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REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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El siamés enamorado digresiones en las fronteras de lo dual en El Infarto del Alma de Paz Errázuriz y Diamela Eltit

por Francisco Godoy Vega
Artículo publicado el 05/11/2008

Se alimentan, se cuidan. Se alimentan un poquito y se cuidan como pueden y a la manera radiográfica veo la gran metáfora que confirma a toda pareja; la vida entera anexada a otro por una taza de té y un pan con mantequilla. Ellos están viviendo una extraordinaria historia de amor encerrados en el hospital; crónicos, indigentes, ladeados, cojos, mutilados, con la mirada fija, caminando por las dependencias con todos sus bultos a cuestas. Chilenos, olvidados de la mano de Dios, entregados a la caridad rígida del Estado”.
Diamela Eltit, DIARIO DE VIAJE

Si bien en términos ontológicos toda fotografía es igual a otra, Paz Errázuriz, en su trabajo junto a Diamela Eltit, nos da cuenta que no. La foto en Errázuriz es amor y excentricidad. Esa es la premisa de que debe partir todo análisis de su obra, y más aún, de aquel fototexto llamado El infarto del Alma.

El infarto del Alma no es una obra de fotografía; tampoco es una obra literaria, ni menos aun un texto social. Es en realidad todo eso y más. Es lo que en arte contemporáneo se ha llamado Narrative Art o Poesía Visual (Argán, 1992: p.79) pero que en realidad ese nombre le queda chico, no ‘encaja’: la obra no es en inglés ni habla de lo ‘occidental’. Quizás la obra de errázurizeltit no es arte, sino que simplemente materialización de puro amor (que no es lo mismo que amor puro o normalizado).

Paz Errázuriz es fotógrafa, pero como fotógrafa no fue educada. Se formo como educadora en Inglaterra y luego en la Universidad Católica de Chile. Su acercamiento a la fotografía (que podría definirse más bien como un aprisionamiento) es posterior y florece desde su preocupación por el otro, en un contexto nacional plagado de tachaduras y silencios ya conocidos.

Paz Errázuriz en general no utiliza una técnica compleja en su profesionalismo. Es más bien su sustrato conceptual/político y las relaciones interpersonales lo que sustenta la riqueza de su fotografía. No utiliza grandes angulares o teleobjetivos en su campo óptico, sino que foco normal. Gonzalo Leiva así lo ha planteado: “las fotos de grupos, de personas y de lugares, presentan una homogeneidad visual; por el uso del blanco y negro más bien en una íntima clave baja, por la frontalidad directa de los retratados, por la austeridad y sencillez de la toma documental”, planteando luego que “la frontalidad constituye la coherencia interna de sus retratos, en un encuentro con igualdad de condiciones entre el fotógrafo y el sujeto, transformándose en una práctica democrática” (Leiva, 2004: p. 38 y 42). Sin embargo, a pesar de esa pureza técnica, sí es posible identificar en algunas fotografías la utilización del diafragma, para enfocar el primer plano (generalmente de una pareja o un rostro) y desenfocar el fondo, el cual, sin embargo, generalmente se distingue en su movimiento.

El primer plano es clave en Errázuriz. Es la importancia de retratar esos rostros N.N. que la seducen e invitan a centrarse ahí. Es el primer plano frontal, en picado o contrapicado, el elemento clave en su composición estética. Así también en este ámbito el juego con luces y sobras resulta clave, además de los fondos en que sitúa (encuentra) a las parejas y la disposición de éstas. Claramente el carácter de blanco y negro de sus fotos es a la vez crucial, a partir del rico juegos de grises que establece.

Paz Errázuriz, santiaguina, se une al grupo C.A.D.A. (Colectivo de Acciones de Arte) en los años ‘80, insertándose dentro de la macro (o quizás micro/literaria/inventada, pensando en Justo Pastor Mellado y sus críticas) Escena de Avanzada, nacida y muerta en dictadura. Probablemente es en C.A.D.A. que conoce a Diamela Eltit, (polémica) escritora/crítica nacional feminista. Sus pasiones son unidas casi por el destino; desde la letra y desde la imagen los intereses comunes se concentran. Es el otro su preocupación. Es, por ejemplo, la prostitución; Errázuriz desde sus fotografías travestis La manzana de Adán, y Eltit desde su acción de arte donde limpia las aceras de la calle Maipú en un gesto de limpieza de los cuerpos de otras y su propio cuerpo/letra.

Solamente en esta dualidad-unidad Errázuriz-Eltit es posible aproximarse a El Infarto del Alma, en su constitución visual / textual / contextual. Primeramente, esta último. Las otras dos, van inevitablemente unidas:

El Infarto del Alma es publicado en 1992 por Francisco Zegers Editor. Contexto importante en la escena nacional, donde el concepto de democracia hacia poco tiempo que se constituía en un cotidiano. Cabe destacar que la fotografía de Errázuriz fue clave en la construcción de un imaginario visual del fin de la dictadura y retorno a la democracia que rompía con los cánones tanto de uno como de otro régimen, estableciendo nexos con los espacios olvidados. La textualidad de Eltit claramente ajena a eso no queda, internándose también en esas lumpéricas zonas de Santiago.

El texto fue editado por Francisco Zegers, lo que lo sitúa inmediatamente dentro de un ámbito específico de la producción nacional. Fue Zegers el editor de tan particulares claves/textos nacionales como Cuerpo Correccional de Nelly Richard, y su participación es indiscutida en el trabajo de Ronald Kay en el Departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile, en tiempos que los estudios humanísticos estaban exclusivamente confinados al espacio de la Ingeniería (¿?).

Fueron los miembros de ese particular enclave/escenario humano/humanístico y sus circuitos intelectuales quienes escribieron sobre la obra de Errázuriz: Enrique Lihn y Nelly Richard, entre otros. Esta última así habla de ella: “los tránsitos fotográficos que realizó Paz Errázuriz a lo largo y lo ancho de la ciudad, desafiaron esa norma coercitiva que buscaba paralizar todo movimiento, aislar y mantener los cuerpos en su sitio para mantenerlos sitiados”, para luego continuar planteando: “salió a la calle a investigar los residuos y desperdicios de lo que este triunfal desfile de la identidad-simulacro del Chile dictatorial marginó de su grandilocuencia patria y de su exhibicionismo mercantil” (Richard, 2004: p. 10 y 14). La fotografía de Errázuriz se constituye así en la mediación con el margen, con el Chile de la escasez, de lo de afuera, lo ex-céntrico, en un realismo no existencial.

Es en esta escena donde se sitúa el trabajo de estas autoras: en el contexto de la incipiente democracia postdictatorial. Paz Errázuriz llevaba un tiempo visitando el Hospital Psiquiátrico de Putaendo cuando invitó a Eltit a participar del proyecto. El Hospital Psiquiátrico DE Putaendo, de su pueblo. El antiguo Hospital de Tuberculosis, que ahora anida a todos aquellos locos fuera del sistema. Tan al margen se encuentran los ‘ciudadanos’ de este enclave que han sido trasladados ahí desde resto de los psiquiátricos del país; sus orígenes son desconocidos. Son los locos indigentes los que se encuentran, locos de patio, locos de pasillos, locos de ventanas. Locos en su mayoría N.N., No Nombrados, nadie los conoce. Ahí se encuentran, encerrados en ese edificio cárcel/micromundo en medio de la nada, a orillas de la Cordillera de los Andes, a una hora de Santiago, a un costado de la Frontera (física con el país vecino, humana con la propia patria).

En este espacio físico y social es que se articula el trabajo fotográfico/textual. Resulta casi imposible separar estos dos elementos: no es la foto la que ilustra el texto, ni éste el que habla de la foto, sino que dos caminos paralelos e inseparables en su constitución como propuesta. Es el agenciamiento que postula Pablo Catalán en su análisis desde Deleuze: “’unidad mínima de conjugación y de co-funcionamiento de términos o de líneas esencialmente heterogéneas’” (Deleuze, 1996. p.65). Cada fotografía entrega el tiempo de un haber sido que sigue siendo y se reactualiza en lavisualización discursiva de Eltit” (Catalán, 2003. p. 121).

Aquí es donde aparece el carácter documental de la obra retratista que invita a la letra de Ronald Barthes, en La Cámara Lucida, con el ‘esto ha sido’, como cerificado de lo real. Claudia Donoso lo plantea así: “los internos posaron para la autora y los retratos se convirtieron en algo así como certificados de matrimonio en ese limbo donde no hay permiso para casarse” (Donoso, 2004: p. 28). Se convirtieron en una imagen de lo chileno que se aleja del estereotipo tricolor de la alegría que había llegado, en el retrato anónimo de la ciudad amurallada, en la marca de un ‘ha tenido lugar’ en un espacio des-ubicado de la trama urbana, de lo normalizado como visible.

Treinta y ocho son las fotografías que configuran el entramado fotográfico de Errázuriz en esta obra. Todas las fotografías presentan un claro carecer referencial y se podría decir que en su articulación con el texto, a pesar de apuntar a la misma problematización (el amor), aparecen con ciertas estructuras narrativas tensadas gramaticalmente, cuentan algo en el transcurrir de las páginas que no se reduce a una tautología. Es una historia a saltos, en términos habermasianos (aunque no modernos), que va y viene, que narra y se contrae. La linealidad se ausenta ante la presencia de la digresión. Corte y comienzo, corte y retroceso. Corte y avance. Es la pareja de la primera fotografía la que saluda introductoramente desde el pasillo que da a la intemperie del recinto, y es el pasillo, pero cerrado, de la última fotografía, el que despide con la trilogía humana (o divina).

Entre estas dos fotografías límites hay una suerte de transcurso de duplas, dualidades, co-presencias narradoras de historias que cumplen la función de ir juntas pero a la vez completamente separadas, articuladas por  los cinco texto titulados El infarto del Alma de Diamela Eltit y que se han desplazado a la trama de este texto de igual manera, tensada. Los fotografiados, todos, y las fotografías, todas, son  No Nombrados/as, N.N.s.

Los textos que se cruzan con las fotos son cartas que comienzan con un te escribo. De un femenino a un masculino, diría Catalán, aunque los límites genérico/sexuales en el psiquiátrico de Putaendo se hacen difusos, tal vez incluso intercambiables. El último infarto del alma, no. El último infarto comienza con  Escribo: Nada deseo más que a mi propio deseo. (Eltit y Errázuriz, 1994: p. antepenúltima) en un gesto autónomo entre narcisismo y masturbación. Es ese texto que comienza frente a la fotografía de una escalera hospitalaria y termina con la fotografía de una suerte de tríptico: tres hombres en soledad, cada uno encerrado en su propio deseo que el muro anterior no constituía. De izquierda a derecha, de pie, sentado y tumbado. Lejano, cercano y a medio camino. Espalda, frente, espalda. En movimiento, despierto y dormido. Es la presencia de tres espacios o tres fotografías en una. Primera: Es el largo pasillo de ventanas soleadas que culmina en la negra puerta donde el hombre camina de espaldas. Segunda: Es el vértice de trozos de pared ausentes, con el hombre sentado a piernas cruzadas en la oscuridad que apenas muestra su cuerpo mirando algo que no se sabe, pero que, a diferencia de las incertidumbres que producen miradas como la de la mona lisa de Da Vinci, probablemente éste sólo mire a otra pared, con la pintura en destrucción; se constituye en la versión descarnada de la mona lisa, monstruosa tal vez, de una mirada que se mira y pregunta por su propio deseo. Tercera: Es la espalda de la blanca camisa que se extiende en el suelo que no muestra su límite corporal ni su objeto de deseo, es el hombre cortado por el edificio, por la puerta del vértice, tirado entre columnas, que estira un brazo, quizás duerme, o llora, o ríe, o toma sol, o simplemente está, pero cortado sin presencia motora-genital. Cortes que separan espacios, luminosidades y oscuridades, móviles y estáticos, presentes y ausentes de las historias (de amor). Es el fin del amor que se anunciaba ya en las dos fotografías anteriores: pasillo y escalera. Sólo hospital, construcción en destrucción. Son esos tres hombres los que producen el infarto. Tanto loco amor que culmina en el amor propio y su propia destrucción.

Es lo referencial lo que se capta desde la foto de Errázuriz, pero que se diluye en el juego de luces, las composiciones que juegan entre la curva y la recta, entre el claro y el oscuro. Entre negro y blanco se cruza el amor de las parejas y los espacios del Hospital Psiquiátrico de Putaendo que Paz miró con su cámara. Su particular mirada que nos cuenta de parejas, de texturas, de miradas, de cuerpos, de políticas, de Estado, de soledad, de nombre y sin nombre, de ellas y de ellos.

Una interpretación es lo que presento, desde lo mínimo de la escritura, mi escritura, la miniatura de la escritura de Eltit, lo cercano de la fotografía de Errázuriz: es la repetición el eje articulador de El Infarto del Alma, que tú no me has, que tú no me has, que tú no me has amado dice Eltit, parafraseando quizás a Juana la Loca, o a otra/o. Desde lo femenino que habla Eltit y desde lo femenino que captura Errázuriz, aunque esas divisiones en las fotos y en el texto se deconstruyen, al igual que en este texto.

Digresión tras digresión es el texto/imagen El Infarto del Alma, es el salto, el vuelo del ángel. Ángel cristiano: de los pobres será el mundo de los cielos. Pobres son los fotografiados. Indigentes, N.N.s, locos residuales en la precariedad de sus destinos. La fotografía de Paz prueba que están vivos, que pasaron, que transitaron. Les otorga paz. Se conservan. Son identidad, propiedad, unicidad/duplicidad en la desviación de sus figuras, en lo turnio de sus miradas.

Es la familiaridad del foco de la foto. Son fotos de familia: la tía, la madre, la hermana, el esposo, el hijo. Paz es la tía de locos. Paz nos hace cómplices de su encuentro familiar. Familia de polos: los enfermos enamorados y el Personal, el panóptico foucaultiano. El que domina y el encerrado (¿en qué?).

En el encierro los pacientes se besan, se tocan, se miran, se huelen, se penetran. Es el amor en su inconsciencia y pureza púber. Es la inocencia, la ausencia de temores. Hay tantos enamorados en el Hospital de Putaendo que la cuenta se pierde. Es el otro, su otro, mi otro. La fotografía que toca junto al texto llama a la pertenencia de ese cuerpo, de esos cuerpos familiarizados. Es el cuerpo que mancha de Kay, que florece en toda su plenitud en los locos del psiquiátrico. Sudores, lágrimas, sémenes, sangres, fluidos que se entrelazan y configuran al siamés psiquiátrico, el siamés sin miedos sociales, el siamés que re-configura las políticas de lo personal, las políticas del amor.

El siamés se constituye en el tiempo sin memoria. Es congelado por la cámara y continúa su camino de inocencias. El cuerpo enloquecido se amplía a las fronteras de lo dual. La cita a la madre y los líquidos intrauterinos: los cuerpos de los locos enamorados son compartidos y unidos por los fluidos. Romper los límites. Digresión nuevamente. El sujeto surge de la ruptura y de la unión. Es el vínculo rizomático entre dos seres que ya han perdido límites y se configura en lo que Eltit llama metafóricamente el té y el pan con mantequilla.

De los fluidos maternos a los fluidos del amante hay un sólo paso. Dos cuerpos fueron antes cortados por el cordón umbilical. Dos cuerpos son ahora, diferenciados exclusivamente por el acto fotográfico. La foto marca los contornos entre sujetos, en sujetos, en sus No Nombres. De pared en pared se mueven los locos: del útero al muro hospitalario. La forma de la locura es la (con)fusión con el otro, en el otro. El siamés enamorado es el gran contorno de la locura en su microexistencia. Es la búsqueda del otro, ausente y presente. En realidad, la búsqueda del uno en el otro: ¿cuándo y cómo se fundieron?

Son rostros anarquistas los que Errázuriz y Eltit muestran. Militantes de la propia destrucción (política, psíquica, social) de sus cuerpos. Orgullosos en la inconciencia de la irregular unión de cuerpos siameses, como si mecanismo de sobrevivencia buscaran. Es el cuerpo del desgarro de la improductividad y el hambre.

Digresión tras digresión, mirada más mirada perdidas; blanco contra negro es la anarquía de los retratos psiquiátricos. El infarto sin muerte constituye el enamoramiento, del alma. La búsqueda inconsciente del otro (del uno). El miedo desconocido, o ausente.

El tiempo se divide con el acto fotográfico, el rostro se sacraliza; se reproduce un cuerpo manchado que mancha, que mancha a Paz y Diamela. Un otro cuadro de honor, de la locura, con la locura. Desde la historia que falta, la encerrada en los muros del Hospital Psiquiátrico de Putaendo, los saltos enfermizos de la cercanía humana se congelan en la foto y en el texto: es Juana la Loca y su novio, u otros siameses cualesquiera enamorados de sus propios deseos.

Francisco Godoy Vega
Artículo publicado el 05/11/2008

Bibliografía
  • Argán, G.C. El Arte hacia el 2000. Trad. Gloria Cué. Madrid: Akal, 1992.
  • Barthes, Ronald. La Cámara Lúcida: notas sobre la fotografía. Barcelona-Santiago: G. Pili, 1982
  • Catalán, Pablo. El Infarto del Alma de Diamela Eltit y Paz Errázuriz: Palabra y Fotografía. Santiago: Aisthesis, PUC. Número 36,  2003.
  • Eltit, Diamela y Errázuriz, Paz. El Infarto del Alma. Santiago: Francisco Zegers Editor. 2da. Edición, 1994.
  • Errázuriz, Paz. Fotografía 1983 – 2002. Santiago: Editado por Paz Errázuriz, 2004. Catálogo a cargo de:
  • Richard, Nelly. Submundos y grietas de Identidad.
  • Donoso, Claudia. La propia máscara.
  • Leiva, Gonzalo. De melancolías y metáforas.
  • Foucault, Michel. Vigilar y Castigar: nacimiento de la prisión. Buenos Aires: Siglo XXI, 2002.
  • Habermas, Jünger. Identidades Nacionales y Postnacionales. Madrid: Técnos, 1989. (Páginas 111 a 121)
  • Kay, Ronald. Del Espacio de Acá. Señales para una mirada americana. 2da. edición. Santiago: metales pesados, 2005
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