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Justicia divina en la idea de reencarnación de Platón y Allan Kardec.

por Felipe Mujica
Artículo publicado el 13/03/2020

Resumen
La vida después de la muerte, y la reencarnación, han sido ideas con un gran potencial para interpretaciones en diferentes ámbitos del pensamiento, por ejemplo, de la filosofía, la ciencia y la religión. Por medio de este texto se abordará la perspectiva de dos intelectuales que han coincidido en variados aspectos, pero, con énfasis, en torno a una justicia divina.

Palabras claves: alma, ética, muerte, reencarnación, espiritismo.

 

Los hombres se suceden unos a otros como las hojas de los árboles:
tal es la vida del cuerpo; la del alma durará siempre.
Homero. (Viada y Lluch, 1905, p. 48)

Introducción
La vida después de la muerte es una de las ideas más fascinantes, y polémicas, que existe en la historia del pensamiento humano. Esta idea ha sido fuertemente difundida y defendida en la cultura oriental, pero también ha estado presente, tal vez, con menor fuerza, en parte de la cultura occidental. En esta ocasión nos centraremos en el filósofo griego Platón y el pedagogo francés Allan Kardec, por haber defendido la vida después de la muerte y la posterior reencarnación.

Antes de profundizar la ideología de dichos intelectuales, haré referencia a algunos aspectos generales de la vida después de la muerte y la reencarnación. Lo primero, es mencionar que dichas ideas,hasta la actualidad, no han podido ser comprobadas ampliamente desde una perspectiva científica, así como, desde la misma perspectiva, no han podido ser desmentidas. A simple vista, son ideas que superan la lógica común y nos enfrenta a nuestras propias limitaciones humanas. Desde mi punto de vista, dudo, aunque con cierto optimismo de que logremos clarificar este asunto, que algún día la humanidad pueda responder a esta pregunta con absoluta certeza y claridad sobre lo que sucede después de la muerte. No obstante, la ausencia de certezas absolutas no ha sido, lógicamente, un impedimento para que las personas se aventuren a aproximarse al tema, ya sea, desde una perspectiva filosófica, científica, religiosa o todas a la vez. Es fundamental comprender que las aproximaciones a fenómenos tan complejos como los mencionados, nos aportan solo cierta claridad y, por lo mismo, es preciso ser prudente con la información obtenida, pero dicha prudencia no se puede convertir en censura o dar por cierto una mirada completamente escéptica de la vida. Quien desee ser escéptico ante estos temas, es totalmente legítimo, como también si alguien desea tomar partido por alguna posición a favor o en contra de la existencia de la vida después de la muerte y/o la reencarnación. En mi caso, me posiciono a favor de la existencia de la vida después de la muerte y de la reencarnación, lo cual atribuyo a una parte intuitiva y a otra parte racional, sobre la intuitiva poco puedo aportar, pero la parte racional es coherente con parte de la lógica de Platón y más con la de Allan Kardec.

Evidentemente, los intelectuales que serán abordados en este breve artículo no representan la totalidad de representantes que, en occidente, han defendido la relativa veracidad de estos temas. Solo por mencionar algunas aproximaciones al fenómeno, la vida después de la muerte, no así la reencarnación, ha sido ampliamente respaldada por la filosofía cristiana (Stein, 2007; Santo Tomás de Aquino, 1993), lo cual ha tenido notable influencia en la cultura ética-moral de la sociedad occidental (Beuchot, 2004; Ezcurdia, 1987; Mari, 2014). Sobre la vida después de la muerte también ha habido aproximaciones científicas postpositivistas y, por ello, relativamente alejadas de la ortodoxia científica, expuestas en partepos sus autores en libros comoVida después de la vida (Moody, 1975), La rueda de la vida (Kübler-Ross, 2006) y La muerte: un amanecer (Kübler-Ross, 1997), que han indagado en el ámbito de la medicina con pacientes que han tenido experiencias cercanas a la muerte. Dichos testimonios se relacionan en parte con los del médico psiquiatra estadounidense Brian Weiss, que, por casualidad, como él cuenta en su obra Muchas vidas, muchos maestros (Weiss, 2018), desarrolló una terapia de vidas pasadas y abrió una amplia puerta a la idea de la reencarnación en sus diferentes libros.
Sin darnos más vueltas en torno a los temas, a continuación, se abordarán parte de las ideas de justicia en torno ala reencarnación de Platón y Allan Kardec.

Platón, la reencarnación y la justicia divina
La reencarnación, o, también denominada, transmigración del alma y metempsícosis, es una idea que en occidente se remonta a diferentes filósofos de la Antigua Grecia y existen fuentes que señalan a sacerdotes egipcios como los responsables de habérselas transmitido, principalmente a Pitágoras (Freán, 2018). Entre los promulgadores de dicha idea se encontraba Platón, ilustre discípulo de Sócrates, quien se explayó sobre el tema en sus obras como Fedón (Platón, 1988). De acuerdo con Herrera (2018), Platón fue influenciado por la corriente filosófica órfica y pitagórica, de modo que, en su planteamiento de transmigración, el alma es inmortal y no sufre ninguna muerte. Es decir, solo el cuerpo es el que nace y muere, y el alma tendría diferentes alojamientos corporales, en otras palabras, diferentes encarnaciones.
Por medio de los diálogos del Fedón, Platón (1988) manifiesta que la vida humana nace de las almas que anteriormente habían muerto, o sea, la vida nace de la muerte. Un extracto de un diálogo que refleja cómo se encuentra implícito el valor de la justicia en su interpretación de la reencarnación es el siguiente:

(…) De modo similar, amigo Cebes, también si murieran todos los seres que participan de la vida y, después de haber muerto, permanecieran en esa forma los muertos, y no revivieran de nuevo, ¿no sería entonces una gran necesidad que todo concluyera por estar muerto y nada viviera? Pues si los seres vivos nacieran, por un lado, unos de los otros, y, por otro, los vivientes murieran, ¿qué recurso habría para impedir que todos se consumieran en la muerte?
-Ninguno en mi opinión, Sócrates -dijo Cebes-, sino que me parece que dices por completo la verdad.
– Pues nada es más cierto, Cebes -dijo-, según me parece a mí, y nosotros no reconocemos esto mismo engañándonos, sino que en realidad se da el revivir y los vivientes nacen de los muertos y las almas de los muertos perviven (y para las buenas hay algo mejor, y algo peor para las malas) (Platón, 1988, p. 56).

El carácter ético que le otorga Platón a la vida después de la muerte, al distinguir consecuencias para la vida buena y la vida mala, se asemeja a la vida futura de la concepción tradicional cristiana. Como este extracto hay muchos otros que hacen referencia a las consecuencias éticas de la vida humana. En términos más específicos, Platón (1988) manifiesta que las personas que hayan tenido vidas éticamente correctas, según él, como la de los verdaderos filósofos, al término de su vida el alma se elevará a lugares divinos y gozará de su limpieza de aspectos mundanos. En sentido contrario, es bastante pesimista para las personas que tengan una vida éticamente inadecuada, expresando así sus consecuencias post muerte corpórea:

(…) vagan errantes hasta que por el anhelo de lo que las acompaña como un lastre, lo corpóreo, de nuevo quedan ligadas a un cuerpo. Y se ven ligadas, como es natural, a los de caracteres semejantes a aquellos que habían ejercitado ellas, de hecho, en su vida anterior.
– ¿Cuáles son esos que dices, Sócrates?
– Por ejemplo, los que se han dedicado a glotonerías, actos de lujuria, y a su afición a la bebida, y que no se hayan moderado, ésos es verosímil que se encarnen en las estirpes de los asnos y las bestias de tal clase. ¿No lo crees?
– Es, en efecto, muy verosímil lo que dices.
– Y los que han preferido las injusticias, tiranías y rapiñas, en las razas de los lobos, de los halcones y de los milanos. ¿O a qué otro lugar decimos que se encaminan las almas de esta clase?
– Sin duda -dijo Cebes-, hacia tales estirpes (Platón, 1988, p. 74-75).

Estas consecuencias para las personas que desarrollan una vida inadecuada, desde una mirada ética, nuevamente me recuerda a la mirada tradicional del cristianismo, ya que dicha justicia divina toma forma de un fuerte castigo que se torna ilógico desde una perspectiva del progreso espiritual. Es decir, que un alma se vea obligada a encarnar en un animal podría ser interpretado como un retroceso en la escala de la evolución, por ejemplo, la escala que se ha configurado por medio de investigaciones científicas sobre la evolución humana (Darwin, 1872, 1968). Del mismo modo, dichas consecuencias divinas, siguiendo la lógica platónica, generarían dudas sobre las intenciones, y los atributos, que podría tener un ser superior con más inteligencia que el ser humano para obrar de dicha manera. En resumen, por lo menos a mí, intuitivamente y racionalmente, es una posibilidad que me resulta difícil de visualizar y asimilar. No, así, la transmigración de almas y la justicia divina. No se profundizará más esta perspectiva, ya que, en términos generales, se abordó para introducir la concepción de reencarnación de Allan Kardec. Antes de continuar, es preciso reconocer la espléndida intuición de Sócrates y Platón. Entre tantos otros pensadores griegos que se atrevieron a desafiar la aparente realidad.

Allan Kardec, la reencarnación y la justicia divina
El pedagogo francés Hippolyte Léon Denizard Rivail, discípulo de Johann Pestalozzi, y más conocido por su seudónimo Allan Kardec, fue quien redactó la doctrina espiritista, es decir, podemos reconocerlo como el padre del espiritismo. Kardec (2011a), como se aprecia en una de sus obras traducidas al castellano, en el siglo XIX retoma varios de los conceptos platónicos, como el alma inmortal, la trasmigración del alma o reencarnación y la justicia divida en función de la ética practicada por las personas en el desarrollo de sus vidas. En otra de sus obras, denominada El Evangelio Según el Espiritismo, Kardec (2009), plantea lo siguiente en torno a las ideas de Platón y su maestro Sócrates:

VII. La preocupación constante del filósofo (tal como la comprendían Sócrates y Platón) consiste en tener sumo cuidadocon el alma, no tanto en lo que respecta a esta vida, que sólo duraun instante, sino con miras a la eternidad. Si el alma es inmortal,¿no será prudente vivir con el fin de alcanzar la eternidad?
El cristianismo y el espiritismo enseñan esto mismo.
VIII. Si el alma es inmaterial, debe pasar después de esta vida a un mundo igualmente invisible e inmaterial, del mismo modo que el cuerpo, cuando se descompone, vuelve a la materia. Sólo que conviene distinguir bien el alma pura, verdaderamente inmaterial, que se alimenta como Dios de la ciencia y de las ideas, del alma más o menos manchada de impurezas materiales, que le impiden elevarse hacia lo divino y la retienen en los lugares de su morada terrestre.
Sócrates y Platón, como se ve, comprendían perfectamente los diferentes grados de desmaterialización del alma. Insisten en la diferencia de situación que resulta para ellas de su mayoro menor pureza. Lo que ellos decían por intuición, el espiritismo lo prueba con numerosos ejemplos que pone al alcance de nuestra vista (Kardec, 2009, p. 48).

Kardec no puede ser considerado un filósofo por las ideas del espiritismo, más bien asumió un carácter científico al codificar u organizar, con interpretación, las comunicaciones mediúmnicas recibidas de diferentes fuentes, o sea, los mensajes recibidos de espíritus desencarnados. La credibilidad de estos mensajes, supuestamente espirituales, es muy delicada, ya que, quienes lo promovieron no tienen la capacidad de comprobar que realmente corresponden a quienes señalan. Igualmente, quienes lo recibimos tampoco tenemos la posibilidad de comprobar la veracidad de su origen. Por ello, la credibilidad del mensaje descansa en su potencial para la intuición humana y su coherencia con otras ideas de índole filosófica, religiosa y científica. En este sentido, el espiritismo fue presentado como una doctrina sustentada, por lo menos, en esos tres ámbitos (Kardec, 2011a, 2011b). En función de lo mencionado, el espiritismo podría ser considerado como un mensaje revelado desde el mundo espiritual, mundo que, por cierto, también se encontraría oculto a nuestra percepción. Por lo mismo, para muchas personas es un mundo aparente o inventado, razones tienen muchas para creer eso. Pero la vida históricamente nos ha enseñado que hay muchas verdades que han estado ocultas por siglos y posteriormente se han desvelado, con este tema podría ser igual. Aunque es verdad que su veracidad siempre sea relativa y guarde un espacio a la fe razonada de las personas que quieran adaptar sus vidas a esas ideas. Esto último es importante, ya que, al igual que cualquier doctrina que aborde temas existenciales, tiene profundas consecuencias en la praxis humana de quien la abrace.
Retomando la idea de la reencarnación, Kardec (2011a), la expone así en las siguientes ocho preguntas a espíritus que respondieron por medio de un proceso de mediúmnidad:

Acerca de la reencarnación
166. ¿Cómo puede acabar de purificarse el alma que no alcanzó la perfección durante la vida corporal?
“Sufriendo la prueba de una nueva existencia.”
[166a] – ¿Cómo lleva a cabo el alma esa nueva existencia? ¿Mediante su transformación como Espíritu?”
“El alma, al purificarse, sufre sin duda una transformación. No obstante, para eso necesita la prueba de la vida corporal.”
[166b] – El alma, ¿tiene, pues, muchas existencias corporales?
“Sí, todos tenemos muchas existencias. Los que dicen lo contrario quieren manteneros en la ignorancia en que ellos mismos están. Ese es su deseo.”
[166c] – Parece resultar de ese principio que el alma, después de haber dejado un cuerpo, toma otro. Dicho de otro modo: reencarna en un nuevo cuerpo. ¿Así debemos entenderlo?
“Es evidente.”
167. ¿Cuál es el objetivo de la reencarnación?
“La expiación, el mejoramiento progresivo de la humanidad. Sin eso, ¿dónde estaría la justicia?”
168. El número de existencias corporales, ¿es limitado, o el Espíritu reencarna perpetuamente?
“Con cada nueva existencia, el Espíritu da un paso en la senda del progreso. Cuando se ha despojado de todas sus impurezas, ya no tiene necesidad de las pruebas de la vida corporal.”
169. El número de encarnaciones, ¿es el mismo para todos los Espíritus?
“No, el que avanza deprisa se ahorra pruebas. No obstante, esas encarnaciones sucesivas son siempre muy numerosas, pues el progreso es casi infinito.”
170. ¿En qué se convierte el Espíritu después de su última encarnación?
“En Espíritu bienaventurado. Es Espíritu puro.” (Kardec, 2011a, p. 155-156).

Esta interpretación de la reencarnación, con un sentido de progreso o evolución, cierra la puerta a la idea platónica de que el alma encarne en otros animales, sin embargo, coincide con la idea de que el actuar, en función de una ética objetiva, tendrá consecuencias después de la vida terrenal y en las próximas encarnaciones. A su vez, la idea kardeciana de la reencarnación, a pesar de que dicha doctrina en general reivindica la ética cristiana, niega las penas eternas que promueve la concepción cristiana tradicional para la vida después de la muerte, en el caso de quienes hayan mal aprovechado su existencia. La idea central que explica la justicia divina en la reencarnación de Kardec, es la soberana justicia y bondad de Dios, que desea el progreso para todos sus hijos, explicado de esta forma:

  1. ¿En qué se basa el dogma de la reencarnación?
    “En la justicia de Dios y en la revelación, porque os lo repetimos sin cesar: un buen padre siempre deja a sus hijos una puerta abierta al arrepentimiento. ¿No te dice la razón que sería injusto privar para siempre de la dicha eterna a aquellos cuyo mejoramiento no dependió de sí mismos? ¿Acaso los hombres no son todos hijos de Dios? Sólo entre los hombres egoístas se encuentra la iniquidad, el odio implacable y los castigos irremisibles.”

Todos los Espíritus tienden a la perfección y Dios les proporciona los medios de alcanzarla a través de las pruebas de la vida corporal. Con todo, en su justicia, les reserva que cumplan en nuevas existencias lo que no pudieron hacer o terminar en una primera prueba. No sería conforme a la equidad ni a la bondad de Dios castigar perpetuamente a los que han podido encontrar, en su camino de mejoramiento, obstáculos ajenos a su voluntad y en el medio mismo en que se encontraban. Si la suerte del hombre estuviera irrevocablemente determinada después de su muerte, Dios no habría pesado las acciones de todos con la misma balanza ni los habría tratado con imparcialidad. La doctrina de la reencarnación, es decir, la que consiste en admitir para el hombre muchas existencias sucesivas, es la única compatible con la idea que nos formamos acerca de la justicia de Dios para con los hombres que se hallan en una condición moral inferior, la única que puede explicarnos el porvenir y sustentar nuestras esperanzas, puesto que nos ofrece los medios de rescatar nuestras equivocaciones a través de nuevas pruebas. La razón así lo indica y los Espíritus nos lo enseñan. (Kardec, 2011a, p. 156-157).

Consideraciones finales
Por medio de este breve escrito hemos podido apreciar que tanto Platón como Allan Kardec defienden, con algunos matices que los contraponen, la vida después de la muerte corpórea, la reencarnación del alma y las consecuencias de los actos humanos en dicha reencarnación en función de la valoración ética de una justicia divina. Sobre todo esta última concepción espiritista, hace un fuerte llamado a la fe razonada de las personas y, en coincidencia con la ética cristiana, a la práctica de la ley del amor. No obstante, al igual que Platón, presentan amplias propuestas éticas, de modo que para comprenderlas es preciso profundizar sus diferentes obras.

Mientras tanto, los que creemos y los que no creen en el alma y su reencarnación, seguiremos siendo testigos de la maravillosa y compleja existencia humana. De las evidentes consecuencias de cada posicionamiento frente a estos temas, de la llegada y la partida interminable de tantas vidas humanas y no humanas. De los argumentos que apoyan o rechazan la posibilidad de la justicia divina. Lo que si no cabe duda, es que la realidad propicia la aparición de tales ideas.

 

Referencias bibliográficas
Beuchot, M. (2004). Filosofía y derechos humanos (5ª ed.).Buenos Aires: Siglo xxi.
Darwin, C. (1872). La expresión de las emociones en el hombre y en los animales. Tomo primero. Buenos Aires: Sociedad de Ediciones Mundiales.
Darwin, C. (1968). El origen de las especies. Madrid: Edaf.
Freán, A. (2018). La visión del Más Allá en la religiosidad romana: la transmigración de las almas como mensaje de esperanza. Forma Breve, 15, 101-120.
Ezcurdia, J. (1987). Curso de derecho natural. Perspectivas iusnaturalistas de los derechos humanos. Madrid: Reus.
Herrera, M. (2018). La muerte, el alma y el más allá en la Eneida: un eclecticismo filosófico (órfico-pitagórico-platónico). Revista de Lenguas Modernas, 28, 77-98.
Kardec, A. (2009). El evangelio según el espiritismo. Brasilia: Consejo Espírita Internacional.
Kardec, A. (2011a). El libro de los espíritus (2ª ed.). Brasilia: Consejo Espírita Internacional.
Kardec, A. (2011b). El espiritismo en su más simple expresión (2ª ed.). Brasilia: Consejo Espírita
Kübler-Ross, E. (1997). La muerte: un amanecer. Barcelona: Luciérnaga.
Kübler-Ross, E. (2006). La rueda de la vida. Barcelona: Grupo Zeta.
Mari, G. (2014). La aportación del concepto de <<persona>> a la educación intercultural. Revista Española de Pedagogía, 72(258), 299-313.
Moody, R. (1975). Vida después de la vida. Madrid: Edaf.
Platón. (1988). Diálogos III. Fedón.Banquete. Fedro (1ª reimpresión). Madrid: Gredos.
Santo Tomás de Aquino. (1993). Suma de Teología II (2ª ed.). Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.
Stein, E. (2007). La estructura de la persona humana. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.
Viada y Lluch, L. C. (1905). Libro de oro de la vida. Barcelona: Montaner y Simón.
Weiss, B. (2018). Muchas vidas, muchos maestros (2ª ed.). Barcelona: Ediciones B.
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