Resumen
Este artículo argumenta en favor de las relaciones entre bioética y complejidad. Sostiene que allá donde termina la ética comienza la bioética. Así, mientras que la ética, en cualquier acepción de la palabra es simplemente un asunto humano, la bioética es una preocupación por la vida. De esta suerte, es imposible una efectiva comprensión de la aventura humana al margen de un conocimiento sólido acerca de las relaciones, móviles y difusas entre factores bióticos y abióticos, y entre los seres humanos y el resto de la naturaleza. La complejidad es la vida misma, no la de los seres humanos.
Introducción
La bioética le plantea límites a la ética. Más exactamente, allá donde termina la ética, allí mismo comienza la bioética. Pues bien, la ética, e incluso, más ampliamente, la filosofía moral, es tan sólo una preocupación por el ser humano; con todo y las variantes y matices que se prefiera. Como es sabido, la ética comienza con Aristóteles, en ese libro que no es simple y llanamente otra cosa que una serie de recomendaciones que un padre amoroso hace a su hijo: Nicómaco. Una lectura desprevenida de la Ética a Nicómaco pone de manifiesto que la ética nace y permanece como literatura de autoyuda; exactamente lo que hacen, hoy en día, numerosos autores, como Osho, Paulo Coehlo, Walter Rizo, y tantos otros. Esa literatura que se encuentra al lado de las cajas de pago en los centros comerciales y en los supermercados; o también, en numerosas librerías de aeropuertos (Esos “no lugares”, M. Augé). Literatura de paso, de consumo, de lectura en el bus, el metro o el tranvía, de autoyuda: la ética.
Un segundo texto importante en la historia de la ética es justamente el de la Epístola a Meneceo que otro filósofo, un padre amoroso, le dirige a su hijo: Meneceo; el padre es, naturalmente, Epicuro. Igual: consejos de vida, recomendaciones, literatura edificante. Y así permanece durante toda la historia, hasta la fecha.
Hay dos observaciones importantes que hacer aquí: en toda la historia de la ética, sólo existen dos sistemas éticos; lo demás son sencillamente libros de filosofía moral. Estos dos sistemas éticos son: Aristóteles, y Kant, perfectamente distintos entre sí.
De acuerdo con el Estagirita, el ejercicio de la razón lleva a cada quien a querer ser felices. Así, la racionalidad y a felicidad se implican recíproca y necesariamente. Dicho inversamente: (querer) ser infeliz o desgraciado es irracional. Pues bien, la ética aristotélica es una ética de la felicidad. Con una observación importante: en la Grecia antigua, sólo se podía decir ser felices o haber conocido la felicidad a final del día; en el ocaso de la vida, luego de una reflexión sosegada, en contraste con esa idea llena de plástico actual en la que se conoce la felicidad en un instante para olvidarla al momento siguiente. O como si se pudiera comprar la felicidad con una tarjeta de crédito negra o dorada, por ejemplo.
De otra parte, la filosofía kantiana pone de manifiesto que el ejercicio soberano de la razón conduce a cada quien a buscar la libertad. Así, ser racionales y (querer) ser felices es una sola y misma cosa. De esta suerte, en Aristóteles como en Kant, la filosofía conduce desde sí misma hacia la ética.
La dificultad, sin embargo, es que en la historia de la ética, ambos sistemas éticos son perfectamente inconmensurables; esto es, no es posible querer ser felices y querer ser libres al mismo tiempo; o una cosa, o la otra. Así, la ética aristotélica es perfectamente incompatible con la ética kantiana. Todo depende de las opciones y los estilos de vida que cada quien quiera o pueda adoptar.
Todo lo demás son simple y llanamente ideas morales, en la historia de la humanidad. Incluso hasta ese autor de moda que fue H. Jonas, con la idea de responsabilidad: una ética de la responsabilidad. El silencio que se ha tejido alrededor de Jonas no merece ser alterado.
Del ser humano a la vida
La ética es simple y llanamente un asunto humano; la preocupación por el ser humano. Existen numerosos humanismos, como es sabido: el humanismo griego y el renacentista, el humanismo cristiano y el musulmán, el humanismo judío y el católico, el humanismo marxista y el ateo, el humanismo existencialista y el seglar y varios más.
En una derivación de esta idea, existen las ética comunitaristas que hablan entonces de la importancia del empoderamiento y de la minorías; étnicas, religiosas, de sexo, y otras. Y entonces cabe hablar de ética feminista o de ética queer, de la ética indigenista o de los negros raizales, y tantas más.
Pues bien, la ética, en cualquier acepción de la palabra, no es otra cosa que la preocupación por el ser humano; con sus matices, con sus gradientes, en su universalidad, o como se la quiera adoptar.
Pues bien, este texto argumento que ello no es suficiente y, más radicalmente, preocuparse por el ser humano es, en el panorama de la complejidad de la vida y del conocimiento hoy en día, demasiado poco. Dicho de forma directa y escueta: es imposible verdaderamente considerar la dimensión humana –eso que un gran autor francés llamaba “la condición humana” (A. Malraux)-, al margen del conjunto entero de la vida en el planeta, e incluso de las dimensiones abióticas. Y más radicalmente, es imposible atender al fenómeno humano, en su fragilidad, en su dignidad, en su sensibilidad, sin atender, además, y cada vez más, al conjunto del sistema solar, la galaxia y el universo.
Pues bien, los límites de la ética constituyen al mismo tiempo las puertas de acceso a la bioética, y más exactamente, a una ética de la vida. No ya simplemente de la vida humana sino de la vida en general, de la vida conocida tanto como de la vida-tal-y-como-podría-ser-posible. Me refiero, exactamente, a la bioética global.
Es imposible comprender y apasionarse por la aventura humana al margen de una consideración sobre los animales, las plantas, las aguas y el aire, el sol y los ciclos biogeoquímicos –ciclo del agua, del nitrógeno, del fósforo, del sulfuro, del carbono y otros-; incluso, es perfectamente hablar y saber de los seres humanos sin la importancia de los microbiomas, y mas ampliamente del bacterioma. El Global Bacteriome Project (2007-2013) ya arrojó sus conclusiones, y entre ellas el reconocimiento explícito de que por cada célula humana (¡y hay 400 tipos de células en los seres humanos!) hay por lo menos diez bacterias; como resultado, los seres humanos con en un 90% colonias bacteriales, y el nombre exacto es: los seres humanos son holobiontes. Más recientemente, se ha lanzado el Global Virome Project (2018-2022), y uno de sus primeros resultados a la fecha es que se han identificado 111 familias de virus. Los seres humanos son holobiontes, pero queda por establecer el papel y porcentaje de los virus, los hongos y los parásitos. Ellos hacen a la vida misma.
La comprensión de la vida es sencillamente imposible al margen del conocimiento sobre el sistema solar (cuya formación fue de los planetas externos hacia los internos, como para proteger aquellos en los que podía haber vida, verosímilmente), pero también de la Vía Láctea. La tierra orbita alrededor del sol a una velocidad de 30 Km/seg, el sol orbita en la vía láctea a una velocidad de 200 km/seg, y la propia vía láctea orbita alrededor del cluster cercano de galaxias a una velocidad de 400 k/seg. La hemoglobina que recorre las venas humanas se creó en la primera generación de estrellas, las supernovas 1ª, y lo mismo sucede con el fósforo, tan fundamental para el buen funcionamiento del cerebro, y de la cadena de ATP en las células. La vida es un asombroso fenómeno de orden cósmico, no simplemente planetario.
En este sentido, aquella ética insulsa de los Morinianos, que es tan sólo una ética planetaria es simplemente eso: una ética antropológica, antropomórfica y antropocéntrica. Le falta la verdadera complejidad de la vida que sobrepasa, con mucho, las márgenes de Gaia, la Pachamama o la Tonanzin.
La ética, bien entendida, conduce desde sí misma más allá de si misma, y el terreno es entonces el de la bioética: una ética de la vida, no únicamente de los seres humanos y lo humano.
Como se aprecia, si se quiere efectivamente hablar de “ética” entonces es indispensable un sólido conocimiento de temas como la biología –y en particular la biología de sistemas-, la ecología, la termodinámica, la cosmología, la etología, y varios campos más. El conjunto de preocupaciones éticas es bastante más, y también bastante diferente de lo que jamás creyeron Aristóteles, Kant, y toda la historia de la ética y la filosofía moral.
El falso problema
No existe algo así como lo específicamente humano. La etología y la bacteriología, la microbiología y la mirmecología, la propia química y la biología de sistemas, las ciencias de la computación o la teoría de la información cuántica, por ejemplo, vienen a poner de manifiesto que o que alguna vez fue único y distintivo de los seres humanos es algo que se comparte, y con mucho, con otros escalas de la vida. La conciencia y la autoconciencia no son exclusivas de los seres humanos y, hasta la fecha, se la ha identificado en los mamíferos superiores. La cultura, la danza y las matemáticas, han sido observadas en otras especies, incluso hasta los ratones y las aves. La espiritualidad misma no es un asunto distintivamente humano, y ya los trabajos, hoy clásicos, de D. Attenborough ponen de manifiesto que existe también en varias otras especies. La espiritualidad y no la religión; ésta última tan solo les importa a las Iglesias.
De manera que la pregunta por lo exclusiva o distintivamente humano es un pseudo-problema. En verdad, el ritmo de los avances en el conocimiento y la investigación es vertiginoso, y arroja nuevas y refrescantes luces sobre el universo, el mundo, y la sociedad. La genética, por ejemplo, ha puesto suficientemente en claro que es más lo que nos une con los cordados, las moscas y el trigo, por ejemplo, que lo que nos separa. La genética es altamente democrática, mucho más que muchos partidos políticos e ideologías. La trama de la vida es de eusocialidad, de cooperación, de co-dependencia, de aprendizajes recíprocos y co-evolución incesante.
Más exactamente, un ben estudio de la naturaleza pone en evidencia que en la naturaleza –lattu sensu-, no existen las jerarquías, y que las jerarquías son deformaciones en la visión por parte de la civilización Occidental esa civilización que quiere ver jerarquías hasta en el cielo y el infierno, sendos relatos de ficción. La complejidad en el universo no la ponen los seres humanos; comienza mucho antes que ellos, y termina también mucho después de ellos.
El 97% de la biomasa del planeta son plantas. La vida es un milagro resultado de la oxidación del planeta gracias a las cianobacterias, hace alrededor de 3.8 billones de años. La vida se sostiene por la importancia de la fotosíntesis en la superficie de las plantas y que es el resultado de bacterias. Desde el punto de vista físico y biológico, los seres humanos están compuestos en un 55% de agua, un 20% de proteínas, un 15% de grasas, el 5% de minerales, el 2% de carbohidratos y el 1% de vitaminas. A su vez, desde el punto de vista químico, los seres humanos se componen en un 65% de oxígeno, el 18% de carbón, el 9.5% de hidrógeno, el 3% de nitrógeno, el 1.5% de calcio, y el 1% de fósforo. Y menos del 0.1% de otros elementos, entre esos el manganeso, el litio, el boro, y muchos más.
La diferencias entre la vida y la no-vida no son, en absoluto, de naturaleza, materiales (hyléticas, digamos) o de reinos. Por el contrario, las diferencias son simplemente cualitativas, de grados o gradientes, de organización. Al fin y al cabo, el alfabeto de la totalidad del univeros conocido y por conocer ya está identificado: se compone de 118 letras (hasta la fecha) y se llama: la Tabla de Elementos Periódicos. Las diferencias en el mundo y el universo son de grados o de organización. Y en el lenguaje de la química, se trata de enlaces: simples dobles, covalentes, de van der Waals, y otros.
Una ética de la vida
De lejos, el más complejo de todos los fenómenos conocidos o posibles, es la vida – los sistemas vivos, un fenómeno que comprende a los extremófilos, las bacterias y los virus, las plantas y los seres humanos, entre muchos otros, y que no comienza ni termina allí. Debe ser posible una ética de la vida, y esa ética no es la “ética”, y por el contrario asume la forma de la bioética. La bioética se entiende así: el núcleo es el bios, y “ética” funciona simplemente como un sufijo. De suerte que emerge una exigencia al mismo tiempo epistemológica y práctica: para poder hablar de “ética de la vida” es absolutamente indispensable un buen conocimiento de lo que es la vida. Un fenómeno que no comienza en el planeta aun cuando la única forma como la conocemos es en la Tierra. Un fenómeno que, verosímilmente, tampoco termina ni se reduce al planeta.
A esto apuntan verdaderos programas de investigación como la exobiología, la astrofísica, la astroquímica, la terraformación, la búsqueda de inteligencia extraterrestre (SETI), la propia ciencia de grandes bases de datos (big-science data) y muchas otras. Como se aprecia sin dificultad, hablar, con sensatez, de la vida es bastante más y muy diferente a buenos consejos de vida, a literatura de autoyuda y edificante.
La preocupación más importante de nuestra época es, de lejos, el de cómo cuidar de la vida, y cómo hacer para que la vida en general sea posible y cada vez más posible.
Sorprendentemente, quienes hablan de ética y se llenan la boca de filosofía moral olvidan que los saurios –brontosaurios, dinosaurios, tiranosaurios, y muchos más- dominaron la vida en el planeta durante 250 millones de años; o que los cefalópodos dominaron los mares durante 300 millones de años. La familia amplia de los homínidos apenas si alcanza, en el mejor de los años un lapso de 200.000 años. Un suspiro en escala geológica, un parpadear en escala cósmica.
Comprender esa magia que es la vida, el más apasionante, el más sensible, el más difícil, el más digno de todos los campos de conocimientos posibles: este es un descubrimiento muy reciente en la historia de la humanidad. La bioética global contribuye a rrojar refrescantes luces. Y nos vemos abocados a la complejidad – de la existencia, del planeta, del universo. Un camino abierto.
Comentar
Critica.cl / subir ▴