Prólogo a la revista Letrasértica número 7 (Perú 2013). Edición especial de poesía Latinoamericana.
El texto entabla un diálogo y análisis con la poesía de autores, brasileños, argentinos, mexicanos y chilenos.
Poetas incluidos en la edición:
Andrés González – Chile/México; Mariana Rodríguez – Chiapas, México; Alonso Gordillo – Chiapas, México; J. Andrés Herrera – México; Anahí Maya – Bolivia; Christian Jiménez – Bolivia; Agustina Pérez – Argentina; Francisco Ide – Chile; Andrés Florit – Chile; Eduardo Farías – Chile; Ernesto González Barnert – Chile; Emmerson Pérez – Chile y Adriana Zapparoli – Brasil.
Los poetas signados en esta edición de Letrasértica comparten el escribir bajo una misma lengua, sin embargo, afirmar eso ya es reduccionista, porque si bien les precede y en realidad, nos pesa a todos el latín, tenemos el caso de Adriana Zapparoli -poeta Brasileña- que hace un doble ejercicio al colaborar con sus textos, el de escribir y luego traducir su poesía al español, pero no es acaso ese afán de traducir el ejercicio de todos los poetas al fin y al cabo.
Quizá debí empezar por ese punto a fin de trazar un nodo de convergencia para todas las poéticas de latinoamérica que se han reunido en este séptimo número, y pensar entonces en la práctica de traducir épicas desasidas que emergen de la fauna naciente en ciudades anegadas y apocalípticas, espacios que albergan voces extintas -cantos de otros tiempos- e invocaciones a criaturas para un videojuego en tiempo real que se escribe como un mantra. La poesía de Andrés González construye un imaginario en los márgenes de lo fantasmático y ruinoso de un lenguaje que se moviliza como un organismo vivo, un animal, una planta, fruto exótico o mezcla de todo en uno:
«las ciudades de lemuria
trafican los libros archipiélagos recién nacidos de los tálamos de las toninas
los edificios están hechos de espuma y cambian de forma a cada instante
todos los animales conocidos
derivan de sus formas aleatorias
la arquitectura lemuriana es una ciencia de la probabilística de la conciencia
la conciencia imita a la arquitectura lemuriana la parodia
entre los edificios corren ríos de objetos preciosos que se desangran
los pisos de los edificios están hechos de las medusas que los poetas profetan en eclipses solares
los tabiques son pájaros que cayeron de la luna que cayeron en un sueño profundo»
En un sentido -quizá opuesto- para el lector, no es menos interesante la tarea de traducir una abrumante cotidianidad, percibir el sonido donde sólo hay artificios y luces plásticas, voces mecánicas y dotarlas de vida, pulso e ironía, entendiendo las entrañas del viaje mientras se hace perseverar la condición critica del viajante, del observador.
Andrés Florit maneja esa sutileza de un Flâneur re-actualizado –un sujeto que no se traslada, sino que trasunta en lo monocorde y opaco- sacrificando el placer del paisaje en la medida que está obligado a moverse o desaparecer. Pasear más que por voluntad, debido a un acto instintivo de supervivencia. Hablo de un sujeto en extinción.
Como diría otro colega: “Encadenado a un puma hambriento / el poeta es un ecologista extremo”.
Florit por su parte poetiza:
«la autogestión es un negocio, las causas perdidas son un negocio, apoyar las protestas es un negocio, quedarse callado es un negocio, apoyar el aborto es un negocio, estar en contra del aborto es un negocio, ganar las elecciones es un negocio, perder las elecciones es un negocio, irse es un negocio, quedarse es un negocio, citar a Benjamin es un negocio, no citar a nadie es un negocio, decir que la poesía no es un negocio es un negocio (…)»
Hay voces en cambio, que indudablemente hacen eco en otros tiempos, traducen en contra del reloj y el olvido, introyectándose a través de la palabra y se detienen a merced de la memoria, como dice Stella Díaz en su conocido poema «La Palabra»
«Una sola será mi lucha
y mi triunfo;
encontrar la palabra escondida
aquella vez de nuestro pacto secreto
a pocos días de terminar la infancia».
No podemos ignorar el juego contemplativo del pasado, la búsqueda del instante, ese guijarro que se desprende propinando nuestra caída irremediable al vació de la madurez y desde allí a lo inacabado, a la urgencia de perfección ante circunstancias difusas que quiebran la circularidad y todo borde definitivo. Un fenómeno que va más allá de las fronteras nacionales -márgenes imaginarios que debieran también repensarse a la luz de la poesía que nos entregan los escritores Emmerson Pérez de Chile y Christian Jiménez de Bolivia.
En la poesía de Pérez, las imágenes son espejos del sueño o fantasmas que se confunden con la rapidez del viento, o la impasividad de los vagones con cuerpos en fuga, tal vez se trate de un sonido perdido entre la vigilia y la pesadilla fisurando los cuerpos y su inteligibilidad.
«Cuando llega el momento de mirar
propongo sublime que;
el problema
es donde se encuentra aquel trozo
con el cual me oyes
el problema es que todo está en mil pedazos
y no sé
cuál de todos es más hermoso».
Para Jiménez por su parte, esos fantasmas fluyen en la necesidad de recordar, que es también amar, y existir en el recorrido del lenguaje que nos define, nos explaya y traza los límites de nuestro mundo. En la sobremesa, en los caminos empedrados, en aquellas visiones de infancia y las siluetas a reencontrar emerge la poesía como un puente a territorios largamente abandonados.
«He decidido volver sobre el manuscrito,
hojear esas viejas páginas impresas,
reeditar el pasado para encontrarte en él.
Buscar la forma de tu lenguaje,
ocultar mis palabras y entregar las tuyas,
ocultar el paisaje y revelar el contorno.
Nada más simple
que volver sobre lo escrito
con la intención de decir lo que el silencio duda».
En este apartado también se puede ubicar parte de la muestra poética del chileno Ernesto González Barnert, quien con un dejo de cinismo y desasimiento, resignadamente moderno podríamos decir, nos entrega una mirada más dura. La derrota asumida tras la búsqueda, el estoicismo de aquel que recuerda. Poemas breves, pequeñas historias en que uno puede palpar la estética de la derrota y el cansancio levantado con mesura e inteligencia. Contención es el adjetivo.
«Pero que peleará si hostigas, acorralas
con tu mayoría necia.
Mientras llueve y siento como reman, caminan
pesadamente hombres, niños
de un país a otro».
Este viaje por poéticas diversas nos lleva a la edificación de atmósferas, uno de los recursos reposa en la sonoridad y el juego fonético, en ese sentido, resulta ejemplar el trabajo del mexicano J. Andrés Herrera que nos entrega una especie de himno que tensiona la violencia pasando al canto infantil.
«mi cara destrozada por R15.
Pum, bum:
Somos la policía de transporte de la ciudad.
[So
Somos la policía de transporte de la ciudad]
Kabum
Micar
Federales
mi-ra-mi
Na
Na
Na
NarcoFederales
/turum/
NarcoFedera
Nana
Na
/turum/»
El autor equilibra lo explícito de un referente manoseado, el mundo del narcotráfico y las guerrillas valiéndose de elementos lúdicos, esta intención en la poesía de Herrera contrasta con formas más visuales y simbólicas de dar vida a mundos posibles a través de la palabra, el chileno Francisco Ide se adentra con hibridez en el mundo de las mafias japonesas priorizando la escritura sobre la piel, los tatuajes y cicatrices y los injertos, piezas dentales extravagantes que hablan de la belleza tras lo grotesco, el oro y una serie de colores que marcan el telón de fondo para una semiosis cinematográfica en la cual estallan objetos, vidrios, televisores y automóviles que se mixturan con las formas y matices del dragón, peces y todos los estímulos sinestésicos que reposan en el degradé de una guayabera. Hablo de semas que comunican la degradación de la carne, y una celebración a aspectos vitalistas que nos transportan desde el Eros al Thánathos, los ritos de iniciación, el auto sacrificio, -juegos que conectan el sexo con la muerte, y las armas como una extensión del sexo, la masculinidad y el honor. La poesía de Ide es un canto al solipsismo y la testosterona que subsiste con tozudez en la épica del guerrero. Códigos que nos remontan al mito de los samuráis y al western.
«El agujero dosifica la sangre
y pronto el farol parece una luna roja, Marte,
un raro eclipse ante esta luna diurna, de artificio.
De esta imagen, central,
se arma una constelación, un zodiaco
un sistema
en que hombres y mujeres terribles
de ojos rasgados
luchan contra tigres que se encienden y se apagan
o un dragón cuyo cuerpo es un enjambre de moscardones
combate contra peces dorados
en un mar de piedras preciosas y dientes de oro.
Yo sólo se sudar sobre estos escenarios sin historia.
La realidad es más simple: estoy solo»
Deteniéndonos en el mito, Teillier nos dice que el poeta es su guardián, y Adriana Zapparoli cumpliendo ese rol conecta la figura de Medea, Ariadne, las Gorgonas y las Eríneas, cada uno con su valor arquetípico filtrándose por el imaginario femenino para construir escenas de venganza, hambre, deseo, metamorfosis y brujería con un sentir de claustrofobia que recuerda a Lady Macbeth. La poesía de Zapparoli es espacial y psicológica, nos movemos por habitaciones o laberintos que prefiguran un calabozo y también la mente del hablante, el soporte del poema y a la vez la voz y su herida.
«las rosas amarillas, escribiendo por la pulsión de la carne, apasionatta: el acto es resultado de la impotencia de una mujer desgreñada. su cuello terrorizado por las eríneas… un trágico delirio. dioses-hombres, todos, soterrados por la venganza. ella lo persigue en la furia de sus cabellos ofídicos en bucles de medusa y megera. gritando a sus oídos… gritos venidos de las profundidades tectónicas. gritando látigos. sus manos son antorchas encendidas,
y
una atmósfera en sangre de las arañas de noticia ninguna».
Resulta importante consignar que esta muestra de nuevas voces latinoamericanas que nos entrega Letrasértica, no es generacional o está marcada por lo homogéneo y reductible de las propuestas. Todo lo contrario, la dispersión y el fragmento, la diferencia son señas en la personalidad de esta edición. Un parangón entre las poéticas femeninas provenientes de Chiapas-México (Mariana Rodríguez), Argentina (Agustina Pérez) y Bolivia (Anahí Maya) así lo revela.
Mariana trabaja una exacerbación del yo buscando descentrarse en el camuflaje, una emotividad oculta en las digresiones e intertextos que dan cuenta de una multiplicidad de dimensiones del individuo que se pierde en el bombardeo de estímulos, por eso no extraña toparse con un sujeto que discursea desde el ropaje de Salvador Elizondo y luego se traviste siendo la princesa Leia.
«hablo sola soy huitzilopochtli hablo sola bebo mercurio inhalo aire comprimido hablo sola cultivo en mi huerto escucho el eco de cada semilla hablo sola soy salvador elizondo hablo sola y soy feliz hablo sola amanezco al lado de un bagre japonés hablo sola soy gonzalo rojas hablo sola redacto un testamento hablo sola firmo un acta de nacimiento hablo sola firmo un acta de defunción hablo sola soy un droide hablo sola cocino vegetales hablo sola y comienza la fotosíntesis hablo sola el gato enloquece hablo sola soy un paquidermo enorme y triste hablo sola me obligo a callar me obligo a callar me obligo a callar me obligo a callar de mi garganta surge el último sollozo de esta noche lengua carbón afuera la villa aúlla y en kioto amanece respiro soy sudaca respiro soy álvaro de campos respiro soy chilena respiro soy peruana respiro no soy nada»
Agustina en cambio, tal como Florit, se detiene en las prácticas cotidianas, pero estás no tienen el tono gris a asfalto y el sonido de maquinarias, su poesía genera tonalidades en la mente del lector, colores primaverales, sepias por momento, verdes y amarillos en un decurso de mandarinas, yogurt, doblar servilletas, cocer papas y trenzar los cabellos. Son imágenes de una subjetividad bucólica, que sin embargo guarda tensiones, una implosividad, una especie de grito y encierro que se dilata. Son espacios abiertos, diferentes a los de Zapparoli, en los cuales la voz se desdibuja.
«olvidábamos las papas en el fuego vos ibas a comprar manteca más allá de las tres de la tarde en un domingo feriado de la casa en el epicentro de una desolación de kilómetros de pasto amarillo y barro húmedo yo me quedaba planchando el delantal que tenía puesto con las manos con cada vez con más fricción con sergio que me atornillaba a la pared con el relato de tu prometida por tres cuatro años su innegable gusto por bocetear flores en servilletas las palmas ardían el humo colado en la habitación mohosa toda la gran pegazón el agua se consumió las papas cedieron a la presión ya pisadas ya deshechas ya era inútil empezaba a llover nunca más volvería a tener hambre los trapos de piso se exprimían contra las paredes sollozando lágrimas sucias el cartón que vestía la desnudez del vidrio de las ventanas acabó pegado en el techo cuando tosió el viento»
Finalmente Anahí Maya en su poesía observa, se detiene a crear una memoria colectiva en un país imaginado, trabaja a partir de los retazos de realidad, el desgaste de los materiales, los pasos de los habitantes, sus rutinas y deambular condicionado por las transacciones.
Resulta crucial frente a la contemplación el rescate del espacio ciudadano, el punto de encuentro y desencuentro, la plaza, las estatuas, el lar pero no sólo desde el punto de vista del que está a gusto o retorna al hogar como quién vuelve a la semilla y al punto de seguridad, sino con la mirada del extraño, el ente anómico y disociado, el inconforme o clínico en su mirada. El hablante no necesariamente se acerca o empatiza con los objetos que pasan por el filtro de su lente, muchas veces lucen cosificados o postergados y bajo esa misma operación, la voz también se somete al escrutinio, trasladando el peso de la mirada a sí mismo quizá en busca de un punto de fuga, de invocar el “yo es otro”:
«Mirar por la ventana y sonreír levemente,
imaginar ser la planta que crece entre las tejas;
un vestido colgado en el tendedero que no corre ni reposa,
imaginar ser la raíz que atraviesa el cemento,
el niño que no esquiva los charcos.
Intentar ser otro»
Destaco los siguientes versos:
«sin embargo aún podían verse a los muros resquebrajándose
como si no soportaran el calor que les había dado el día,
una madre que a pesar del ardor en sus mejillas
sostenía con un brazo a su hijo y espantaba con el otro a las abejas
sobre los vasos de refresco,
camiones partiendo repletos de madera,
personas canjeando monedas, personas esperando abordar,
en la maleta una fotografía,
los que se van siempre estarán un poco tristes, un poco en el pasado.
(Nunca me había encontrado tan lejos de casa pero tan cerca de otro lugar)
Verlo todo en el recuerdo de este cuadro que cuelga sin marco
con tan solo las primeras pinceladas de un cuerpo, de una casa, de un país que nunca pudo ser».
Como dice Teillier: “Pienso por primera vez que no pertenezco a ninguna parte. Que ninguna parte me pertenece”
Cerraré este panorámico esfuerzo por abarcar y dialogar con todos los autores, refiriéndome a la poesía del chileno Eduardo Farías y el poeta mexicano Alonso Gordillo. Ambos trabajan la creación de personajes, Farías hace hablar a Rasputín «Gregori Efimovich» mientras que Gordillo desacraliza a Ulises, la imagen del clásico viajero como una especie de avatar negativo, un anticristo svperestrella.
“1996
Ulises vuelve
montado en un dinosaurio
[Nada estará de píe en la ciudad cuando regrese
sólo lirios inmensos, flores del oriente del abecedario]
Ulises vuelve con mirra en la sangre
alabastro en sus huesos
Ulises es mi nombre
la tercera persona no ha nacido aún
quien está adentro mío más bien en el edificio de enfrente
es una página en blanco
que esconde al verdadero yo”
El Ulises de Gordillo retorna como el mesías de forma histriónica y apocalíptica, y sirve como un disfraz que corporiza algo más etéreo que un salvador destinado a iluminarnos, la médula de la poética del autor son los alfabetos, los signos que nos vinculan y reducen determinando nuestro centro y acá se retoma la idea de desterritorialización del anticristo, queriendo escapar de la subjetividad reificada a través de nombres de los cuales debemos escapar.
«Mi nombre iba a ser Alonso
porque significa el que tira a la basura los gerundios
Lo más hermoso
que me ocurrió hasta ahora
sucedió en Marruecos
cuando supe que el extraño olor
detrás de los muebles
era orina y nada más
Para borrar un poema de amor
se necesitan extremidades fuertes
Éste iba a ser un poema de amor
pero no lo recuerdo
Mi nombre en la guerra es Gengis Kan
Mi nombre en la guerra es Freddie Mercury
Mi nombre en la guerra es César Vallejo»
Farías a la manera de poetas que se dejan fascinar por imaginarios de otros tiempos, como De Jolly con Louis XIV y Versalles, nos sumerge en la revolución rusa y en esa monarquía degradada, una especie de anverso de la belleza en que los personajes desfilan en una pasarela de geranios rojos.
«Hay que dolerse
Para poder burlarse
De sí mismo
Que los demás se burlen de ti
Y hablen a tus espaldas
Llegue a ser un mísero detalle
Me río de la nobleza
He olvidado a la
Águila bicéfala imperial
Y las cruces son sólo ornamento vil»
Como colaborador de esta edición de Letrasértica y gestor tras la muestra, baste decir que el lector tendrá la última palabra sobre la poesía de estos autores latinoamericanos, voces que ya tienen una trayectoria en sus países y continente, lo que nos mantiene entusiastas es apreciar cómo la poesía sigue viva en nuestra lengua y viajando incansable en la tarea de traducir el silencio.
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