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Reflexiones generales sobre música

por Raúl A. Simón Eléxpuru
Artículo publicado el 13/08/2025

A los occidentales la música de Oriente ―cuando la soportamos― nos parece monótona, sin armonía, sin fin ni comienzo… Es un poco como los sonidos de la naturaleza, que se producen por sí solos; no parece que hubiera un ser humano ―una voluntad humana― tras ella.

En cambio, la música nuestra (me refiero a la “gran música”, no a la folklórica ni a la comercial), ¡qué dramatismo!, ¡qué riqueza! Se siente a Beethoven luchando con su destino, a Mahler con sus neurosis…

La diferencia entre ambas músicas es, simplemente, que la música de Oriente es contemplativa (y, en esta medida, “religiosa”), y la de Occidente no lo es.

La música oriental suprime el “yo” del músico (autor e intérprete), y pretende en efecto reflejar las armonías del mundo. (Si hubiera una “música de las esferas”, sería como la música para flauta japonesa.) La música occidental, por el contrario, busca exaltar al individuo con sus penas y alegrías… y, repetimos, con sus neurosis. Es interesante, sin duda, pero no se eleva por encima del yo de su autor; por eso, tampoco contribuye a elevar al oyente más allá del nivel emotivo. Esto se hace cada vez más evidente a medida que avanzamos en su historia, desde 1500 hasta 1900.

Ello no debería sorprendernos, ya que toda la historia moderna de Occidente está orientada a liberar al individuo. Esto es bueno, por supuesto; pero falta la última etapa: liberar al ser humano de su ego.

Aproximaciones a la ejecución de “música antigua”
Es sabido que, a mediados del siglo XX, la música del Barroco ―y la música antigua en general― experimentó un renacimiento explosivo con el redescubrimiento de Vivaldi, Telemann y cada vez más autores que fueron incorporándose al repertorio de las orquestas.

Hasta ese momento, de la música antigua se conocía prácticamente sólo a Palestrina ―que se cantaba en grandes coros― más Bach y Haendel, a quienes se tenía fosilizados en unas versiones pomposas para grandes orquestas y enormes coros. De hecho, se interpretaba ―por inercia y, con seguridad, por ignorancia― a los grandes del Barroco como si fueran autores románticos, con la misma grandilocuencia y el mismo desborde sentimental que caracterizan a éstos.

A partir de 1960, sin embargo, el movimiento que podríamos llamar de “retorno al pasado”, al indagar en las partituras originales, fue descubriendo el verdadero carácter de esta música. Si bien la música del Barroco es más rica y compleja que la del Renacimiento, las obras de ambos períodos son bastante más modestas que las del romanticismo, en los medios empleados y en la “temperatura emocional” que las anima (ello se debe, como he dicho otras veces, a que en esos tiempos ya lejanos la personalidad del músico no interesaba; aún no se daba el tópico del “genio incomprendido” empeñado en hacernos llegar sus “mensajes a la Humanidad”).

De hecho, pareciera más bien que la finalidad de la música más abstracta (instrumental) de aquel tiempo era liberar al alma de sus preocupaciones cotidianas e inducir la contemplación. Es una música que se mueve en las regiones superiores del alma humana (por el contrario, la del siglo XIX, con su psicologismo, nos retrotrae a regiones menos elevadas, a aquéllas conectadas con la “autoestima” y todo tipo de vanidades).

Desafortunadamente, el proceso de depuración en las interpretaciones de música antigua ha ido ―a nuestro juicio― demasiado lejos. Entre los muchos conjuntos dedicados a ella que han aparecido, algunos exhiben una formación vocal e instrumental exigua, y producen unas versiones tan emocionalmente asépticas que llegan a ser pedantes. ¡No olvidemos que los musicólogos del siglo XVIII ―Mattheson, Burney, Forkel― tenían toda una “teoría de los afectos”, que prescribía cómo debía ponerse en música cada sentimiento o pasión humana! (Lo notable es que, pese a esto ―o quizá por esto mismo―, no se observa casi nunca en el Barroco el desmelenamiento plebeyo tan propio del siglo XIX.)

Personalmente opino que la manera ideal de interpretar la música de los siglos XIII al XVIII está a medio camino entre la opulencia burguesa del siglo XIX y el “ballet mécanique” de los tiempos actuales. Algo que combine la fidelidad a los originales con la simplicidad en los medios y la sobriedad en la expresión.

Raúl A. Simón Eléxpuru
Artículo publicado el 13/08/2025

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