Resumen
El presente artículo cuestiona el sentido de pertenencia basado en símbolos, proponiendo una identidad más inclusiva centrada en la conexión con la tierra, inspirada en la cosmovisión de los pueblos originarios. Reivindica un modelo de pertenencia que valora la naturaleza y fomenta el respeto por el entorno, promoviendo una identidad global que une en lugar de dividir.
En la sociedad actual, la noción de pertenencia está profundamente entrelazada con símbolos patrios como la bandera y el escudo, que suelen representar la identidad nacional. Sin embargo, esta forma de sentido de pertenencia, centrada en una bandera, puede reforzar una visión limitada y a veces excluyente del mundo, promoviendo un modelo de nacionalidad que separa más que une. Esta segregación se manifiesta en la creación de fronteras mentales y físicas, generando un «nosotros» contra «ellos» que puede perpetuar divisiones culturales, sociales y políticas.
Cuestionar este modelo de pertenencia es crucial en un mundo cada vez más globalizado e interconectado, donde las divisiones basadas en nacionalidad parecen cada vez más arcaicas. Una alternativa más inclusiva y enriquecedora es cultivar un sentido de pertenencia que trascienda las fronteras nacionales y se centre en el amor y respeto por la tierra, por el entorno natural del que somos parte. Este enfoque, no está basado en la geopolítica ni en símbolos patrios, sino en la conexión profunda con la tierra, el ecosistema, y las especies endémicas que cohabitan con nosotros.
Desarrollar un sentido de pertenencia a la tierra implica reconocernos como parte de un entorno más amplio, donde la identidad no se define por las líneas en un mapa, sino por nuestra interacción con la naturaleza. Es vernos a nosotros mismos como una especie más dentro de un entramado complejo de vida, donde el respeto y el cuidado por los demás seres vivos son fundamentales. Esta perspectiva fomenta un modelo de identidad colectiva en el que la protección del medio ambiente y la biodiversidad se vuelven principios esenciales.
Tomemos como ejemplo un árbol nativo de una región: un peumo en Chile, un roble en España, un arce en Canadá; cada uno de estos árboles está profundamente conectado con su entorno natural, y en ellos se refleja la historia ecológica de su territorio. Si aprendemos a identificarnos más con estos elementos, el sentido de pertenencia se expande de un símbolo abstracto a una relación concreta y tangible con la tierra que nos sustenta. Esta conexión con lo endémico nos invita a cuidar y proteger nuestro entorno, no solo por la utilidad que pueda tener para la humanidad, sino por un reconocimiento intrínseco del valor de toda forma de vida.
Además, un sentido de pertenencia basado en el amor y respeto por la tierra promueve la sostenibilidad y el equilibrio ecológico. En lugar de alentar la competencia entre naciones, fomenta la colaboración global para enfrentar los desafíos ambientales que afectan a todos, independientemente de las fronteras. En este modelo, la diversidad biológica y cultural se celebran y se protegen, no se convierten en motivos de división.
Es importante destacar que la idea de sentido de pertenencia, cuando se vincula exclusivamente con una bandera o con los límites de un Estado, es un concepto relativamente reciente en la historia humana. Antes de la consolidación de los países como los conocemos hoy, los pueblos originarios alrededor del mundo ya poseían un profundo sentido de pertenencia, pero este no estaba basado en fronteras políticas o en símbolos patrios; más bien, estaba arraigado en su conexión íntima y espiritual con la naturaleza y la tierra que habitaban.
Para estos pueblos originarios, el sentido de pertenencia no era una abstracción ligada a una identidad nacional o patriotismo, sino una vivencia concreta y cotidiana, que emergía de su interacción directa y respetuosa con su entorno natural. Su identidad y su sentido de comunidad se construían a partir de la relación con los ríos, montañas, bosques y animales que los rodeaban. Esta conexión iba más allá de una simple relación utilitaria; la naturaleza no solo proveía sustento, sino que también era parte integral de su cosmovisión y de su cultura.
Este sentido de pertenencia ecológica y espiritual era, y es, fundamental para los pueblos originarios. No reconocían las divisiones arbitrarias impuestas por líneas en un mapa; en su lugar, veían el territorio como un todo integrado, donde cada ser viviente tenía un lugar y un propósito. Esta visión contrastaba con la idea de pertenencia impuesta por la colonización y la formación de los Estados modernos, que fragmentó sus territorios y trató de redefinir su identidad en términos de nacionalidad.
Ligando esto al presente, es evidente que el modelo de pertenencia que primaba en los pueblos originarios ofrece una valiosa alternativa al modelo centrado en la bandera y en la identidad nacional. Al recuperar y valorar esta conexión ancestral con la tierra, podemos redescubrir un sentido de pertenencia que es inclusivo, integrador y respetuoso con el entorno natural. Este enfoque no sólo es relevante en el contexto de la preservación de la sabiduría de los pueblos originarios, sino también que ofrece una guía para todos nosotros en un mundo que enfrenta desafíos ambientales sin precedentes.
Así, al cuestionar la centralidad de la bandera como símbolo de pertenencia, también estamos reivindicando un modelo de identidad que ha existido durante milenios, mucho antes de que los conceptos de patria y país se consolidaran. Este modelo, centrado en la tierra y en la interconexión con la naturaleza, nos conecta con el pasado y nos ofrece una visión de futuro en la que la humanidad pueda vivir en armonía con el planeta.
En resumen, el sentido de pertenencia que emana de los pueblos originarios con su profunda conexión con la tierra y la naturaleza, es un recordatorio poderoso de que existen otras formas de pertenencia más allá de los símbolos patrios. Al recuperar y actualizar esta visión, podemos desarrollar un sentido de identidad que no divide, sino que une, que no excluye, sino que incluye a todos los seres vivos con los cuales compartimos este mundo.
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