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REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
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Mujeres a la presidencia de Chile: el cuestionamiento de nuestro ethos mestizo.

por María del Pilar Ariztía
Artículo publicado el 01/09/2005

Cercanos a las elecciones presidenciales se cuestiona, en este trabajo, desde las ciencias sociales (antropología, historia y literatura) la verdadera posibilidad de elección de una mujer como Presidente de la República. Esto, basado en las teorías expuestas por Sonia Montecino para el ethos de nuestro país, la historia de Chile y la fina percepción política de Gabriela Mistral en sus ensayos.

Estamos cercanos a un acontecimiento histórico: una mujer va en camino real y posible a la presidencia de Chile (1). La ex-ministra de Defensa del gobierno de Lagos tendrá que enfrentar por la Concertación a dos o tres candidatos (y resaltemos el género masculino de la o). Sería un acontecimiento histórico: la primera mujer Presidente de la República.

Pues bien, ¿cuál es la posibilidad real de que una mujer tome este cargo? Para mí, como mujer, este acontecimiento sería un positivo avance, sin embargo veo difícil que nuestro país esté preparado para eso. Quizás, las ideologías de los intelectuales de pensamiento moderno nos dirán que sí, que es lo correcto. Habrá que revisar, entonces, las creencias, el ethos y la tradición chilena para vislumbrar las próximas presidenciales.

En primer lugar, examinemos la historia. Rosario Castellanos en su ensayo «Otra vez Sor Juana» busca en México las figuras femeninas más destacadas en el tiempo. Señala que estas serían la Virgen de Guadalupe, la Malinche y Sor Juana dado el carácter y la tradición mexicanos. Lo anterior, también podríamos trasladarlo a Chile.

Sonia Montecino, en su ensayo Madres y Huachos, alegorías del mestizaje chileno, nos da bastantes luces con respecto a una identidad -la nuestra- que estaría fundada en madres indias presentes y padres españoles ausentes. El ser hijo (huacho y mestizo) de padre español y de madre india ha influido en que tengamos un problema de identidad híbrida (ni indio ni español) que nos hace mirar necesariamente, para resolverlo, a la madre común que nos puede salvar. Es aquí, donde surge la Virgen María como el gran icono y mito en la identidad de los pueblos americanos y, por extensión, en Chile. «Pensamos que el marianismo, en este sentido, es un soporte clave del imaginario mestizo, de su cultura más ligada al rito que a la palabra» (Morandé en Montecino, 30)

Acorde a lo anterior, si buscamos las grandes figuras femeninas en nuestro país no podemos dejar de nombrar a la Virgen del Carmen quien se encuentra presente a lo largo de todo Chile como símbolo de la madre a quien se le tiene devoción. En el Norte, la encontramos en la advocación de la popular Tirana, y en el Sur, entre los huilliches, la Virgen del Carmen representa la protección frente al Trauko (Montecino. Mitos de Chile, 445). De esta forma, la virgen madre y protectora se erige como la primera gran figura femenina en nuestro país.

Una segunda gran figura me parece que sería Inés de Suárez. Amante de Pedro de Valdivia, esta mujer representa en la historia oficial de Chile la valentía y fiereza de una española que durante la defensa de Santiago decapitó a una serie de caciques indígenas para amedrentar a los otros. La imagen que tenemos de ella es la de la mujer que toma la iniciativa y se defiende con bravura. Imagen similar es la que tenemos de La Quintrala: mestiza de mapuche, alemán y español que personifica lo diabólico, la maldad y la tortura contra los hombres durante la colonia.

Si enfocamos la mirada, otros personajes podrían resonar a través de la historia como Javiera Carrera y Guacolda, en la mitología, como La Pincoya, en el ámbito religioso como Teresa de Los Andes y en el ámbito cultural como Violeta Parra y sin dudarlo, Gabriela Mistral.

Mistral encarnaría esa mujer, madre espiritual de los chilenos, que desde su origen campesino y humilde poetiza los sentimientos femeninos. Similar es la labor que realiza, también, la cantautora Violeta Parra.

Si hacemos un somero análisis de las mujeres nombradas anteriormente nos encontramos con dos polos: las vinculadas al ámbito maternal-trascendental (Gabriela Mistral, Virgen del Carmen, Teresa de los Andes y Violeta Parra) y aquellas del ámbito guerrero-fiero-pasional (Inés de Suárez, La Quintrala, Javiera Carrera, La Pincoya y Guacolda). En estas mujeres estarían encarnadas las imágenes de la feminidad chilena más populares o más representativas. Es curioso observar como el polo de la maternidad es encarnado por solteras o mujeres destacadas por su rol como madres solas y el otro polo, por aquellas que supieron salir adelante en una posición combativa frente a los hombres. Ambos polos muy acordes a los postulados de Montecino como origen de nuestra identidad.

Mirando la historia política de Chile a través de los ojos de Gabriela Mistral, nos encontramos con la definición del ritmo de Chile a través de sus personajes políticos. Ella nombra al chileno como un «buen campeón» (Mistral, 130) encarnado en los personajes fuertes de O’ Higgins, Portales y Balmaceda. Ellos son los hombres que llevan el ritmo del Chile político, según Mistral, y quienes buscan hacer de este país un «hogar de hombres» que se construye desde su metalurgia y agricultura y que necesita mandatarios grandes para el ritmo que le pertenece a la raza y que marca el destino del país.

Mistral nos muestra lo que la política chilena ha sido y desde donde nace: un ritmo de lo masculino, de hombres fuertes que deben llevar «la casa» o que por lo menos así lo han hecho desde la creación del país. En sus textos, Mistral nos muestra que la mujer solo forma parte del trabajo en la Zona Central donde el ritmo o el sonido es calmo y lento:

Los sonidos [en el Llano Central] se humanizan y se ablandan sobre el suelo de pulpa y el aire de poca ráfaga. El mar y la montaña, grandes agitados, se hallan distantes. Es el clima por excelencia de Ceres, seguro, estable: clima de matriz de tierra o de mujer […] La oreja se da cuenta de que aquí sí las voces de «homo» y la «fémina» son diversas como dos continentes y dos órdenes. El hombre grita a lo hondero con pedrusco lanzado; a mujer silba o modosea a lo codorniz y a lo tórtola (Mistral. «Mapa audible de Chile», 142)

La mujer para Mistral se encuentra en el orden de lo calmo, de lo tranquilo y maternal junto a los niños y no de lo pasional o rudo que le pertenece a los hombres y al ritmo de Chile.

Cambiando de sentido, propongo mirar las estadísticas que manejamos actualmente. La idea es observar cuál ha sido el papel de la mujer en la vida pública en los últimos años y cuál ha sido su porcentaje de participación. Las luces las proporcionan el SERNAM (Servicio Nacional de la Mujer) y el INE (Instituto Nacional de Estadísticas). Ambas instituciones destacan el aumento en la participación política de las mujeres con el paso de los años: de una participación nula, se ha pasado a una participación mayor, pero no muy significativa. En los cargos de confianza del presidente -ministras, subsecretarias, directoras de SEREMI, intendentas y gobernadoras- la participación se elevó de un 7% durante el año 1991 a un 22% el año 2001(2). Sin embargo, los cargos de confianza del presidente no nos muestran que es lo que los ciudadanos opinan. La presencia femenina en los cargos de elección popular (alcaldes y concejales) ha aumentado de un 7% en el año 1992 a un 12% en el año 2000 (3) En el Parlamento, por otra parte, encontramos que la presencia de la mujer ha sido poco significativa: de un total de 167 miembros del parlamento, el mayor nivel histórico de presencia femenina ha sido 17 mujeres en el año 2001. Considerando que las mujeres se presentan como candidatas en un número menor que los hombres, las diputadas son elegidas en un porcentaje similar al de los diputados, pero las senadoras en uno mucho menor al de sus pares masculinos:

En el 2001, las candidatas a diputadas se redujeron a 41 y los hombres a 281, de estos fueron elegidas 15 mujeres y 105 hombres, con una relación de 37% para ambos sexos. […Para Senadores…] se presentaron solo dos mujeres como candidatas y no fue elegida ninguna de ellas. (SERNAM, 18)

Las cifras nos muestran que cuando se trata de elegir, la balanza se inclina bastante menos a las mujeres y eso que hasta 1999, según el SERNAM, el 52% de los inscritos en los registros electorales eran de sexo femenino. Esto nos parece indicar que aunque más de la mitad de quienes votan son mujeres, ni siquiera ellas confían en las candidatas de su mismo sexo. Según las estadísticas, podemos señalar que aun en nuestra época las mujeres participan muy poco en política y si es que lo hacen, son votadas por los chilenos en un porcentaje mucho menor que los hombres.

La respuesta a esto la podríamos encontrar en que la política es y siempre ha sido asunto de hombres en el imaginario colectivo (4) La mujer debe administrar la casa, pero no puede administrar el país. Esta actitud se toca con la propuesta de Montecino en Madres y Huachos quien señala que desde la imagen de lo femenino de María como madre muy arraigada en América Latina y «lo hijo» de lo masculino, se denuncia una tensión que se origina en la historia y se tiende a solucionar con una representación que lo sublima (Montecino, 32). «El vacío que expresa es el de lo masculino como padre, y el de lo femenino y lo masculino como entidades sexuadas. Carencia que, en el primero caso, hipotetizamos, tiende a llenarse con el fenómenos del «machismo»» (Montecino, 30). El macho se identifica con el conquistador como la recuperación del padre español que ‘conquista’ a la mujer.

Otro punto de interés para este análisis es el que Sonia Montecino llama «Culto a la apariencia» que se manifestaría desde la realidad de la Colonia en las instituciones de la barraganía y el amancebamiento y el anhelo al «blanqueamiento». Es decir, en la diferencia entre el discurso y las prácticas: discurso europeo de definición social y prácticas de un orden de relaciones entre el español, la india y el huacho mestizo.

Esta experiencia ha quedado como huella en nuestro ser mestizo, favoreciendo, por ejemplo, valores como el «culto a la apariencia». Este rasgo pervive y se actualiza en nuestro territorio, tal vez con otros ademanes que los históricos, pero con visages que evocan el «ladinismo» de hacer parecer la realidad como algo que no es (Montecino, 48)

Así vemos que la bastardía, la hibridez y la subordinación social serían los estigmas que condenan al mestizo chileno y -para salir de esa condena- el mestizo busca «blanquearse», asimilarse lo más posible a lo español de su sangre a través de una máscara del «afuera civilizado». Sin embargo, señala Montecino, ese ser de dos fuentes que forman algo distinto no desaparece por una voluntad racional sino que «aquello que reprimimos siempre reaparece («mostró la hilacha», «le salió el indio»), se asoma, pugna por salir de su confinamiento» («Presencia y Ausencia», 32). Todo lo anterior nos señala una conformación peculiar de las categorías de género en Chile: un código desde la cultura mestiza prepara a la mujer desde la infancia para ser madre todopoderosa y al hombre para ser hijo amado o padre ausente con todas las características que estos códigos conllevan.

Estas características se manifiestan en el poder de hombres y mujeres en la vida social. Lo femenino-madre se liga a la familia con un gran poder en la reproducción doméstica y lo masculino, padre-hijo ausente, es una evocación o un proveedor que necesita afecto como los hijos del espacio hogareño. Afuera, en cambio, el hombre se mueve en «las cosas importantes» como lo económico y lo político y se reúne con sus pares en un universo donde lo «femenino está posicionado bajo su dominio» y puede ser la presencia que no es en lo doméstico (33). Así vemos que la división del poder femenino-masculino se da en las esferas de lo privado y lo público y la respuesta sobre el poder se da en una especie de ‘convenio’ cultural mestizo que asigna al género femenino un dominio como madre que se afinca desde las capas profundas del inconsciente, de la psiquis individual y del imaginario colectivo.

Montecino señala que solo se tolera el desplazamiento de las mujeres de la casa a la calle si es que estas maternalizan este movimiento, realizando oficios o profesiones que sean prolongaciones de su identidad cultural. En la política, las madres no tienen lugar, porque además de la discriminación obvia «el peso en las propias mujeres de la identidad materna hacen que ‘rechacen’ el juego político más cargado de logos y de negociaciones de intereses que de ritos o vinculaciones (34). Para que la madre ocupe un lugar en el sitio del padre, será necesario entonces asumir el ‘travestismo’, es decir, los mismos gestos masculinos, sus máscaras, sus estrategias de poder y de negociación; o bien, sobrerrepresentar lo femenino en términos de cuerpo-objeto. (35).

Luego de esta descripción del ethos mestizo chileno nos encontramos nuevamente preguntándonos si es posible que una mujer salga presidente de la República en Chile. Convengamos que el país es una gran casa, casa que históricamente ha sido administrada por hombres, por «buenos campeones» de espíritu fuerte. La casa -en lo privado- es llevada en nuestro país por mujeres, quienes muchas veces solas hacen de padres y madres de familias.

Michelle Bachelet lo ha hecho así en el ámbito privado y ha demostrado saber llevar de gran manera su ‘casa’ en el ámbito público(5). Sin embargo, esto lo ha hecho desde un puesto elegido por el presidente, hombre que forma parte del grupo intelectual de nuestro país que ya sea por convicción, por ideología o por «culto a la apariencia» ve como políticamente correcto que una mujer forme parte del ámbito público en estos ‘tiempos modernos’. Esa es la ‘civilización’, la ‘barbarie’ («mostrar la hilacha») sería confinarlas únicamente al ámbito privado.

Sin embargo, si observamos las estadísticas, las mujeres son votadas en porcentaje considerablemente menor que los hombres; a nivel popular, aun el universo de votantes se inclina porque ellas ocupen «el puesto que históricamente les corresponde»: la casa. La política, inferimos, es el espacio para los hombres e, incluso, las mujeres votantes los piensan así. El Presidente puede decir una cosa, pero la gran masa de ciudadanos dice, al votar, otra. ¿Será el imaginario mestizo colectivo el que diferencia el lugar de mujeres y hombres al momento de votar?

Por otro lado, y como veíamos al principio muy acorde con los postulados de Montecino sobre mujer-madre y padres-hijos ausentes, encontramos que históricamente las grandes mujeres que se han destacado en Chile lo han hecho desde su posición de madre o travistiendo la bravura de lo masculino (6). Así son recordadas y así se han destacado. Es el tiempo ahora de preguntarnos cuál será o ha sido la estrategia de Bachelet. Sin duda, para ganar adhesión popular la figura de madre tendría que ser la que se eleve por sobre la de bravura. El peligro es que a las madres no les corresponde la política.

La decisión queda, entonces, en manos de los votantes quienes tendrán que decidir si buscan para la ‘gran casa’ de Chile esa madre que adoran en lo privado desde su inconsciente o si se guían por el culto de las apariencias en el que en lo público y frente a sus pares no pueden reconocer que la casa pude ser llevada por una mujer. Me parece que la historia, las máscaras y las conciencias juegan en contra de una mujer presidente. Habrá que ver las estrategias publicitarias y los resultados ya que, al fin y al cabo, el voto es secreto y quizás -siendo positivos- hombres y mujeres en el espacio privado de la urna voten para la presidencia como espacio público desde su inconsciencia o desde su ethos por lo que siempre han querido y han adorado en lo privado: una mujer-madre.

Bibliografía _____________
Bello, Andrés. «Discurso en la Instalación de la Universidad de Chile» (1843) tomado de
Jofré, Manuel. Verso y reversos de nuestro primer rector. Discurso de instalación y poesía de Andrés Bello.
Anales de la Universidad de Chile, VI serie, 15 diciembre 2003
Castellanos, Rosario. «Otra vez Sor Juana» (1963). El uso de la palabra. Prólogo de José
Emilio Pacheco. México: Ediciones de Excelsior, 1974. 21-25.
Mistral, Gabriela. «El Ritmo de Chile» (1927?). Materias. Selección y prólogo de Alfonso
Calderón. Santiago: Universitaria, 1978. 128-131.
— «Pequeño mapa audible de Chile»(1931). Recados contando a Chile. Comp.
Alfonso Escudero. Santiago: Pacífico, 1957.
Montecino, Sonia. Madres y Huachos. Alegorías del mestizaje chileno. Tercera Edición.
Santiago: Sudamericana, 1996.
—- «Presencia y ausencia. Género y mestizaje en Chile». Proposiciones N°21.
1992: 30-35.
—- Mitos de Chile. Diccionario de Seres, magias y encantos. Santiago:
Sudamericana, 2003.
Oyarzún, Luis. «Resumen de Chile». Temas de la cultura chilena. Santiago: Universitaria,
1967. 10-38.
www.ine.cl
Notas __________________
(1) No es las primera, pero tiene mayor posibilidad de ser electa que mujeres como Evelyn Matthey, Gladis Marín o Sara Larraín, según las encuestas de popularidad.
(2) Último año disponible en los archivos de la página Web del SERNAM
(3) Habría que esperar a observar las estadísticas obtenidas de las últimas elecciones municipales.
(4) Definamos imaginario colectivo como un elemento esencial en la cultura, conjunto de imágenes simbólicas y representaciones míticas de una sociedad, imágenes no siempre conscientes en todos sus miembros. (Montecino. «Presencia y Ausencia», 3)
(5) Convengamos que el Ministerio de Defensa es históricamente un espacio de hombres.
(6) Dejamos de lado la sobrerrepresentación de lo femenino como cuerpo-objeto por ser más acorde a los medios de comunicación y no a la política.
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