, amo, uso o poseo? ¿Por qué añorar lo mejor si dispongo de lo bueno?
Nada de esto es absoluto, ¡Ni más faltaba!, pero la experiencia de haber gozado con las cosas más simples me ratifica en la tendencia a sacarle todo el provecho posible al momento. Bellezas tan profundas y a la vez tan sencillas como la contemplación de un atardecer; Placeres corporales tan fáciles de lograr y al mismo tiempo tan estimulantes como beber agua con sed, bañarme con agua fría cuando tengo calor o con caliente si me incomoda el frío; disfrutar de una comida sencilla; tenderme en el lecho cuando estoy cansado; jugar con mi cuerpo y con el de la compañera cuando el deseo sexual se nos despierta; aspirar el aroma que se levanta de la tierra cuando camino por el campo luego de haber llovido o disfrutar la caricia del viento como si fueran los besos de la montaña; escuchar melodías, ritmos y arreglos musicales tan disímiles como el canto de las aves, una sinfonía de Beethoven, una tonada de Mozart, el arrullo de las olas en el mar , la gritería de los niños en un colegio como jilgueros que retozan libres, una ranchera mexicana, un bolero, el silbido estremecedor del viento en las montañas, una balada, un bambuco , la tranquila y suave melodía del arroyo que se desliza en su cauce de piedrecillas bordeado por plantas diminutas; un vallenato entre alegre y melancólico… y tantísimas variantes derivadas de mi sensibilidad corporal.
Desde la infancia, cuando mi padre me llevaba a un pequeño terreno que había comprado en un cerro cercano a casa y desde allí me mostraba los cambios del paisaje con la caída del sol, la transformación inexorable de colores y de figuras en el firmamento, las representaciones cambiantes de las nubes, la disminución de las distancias de lo visible, la aparición de las estrellas y de la luna y la conversión de todos los tonos del verde en negros más o menos oscuros, todo ello paulatinamente unido a la sensación de un silencio profundo con la llegada de la noche. Él me decía: “¡Mira cómo se mudan de ropa las nubes! ¡Están vestidas de blanco! ¡Ahora de azul! ¡No, de naranja! ¡Huy, están de rojo!… ¡Se volvieron grises! ¡Mira los árboles tan verdes!… ¡Se están oscureciendo!… ¡No, se volvieron negros! ¡Mira hacia la ciudad… se están borrando las figuras de las casas y los edificios! ¡Mira la cantidad de lucecitas que están apareciendo! No pudimos hacer nada para detenerlos, solo mirarlos. Lindo, ¿no? Bueno, volvamos a la casa”.
Como aún guardo una fuerte y placentera imagen de esos atardeceres, los asocio al atardecer de mi vida. Soy feliz en el momento actual de mi recorrido en el que se combinan el deterioro físico que me llevará a la oscuridad total de la muerte con la tranquilidad emocional y mental para construir el mejor entorno que me es posible.
Y en el terreno de lo simbólico, en el que se conjugan todas las artes y todos los lenguajes, las ciencias y la filosofía, ¡Qué maravillas posibles al leer o escuchar la poesía, adentrarme y recorrer un buen texto o presenciar ciertas representaciones teatrales! ¡Qué disfrute y cuánto gozo al ver lo que no había visto, descubrir una nueva manera de apreciar o encontrar una explicación arduamente buscada! Las lecturas… ¡Qué universos tan variados me han abierto! ¡Cuánta simpatía con mundos insospechados! ¡Cuánto me han enseñado sobre el ser humano! ¡Cuánto me han sumergido en océanos placenteros e intensamente interesantes!
Y en la vida cotidiana, el dar y recibir afecto, el contemplar los diversos desarrollos de quienes amo, recorrer los espacios familiares y reconocer en ellos el trabajo y el gusto por haberlos producido. Nada de esto requiere grandes cantidades del falso dios contemporáneo, el dinero, ni herencias fabulosas de prestigio o de poder; son cosas sencillas y posibles para la mayoría de personas. Sin embargo, la experiencia me enseña que la infelicidad está absurdamente extendida y eso es algo que merece reflexiones amplias, en otro momento.
¿En qué soy feliz? Viendo que la contradicción, la lucha entre fuerzas de orientaciones diferentes es la causa, por así decirlo, del cambio, de la evolución, del desarrollo, no me asusta el sentirme contradictorio, con una cierta dirección, pero con innumerables desvíos y retrocesos. Mi orientación para ser feliz es de carácter ético, buscar la coherencia entre lo que siento, pienso, digo y hago.
Obvio que la orientación no es siempre la acción real; es solo una fuerza y un sentido que, a la vez que me hace sentir una buena persona, me ayuda a reconocer errores y a rechazar cualquier sentimiento de culpa por lo que haga, diga, sienta o piense. Creo haber superado las opresiones religiosas o políticas con las que el cristianismo o el comunismo de mi juventud me hacían sentir culpable. Soy feliz en la imagen que tengo de mí mismo.
Mi felicidad también tiene que ver con la perspectiva que he adoptado, ya que no acepto la idea del éxito como reconocimiento público sino como la capacidad de trabajar en lo que considero conveniente y producir resultados en esa dirección, así luego vea que debo cambiarla. Desde la mirada de la religión contemporánea, el Mercado Global, mis realizaciones profesionales han sido una serie de fracasos ante los dueños de las instituciones que decidieron no contratarme más; pero desde la mía, tal como las he vivido, “nadie me quita lo bailado”.
Con toda la intensidad puedo vivir un presente que en algunas maneras contribuyo a construir, buscando lo mejor de mis posibilidades. Con toda la intensidad puedo vivir y agradecer el pasado que en enorme medida me ha sido favorable. Con toda intensidad puedo esperar la posibilidad de seguir viviendo bien y de morir tranquilo, con esas tres frases en mi boca para los que me quieren y estén cerca: “Gracias por todo lo que me han dado: he sido feliz; Perdón por lo que les haya perjudicado: siempre quise hacer lo mejor… ¡Adiós y buena suerte!”
La muerte
Esta realidad, compañera inseparable de la vida, ha sido temida e incluso rechazada por muchas personas y culturas, quizás por la combinación de varios errores, tales como la incapacidad para reconocer la relatividad de todo lo que conocemos, la creencia en una superioridad total del ser humano sobre los demás y en su correspondiente invento de una superioridad absoluta de un ser espiritual que es el aliado de quienes lo crearon.
Una primera aproximación a la muerte puede nacer de la constatación científica y personal de la formación de la vida a partir de la unión de gametos, relativamente pequeños y sencillos, a los cuales se van uniendo con el paso del tiempo otros materiales que configuran tejidos, órganos y un cuerpo estructurado. En el caso de las personas, luego se van añadiendo sensaciones, sentimientos, ideas, palabras, experiencias y enseñanzas que van conformando la identidad de cada individuo: somos cuerpos y memorias construidos a lo largo de la vida de cada uno, en forma que creemos única y singular. Al cabo de un tiempo, hasta ahora nunca mayor a un poco más de un siglo, la respiración se detiene y el cuerpo comienza a descomponerse en las innumerables partes que lo componen.
Desaparecen fenómenos como movimiento, palabras, sensaciones, sentimientos y recuerdos, así como desaparece todo cuadrado, trapecio o círculo cuando se borran las líneas o sucesiones de puntos que los forman. Al morir las personas desaparece su identidad.
La supervivencia humana es imposible. Así se deduce del criterio estadístico de la bióloga Tegham Lucas, de la Universidad de Adelaida en Australia, cuando calcula que la probabilidad de que haya una persona igual a otra es apenas de una en un billón. Y como los humanos actuales somos más de siete mil millones de personas, ¿habrá alguna posibilidad de que todas, incluyendo los miles de millones que ya han muerto, volvamos a existir? Estadísticamente parece imposible.
La supervivencia es una idea ligada a las religiones, esa mezcla de respuestas a lo ignorado fabricando historias imaginarias sumadas al argumento para mandar sobre otros, ya que sus creadores son protagonistas o muy cercanos al personaje más poderoso. Imaginación y deseo de poder. Realmente las religiones no son una fuente confiable de conocimiento en el tema.
Por eso prefiero considerar a la muerte como la carencia que constituye el placer de vivir. Consciente del conjunto de vaivenes y limitaciones que recorremos durante la existencia, me resultaría aburrido, por decir lo menos, vivir eternamente. ¡Viva la muerte que le da sentido a la vida!
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