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Virginia Wolf. Crítica y escritora

por Ser Escritor
Artículo publicado el 27/06/2025

Pese a su delicadeza, sensibilidad y limitado contacto con el mundo, Virginia Woolf (1882-1941, Virginia Stephen, de soltera) intelectualmente fue libre, sincera y carente de miedo.  Ve la verdad como algo orgánico y revelador, una luz que es también vida, por lo que apagarla significa muerte.

Winifred Holtby, periodista y escritora, en su libro Virginia Woolf, memoria crítica (2019), afirma   que, en parte, se formó a sí misma. Probablemente escribiera siempre, quizá también porque pudo leer lo que quiso de la biblioteca de su padre. Ninguna idea de formalidad victoriana coartó su elección de los libros. Esa libertad debió de ser incalculablemente útil para una muchacha que iba a ser novelista.

Su padre, biógrafo y profesor, había abandonado Cambridge por su agnosticismo y educó a su hija sin una concepción religiosa ortodoxa. De muchacha tuvo un conocimiento temprano del pensamiento y la literatura griegos: Platón, Sófocles…

A los trece años se quedó sin madre (quien había escrito un librito), dos años más tarde, muere su hermanastra Stella y a sus veintidós, sin padre. Entonces, en 1904 se instaló con su hermana y dos hermanos en Bloomsbury y empezó a florecer su talento latente. Vivía con su hermana del alma, Vanessa, que pintaba, y ella empezó a escribir: la crítica llegó antes que la creación. Tenía independencia y una renta y, también, libertad para trabajar, para leer, para viajar. Era casi una forma de vida ideal para un artista. No publicó su primera novela hasta 1915.

En 1912 se casó con el publicista Leonard Wolf. Su marido creía en sus talentos y compartía su escala de valores. Ella se inclinaba más por la literatura y la pintura, él por la política y la música, pero sus gustos eran complementarios. Él enriqueció los intereses de ella sin afectar a su personalidad. Y juntos fundaron Hogarth Press para imprimir y publicar libros.

A pesar de la aversión de su padre a tomar partido, el mundo político la circundaba: en 1913 recorrió, junto con su marido, las ciudades industriales del norte del país y asistió en Newcastle a la conferencia del Gremio Cooperativo de Mujeres. Aprendió mucho sobre los movimientos socialistas, cooperativista y sindicalista. Y muchas de sus amigas fueron sufragistas. En 1931 publicó su introducción a La vida como la hemos conocido, es decir, su incursión más incisiva en la escritura política.

Era demasiado inteligente y honrada para no reconocer la importancia del movimiento sufragista. Entendió perfectamente el conflicto entre arte y política, entre la acción con miras al alivio inmediato de las condiciones materiales y la acción para crear una belleza perdurable. Optó por ser una artista, ocuparse de los fines y no de los medios. Sus preferencias personales, sus predilecciones heredadas y sus incapacidades físicas la determinaron.

Después de la guerra, su marido y ella se mudaron a Bloomsbury y se llevaron la imprenta consigo. Sus apariciones públicas son escasas, pero tienen un notable éxito. Como es alta, elegante y enormemente delgada, da una impresión de vitalidad contenida pero indestructible.

En su trayectoria literaria hay un comienzo que sigue el modelo de formas tradicionales, pero no se mantuvo dentro del convencionalismo, busca la innovación. Confiriéndole una vida propia estaba ideando su nueva técnica, ensayando posibilidades y descubriendo sus propias capacidades. En 1919 había empezado a poner en tela de juicio la necesidad de toda la pesada carga de argumento, narración y descripción que constituye un estorbo para el novelista.

Comenzó su carrera haciendo crítica de libros para The Times Literary Supplement. Escribió tantas críticas como obras narrativas. Y sus novelas y bocetos contribuyeron a sus teorías críticas. Pues en su caso, la teoría y la práctica han ido a la par. Ella misma ha intentado lo que ha instado a hacer a los demás.

Con el título de El lector común, su primera recopilación de ensayos críticos, se adelantó a toda afirmación grandilocuente y manifestó una modesta estima de sus cualidades. “El lector común difiere del crítico y del erudito. Está peor instruido y la naturaleza no lo ha dotado con tanta generosidad. Lee para sentir placer más que para impartir conocimiento o corregir la opinión de otros. Por encima de todo, lo guía un instinto de creación para sí de algún tipo de totalidad a partir de los retazos que encuentre: el retrato de un hombre, el bosquejo de una época, una teoría del arte de la escritura”. Y esa ha sido siempre su actitud con los libros.

Es una crítica excelente. Su influencia en las letras contemporáneas es esencial, puesto que ningún lector atento de sus ensayos podría dejar de sentir el mayor respeto a la verdad, una mayor sensibilidad ante la belleza y una más amplia comprensión del arte literario. La creación de personas y libros buenos, como dice en Una sociedad, son los dos objetivos humanos más importantes y no son fáciles de separar. Para ella, el arte es una prolongación de la realidad. Lo que le interesa es el alma; su primera virtud esencial es la integridad.

“¿Qué queremos decir cuando hablamos de “realidad”? —pregunta al final de Una habitación propia—. Parece ser algo muy imprevisible, muy poco fiable. Tan pronto se encuentra en un camino polvoriento como en un pedazo de papel en la calle o en un narciso al sol […], pero donde quiera que se encuentre, se fija y se hace permanente. Es lo que queda después de haber tirado a la basura la cáscara del día, lo que queda del tiempo pasado y de nuestros amores y odios. Ahora bien, el escritor tiene —creo yo— la posibilidad de vivir más que otras personas ante esa realidad. A él corresponde encontrarla, copiarla y comunicarla a los demás. Así lo infiero al menos de la lectura de Lear, Emma o En busca del tiempo perdido”.

“El novelista —dijo en una reseña sobre Stern— está terriblemente expuesto a la vida. La vida no cesa nunca de revelar de forma estridente y clamorosa que es el fin idóneo de la narración y que cuanto más vea y capte de ella el autor, mejor será su libro”. “El artista debe digerir completamente cualesquiera hechos, emociones, experiencias que saboree. En una obra de arte no debe haber ira ni agresión, debe ser un fin en sí misma, tan perfecta, independiente como un jarrón griego”.

A su deseo casi escapista de encerrarse en el mundo de los libros y de producir por fin una gran obra se superpone la fascinación por la vida misma. La armonización de ambos elementos que aparecen siempre en el origen de cada nueva creación fue la fuente de frecuentes dudas y desasosiegos. En definitiva, un delicadísimo equilibrio entre el temor al fracaso, la consciencia de los errores cometidos y un sentimiento interno de haber hecho, a pesar de todo, una aportación relevante. Un equilibrio que no tardaría en verse amenazado por la enorme impresión que en ella hacían críticas y alabanzas.

Los abundantes y exhaustivos exámenes por los que Virginia hizo pasar varios manuscritos de sus novelas son buena prueba de su celo como escritora y de la importancia que le daba a la comunicación entre lector y escritor, aunque sugieren a su vez su enorme inseguridad.

Existe una interrelación de todas sus novelas que confiere la impresionante sensación de unidad a su obra, a pesar de que cada nueva novela representaba un reto a sus concepciones estéticas; era un experimento siempre conectado a su logro más reciente. un intento absolutamente original, con tratamiento diferente repite los temas

De todos es conocida su extensa obra narrativa. En función de la repetición de los mismos temas en sus novelas, aunque siempre con tratamiento diferente, vamos a hacer un repaso de algunas de ellas.

Vida y muerte
En El cuarto de Jacob, en La Sra. Dalloway (1925), en Al faro (1927) y en Las olas (1931), contrapone la vida a la muerte como para discernir así más claramente lo que significa.
Al faro versaba sobre la vida, la muerte y el carácter humano.
El tema de Las olas trata de la preparación del individuo para la vida y la muerte y el efecto de la muerte en quienes le sobreviven.
En La señora Dalloway se nos muestra a Clarissa viva y pensando en la muerte; en Al faro, en cambio, aparece la Sra. Ramsay muerta, perdurando con su influencia en los pensamientos de sus amigos.

Tiempo
Está convencida de que hay que encontrar la realidad, que es individual y está situada en el tiempo. Sus raíces radican en la tradición. Y ella es muy consciente del tiempo. A lo largo de sus novelas, el tiempo suena como el destino; su sonido reverbera con una persistencia aterradora. Cuando Jacob, la Sra. Dalloway y Orlando, oyen los relojes que dan la hora, la explosión sacude la compleja estructura de su ser.
La novela Orlando es una fantasía sobre el sentido del tiempo. Nadie tan sensible a la señal de las horas dadas por los relojes podría permanecer indiferente a la influencia de la tradición. Tiene en cuenta claramente las características de la época georgiana, tal como la ve. Se la ha acusado de haber hecho un análisis de esa época demasiado estrecho de miras. Para ella, los georgianos han perdido el arte de la narrativa. No saben contar historias ni escribir ensayos, no se liberan de sus mutuas conciencias, no se atreven a generalizar ni saben crear personajes. El georgiano típico siente repugnancia de su mundo contemporáneo.

Ella no es pesimista y esa es su gran virtud. En un mundo imperfecto hace falta una vista más clara y una versión más larga para advertir, allende las limitaciones del espíritu humano, sus posibilidades. Una mentalidad inteligente requiere mayor valentía, magnanimidad y disciplina para saludar al futuro que para desesperarse por el momento presente. Ella misma es una vanguardista y acoge con beneplácito todos los experimentos.

Se adelanta con formas nuevas de prosa, cada vez más asociadas con la poesía. De ahí que toda su influencia como crítica ha servido para ampliar, no para estrechar el círculo de los artistas. Acoge con agrado a los recién llegados y desea el cambio. Porque la literatura es —no le cabe, la menor duda— colectiva; sus creadores no se dedican exclusivamente a divertirse y a buscar un desahogo para sus emociones reprimidas; participan en una tarea común a la que tanto los escritores como los lectores pueden hacer alguna contribución.

Su conciencia del tiempo y del movimiento: sabía cómo se entrecruzan el presente y el pasado y lo mucho que depende el día de hoy del conocimiento y del recuerdo del de ayer y del miedo al mañana o la confianza en él. En El cuarto de Jacob, los acontecimientos se siguen en orden cronológico en la mayoría de los casos; la acción exterior abarca unos veintitantos años y en esta obra utiliza la técnica cinematográfica. En La señora Dalloway, la acción avanza poco más de doce horas. Cuando la cronología es relativamente regular, las escenas pueden sucederse, pero aquí requería la complejidad más sutil de la orquestación. En Al faro afronta de un modo nuevo el tiempo. No es solo el momento impersonal que atrae todo el pasado y el presente hacia sí, es una persona.
Si en La señora Dalloway, todo el significado de cincuenta años queda recogido en veinticuatro horas, el extender en Orlando la experiencia de unos cuarenta años en más de tres siglos solo fue un paso más allá.

Personajes
Sus personajes representan un doble propósito: son ellos mismos y también son símbolos. Forman parte del universo visible y son su interpretación.

Helen Ambrose, la figura más importante de su primer libro La travesía (1915), aparece usada tal vez como medio para transmitir las propias ideas y los sentimientos de Virginia.

La periodista y escritora Irene Chikiar Bauer en su completísima biografía titulada La vida por escrito (2015) indica que su hermano Thoby se transformó en fuente de inspiración de los idealizados muchachos de varias de sus novelas y que sobre todo en Las olas supo recrear, en el personaje de Percival, su conmovedor y melancólico retrato.
En Al faro reprodujo su visión de lo que era el matrimonio de sus padres.

La autora no solo crea personajes y critica valores morales, también crea momentos. En eso radica, de hecho, su singular talento. Puede introducir toda la naturaleza, todo el tiempo, toda la emoción humana en la conspiración, todo lo que le ha sucedido, todo lo que ha ocurrido antes en su libro y todo lo que sigue después, con lo que, al echar la vista atrás, el lector recibe una impresión de mayor importancia y profundidad que ajusta el balance y la perspectiva de toda su creación.

Además, usa la técnica de escritura que confiere a partes corrientes de la acción o a personas de la historia la fuerza de símbolos. En su primera novela la figura de la enfermera se vuelve un símbolo de algo siniestro e inevitable con la mala salud.

Sus personajes se mueven en una atmósfera radiante y a medias transparente, como bañada ya en el mundo espiritual. La señora Ramsay de Al faro y Clarissa Dalloway, de La señora Dalloway, son dos retratos notables de dos mujeres contrapuestas.

Seis niños comparten institutriz en una casa de campo junto al mar en Las olas.  Exteriormente, sabemos muy poco sobre ellos. Son los personajes cultos y acomodados comunes a la mayoría de sus novelas, pero sus vidas exteriores, sus relaciones mutuas, apenas están descritas. Aun así, conocemos casi todo sobre ellos, pues la acción dramática sucede en el mundo subconsciente, por debajo de los pensamientos articulados o las palabras pronunciadas, del que se ocupan la mayoría de las novelas.  “Me parece que Las olas se está resolviendo en forma de una serie de soliloquios dramáticos. La cuestión es hacer que entren y salgan de un modo homogéneo, al ritmo de las olas”.

Sexo
Orlando lleva el título de “biografía” y lo es de la poetisa Victoria Sackville West. Se trata de una biografía compuesta, pues abarca también a sus antepasados. La literatura, lo ha dicho en varias de sus novelas, es una producción compuesta. “El artista individual no está solo. Obtiene vida a partir de sus antecesores, como también sus sucesores lo harán con él. Es que las obras maestras no nacen únicas y solitarias, sino que son el resultado de muchos años de pensamiento en común”.
Orlando pasa de ser hombre a ser mujer para aplicar su teoría particular de los sexos.

“Aunque se sea un hombre, la parte femenina del cerebro debe ejercer su efecto y una mujer debe relacionarse también con el hombre que hay en ella. (…) Cuando se produce esa fusión es cuando la mentalidad resulta plenamente fertilizada y utiliza todas sus facultades. Y tal vez una mentalidad que sea puramente masculina no pueda crear, como tampoco una que sea puramente femenina. Ser un hombre o una mujer pura y simplemente es fatal; debemos ser una mujer masculinamente y un hombre femeninamente”. Esta es la teoría expuesta con toda la claridad y falta de ambigüedad de que su autora era capaz. En Orlando, escribe: “Pese a ser diferentes, los sexos se entremezclan. En todo ser humano hay una vacilación de un sexo al otro, y con frecuencia solo la vestimenta mantiene la apariencia masculina o femenina, mientras que por debajo el sexo es precisamente lo opuesto del que se ve por encima.”

Así pues crea sus personajes masculinamente femeninos y femeninamente masculinos. Sus mujeres pueden no haber sido hombres en otro tiempo como Orlando, pero albergan un hombre oculto en su corazón.

Mar
Su relación con el mar empezó en las vacaciones familiares, cuando se trasladaban a St. Ives (ciudad costera de Cornwall); es el más importante de todos sus recuerdos de infancia.

La acción de Al faro sucede en el mar; en una isla, porque es allí, lejos de la tierra, en un barco, en el mar, en una isla, donde la autora ve a la humanidad con distanciamiento. Desde ese punto de mira puede volver la vista hacia la vida, hacia la muerte y escribir su parábola. Es una parábola de la vida, del arte, de la experiencia; es una parábola de la inmortalidad. Su carácter es poético; su forma y su contenido están totalmente fundidos, incandescentes, sometidos a la disciplina de la unidad.

Las olas es una novela del mar; sin embargo, todo sucede en tierra firme. Las escenas están presentadas como una observación intensa y viva y descritas con un tipo de prosa poética que ella sabe escribir magistralmente.

Y si conocemos la gestión de sus novelas es gracias a sus diarios. En Virginia Woolf tanto la correspondencia como los diarios constituyen un registro excepcional de su progreso como novelista, así como de sus sentimientos y pareceres. El diario recogía todo aquello para lo que Virginia no encontraba fácil acomodo. Y de estos diarios se hizo eco Carlos Herrero Quirós y los analizó en su Tesis Doctoral recogida en Virginia Woolf. Proceso creativo y evolución literaria (1996).

“El día después de mi cumpleaños; de hecho, he cumplido 38. En fin, no me cabe duda de que soy mucho más feliz que cuando tenía 28; y también hoy más feliz que ayer, ya que esta tarde he ideado una forma nueva para una nueva novela”. (en 1920)

“Hay una cosa cuando considero mi actual estado mental, que me parece indiscutible, y es que tras mucho perforar he dado con mi pozo de petróleo, y que por mucho que emborrone las cuartillas, no doy abasto para sacarlo a todo a la superficie”. (en1925)

“…aquí me hallo esbozando un nuevo libro; pero por favor, que no vuelva a convertirse en una carga enorme echada a mis espaldas, lo suplico. Que sea improvisado y tentativo. Algo que pueda ir yo sacando alguna que otra mañana” (en 1938).

El 28 de marzo de 1941 puso fin a su vida arrojándose al río Ouse porque, según ella misma, estaba completamente segura de que su condición mental se deterioraba sin remisión. Esta decisión, que truncó bruscamente su existencia, interrumpió también lo que se anunciaba como un período extraordinariamente fructífero.

Ser Escritor
Artículo publicado el 27/06/2025

 

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