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Naufragios, exposición de pinturas de Benito Rojo

por Adolfo Pardo
Artículo publicado el 20/07/2019

A propósito de la exposición Naufragios de Benito Rojo
inaugurada el 25 de julio de 2019 en la Sala Gasco
Santo Domingo 1061, Santiago de Chile

 

De la única manera que podemos tolerar y sobrellevar nuestra existencia es entrecerrando los ojos. O volteando la cabeza para mirar hacia otro lado. Para cualquier lado con tal de que no sea para el frente, donde siempre estará la cruda realidad. La pura y santa verdad. La única certeza que tenemos todos los mortales dotados de alguna inteligencia que poblamos este planeta bendito, que no sabemos quién denominó la Tierra (pudiendo haberle puesto tantos otros nombres, quizás más apropiados). Y ello por una razón muy simple, porque si abrimos los ojos todo el mundo sabe que más tarde o más temprano lo que nos espera es el Naufragio, el dramático título de esta exposición de Benito Rojo que mediante sus pinceles nos habla de nuestro ineluctable destino; aunque también, con formas y líneas muy bien pensadas, colores pasteles y ricas texturas características del autor, nos pone una mano en el hombro como si quisiera decirnos, yo también estoy aquí, contigo. Y puedo sonreír.

Y qué otra cosa puede hacer el artista sino recordarnos nuestra precaria situación y al mismo tiempo decirnos Si, pero entre tanto también existe el orden, la armonía, el trabajo y la belleza, y en el horizonte oscuro del mar volverá a levantarse el sol. Volverás a mirar directamente a los ojos de tu prójimo e incluso, a lo mejor sobreviviremos al naufragio y, mediante un milagro, veremos el divino rostro del Creador, con mayúsculas, de todos los mundos conocidos y por conocer. La esperanza. Una esperanza pequeñísima, pero imperecedera. Entre paréntesis, Flaubert decía que «Le seul moyen de supporter l’existence, c’est de se plonger dans la littérature comme dans un orgie perpétuelle (La única forma de soportar la existencia es sumergiéndose en la literatura como en una orgía perpetua)». O en la pintura, en el caso de Benito Rojo, quién a lo largo de muchos años, inspirado en la historia del arte y particularmente en la historia de la pintura y en distintos temas propios —Arqueología para una memoria oculta, El Tesoro de la juventud, Elogio de los Libros y Sedimentos por nombrar solo algunos— ha desarrollado, con un trabajo reflexivo, metódico y productivo, de una estética exquisita, una obra contundente valorada con justicia a nivel internacional.

El arte, podemos suponerlo, está en el corazón de la cultura y la pintura en el corazón del arte, y como escribí hace no mucho —preguntándome para qué sirve la cultura— el arte y la cultura si no nos sirven para amarnos los unos a los otros son de poca ayuda. Creo que esta puede ser otra de las ideas que nos quiere transmitir Benito Rojo con estos lienzos de gran formato, inspirados en un madero corroído por el agua y el tiempo, que pudo ser parte de la quilla de un barco, atravesado por enormes clavos de bronce,  rescatado de las profundidades en la costa de Papudo.

El naufragio es una desgracia terrible. Una tragedia. Con todas sus letras. Y la tragedia siempre ha estado y estará por encima de la comedia. Sin por ello desmerecer a la segunda.
Podemos reírnos de muchas cosas. Burlarnos de esto y de lo otro, como cuando estábamos en el colegio, pero frente a la tragedia tenemos que guardar silencio y recogernos con respeto. Y dar las gracias porque aun estamos vivos y respirando el oxígeno que nos llega del mar. En el caso de Chile, ese mar Pacífico e inclemente que Vasco Núñez de Balboa descubriera para Europa el 25 de septiembre de 1513 y que a lo largo de nuestras costas a echado a pique tantas naves, como nos ilustrara Benito en esta exposición llena de significados que sería pretencioso procurar si quiera describir en un texto como este que solo puede servir como una cordial invitación a conocer la pintura de Benito Rojo.

Adolfo Pardo
Junio de 2019

A propósito de esta exposición Benito escribió lo siguiente:

A lo largo de los años he acumulado en mi taller una plétora de objetos que me hablan en una u otra lengua. Entre ellos y uno de los más sugerentes es un trozo de madera atravesado por enormes clavos de bronce. Fue rescatado desde las profundidades del mar, frente a la costa de Papudo, junto a otros restos de un velero que sucumbió a una marejada inclemente a mediados del siglo XIX.

En un principio asocié la forma de este madero y su materialidad a un torso asaeteado, un San Sebastián rescatado de las aguas del Pacífico. Con el tiempo su fuerte presencia ha migrado desde la libre asociación de las formas a la contundencia de la palabra Naufragio.

Cuando veo ese madero pienso que Chile es un país de naufragios. En el fondo de su costa interminable descansan los restos de cientos de embarcaciones y sus tripulantes. En los puertos subsisten los relatos de quienes salvaron la vida.

Pero creo que la palabra naufragio, el colapso repentino del mundo que nos sostiene, se extiende para nosotros desde el mar hacia el interior; desde la naturaleza a la historia. La catástrofe es aquí un evento periódico. Somos, pues, un país de náufragos sobrevivientes; en lo histórico, en lo social, en nuestras luchas políticas y también en nuestra pequeña individualidad.

Las obras que presento en la sala Gasco nacen de este madero encontrado al azar en las costas de Chile, pero también de las certezas y ambigüedades que evoca la palabra naufragio.

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