EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
PORTADA | PUBLICAR EN ESTE SITIO | AUTOR@S | ARCHIVO GENERAL | CONTACTO | ACERCA DE | ESTADISTICAS | HACER UN APORTE

— VER EXTRACTOS DE TODOS LOS ARTICULOS PUBLICADOS A LA FECHA —Artículo destacado


Violencia de la igualdad. Cuarta parte. La educación colombiana

por Rodrigo Velasco Ortiz
Artículo publicado el 27/06/2022

Cuarta parte
UNA MIRADA SOBRE LA EDUCACIÓN COLOMBIANA

Ver, tercera parte
Quiénes somos los seres humanos

 

¿Por qué este tema?
Cerca de cuarenta años de trabajo como educador alrededor de temas de filosofía e historia en cinco instituciones colombianas, tres de nivel universitario y dos de nivel secundario, constituyen mi experiencia sobre este tema, suma de aciertos y errores. Muchas personas en cada uno de estos ámbitos laborales contribuyeron a mi aprendizaje. Como es imposible mencionarlas a todas, solo expreso mi gratitud por sus enseñanzas.

Hacer filosofía para educar es una invitación para pensar muy personalmente el trabajo de la formación humana, en particular el trabajo sobre la propia formación. Porque quien educa ha de estar dispuesto a educarse a sí mismo y en muchas ocasiones, cuando se da cuenta de las deformaciones que ha sufrido, su tarea consiste en reeducarse.

Los seres humanos somos los mamíferos que más tiempo de la propia vida requerimos para dejar de ser dependientes y ser productivos. El objeto de los sistemas educativos es precisamente favorecer esa condición de independencia y creatividad.

Al pensar en este tema me encuentro con la magia de las palabras y así voy a explorar algunas de ellas como Educar, Formar, Enseñar, Aprender, Profesor, Alumno, Semilla, Producir.

Los sistemas educativos tienen exactamente la misma función de los viveros creados por los agricultores cuando cuidan y alimentan las semillas para que se desarrollen y se conviertan en frutos sanos, fuertes y útiles. El agricultor no crea las semillas, solo las cuida y protege, sabiendo que son diferentes y requieren cuidados diferentes. Las instituciones educativas son semilleros y los educadores son cultivadores, con algunas características particulares.

¿Quién es un profesor? Alguien que profesa algo, que cree y tiene fe en algo. Sin un profundo convencimiento en la conveniencia y utilidad de algún contenido o tema específico no se puede ser profesor.

¿Quién es un alumno? Según dos interpretaciones conocidas, alguien que necesita ser alimentado o iluminado porque aún no tiene suficiente alimento o suficiente luz en algún tema. En ambos casos implica dependencia.

¿Qué es Enseñar? Es poner en signos, dar señales, mostrar, facilitar que otra persona comprenda algo.

¿Qué es Educar? Una interpretación propone que es conducir, guiar. Pero otra más profunda indica que es sacar algo de adentro, desarrollar potencialidades en semilla para que den fruto.

¿Qué es Producir? Es generar algo nuevo, un objeto, una idea, un sentimiento, una perspectiva, una organización, cualquier cosa que tenga utilidad.

¿Qué es Formar? Es dar forma, organizar de determinada manera.

Así entonces la educación debe ser impartida por personas enamoradas de lo que hacen, confiadas en las capacidades de los educandos a quienes respetan en sus diferencias, conscientes de que los castigos son daños producidos en las semillas que las debilitarán, en permanente diálogo con sus estudiantes.

Aunque la educación, como cualquier tema, puede ser vista críticamente desde innumerables intereses o puntos de vista, quiero hacerlo desde el mío en particular, que he ido construyendo a lo largo del tiempo como una manera de interpretar, no solo la educación misma, sino el conjunto de mi existencia; es algo así como un gran lente a través del cual descubro el sentido de vivir, un visor que tiñe de cierto color todo lo que enfoco: mi filosofía.

Consciente también de que el sistema educativo colombiano tiene fortalezas y virtudes, la parte de la mirada que presento no es una calificación equilibrada del mismo, pues destaco con mayor fuerza algunas heridas y malformaciones, asumiendo como posibilidad el sesgo de evidenciar lo que funciona mal para buscar mejoría.

Si bien es cierto que la educación ha sido vista durante mucho tiempo y en muchas culturas como uno de los instrumentos diseñados por adultos y poderosos sobre menores y débiles para lograr de ellos adaptación a la sociedad que desean, desde el marco conceptual que acabo de señalar considero que el papel central de la educación es humanizar, formar, favorecer las expresiones de las potencialidades humanas para que interactúen con el entorno natural y social.

Educar es despertar la imaginación para desear aquello que consideramos valioso y fortalecer la voluntad para aplicarla a tales propósitos, en la creencia de que hacerse humano es reconocerse inacabado y proponerse una forma de construir la propia identidad, dentro de las limitaciones y oportunidades que ofrece el ambiente. El profesor es alguien que profesa, que tiene fe en algo y por eso disfruta difundiéndolo.

Educar es favorecer la interacción respetuosa con cada uno de los otros seres, sabiendo que al primer ser que hay que conocer y respetar es a uno mismo.

Una de las ideas que han ido resurgiendo en mí con más fuerza con el paso del tiempo es de corte socrático, la interpretación del origen latino del término educar (e-ducere) como ‘conducir desde’; ‘extraer de’; ‘sacar a luz’.

El educador ayuda a desarrollar las semillas de cada alumno para que produzcan frutos. En esta última acepción, el término ‘desarrollo’, aplicado a lo humano, tiene el mismo origen que ‘desenrollo’; es decir, que implica sacar a la vista aquello que está oculto y, cual exhibidores de telas, los educadores ayudan al educando para que despliegue toda su belleza y calidad.

Educar la imaginación es despertar y afinar sensibilidades; es ofrecer mundos con los cuales inventar otros nuevos, así como educar la voluntad es fortalecer, mediante el ejercicio, la conciencia de las propias posibilidades para alcanzar aquello que la persona se ha propuesto, para hacer real un mundo imaginado como mejor.

Educar es ayudar a otros en su tarea de hacerse humanos, tarea impensable sin abrirse a otras personas para construir colectivamente aquello que juzgamos deseable. Implica, dado nuestro carácter simbólico, conversar con los otros en ese triple movimiento de una auténtica comunicación: abrirse al otro para comprenderlo, valorar lo que nos transmite mediante la comparación con lo que pensamos y expresarle nuestra perspectiva en busca de algún acuerdo para actuar.

Nos hacemos humanos cuando comprendemos a otros y con ellos construimos cualquier cosa que acordemos (objetos, ideas, formas de actuar o de sentir) sabiendo que no existe una validación superior al acuerdo alcanzado; que no existen verdades ni valores más allá de la comprensión humana, obtenida mediante la conversación con otros y que siempre será posible mejorar o perfeccionar tales acuerdos cuando nos resulten más claros, más bellos, más eficientes o más justos que los establecidos hasta el momento.

Como decía antes, educar es en muchas ocasiones reeducar, comenzando por quienes nos asumimos como educadores. Habremos de revisar cuidadosamente las verdades y los principios aprendidos desde la opresión, la desconfianza, el temor y la minusvaloración, para así estar dispuestos a aprender desde una experiencia segura y confiada. Propongo que tengamos la experiencia de creer firmemente en nosotros mismos y en los demás, para aprender de ellos y enseñarles lo que sabemos.

Continuando con la lógica de buscar puntos intermedios entre fuerzas opuestas o excluyentes, veo que en la educación se enfrentan dos centros de interés, cada uno de los cuales puede tener mayor o menor potencia según las circunstancias y según las motivaciones de quien educa: el individuo y la sociedad.

El primer foco es la persona que se educa, sus potencialidades y sus decisiones. Más allá de sus condiciones corporales, comunes con otros mamíferos y nacidas de la capacidad para interactuar equilibradamente con el entorno para su propio desarrollo, creo que toda persona tiene, entre otras, tres cualidades específicamente humanas: Inteligencia, como capacidad para imaginar y ensayar respuestas nuevas con las cuales hacer frente a las situaciones que se le presentan; Empatía, como gusto por comunicarse con las otras personas y Deleite de vivir, como disfrute al ejercitar todas sus posibilidades y satisfacer sus necesidades. El conjunto de cualidades propias de los seres humanos está coronado por el derecho a la libertad de escoger y decidir sobre su propia vida.

Como muestro más adelante, los errores cometidos con mayor frecuencia en este foco tienen que ver con el desconocimiento, por parte de los educadores, de las condiciones singulares del educando o de los límites necesarios para su desarrollo equilibrado.

El segundo foco es la sociedad, con todas sus creaciones en organización, ideas, valores, obras y saberes. Todo grupo humano ha ido produciendo maneras de mirar, de sentir y de actuar, en forma de ideas, artes, ciencias, actividades o costumbres, que se han transmitido entre generaciones y entre pueblos, las cuales pueden ser aprendidas mediante acciones educadoras. Es preciso respetar los acuerdos vigentes en cualquier sociedad en la que nos encontremos, buscando el justo medio entre lo colectivo y lo individual.

Los errores cometidos con mayor frecuencia en este foco tienen que ver con la enseñanza de ideas, valores o costumbres dañinos, bien sea para el educando o para el entorno social o natural, o la inclusión de temas que poco o ningún valor tendrán en la vida del aprendiz, quitándole tiempos y esfuerzos en aquellos que si le serán de utilidad.

La educación es el proceso mediante el cual algunas personas o instituciones ayudan a cada persona para que desarrolle y exteriorice lo mejor de sí misma y se relacione de la manera más creativa con el entorno natural y social, de manera que la interacción sea mutuamente enriquecedora. La educación es un alimento ofrecido y una fuerza ejercida desde fuera hacia adentro del individuo, quien los procesa y luego expresa o exterioriza con gestos, palabras y acciones. La verdadera formación es un asunto interior, que no es posible sin la influencia externa.

Educación, Cultura y Sociedad
El ser humano es un fruto particular de la evolución natural de la vida, dotado de la capacidad de representarse mentalmente a sí mismo y a su entorno y por eso mismo capaz de inventarse preguntas, explicaciones y respuestas adecuadas y originales ante los problemas que le plantea la vida misma. La llamada inteligencia consiste precisamente en eso, en ensayar y crear respuestas nuevas ante situaciones nuevas. Como dije atrás, otras características asociadas a la mente son la capacidad de colaborar e interesarse por las otras personas y por los otros seres, cuya máxima expresión es el amor, y la capacidad de disfrutar y gozar la vida, mediante la satisfacción continua de las múltiples necesidades y carencias derivadas de su doble condición corporal y mental.

Como todas las sociedades de las que tengo noticia son más o menos opresoras, la inteligencia de los menores se ve opacada (así como el gusto por compartir y el disfrutar la vida) por las muchas limitaciones que tienen los padres y los adultos que rodean a los niños en su primera infancia.

El mecanismo que esconde o entorpece las potencialidades humanas opera básicamente de tres maneras: mediante el miedo (asustando al niño con gritos, castigos o amenazas) mediante la descalificación o el abandono (haciéndole sentir que es incapaz, torpe o malo) y mediante la represión (impidiéndole que se exprese libremente y en muchas ocasiones reprimiendo el desahogo de sus frustraciones a través del llanto, las pataletas o el aburrimiento).

Por eso el sistema educativo formal, diseñado y dirigido por quienes han sufrido desde niños diferentes descalificaciones, a la vez que muestra horizontes nuevos e introduce a los alumnos en muchas de las riquezas de la cultura, refuerza los patrones de opresión y descalificación que frenan la inteligencia, la bondad y el gusto por vivir.

Educar y educarse consiste entonces, no solamente en transmitir las mejores conquistas de la cultura, sino en favorecer la cura de los males que la misma cultura ha producido, trabajando por recuperar toda la inteligencia, el placer de vivir y el gusto por relacionarse con las otras personas, características propias de la humanidad. Educar es entonces re educarse para replantear esas falsas verdades y esos inaceptables sentimientos opresores, surgidos y cultivados a lo largo de la historia por parte de personas y grupos opresores.

Para hablar de educación con educadores es preciso entonces estar muy precavidos y alerta para no repetir con ellos lo que queremos corregir. En primer lugar, la figura del maestro que sabe (todo) y del alumno que no sabe (nada) ha de ceder su lugar a la figura del ser humano que sabe muchas cosas y conversa con quienes saben muchas otras, algunas parecidas y otras diferentes, de manera que en el interior de cada uno de ellos (maestro y alumnos) se va ampliando el horizonte y el sentido de las cosas. Nadie sabe todo, nadie ignora todo.

Lo anterior no desconoce que, en general, los maestros que enseñan algo específico conocen más de ello que sus alumnos porque si no, no estarían jugando tal papel. Conocer más acerca de algún tema no significa saber más de todos. La igualdad fundamental de las personas y el respeto por las diferencias individuales han de ser el principio y la actitud que oriente las relaciones académicas y escolares.

Por otra parte, las verdades y los principios, las teorías y las técnicas, las religiones y las ciencias, consideradas como absolutas o inmodificables, han de ser reconsideradas como inventos o creaciones humanas que temporalmente han sido ratificadas o acordadas por determinados grupos de personas y por consiguiente sólo operan socialmente mientras subsistan los acuerdos que les dan vigencia en el interior de tales grupos.

Como corolario, las normas y costumbres académicas establecidas como “sacras” han de ser cuestionadas permanentemente, no sólo a la luz de la experiencia sino de las herramientas teóricas más razonables, de manera que el cambio resulte más apropiado que el mantenimiento y la inmutabilidad.

La educación es apenas una de tantas instituciones sociales que funcionan en forma interdependiente, por lo que una de las primeras reflexiones se orienta a entender sus relaciones con el conjunto de la sociedad, tema que abordo desde la perspectiva compleja anteriormente mencionada: pensar la educación es pensar la sociedad dentro de la cual funciona como una de sus instituciones y pensar la sociedad es pensar la educación que promueve.

El sistema de educación formal establecido en cada pueblo forma parte de lo que los sociólogos denominan ‘instituciones’, entendidas como conjuntos de ideas, valores, objetos, prácticas, espacios y relaciones que atienden o se ocupan de alguna necesidad básica de esa sociedad para su mantenimiento y desarrollo. Las instituciones tienen el doble propósito de conservar el pasado y construir el futuro.

La necesidad educativa es un fenómeno de carácter universal, en el tiempo y en el espacio ocupados por los humanos, pues toda sociedad educa siempre, aunque existan diferentes y variadas maneras de hacerlo. Sin embargo, en la gran mayoría de sociedades actuales existe el sistema educativo formal como parte del conjunto de instituciones sociales.

La educación es tan necesaria socialmente como lo es el sistema genético para los seres vivos. Educar a los nuevos miembros de una comunidad es tanto garantizar la supervivencia, la permanencia e identidad de tal grupo, cuanto favorecer sus cambios adaptativos a los cambios del entorno natural o social.  Identidad y cambio son sus funciones.

Sin embargo, la analogía biológica es sólo eso, una metáfora.  Los seres vivos sobreviven como especie gracias a sus sistemas genéticos y de adaptación objetiva, pero la especie humana tiene una característica fundamental, la conciencia, por la cual crea la cultura y entonces su permanencia y desarrollo dependen de factores tanto objetivos como particularmente subjetivos o de representación.

En los procesos sociales de competencia y lucha por el poder individual y colectivo, el campo de la conciencia es particularmente interesante, pues el sometimiento de un individuo o de un grupo y la correspondiente supremacía de otro no son posibles sin las respectivas creencias: el valor de identidad y el valor de cambio están regidos por la mente. Dicho en otras palabras, cuando una sociedad o una persona han recibido como imposición una falsa conciencia de sí mismas, la educación desdibuja la identidad.

Y la falsa conciencia en las culturas, como en los individuos, no nace tanto de sus incapacidades para hallar la “verdad” (como si hubiera alguna absoluta) sino por ser la conciencia de otro: Una educación puede favorecer la búsqueda de la identidad personal y colectiva, en el caso de los grupos independientes o interdependientes, o puede dificultarla, en el caso de los grupos y las sociedades dependientes. Y este tema merece un cuidadoso análisis por cuanto, desde mi perspectiva ética, el derecho a la propia identidad es tan indiscutible para los individuos como para las colectividades.

Las relaciones entre sociedad, cultura y educación podrían expresarse de alguna forma diciendo que la cultura es la identidad de una sociedad – su «personalidad», diríamos – que se produce gracias a lo educativo. La Cultura es un producto formado, aunque cambiante, y la educación es el proceso de formación de cada sociedad. Sociedad, Cultura y Educación son tres realidades propias de todo lo humano, identificables en cualquier tiempo y lugar, que funcionan de manera interdependiente.

En este contexto la institución escolar colombiana en sus tres niveles, Primario, Secundario y Superior, es tan solo una forma reducida de educar.  Reducida en el tiempo, por cuanto como institución social tiene apenas un poco más de dos siglos y solo atiende los primeros años de vida de las personas; parcial en el espacio, porque sólo existe en las comunidades influenciadas por la modernidad europea, y parcial en sus contenidos formativos, porque otras muchas instancias sociales cultivan, con igual o mayor eficiencia, dimensiones humanas que la escuela no puede o no quiere educar. En rigor, los educadores debemos ser muy conscientes de este limitado papel que desempeñamos en la sociedad, de nuestra interdependencia con otras fuerzas e instituciones de las que recibimos influencia, y de nuestro poder para influir sobre ellas.

Algunas particularidades de nuestra sociedad colombiana
Respecto al pasado nacional y continental, percibo un rasgo definitorio que lo atraviesa de lado a lado y penetra profundamente todas nuestras instituciones: tenemos serios problemas de identidad. Pueblos mestizos, descendientes de amos y de esclavos, hijos de vencedores y vencidos, somos otro de los muchos ejemplos en la historia de la humanidad del avasallamiento religioso, político, económico y cultural por parte de otros pueblos: nuestro proyecto, terrible es decirlo, ha consistido en ser parcialmente otros, en renunciar a muchas de nuestras realidades.

Esta dicotomía en los valores también existe en otras latitudes, tal vez sea universal en cuanto los poderosos en cada lugar enseñan normas y verdades supuestamente indiscutibles, aunque ellos, disimuladamente, no las crean o no las cumplan. Pero en nuestro caso la dicotomía es palmaria.

La identidad rota, como algún líder social lo expresa, hace de nuestro país una sociedad más esquizofrénica que otras; un estado con valores democráticos e igualitarios pero con prácticas que discriminan y concentran el poder en muy pocos; un país con división de poderes, detrás de los cuales se mueve el omnipotente dinero que los controla; una sociedad alegre y generosa pero envuelta en luchas violentas; un país en el que más de la mitad de sus ciudadanos se niegan a ejercer el derecho al voto y en el que más de la mitad de los que lo hacen rechaza la paz que se ha negociado.

Política y económicamente, las sociedades latinoamericanas recibieron de Europa la revolución burguesa sin tener una burguesía propia. Muchos de los promotores de la independencia de España fueron personajes con mentalidad feudal, con intereses muy semejantes a los del poder que querían reemplazar. Políticamente predomina una mentalidad conservadora, algunas veces con lenguaje liberal y esporádicos cambios hacia la equidad.

Desde el punto de vista de las mez­clas, por otra parte, hemos sido un crisol racial y cultural que facilita la creatividad y la innovación, el sincretismo y una relativa heterodoxia. Ello hace que algunas discriminaciones descalificadoras sean un poco menos fuertes que en otras latitudes.

Sin haberlo asumido con dignidad, somos mestizos, valga el término, en diferentes ámbitos: somos modernos, posmodernos y pre modernos en forma simultá­nea; con ganas de autonomía y desen­cantados del fracaso de modelos en los cuales nunca creímos seriamente pero aceptamos por fuerzas externas; con paciencia secular y con perma­nentes levantamientos; con enorme astucia para el ‘rebusque’ en condi­ciones extremas y con mente cerra­da que nos hace repetir fracasos; abiertos a las últimas tecnologías y también a las penúltimas y a los ancestrales ritos mágicos. Y también como mestizaje, tenemos centros educativos muy variados: difusores de cultura, laboratorios, tertulias de café, tiendas de garaje, lucrativos negocios familiares, foros de discusión, talleres tecnológicos, reuniones sindica­les y hasta como academias de elogios mutuos. La deslegitimación de todas nuestras instituciones, de manera concurrente, hace que el futuro sea excesivamente incierto.

El fenómeno de la copia o trasplante de modelos de una cultura a otra, inadecuado cuando no se integra armónicamente, tiene un efecto más pernicioso cuando se da en sociedades como la nuestra, que por razones históricas se han formado bajo el efecto de la dominación y la dependencia. Quinientos años de confrontación entre un poder extranjero que simboliza la verdad, la belleza y el bien frente a un poder nacional, dependiente, que simboliza la ignorancia, la fealdad y el mal, no pasan en vano sin dejar una huella muy profunda sobre la conciencia nacional: impotencia, baja autoestima y falta de fe en las disposiciones de la autoridad. Aún en los modelos más duros y técnicos, sobrevive la consigna de repetir o copiar propuestas extranjeras, a pesar de que en la actualidad muchos sectores de la población reconocen la posibilidad de mirarnos con ojos propios, valorar nuestra idiosincrasia, aceptar que tenemos un lugar en la tierra y que no hemos de continuar pagando alquiler por pensamientos ajenos.

A pesar de tener uno de los hábitats más ricos del planeta, la históri­ca relación económica con la metrópoli ha implicado el daño impune de gran parte de nuestro entorno natural y ha favorecido la institucionalización de la extrema desigualdad económica y social. Este rasgo, explicitado en todos los órdenes de la vida social, ha favorecido el descuido por el medio ambiente, la insolidaridad, el desinterés por lo público, la negociación posible de todos los derechos.

La perma­nente violación de las leyes no nace de una supuesta indisciplina étnica ni de una incapacidad para el orden, sino de la profunda conciencia de que el ordenamiento, incluyendo el jurídico, es injusto porque favorece intereses ajenos a las mayorías. Proverbial es la inteligente frase del indiano, tan lejos del poder del Rey: «Aquí se obedece, pero no se cumple».

La salida más común a ese esquema impuesto ha sido el individualismo que niega el valor de lo público, presupone el descrédito de cualquier institucionalidad y propone la actuación astuta que le hace el esguince a la ley. Independientemente de la bondad o maldad, de la eficacia o no de sus acciones, lo cierto es que el ciudadano común no cree en la seriedad de casi ninguna institución: El Estado se percibe como sumamente débil, tanto en sus relaciones internacionales como hacia el interior. Muchas de las personas que ejercen los poderes ejecutivo, judicial y legislativo parecen movidas más por intereses particulares que colectivos, con lo cual su representatividad se deslegitima.

Sin consecuencias correctivas, han salido a la luz pública presidentes, gobernadores y alcaldes ladrones; magistrados y jueces tramposos; congresistas, diputados y concejales vendidos; todos ellos arrodillados ante el nuevo dios dinero. Las fuerzas del orden, cada día se parecen más a los sectores desordenados que dicen combatir: el ejército a la guerrilla, la policía a los delincuentes y los órganos secretos a las llamadas fuerzas oscuras. El sistema penal y carcelario es mirado como el gran rey de burlas por la flagrante impunidad generada en su mínima cobertura, la lentitud paquidérmica de sus movimientos, su fracaso en el objetivo resocializador y, sobre todo, porque el peso de las penas recae tan solo en las clases sociales inferiores y cualquiera de sus penas puede ser negociada cuando hay dinero suficiente.

Otras instituciones como la familia participan de esa falta de reconocimiento, al punto de que actualmente en Colombia el 84% de la población es concebida por mujeres sin ningún vínculo matrimonial, ni civil ni religioso; el 24% de los menores viven con un solo padre y el 11% sin ninguno de los dos. Esto, evidentemente, resalta la incoherencia entre el modelo teórico y la práctica vivida.

Los partidos políticos, supuestamente aglutinadores de personas alrededor de ideas y propuestas de sociedad, han cambiado su compromiso con algún ideario por el objetivo claro y explícito de participar de los fondos públicos en beneficio particular, convirtiéndose en verdaderas microempresas electorales.

En el ámbito religioso, la capacidad de convocatoria, la cohesión y el compromiso con la iglesia católica tradicional han disminuido de manera ostensible. La religión se ha venido convirtiendo en algo privado por el no reconocimiento que las gentes tienen de la autoridad eclesiástica. En censos y encuestas de todo tipo aumenta el número de «creyentes, pero no practicantes» en ritos y con vivencias particulares.  El vacío de poder dejado por la iglesia católica se ha ido llenando en ciertos sectores por la presencia activa de iglesias cristianas no católicas, con fuerte vínculo económico de sus feligreses y una mayor identidad y dependencia de las creencias del respectivo pastor, muchas veces gran recolector de limosnas que van a conformar sus cuentas bancarias personales.

Los medios masivos de comunicación, el cuarto poder, tampoco están libres de la sospecha de ilegitimidad porque su acercamiento y dependencia del poder económico hace que en situaciones críticas para cada uno de ellos sean más propagandistas que comunicadores imparciales. En Colombia, por ejemplo, el poderoso empresario Luis Carlos Sarmiento Angulo es dueño de EL TIEMPO; el Grupo Valorem lo es de EL ESPECTADOR; el banquero e inversionista Jaime Gilinski es dueño de la Revista SEMANA. Y en los medios radiales y de televisión, el Grupo español Prisa es dueño de CARACOL y los herederos del inversionista Carlos Ardila Lulle lo son de RCN.

Detrás del deterioro de todas las instituciones se esconde el reinado del nuevo dios Dinero, cada vez con más personas creyentes que obran para satisfacer sus requerimientos por encima de cualesquier otros. Por eso son las instituciones económicas las que se miran con menores contradicciones, las que aún mantienen una imagen coherente entre los fines de lucro confesos y la eficacia de los medios que emplean para lograrlos.

Nuestras instituciones educativas
Aunque la palabra Escuela tiene orígenes medievales y entre griegos y romanos los interesados en algún saber, arte u oficio solían congregarse alrededor de maestros expertos que hacían las veces de guías, modelos o tutores, la institución escolar que conocemos es un producto típico de la sociedad moderna y representa los valores de la burguesía ilustrada, el ideario que difundieron las triunfantes revoluciones francesas, inglesa y norteamericana. A pesar de sus variaciones a lo largo de más de dos siglos, la institución escolar ha conservado características que la definen como expresión del proyecto moderno de educación y continúa con los conceptos de progreso, igualdad, racionalidad y ciencia, tomados del liberalismo burgués. Ello muchas veces disfraza antiquísimos valores opresores que continúan operando detrás de las declaraciones explícitas en contrario.

La escuela moderna se planteó como institución universal, organización racional del derecho que todo ser humano tiene a la educación en la ciencia y requisito del progreso social. Y como cualquier institución del estado moderno, idealmente no debería ser diferente para los estamentos o clases sociales, a la manera feudal, sino semejante para cualquier ciudadano; no debería depender de ideas desarraigadas de la experiencia o la razón, sino más bien estar atenta a los desarrollos de la ciencia. Pero, a todas luces estos valores dependen de otros, más antiguos, de corte feudal.

En cuanto a las normas y prácticas sociales, la escuela tomó de la sociedad capitalista las prácticas de la competencia y el logro individual, con la consiguiente estructura piramidal y selectiva, en abierta contradicción con los ideales originarios de libertad, igualdad y fraternidad.

Buena parte de la educación superior, particularmente en las sociedades de mayor influjo francés, estuvo orientada a satisfacer las necesidades de la producción y de los oficios profesionales requeridos por la sociedad contemporánea y así las prácticas de especialización en el trabajo fueron modelo de la formación escolar. De manera semejante, la lógica de la producción industrial y la eficiencia administrativa, tanto como los sistemas de control social, fueron permeando la institución escolar en sus diversos niveles.

De la misma manera como los antiguos títulos nobiliarios fueron aparentemente sustituidos por los títulos académicos, la retribución pecuniaria del trabajo fue simbólicamente reemplazada por la calificación en notas aritméticamente computables, haciendo que el buen promedio académico semeje el de una cuenta bancaria y su cuantía discrimine y clasifique a sus dueños en niveles de cultura o ignorancia.

Desde una perspectiva política, los gobiernos liberales del siglo pasado tomaron la bandera de la instrucción pública como el remedio a todos los males del atraso.  La escuela debería formar al ciudadano ilustrado, productivo, progresista, en oposición al ignorante, pasivo e improductivo.

El modelo de escuela debía llenar en primera instancia las necesidades de instrucción básica que, en términos generales se referían al lenguaje oral y escrito, cálculo matemático, nociones fundamentales de ciencias naturales, expresiones artísticas como canto, dibujo, teatro o corporales como gimnasia; nociones de cívica y urbanidad y geografía e historia patrias.  Los contenidos religiosos fueron suprimidos en los estados laicos, no así en donde la iglesia mantuvo su poder político.  En este nivel se pretendía la cobertura total y la igualdad en los contenidos y el estado garantizaba la prestación del servicio educativo.

El segundo nivel o secundario, tuvo desde muy temprano una orientación diversa según el presente económico y el futuro laboral del alumno: hacia las artes y oficios o hacia las profesiones liberales. La pirámide se estrechaba en los últimos años, tanto en cobertura como en campos temáticos.

El tercer nivel, o superior, siempre estuvo reservado para una minoría de la población y sus contenidos fueron ante todo científicos y profesionales, asumidos desde una perspectiva cada vez más especializada, dando por hecho que la integración de las dimensiones humanas ya estaba realizada en los niveles anteriores.

Sin embargo, se amplió el mercado con el atractivo para los inversionistas de obtener ganancias en empresas educativas y el deseo de muchas personas pobres de acceder a la educación en este nivel. Así han ido surgiendo universidades con muy variados niveles en exigencia y resultados, desde las llamadas universidades de garaje hasta las muy serias y cualificadas.

Los pensadores y dirigentes modernos identificaron los logros de sus intereses como logros de la humanidad y así fue diseñada la escuela: centrada en el saber científico troquelado por el modelo de las ciencias naturales y el recurso omnipresente de la simbolización matemática y la exactitud de los números. Por eso se ha identificado la ciencia como verdadera y objetiva, a pesar de la existencia de muchas verdades no científicas y el carácter subjetivo de todo conocimiento.

Entre nosotros la ciencia siempre fue vista como un producto – no un proceso – construido en otras latitudes, que debía ser aprendido; lo cual muchas veces significaba tan sólo memorizado o utilizado.  Éxito académico y progreso fueron sinónimos de apropiación o repetición de logros extraños.  Al fin y al cabo, la industria nacional, también dependiente e incapaz de innovar por razones de capital y de mercado, sólo requería de operarios calificados o, cuando mucho, de adaptadores de tecnología.

El fenómeno de confundir diferencia con superioridad está emparentado con otra idea moderna, la confusión entre equidad e igualdad de todos los seres humanos. Con esta lógica, nosotros aplicamos la igualdad que en Europa misma llevó a la exclusión de culturas y saberes descalificados como «populares», homogeneizó etnias en la formación de estados nacionales y en últimas trazó las líneas de lo que era verdadero, bueno civilizado, para excluir todo lo que estuviese fuera del orden racional y científico.

Del cuadro injustificado de algunos saberes que la escuela propicia, se sale con otro paradigma ya mencionado: El éxito económico. La noción que llevó al hombre moderno a su optimismo por el progreso fue precisamente la de sus triunfos sobre la naturaleza y sobre sus congéneres, logros entendidos solo en función de la derrota y del sometimiento ajeno. Pero, ¿Éxito en qué sentido?  ¿A costa de qué?  La escuela premia con calificaciones y de esta manera el paso triunfante, estimulado por la competencia de los puestos y los resultados, consiste en obtener las más altas notas.  No siempre es claro a costa de qué o para qué.

Educación en un momento difícil
En estos tiempos por los que atraviesa Colombia en el intento por superar una larga guerra sin cuartel, es indispensable considerar seriamente que somos una sociedad enferma, que padecemos un mal del que no somos conscientes y al que debemos atender: La sociedad colombiana sufre lo que algunos sociólogos han denominado Trauma Social. Es una enfermedad que no vemos, pero afecta negativamente todas nuestras relaciones y nos vuelve incapaces para asumir de manera razonable nuestros problemas colectivos, enfermedad que el investigador español Roberto Sancho Larrañaga ha bautizado con gran ingenio con el nombre de ”Plomonía”.

Ese trauma social ha sido causado por la violencia sistemática vivida en Colombia en los últimos doscientos cincuenta años, expresada desde entonces por las guerras de independencia, nueve guerras civiles en el siglo XIX, acciones desordenadas de las guerrillas liberales y conservadoras en la mitad del siglo pasado y, en este siglo, de manera planificada por guerrillas marxistas, grupos paramilitares y el mismo estado.

Las causas de estos enfrentamientos a muerte han sido variadas a pesar de que, por el mismo trauma, no las podamos considerar fácilmente en conjunto y cada quien tienda a ver sólo una o unas pocas.

Considero que las luchas armadas se han iniciado y se han fortalecido por muchos factores: En primer lugar, por el fenómeno prehistórico anteriormente mostrado de la opresión social, a su vez derivado de la dificultad para aceptar la diversidad. En segundo término, por la ambición de dirigentes y partidos políticos en busca de mayor poder, su mente cerrada y llena de pasión al discutir las diferencias políticas o ideológicas En tercer lugar por la descomunal desigualdad de oportunidades y recursos para educarse, trabajar y tener condiciones de vida digna entre los colombianos y la actitud antisocial y egoísta de muy poderosos especuladores y negociantes nacionales y extranjeros de armas, en una época, a los que se suman  especuladores y negociantes  de drogas en la actual.

Otros fenómenos que han coadyuvado a la violencia en los últimos años han sido las colonizaciones internas hacia lugares alejados de las ciudades y con muy escasa o ninguna presencia del Estado, el surgimiento y desarrollo de la llamada narco economía, la migración de campesinos muy pobres hacia las ciudades para acomodarse en rincones de miseria y, muy particularmente, la ceguera de la clase dirigente.

En la mitad del siglo pasado los líderes liberales y conservadores hicieron un pacto de convivencia, completamente teñido de egoísmo y prepotencia. En ese acuerdo, llamado falsamente “Frente Nacional”, no incluyeron a ningún otro partido ni propusieron la menor atención a los problemas de injusticia social que alimentan la violencia. Fue un acuerdo para turnarse el gobierno, un beneficio directo a los dirigentes liberales y conservadores que terminó desdibujando las identidades ideológicas de cada uno. Una vez cesado el pacto de turnarse el gobierno y con la misma lógica, los partidos políticos tradicionales y los que fueron surgiendo se convirtieron en auténticas microempresas electorales, sin ningún compromiso con principios o valores de identidad ideológica o de partido, atentos solo a ganar poder político y económico. Como algo novedoso y de cuyos efectos aún no tenemos certeza, por primera vez en la historia de vida republicana los ciudadanos elegimos en 2022 como presidente a un personaje desligado del poder tradicional que representa la necesidad de cambio.

Este clima permanente de injusticia, masacres, desplazamientos forzados, asesinatos y ausencia de autoridades confiables, daña el tejido de la sociedad, erosiona el capital y la eficacia colectiva, así como las condiciones de salud emocional. Crecer en medio de experiencias adversas altera las formas de pensar, las teorías que las personas construyen acerca de las relaciones sociales y afecta los vínculos de solidaridad.

Muchas normas morales aceptadas racionalmente, en condiciones de revancha se disuelven a favor del uso de violencia, justificadas porque “Así somos”. Los efectos nocivos de la violencia se expresan cuando las personas que han experimentado situaciones de adversidad extrema y viven en un país en donde el sistema legal es incapaz de controlar y castigar las fuerzas al margen de la ley, consideran los medios agresivos como métodos adecuados para restablecer la justicia en situaciones donde ellos y/o sus familias han sido lastimados.

El pensamiento de las personas se polariza y disminuyen las oportunidades para tomar la perspectiva de otros. En nuestro caso la enfermedad es tan grave y la ceguera tan extendida que, luego de más de cincuenta años de guerra interna, ante la pregunta por la validez de un pacto de paz con los subversivos, más de la mitad de quienes fueron a las urnas negaron la existencia del conflicto o la conveniencia de acordar con los guerrilleros.

La exposición continuada a la violencia está asociada también con síntomas de estrés postraumático, trastornos internos del comportamiento – usualmente, depresión y ansiedad – y trastornos externos – habitualmente, agresividad y delincuencia. Por la relación profunda con otros valores tradicionales machistas, predominan los trastornos internos en las mujeres y los externos en los hombres.

En este clima de una sociedad enferma, la educación colombiana tiene un papel fundamental si asume su responsabilidad de reaprender, de reformarse, de participar activamente en la construcción de las bases intelectuales y emocionales propias de una sociedad solidaria.

La relevancia de centrarse en la dimensión socio moral está relacionada con la posibilidad de considerar estrategias que ayuden a romper ciclos de intimidación, enfatizando nociones como responsabilidad social, cohesión y ciudadanía, y promoviéndolas en la comunidad.

Críticas al sistema educativo formal colombiano
Aunque existen marcadas diferencias entre diversas instituciones educativas colombianas, no solo por su calidad y el grado de apertura a nuevas maneras de considerar su labor, considero que aún perviven muchas fallas, la mayoría de las cuales nacen del carácter opresor escondido en la cultura.

En una apretada síntesis, clasifico mis críticas en dos conjuntos: Creencias y Organización.

Entre las creencias y valores, sobreviven el Autoritarismo, que identifica autoridad con poder y le da la razón al profesor, promueve la obediencia como principal virtud, castiga a quienes no aprenden al ritmo que él o ella proponen, impulsa la competencia como lucha contra los demás en desmedro de la colaboración para el aprendizaje; el Conservadurismo, que mantiene estructuras y contenidos propios del pasado sin asumir los retos de los rapidísimos cambios sociales que vivimos ni tener en cuenta el carácter cambiante de la historia para hacer los ajustes requeridos;  el Dogmatismo, que privilegia la respuesta sobre la pregunta e ignora el carácter parcial y temporal de todas las verdades; el Irrespeto por las diferencias, al uniformar a todos los estudiantes sin conocer ni  atender sus condiciones particulares, discriminar con puestos y calificaciones inferiores a la mayoría de estudiantes frente a la minoría de los primeros puestos y las calificaciones de excelencia, uniformar los contenidos sin atender al entorno cultural y los requerimientos de cada institución; el Sexismo, al clasificar la enseñanza primaria como inferior, dirigida por mujeres, frente a la superior, dirigida por hombres, contenidos “fáciles”  y de menor importancia como materias “blandas” (artes y ciencias sociales, p. e.) propios de mujeres, frente a las “duras”, importantes y “difíciles” (matemáticas y ciencias naturales) propias de los hombre.

También promueve el Pesimismo y el miedo, al considerar el aprendizaje una obligación difícil y desagradable e introducir gran tensión en las evaluaciones. Nuestro sistema niega el valor del momento presente, único en el cual podemos ser dueños de nosotros mismos, y sobrevalora el pasado en forma de culpa, proponiendo un presente doloroso como garantía de un futuro con la Ilusión de Felicidad. También confunde el respeto por los demás y por los acuerdos imponiendo obediencia al poder y persiguiendo cualquiera crítica como rebeldía.  En uno de sus más graves errores, nuestro sistema educativo aún considera el ser humano como superior en todo sentido a los demás seres y como su dueño, ignorando que tan solo somos una especie en medio de muchas otras, cada una con sus limitaciones y fortalezas, pero ninguna superior a todas en todo sentido.

Sobrevive una concepción cerrada de la verdad, como si hubiera alguna universal y eterna, una visión mecanicista de la naturaleza, de las personas y del aprendizaje que ignora las interrelaciones y complejidad de los fenómenos al confundir aprender con verbalizar, complejidad con complicación, atribuir causas únicas y lineales en los procesos, creer en etapas fijas y universales de los procesos de aprendizaje y el desarrollo intelectual, así como trabajar con factores esquemáticos de la inteligencia. Esta actitud formalista ha llevado a muchas universidades, por ejemplo, a crear cursos de metodología de la investigación en los que solo se muestran esquemas sin investigar nada.

Respecto a la organización y sus objetivos, nuestro sistema educativo suele confundir el medio con el fin, calificaciones y títulos con aprendizaje, tecnología con conocimiento, evaluaciones con mediciones y rentabilidad con calidad. Ha olvidado que los exámenes son solo un medio (que dice algo y oculta mucho) y no pueden ser el fin de la educación, en ocasiones nos distraen y son obstáculo más en la carrera de obstáculos en que se ha convertido el sistema educativo.

Sobresale la mala distribución del tiempo y los espacios, no solo privilegiando el enseñar sobre el aprender, sino usando silencio y espacios cerrados con niños necesitados de juego, movimiento e interacción personal.

Al privilegiar en las clases el tiempo del profesor sobre el de los estudiantes, pierde la ganancia del aprendizaje colaborativo, estimulante y diferenciador. Si hubiera diálogo y confrontación entre miradas, cada persona se podría sentir respetada y valorada, y podría elaborar de manera más coherente su propio pensamiento.

Cobijada por la moda del dinero como fin, nuestra educación se preocupa más por aumentar la cobertura que por mejorar la calidad. Una muestra de ineficiencia sistemática es la desproporción entre el tiempo y el dinero invertidos en once años de educación formal sin lograr que todos los bachilleres lean y escriban adecuadamente, piensen con lógica y tengan una comprensión política y ecológica elemental de su entorno.

Y desde la mirada ajena, aunque muchos de los métodos de evaluación internacional sean cuestionables, los resultados en las pruebas PISA no nos favorecen: En el año 2006 el 75% de los alumnos de 15 años carecía de las competencias mínimas en lectura; el 90% en Matemáticas y el 61% en Ciencias. Año tras año Colombia viene siendo desaprobada en diferentes temas. En las pruebas en las que los jóvenes fueron evaluados en lectura, matemáticas y ciencia, el país ocupó el puesto número 61 entre 65. En la evaluación de solución creativa de problemas los resultados fueron semejantes: de 44 países que aceptaron hacer un test optativo para resolver problemas cotidianos, Colombia quedó en el último lugar (…) En 2014 la situación no mejoró: los estudiantes colombianos obtuvieron el peor resultado en la evaluación sobre educación financiera, con sólo 379 puntos, quedando nuevamente en el último lugar de la tabla.

Qué hacer
Quizás el modelo del sistema educativo colombiano deba ser cambiado por otro, menos industrial y más heurístico, en el que la complejidad sea percibida más como un aliciente para el diseño y la evaluación de procesos que como un freno o una dificultad insuperable. Nuevamente, como una salida inteligente a la limitación de los propios conocimientos y de las propias posibilidades, la actividad más recomendable es la confrontación de perspectivas, el diálogo y la concertación temporal acerca de lo que resulte más plausible para el grupo o la comunidad educativa de la cual se trate: maestros y estudiantes, padres de familia, empleadores y representantes gubernamentales han de escucharse para decidir, no exactamente lo más racional sino lo más razonable, para crear lo posible, no lo acabado.

Propongo establecer un sistema permanente de estudio crítico de las prácticas y los valores habituales de la actividad escolar, así como de las ideas en las que están fundados. En cualquiera que sea su forma (seminario, reunión habitual, estudio de caso, etc.) propongo la conformación de equipos docentes en los que la escucha atenta del pensamiento ajeno, la expresión clara del propio y la búsqueda continua de acuerdos mínimos sea la base para el compromiso de todos y cada uno de los participantes con la construcción y desarrollo del proyecto educativo institucional.

No basta con acuerdos iniciales, teóricamente fáciles, pero de difícil continuidad. Cambiar de paradigma implica un trabajo permanente y arduo sobre sí mismo, tarea que se facilita cuando los demás, cada uno en su propio momento y en su propio proceso, refuerzan las prácticas juzgadas como deseables.

La escuela es una institución social que, como cualquier otra, representa un lado conservador de la cultura y otro renovador. Cuando el desequilibrio con otras instituciones es muy grande, o bien desaparece o bien se renueva hacia un nuevo equilibrio, por definición inestable. Para atender el reto que plantea el desequilibrio, actual conviene tener dos miradas complementarias, una hacia el pasado, como comprensión, y otra hacia el futuro inmediato, como estrategia de acción.

Si el maestro acepta el reto de favorecer inteligentemente la formación de sus estudiantes dentro de unas condiciones que él mismo no diseñó, resulta imprescindible que se considere a sí mismo como estratega que diseña proyectos y utilice la sinergia propia de los equipos de trabajo para ello.

Ningún proyecto importante es pensable de manera individual; necesitamos los unos de los otros y en esas interacciones vamos constituyendo grupos más o menos amplios, más o menos complejos. Usando categorías espaciales, podemos identificar varios niveles en los que los proyectos son posibles:  el individuo, la institución, la región, la nación y el mundo, de manera que en su labor educativa, la escuela ha de reconocer y articular los sueños de cada uno de sus miembros, los proyectos de la propia institución, los planes de la región y del país y las aspiraciones mundiales, entendiendo que  articular es permitir el movimiento diverso de partes pero manteniendo vínculos entre ellas, favorecer el desarrollo individual, institucional y social no solamente respetando las diferencias sino favoreciéndolas, pero propiciando la construcción colectiva.

El auténtico equipo cumple la doble condición de que cada uno de los integrantes siente que necesita de los otros y , además,  acepta algunos propósitos del grupo como propios, lo cual tiene fuertes ventajas, aplicables tanto en la educación como en cualquier otro ámbito de la vida  social: por una parte, se ahonda en cada miembro la conciencia de su ignorancia parcial, la necesidad de aprender de los demás y de aportarles la propia perspectiva, condición esencial de humanidad; por otra, como efecto regulador, se produce un equilibrio entre las posiciones más radicales en la búsqueda del “sentido común”; finalmente, como efecto dinamizador, potencia a cada uno de los integrantes con la fuerza de la sinergia: el grupo es más que la suma de sus partes.

La situación del maestro en cualquier institución tiene una serie de determinaciones que, por muy poderosas que sean, no acaban con sus posibilidades de acción inteligente. Es preciso tenerlas en cuenta, de manera que no sólo logre lo que desea, sino que desee sólo lo que es posible alcanzar. Construir el proyecto educativo como alianza entre la razón y la voluntad es tarea doblemente humanizante, por su propósito y por el proceso mismo de formación de la propia identidad.

Hacer pactos con la vida y situarse estratégicamente entre lo deseable y lo posible, sin descuidar el reconocimiento de la situación propia y de sus estudiantes, implica para el maestro tomar en serio el país, la sociedad, la clase social y la institución en que trabaja y extraer consecuencias prácticas de ello para determinar las condiciones que le permiten escoger, hasta cierto punto, los contenidos, métodos, recursos y hasta objetivos que se ha de trazar en la formación de sus estudiantes.

Esta propuesta de hacer análisis y tomar decisiones siempre en grupo, en cada grupo pero sabiendo que hay otros con los cuales articularse, podría ser considerado utópica si los maestros trabajan aislados de otros docentes o asumen que una ley inexorable los condena a trabajar irracionalmente, como instructores a sueldo y no como facilitadores de la formación propia y de sus estudiantes.

 Rodrigo Velasco Ortiz

Ver quinta y última parte
La felicidad y la muerte
Print Friendly, PDF & Email


Tweet



Comentar

Requerido.

Requerido.




 


Critica.cl / subir ▴