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Configuraciones identitarias: diversos significados a resignificar

por Mauricio Ibinarriaga
Artículo publicado el 03/08/2022

Resumen
La identidad como concepto polisémico se enfrenta frecuentemente a interpelaciones desde las distintas áreas de las ciencias sociales, por ello que la revisión de las significaciones que el término adquiere a lo largo del ciclo vital de nuestra cultura permite observar, no sin asombro, cómo se estructuran los sentidos a medida que las sensibilidades vitales se modifican.

I.-
Revisar los distintos significados que en Ciencias Sociales se da al término identidad nos obliga a sondear lo que de ella han dicho, la filosofía y la psicología, sin olvidar que además el concepto adquiere sus peculiaridades cuando es utilizado por historiadores, sociólogos y antropólogos, que lo apellidan en función de sus modelos explicativos. Así, a la identidad individual, como constructo explicativo se suma la identidad social, identidad nacional y la identidad cultural.

Si buscamos definiciones unívocas del término debemos consignar la que trae la Real Academia de la lengua para el término en cuestión. La RAE (2001) nos dice que «la identidad puede ser entendida como un conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás» , y también como «la conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás».

Las definiciones anteriores nos permiten afirmar que la identidad, tanto colectiva como individual, se afirma sobre el terreno de la estabilidad y permanencia de ciertos rasgos, aquellos que permanecen a pesar de la dinámica del cambio. Es como si la enunciación matemática de la misma (A=A) revelará las bases inamovibles de la configuración esencial de la identidad, que es ser igual a sí mismo, en todo momento y en todo lugar.

Si revisamos la historia de la filosofía, percibimos la problemática de la identidad surgiendo de la necesidad ontológica de definir al ser y sus cualidades. Conceptos como substancial y esencial se irán incorporando a esta indagación y fortalecerán posturas que querrán situar al ser a la base de sus manifestaciones y con una naturaleza única. «El ser es, el no ser no es» dirá Parménides y sembrará las bases de una unicidad e inamovilidad, la configuración estática de la realidad, sobre la cual aún se apoyan los que defienden las posturas esencialistas sobre la identidad. Parménides, a partir de esta visión pétrea de la realidad, afirmará que el ser “es siempre igual a sí mismo”, negando dinamismo a lo que es, lo que inspiró a uno de sus seguidores, Zenón de Elea, a construir las famosas aporías, la de Aquiles y la tortuga, por ejemplo, que radicalmente niega la posibilidad del movimiento.

Como representante lejano de la perspectiva configuración dinámica de la realidad podríamos nombrar a Heráclito quien introduce, con su método de aproximación de contrarios, la dinámica dialéctica del cambio fenomenal y la permanencia identitaria del ser. Cuando afirma que “nadie se baña dos veces en el mismo río» nos está subrayando que es la unidad del ser, y su ser en el fluir, esto es, en el tiempo, lo que representa la verdadera realidad.

Luego, en territorio propiamente filosófico, parece haber ya una primera aproximación a esta mirada binaria y polarizada sobre el ser y su relación con el tiempo. Este tiempo al que el ser niega o el tiempo en el cual fluye , otorgando una sustancialidad propia a la identidad que la constituye de suyo en una entidad, le da un ser y por lo tanto lo vuelve una cuestión ontológica.

II.-
En psicología el término identidad recibió un fuerte empuje a través de la propuesta de E. Erikson (1962). Este autor, en su planteamiento del ciclo vital individual ubica en la adolescencia la tarea de edificar la identidad y la propone como logro de esa etapa de desarrollo. Es una identidad individual, pero se forja en la cercanía y la complicidad del grupo de pares y en una identidad cultural que subyace y que acoge al sujeto desde antes de su nacimiento.

Volvemos a considerar la identidad como una forma de configurar cierto conjunto de similitudes y una historia común apoyada sobre el concepto de identidad psicohistórica, como lo postula Erikson, para quien la identidad psicosocial posee también un aspecto sociohistórico, entretejiendo la biografía con la historia.

Así pues, podemos observar que la formación de la identidad en la adolescencia serpentea en un terreno paradójico desde el punto de vista social, puesto que, si bien el individuo es adherente a ciertos colectivos que le hacen sentido, es, en mayor o menor medida refractario a otros, a los órdenes sociales existentes, el «establishment» y a las formas de autoridad y control que no provengan de las agrupaciones de los cuales se siente parte.

Es probable que las formulaciones anteriores se hayan erigido contando con el sustrato de las posturas esencialistas de identidad, las que facilitan una definición de identidad individual lo más proclive posible a la idea de una única identidad cultural, percepción dada por los antropólogos o insinuada en más de una ocasión por éstos.

En tal caso, y partiendo de la propia actitud psicológica sobre identidad individual, y quizá recuperando el influjo de Heráclito contra los esencialistas deberíamos, por lo menos, establecer que las identidades viven en perpetua actualización, queriendo afirmar con ello que no es posible fijarlas y desde allí proyectarlas sin cambio de rumbo, predecibles en cada uno de los puntos de la trayectoria, como quiso mostrarlo Zenón en otra de sus aporías, la de la flecha, con lo que acentuaba su rigidez del continuo espacio, tiempo y movimiento, y que agradan en demasía a todos los partidarios del determinismo decimonónico.

Así que la idea de una identidad cultural y de paso una identidad nacional puede traslaparse sobreentendiendo que se hace coincidir la unicidad de la cultura con la búsqueda de aquel mismo destino para cada uno de nosotros, como tarea de desarrollo, refrendando nuestra pertenencia a esa particular forma de vivir la vida, ese todo complejo definido por Taylor, con nuestra identidad personal, determinada por la misma.

Por otra parte, la aparición de la psicología cultural como un modo de abordar temáticas tales como la identidad, nos pone ante una mixtura entre la psicología social y el socioconstruccionismo, generando otros modos de ver y entender el cómo se gesta la identidad, o como se construye el concepto que usamos para definir las características constitutivas de esta pertenencia y similitud que me hace uno conmigo mismo y también uno con un colectivo (González, S. et al., 2005).

Lo mismo afirmado desde Tajfel (1984) que al proponer una teoría que explique el origen de la identidad social, nos dirá que tal identidad del sujeto lo conecta con su entorno social y le permite construir su identidad, lo cual nos muestra aspectos definitorios propios del socioconstructivismo (Ibáñez, 1979), haciendo que lo social y la cultura no sólo sean vistos como externalidades del sujeto con las que interactúa, sino que además como sitos en su interior, lo social está tanto dentro como fuera del individuo. Luego, su identidad social y su identidad individual son obra de la estructura social.

III.-
No todos los autores conceden a la cultura o a lo social su preeminencia al momento de formar identidades. Para Rubilar, (2000) el tema de la identidad no debe perder de vista que surge desde la subjetividad, y es esta la matriz desde la cual las diversas disciplinas van construyendo los distintos matices de una configuración identitaria que dé cuenta, para este autor, del ser latinoamericano, sin olvidar que también desde la psicología se minimizó la condición social de toda identidad personal.

Todo lo dicho anteriormente plantea legítimamente la pregunta sobre si la identidad cultural se puede elaborar, así como se hace al construir el concepto de identidad social, a partir de un conjunto de significados socialmente elaborados y compartidos fruto de la interacción simbólica entre los miembros de un mismo grupo o categoría, entre ellos y el entorno que sirve de base categorial entre ellos y los otros individuos que no pertenecen a la misma categoría. Recordemos que la identidad social se define como aquella parte del autoconcepto de un individuo que deriva del conocimiento o reconocimiento de su pertenencia a un grupo, junto con el significado valorativo y emocional asociado a dicha pertenencia (Tajfel, 1984).

IV.-
La posibilidad de relacionar la identidad social y la pertenencia a ciertos grupos sociales es una temática tomada ya desde Mead (1934) . Pero además se puede agregar un elemento no considerado en una primera apreciación y tan importante como lo es el espacio físico o territorio. Stoetzel, (1970) en una de las pocas referencias al tema en un texto de Psicología Social, nos dice: «La idea de que el contorno físico de un individuo está enteramente transculturado a la sociedad de la que forma parte, y que describe el mundo físico, tal como es percibido en el seno de una sociedad y como objeto de conductas de adaptación a la misma, equivale a describir la cultura de esta sociedad»(p. 66)

El entorno físico o lugar de procedencia implican un marco de referencia categorial para la determinación de la identidad social (Valera y Pol, 1994). Aunque desde la Psicología Social existe una extensa producción teórica sobre el tema de la identidad social, a los aspectos ambientales se les ha prestado escasa atención (Proshansky, Fabian y Kaminoff, 1983). Los espacios físicos pueden adquirir el status de condición fundante de estilos de vida. Un ejemplo de ello, llamativo al incursionar en esto es el concepto de maritorio, entendido como el espacio marítimo que a lo largo del tiempo ha sido habitado, confiriéndole la condición cultural donde algo tiene lugar o puede tenerlo, y que por lo mismo se convierte en un referente de identidad (Chapanoff, 2003). Lo que trae a la memoria, sin que ello reste mérito al concepto de maritorio, la formulación de Homero, que en sus obras no cesa de llamar al mar «llanura húmeda» confiriéndole al mar un sentido territorial y de puente entre los hombres.

Este constructo connota una definición evaluativa del sí mismo en términos de los atributos que describen al grupo; y tradicionalmente es visto como el proceso puente entre los fenómenos colectivos, la cognición social y el comportamiento individual. Así, este carácter mediador entre el individuo y el grupo resulta de un proceso que permite a las personas aprehender la noción de ser parte de una realidad que los trasciende como individuos; introduciéndolos en grupos o categorías sociales, que a su vez les darán sentido como tales. La identidad del yo es siempre social.

V.-
Pero también encontramos una fuerte oposición a los términos y conceptos asociados a la idea de una identidad cultural. Para algunos autores (Bueno, 1996) el uso de términos como identidad y cultura no tienen otro fin que el de ser esgrimidos como instrumentos ideológicos. Para él, el binomio identidad cultural presenta a las culturas como troncos dotados de eterna fecundidad cuyo valor ontológico parece garantizado por el hecho mismo de su perennidad. Por esto es fácil hacer coincidir identidad cultural con identidad substancial, es como si dijéramos que un pueblo en particular ha logrado a través de la historia conservar o reproducir la misma cultura, rindiendo tributo a la invariancia cultural, y negando con ello la dinámica propia de los procesos culturales y de aculturación (recepción y asimilación de elementos culturales de un grupo humano por parte de otro) propios del desarrollo de las culturas humanas.

Estas definiciones de identidad están sometidas a los embates de las nuevas categorizaciones puestas por la globalización y la postmodernidad, que al borrar las fronteras y volver fluido el ser de las cosas toca a la identidad redefiniéndola como «identidades virtuales» quitando solidez a la existencia concreta y diluyendo afirmaciones como identidad nacional o regional (J.J. Brunner, 1994).

VI.-
Por último, no se puede descartar el impacto de la globalización y la propuesta de una panidentidad planetaria. Probablemente la idea de una cultura humana unificada y universal estuviera dando vuelta en la mente y en los corazones de los hombres desde hace mucho. La historia de la humanidad nos muestra los intentos de diversas culturas por someter a las demás hegemónicamente a su lengua, religión y visión del mundo. Panhelenismo, paneslavismo, pangermanismo no lograron lo que el panmercantilismo ha implantado como modo de vida.

Quizá se vislumbra en horizonte de la humanidad lo que Teilard de Chardin nos anunciaba al hablar de la supraconciencia. “Una colectividad armonizada de conciencias, que equivale a una especie de superconciencia. La Tierra cubriéndose no sólo de granos de pensamiento, contándose por miríadas, sino envolviéndose de una sola envoltura pensante hasta no formar precisamente más que un solo y amplio grano de pensamiento, a escala sideral. La pluralidad de las reflexiones individuales agrupándose y reforzándose en el acto de una sola reflexión unánime”. (Chardin, 1955).

Tendremos que asimilar, parece claro, que hoy más que nunca el término identidad se enfrenta a reparos y a resignificaciones que las ciencias sociales promueven continuamente.

Mauricio Ibinarriaga

REFERENCIAS
― Brunner J.J. (1994). Cartografía de la Modernidad. Edit. Dolmen. Santiago de Chile
― Bueno, G. (1996). El mito de la cultura. Séptima edición, Barcelona 2004.
― Chapanoff, M. (2003), “El mundo invisible: identidad y maritorio. En Revisitando Chile IDENTIDADES, MITOS E HISTORIAS Sonia Montecino Compiladora Subcomité Identidad e Historia Comisión Bicentenario 2003 www.gbv.de/dms/sub-hamburg/391675257.pdf. Pág. 243
― Erikson, E. (1962). Young Man Luther: a study of Psichoanalysis and history. Norton, N. York.
― Mead, G. (1953). Espíritu, persona, sociedad. Edit. Paidos, Buenos Aires, Argentina.
― Proshansky, Fabian y Kaminoff, (1983) En Valera, S.,Pol, E. (1994) . El concepto de identidad social urbana: una aproximación entre la psicología social y la psicología ambiental. Universidad de Barcelona www. ub. edu/escult/doctorat /html/ lecturas/ identidad.pdf (Extraído el 01/04/2014)
― Ramos, V. (2003). ¿Existe una identidad latinoamericana? Mitos, realidades y la versátil persistencia de nuestro ser continental. En Utopía y Praxis Latinoamericana, ISSN (Versión impresa): 1315-5216utopraxis@luz.veUniversidad del Zulia Venezuela (extraído el 01/04/2014).
― Stoetzel, J. (1970). Psicología Social. Alcoy, editorial Marfil. Valencia. España.
― Stokols, D. 1990. «Instrumental and Spiritual Views of People-Environment Relations. American Psychologist 45(No. 5 En Valera, S.,Pol, E. (1994) . El concepto de identidad social urbana: una aproximación entre la psicología social y la psicología ambiental. Universidad de Barcelona www. ub. edu/escult/doctorat /html/ lecturas/ identidad.pdf (Extraído el 01/04/2014)
― Tajfel, H. (1984). Grupos humanos y categorías sociales. Herder, Barcelona.
― Teilhard de Chardin, P. (1955). El fenómeno humano. Taurus Ediciones, S.A. Ensayistas. Madrid, 1986.
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