EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
PORTADA | PUBLICAR EN ESTE SITIO | AUTOR@S | ARCHIVO GENERAL | CONTACTO | ACERCA DE | ESTADISTICAS | HACER UN APORTE

VER EXTRACTOS DE TODOS LOS ARTICULOS PUBLICADOS A LA FECHA
Artículo destacado


Cavilaciones sobre ciencia, filosofía y religión

por Raúl Simón Eléxpuru
Artículo publicado el 14/11/2025

Contemplando el universo, se suscitan diversas preguntas básicas: ¿qué es esto? —o, más bien, ¿cómo es esto?—, ¿por qué existe?, ¿para qué existe? La ciencia, la filosofía y la religión occidentales han intentado, cada una a su manera, responder a estas preguntas. (En Oriente, en cambio, ha sido principalmente la mística la que ha dado las respuestas comúnmente aceptadas). Examinando estas preguntas una a una, encontramos que, o son imposibles de responder, o carecen de sentido.

La ciencia investiga el “cómo”; descompone el universo manifiesto en “fenómenos”, e intenta discernir las “causas” de cada uno de éstos. Su método —pese a ser el más seguro y riguroso— sólo puede explicar lo desconocido en términos conocidos; por otro lado, el universo fenoménico (físico) es tal que por cada fenómeno aclarado aparecen otros mil que piden ser aclarados, de modo que la tarea del científico es interminable. Por tanto, si de la “mera” descripción queremos ir a las causas ―y, finalmente, a la “causa primera”― nos encontramos ante una regresión infinita. Supongamos, sin embargo, que hubiera una “causa primera” o causa de todas las demás: debería ser de una naturaleza totalmente distinta, para no necesitar a su vez de una causa eficiente. Por ello, ningún objeto o ser del universo puede desempeñar este papel; imaginar un ser personal, más o menos antropomorfo, es una forma de la falacia que acecha aquí.

En cuanto a la pregunta “¿para qué?”, representa otra manera de preguntar por el sentido del universo —que es lo que, en último término, nos interesa—. Para contestar a esta pregunta, sin embargo, habría que situarse fuera de él en el tiempo y en el espacio. Resulta frustrante pensar que el sentido del universo sólo será asequible a quien presencie sus instantes finales.

Es mejor reconocer que, dado que el universo —objeto último de nuestra indagación— nos supera espacial y temporalmente, las “preguntas básicas” no tienen respuesta disponible para nosotros. Mejor aún, dado que nosotros mismos somos parte del universo —ya que hemos nacido de él y a él volverán nuestros cuerpos—, somos parte del problema, y no tiene sentido buscar una respuesta. O más bien: por lo que a nosotros respecta, el universo puede muy bien ser infinito y eterno; es decir, existir desde siempre (o, más radicalmente, “porque sí”).

Si yo soy parte del universo, y éste es eterno, entonces yo también soy eterno —o, al menos, hay una parte mía que lo es—. Esa parte eterna de mi ser (que podemos llamar alma) no se distingue de los planetas, estrellas y galaxias que pueblan el universo; todos los seres son los múltiples rostros de este ser múltiple llamado universo, que muere y renace miles de veces.

Al pensar así, ya hemos entrado de lleno en los dominios de la mística. Esta actividad (si se la puede llamar así) no es ni ciencia, ni filosofía, ni religión, sino que va más allá de ellas, pero carece de la validez transpersonal (o impersonal) de las dos primeras. En Oriente se da en forma natural, y constituye la base de sus grandes religiones (hinduísmo, budismo y taoísmo) y de sus respectivas culturas.

La actitud mística es resistida, en cambio, en Occidente, porque involucra la extinción —o, al menos, el apaciguamiento— del “yo” individual, de aquella creencia humana en un “yo” separado del Todo y enfrentado a él. Esta creencia es una actitud nacida del miedo, e impide al ser humano tomar conciencia de su verdadera situación. Desgraciadamente, la cultura occidental ha exacerbado la importancia del “yo”: ciencia, filosofía y religión efectúan la distinción entre el “yo” (o el observador) y el “mundo”; mientras esta actitud persista, la filosofía y la religión occidentales continuarán debatiéndose en falsos problemas.

La actual coyuntura cultural de Occidente es difícil porque la religión (que hasta ahora ha funcionado como ideología, es decir, como “filosofía para las masas”) está perdiendo crédito entre estas mayorías humanas —cada vez más conscientes de sus derechos (no tanto, empero, de sus deberes), y cada vez menos deseosas de ser “masa”—. Actualmente, en el Occidente desarrollado, sólo merece crédito la ciencia —la cual, sin embargo, no es comprendida por la mayoría (lo cual obliga a efectuar un “acto de fe” en ella)—. Pero la ciencia —lo hemos dicho más arriba— no alcanza a develar los “misterios últimos del universo” (aún si éstos son falsos problemas). Sin religión, y a falta de una comprensión mística del mundo, el hombre occidental se ve enfrentado al aparente sinsentido del universo y, por ende, de la propia vida.

La salida mística —la única posible — consiste en decir (y creer) lo siguiente: “Yo soy parte del universo; éste (y, por ende, yo también) es eterno e infinito; existe, simplemente, y no cabe preguntarse por qué ni cómo ni para qué. No hay nada que explicar. Todo es uno, todo tiene sentido en sí mismo, y sólo cabe decir “sí”.

Raúl Simón Eléxpuru
Artículo publicado el 14/11/2025

 

ATENCIÓN
― Si desea imprimir o generar CORRECTAMENTE un PDF de este documento
Clic en el ícono verde que aparece abajo
luego seleccione «Más Ajustes» y al fondo, en Opciones
active “Gráficos de fondo” y desactive “Encabezado y pie de página”.
― Si desea enviar un comentario
utilice el formulario que aparece más abajo
― Si quiere escuchar la lectura de este documento
ábralo en su celular, toque los tres puntos en el ángulo superior derecho
y elija Escuchar

 

 

Print Friendly, PDF & Email


Tweet



Comentar

Requerido.

Requerido.




 


Critica.cl / subir ▴