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Los dos corazones de Samuel Segura

por José Luis Dávila
Artículo publicado el 22/05/2014

hurt myself today
To see if I still feel
Trent Reznor

 

¿Qué es un corazón? De principio, es uno de los órganos vitales, pero esa cualidad ha quedado muy opacada. El corazón dejó de ser parte de nuestras entrañas desde hace mucho, no sabría desde cuándo, y realmente para hoy en día no importa desde cuándo. El corazón es una metáfora del día a día, encierra un significado ligado a las pasiones. Es una metáfora que se ha hecho realidad: cuando se sufre de algún mal emocional, muchos tienden a sentir opresión en el pecho, o vacío, o dolor, o ganas de arrancárselo, de tenerlo en la mano, justo frente a los ojos y comerlo, comerlo para que regrese a su lugar de origen, para que repose donde debe, para atraparlo en su jaula, mantenerlo bajo llave y sedado, como un enfermo mental, como ese paciente de psiquiátrico que no sabe controlarse, derrotado por aquello que no entiende; y cómo va a entenderlo, cómo podemos pedirle tal cosa cuando le otorgamos la habilidad de omitir la racionalidad en sus actos.

Si hiciera un repaso de las formas en que se ha representado al corazón, sería una tarea ardua, pero más que ardua, tediosa. Una tarea llena de repeticiones, porque al fin y al cabo, al corazón lo vemos de dos maneras fundamentales: ora completamente hundido en melcocha, ora atravesado por el deseo de la muerte en forma de cuchilla. Es una dualidad que no dejamos atrás desde que nacemos, porque así es nuestra cultura, diseñada para implantar imágenes sociales, aceptadas por todos los que nos vamos a encontrar a medida que crecemos, tanto física como mentalmente. Esas imágenes amoldan al mundo, lo encasillan para hacerlo asequible, concreto, dentro de los márgenes de la cognoscibilidad. Sin embargo, esos márgenes resultan insuficientes cuando lo cognoscible ya no reside en lo social, cuando uno encuentra que, lamentable para muchos pero cierto, la experiencia propia sobre la idea instaurada queda muy distante de lo que se esperaba.

II
El corazón es visto como el centro de los procesos vitales, ya que a través de él corre la sangre que irriga por todo el cuerpo mediante las venas. Es la marcha que indica el ritmo al que se trabaja, pese a que en el cerebro se encuentre el control de las actividades; incluso el cerebro es capaz de sobrevivir durante pocos segundos más luego de que haya un paro cardiaco. Aún así, poner a uno u otro la calificación de “centro” recae enteramente en la subjetividad. Ahí la cuestión por la que el corazón “es visto” como el centro de los procesos vitales: el cuerpo humano es un sistema y como todo sistema está fundado en la interrelación de sus partes, en un balance dentro del cual cada elemento cumple su función y la falla de uno gradualmente (o de forma inmediata) lleva a la falla de otro, pero eso no nos ha impedido categorizar científicamente la necesidad de unos u otros órganos, teniendo como respaldo el desarrollo sobre tratamiento de las fallas en cada cual, y sin embargo, el corazón sigue en el foco de importancia dada la fuerte carga subjetiva de la que ha sido presa, usándosele de forma indiscriminada, despojado de sus funciones fisiológicas para cumplir con sus funciones simbólicas.

En el cumplimiento de dichas funciones, el corazón se consuma como extensión, a la vez que oposición, del cerebro, o mejor dicho, de la parte racional y objetiva de nuestra psique, considerando que esa parte racional también se encuentra expresada desde su simbolismo. Esto es paradójico, sí, pero complementario, y Pascal pudo expresarlo con exactitud al declarar que “el corazón tiene razones que la razón no entiende”, pues toda emoción parte también de un cierto atisbo de racionalidad, digamos, de los márgenes de la racionalidad. Las emociones son ideas outsiders, encriptadas en su propio código, de significados comprensibles nunca de modo total porque las posibilidades para aterrizarlas en el lenguaje se limitan tanto como se limita uno mismo en la puesta en acción de éste y en la percepción de quien lo descifra, haciendo de ello un puente estético. Las emociones, entonces, no están lejos de ser un elemento racional sino que obedecen a una racionalidad distinta, una racionalidad que no pone como fuente al sujeto y su relación con el conocimiento del entorno, sino al sujeto y su relación con la apreciación del entorno.

En una situación así, cuando podemos aventurar que el corazón es visto como el centro de los procesos vitales debido a su función simbólica opacando a su función fisiológica, la fuerza del corazón como imagen es potencialmente avasalladora, susceptible no sólo como una representación cultural de las emociones sino, como Samuel Segura lo hace en su serie The Amsterdam Blvd. Project, de las relaciones que surgen entre las personas, es decir, de la intersubjetividad misma.

III
Pensado como una campaña publicitaria para la puesta en escena Amsterdam Blvd., de Jesús González Dávila, este proyecto fotográfico de Samuel Segura disecciona las dualidades implícitas en la imagen que tenemos interiorizada culturalmente sobre el corazón, dejando de lado el motivo principal que generó a la composición fotográfica, es decir, sin que deba atarse a la trama teatral, porque viene sobrando, porque la fuerza del trabajo de Segura se independiza en cuanto tiene contacto con la mirada de cada uno de quienes se acercan.

Los corazones de Samuel Segura son dos modos de contemplar a las emociones, son las dos personalidades que todos adoptamos, dependiendo de la situación en que nos encontremos. Si acaso no son los únicos ejemplos de los que se puede dar cuenta (ya que toda la cultura popular está impregnada de este tipo de cosas), son ejemplos que retratan, literalmente, la crudeza de su materia prima, lo que permite ampliar la metáfora para incluir en ella factores fisiológicos que dan cuenta de derivaciones figurativas a la misma.

Un par de corazones expuestos a la intemperie, suspendidos frente un fondo verde, un poco sucio, incluso inmaduro, la iluminación acentuada al centro, a dónde los corazones yacen, porque las sombras en las orillas de la imagen tratan de consumirlos, pero cómo consumir algo que se está consumiendo a sí mismo, para qué hacerlo. Porque los corazones están hundidos cada uno en sus propios males, ni siquiera la luz puede separarlos de algo que va implícito en ellos: bien la dulzura extrema de un río de miel que cae reconfortando e impermeabilizando al primero de ellos, bien la gran cantidad de instrumentos punzocortantes atravesando al segundo, herido e hiriente, porque lo que queda fuera de cada una de las navajas, agujas, alambres, también evita que se le pueda tocar.

Estos elementos dentro de la imagen construyen más allá de la idea primaria sobre el corazón, permiten la exploración visual de la intersubjetividad y de cierta noción de intrasubjetividad que plantea su evolución a la transubjetividad. Así pues, ambos corazones son imágenes separadas, pero, por decirlo así, funcionan como complementos y marcan no solamente una relación como imágenes sino una relación como símbolos de de la relación con uno mismo, con el otro y con los otros.

IV
Sigmund Freud veía a su nieto jugar con un hilo atado a sus juguetes; el niño los arrojaba lo más lejos posible y luego los atraía. El padre del psicoanálisis denominó a esta relación como un “fort-da”, una forma dentro de la lengua para designar al juego en el cual el sujeto declara la pertenencia, su pertenencia, del mundo y el control sobre lo que le está permitido tenerlo, es decir, sobre sus necesidades afectivas, y la primera necesidad afectiva que se tiene cuando niño es la establecida con la madre. Dicha relación se intercambia con los juguetes, sobre los que sí se llega a tener control absoluto, cuando la figura materna no está alrededor.

El corazón no adolece de este fenómeno. Fisiológicamente, tiene su propia versión del fort-da, pero bajo el nombre de sístole y diástole. Los corazones de Samuel Segura también trabajan esta idea. El vaivén de las personalidades que se adoptan ante las situaciones está dentro de los límites de The Amsterdam Blvd. Project.

La imagen del corazón derretido/derritiéndose en el fluir de la miel implica la continuidad en cómo se prolonga antes y después esa miel, no es como si el corazón sólo se cubriera de ella sino que, cíclicamente, se renueva la dulzura sobre la crudeza, eso lleva a pensar en que si bien es una constante caída, el corazón no es una superficie en la que se filtre tan fácilmente la miel como para que resista el paso del tiempo. Los sentimientos que más creemos felices, las emociones que nos dan alegría, todas las cosas buenas que llegan al corazón y se reparten por el cuerpo en el proceso de sístole y diástole, no permanecen a menos que sean recurrentes, que no se interrumpa, porque aunque queden residuos, éstos no son para nada la misma experiencia ante las emociones vivas. Entonces el corazón no tiene nada de propio respecto a esos sentimientos, ese corazón es el vacío ante la madre, la necesidad de continuidad en la presencia de la miel, en la presencia del otro que provee esa miel, no importando lo que sea: una mascota, una pareja, un objeto. El corazón no entiende de proporciones vivas, porque lo que hace vivir al mundo que lo rodea es el afecto que le tiene a aquello que le hace subsistir bajo la cascada de melosidad. Pero la cascada fluye, la cascada se va, el corazón la deja ir, como el niño que arroja el juguete y sabe que tiene el cordel para hacerlo volver, para que la miel siga bañándolo.

Mientras tanto, el corazón atravesado por navajas, por jeringas, por agujas, es la necesidad de sentir, la necesidad de disfrazar a la ausencia con objetos, es el da del fort, es el desesperado “aquí está” de cuando la búsqueda por la afección llega a presentarse infructuosa por largo tiempo y se recurre a la sustitución. El segundo corazón de Segura es el dolor incrustado de la pérdida, dolor que se vuelve alivio, es un alfiletero acostumbrado al uso que se le da, es esconder la herida bajo más heridas, lastimando al tiempo que es lastimado. El niño recoge la cuerda para estar seguro de que posee al juguete, pero el juguete no es lo que desea, lo que desea es la sensación del poder inmanente en toda relación, y al no tener otra forma para ejercer ese poder, lo ejerce en la violencia del arrastre, del arrojar pero no dejar ir.

Si se piensa, ambas imágenes son modos distintos de la misma pulsión. Son sístole y diástole, dejar ir y atraer; eso es lo que constituye el latido de un corazón, lo que constituye a las relaciones que formamos con nosotros mismos y con quienes nos encaran en el mundo, de todas las maneras posibles, como pareja, amigos, familia, enemigos, apenas conocidos, como rostros difusos que se nos pierden en la memoria. Somos un latido en el pecho de los demás, y nuestros latidos son los demás. Encontrar qué tipo de latido, de los dos que presenta The Amsterdam Blvd. Project, es cosa aparte.

V
Así como somos un latido nosotros solos, cuando estamos en relación con alguien más, cuando se pone en escena la intersubjetividad, se crea otro. Las relaciones son un corazón, pero olvidamos una de las características más importantes de los corazones: son músculos huecos. La metáfora se torna mucho más aterradora porque, no es que alguna vez alguien haya quedado con el corazón roto, como se proclama popularmente, sino que regresa a estar vacío. Cuando estamos en relación a otro, en una relación emocional sin importar el tipo de emoción, nos sentimos llenos porque la sangre que pasa por dentro de nosotros, por nuestro corazón, lo llena, lo hace funcionar.

El primer latido que señalan los corazones de Segura es uno intrasubjetivo: la relación fort-da está solamente en el sujeto principal porque, precisamente, es el único sujeto de la relación. La miel y las navajas son parte de uno mismo, elementos exteriores que podemos controlar; un poco paradójico, sí, y pese a eso, cierto, porque son decisiones propias el arrojar y el atraer, son formas individuales de sostener contacto con el mundo emocional.

Al contrario, cuando la sangre que corre por las venas es producto de una transfusión, es decir, cuando se pone dentro del panorama al otro, el juego cambia porque hay dos juguetes lanzados de lados opuestos de la habitación, y sus cordeles se han enredado. Uno de los dos cordeles se romperá si ambas partes no saben equilibrar su fuerza ya sea para desanudarse o para descubrir el nuevo juego en ese inconveniente: sostener la unión, hacerla ir y venir, crear un oleaje del cordón, el vaivén como diversión de dos y no como lucha por el control.

Si se hace lo segundo, eso merece una ovación de pie. Si se llega a lo primero, entonces es donde las personas usan esa expresión, inexacta expresión, “corazón roto”, porque, ya fue dicho, no está roto. Lo de menos es que se haya roto algo, lo que le duele al niño es el espacio dejado entre el extremo que tiene de la mano y el extremo en el que no está su juguete.

Imaginando que alguien decidiera abrir los corazones de The Amsterdam Blvd. Project, lo que encontraría es un espacio hueco, un espacio que, si estuviera conectado a un cuerpo, estaría lleno de sangre. El fluir de la sangre es lo que evita la muerte del corazón. El fluir de la intersubjetividad es lo que mantiene vivas a las relaciones. Existen los “tú” y los “yo”, y en cada uno la posibilidad de ser uno de los dos corazones que muestra Samuel Segura en sus fotografías, por lo tanto, cada uno late a su ritmo y en su forma particular, pero aún con ello, necesitan de algo más, de algo interior que los haga funcionar.

Aquí está el mayor acierto o el mayor error de Segura, según se quiera ver. Solamente nos muestra el exterior, nos muestra cómo funciona un corazón para sí mismo estando frente al otro, pero no cómo funciona un corazón en relación directa con el otro, lleno del otro. Acierto porque genera preguntas, porque genera discurso entorno a su fotografía y hace que se deban evaluar las interpretaciones posibles al respecto. Error, porque, vaya, siendo un fotógrafo joven logra imprimir fuerza a sus imágenes, las dota de elementos técnicos y estéticos que hacen falta en muchos autores, y sería interesante ver un ejercicio de él sobre cómo funciona la contraparte interna del The Amsterdam Blvd. Project.

Y sin embargo, parece que nada de eso importa, parece que la respuesta a esas cuestiones podría estar ya en la imagen, en los acercamientos, en los detalles de la iluminación. O la respuesta podría no importar porque cada uno decide cómo ver esos corazones para hablar de ellos como si fueran el propio.

VI
¿Qué es un corazón? ¡Vaya pregunta!

José Luis Dávila
Artículo publicado el 22/05/2014

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