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Origen y representación de la identidad brasileña, observaciones fundamentales.

por David G. Miranda
Artículo publicado el 09/03/2013

Introducción
El siguiente ensayo busca indagar y analizar en dos particulares momentos de la historia de Brasil desde la perspectiva de la identidad. El primero, el momento de encuentro entre dos culturas tan divergentes como la de los indígenas tupí con la de los colonizadores portugueses, que daría origen a un mestizaje que será la base de la población de la nación brasileña; y el segundo, el del nacimiento del modernismo brasileño, por sus particulares “reivindicaciones” de identidad cultural, en una construcción intelectual de su propia imagen y representación. Sin duda, ambos momentos históricos son relevantes para la configuración de la identidad de un pueblo históricamente joven, aunque con una riqueza cultural inmensa, producto tanto de sus fuentes culturales primarias, como lo son la raíz indígena, la africana, y la lusitano-europea; como también de su permanente retroalimentación que contribuye al dinamismo de sus manifestaciones estéticas, costumbristas y tradicionales.
Artículo publicado originalmente en el Blog del autor.

Brasil aparece como el país más grande de América del Sur, aunque adquiere características diferenciadas desde su nacimiento como nación, a partir de un rasgo tan relevante como su idioma y su organización social. Tan sólo si tomamos en cuenta dichas diferencias con la América hispánica, podríamos atisbar que el caso de Brasil tiene especiales particularidades en cuanto a la historia y a la gestación de su cultura.

Contrastar visiones desde momentos históricos diferentes para alcanzar a vislumbrar ciertos rasgos que podrían ser definitorios de la identidad brasileña (pese a tratarse proceso dinámico de construcción), será el método de investigación, sin olvidar que existe una matriz que se mantiene sobre la cual se van dando ciertas modificaciones. La búsqueda de esa matriz de identidad, se encuentra precisamente en los orígenes de su cultura, y en las principales representaciones de la misma, algo que en el caso de la intelectualidad brasileña, ha sido muy bien entendido, a diferencia de lo que ocurre en algunos países de la América hispánica. Precisamente ese es un rasgo llamativo que me ha impulsado a investigar estos tópicos sobre la cultura brasileña, que sin duda contiene rasgos únicos en el continente, y porque no decirlo, en el mundo.

 

Los orígenes del pueblo brasileño, matrices de identidad.
La raíz tupí.
Previo a la llegada del portugués, el territorio denominado en la actualidad como Brasil, era habitado por diversas tribus de pueblos originarios. Aún así, hubo uno de ellos que alcanzó a tener un cierto predominio en un amplio sector geográfico, se trata de los tupís, quienes habitaron toda la costa atlántica y el alto Amazonas, así como los ríos Paraguay, Guaporé y el Tapajós, desde su origen. Según lo relatado por Faz de Caminha en su carta al Rey, el encuentro entre ambas culturas se fue desarrollando paulatinamente con diversas aristas, teniendo un primer acercamiento no – violento.

Se aprecia en la mencionada carta un grado de admiración por el desarrollo físico de los tupís, forjado en su permanente contacto con la naturaleza. Uno de los rasgos que produjo más impresión en los europeos, era el de los ritos antropófagos tupís, motivando un desprecio por tales conductas “bárbaras”. El rito antropófago tenía en sí una lógica incomprensible para el europeo; al tener los pueblos de la región una dinámica de enfrentamientos y una cultura guerrera, solían tomar prisionero al guerrero más valiente de la tribu contraria, el cual era objeto del rito antropófago, al que contribuía con una actitud altiva y desafiante, ya que sería devorado con el objeto de absorber su valentía y su coraje. De hecho, Hans Staden narra en su testimonio como fue llevado tres veces a ritos antropófagos para ser devorado, pero su cobardía y su llanto eran tales que los tupí sencillamente se negaban a comerlo, ya que “no se comía a un cobarde”(1).

Se estima que a la llegada de los portugueses, la población tupí alcanzaba alrededor de un millón de habitantes, distribuidos en aldeas de entre trescientos a dos mil habitantes, se trataba básicamente de un pueblo que estaba descubriendo la agricultura, y si se quisiera poner en una escala evolutiva respecto de los portugueses que llegaron en 1500, su distancia relativa sería de al menos 10.000 años.

Los Tupí producían variados tipos de plantas que requerían una cierta elaboración, como es el caso de la mandioca, planta venenosa que requería un tratamiento muy cuidadoso para extraerle el ácido cianhídrico y volverla comestible. Además de ésta, cultivaban mijo, camote, cará, frijol, cacahuate, tabaco, calabaza, achiote, algodón, carahuá, caiguas, calabacitas, pimienta, piña, mamey, mate, guaraná y otros árboles frutales. Obtenían además ciertas materias primas, condimentos, venenos y estimulantes. Se mantenían así aprovisionados durante todo el año, sin pasar las penurias de los pueblos pre-agrícolas. Aún así, la producción estaría determinada por los beneficios de una determinada región geográfica, siendo éste el móvil de los diversos enfrentamientos entre las tribus (2).

Se podría definir a los tupí como una macroetnia configurada por una unidad cultural y lingüística; pese a esto, nunca pudieron unificarse políticamente, ya que su propia condición de pueblos tribales hacía que si la comunidad crecía, se dividiera en nuevas entidades autónomas apartadas, diferenciadas y por momentos, hostiles. Esto se refleja claramente en el hecho de haberse integrado un gran número de indígenas (alrededor de doce mil) a los ejércitos portugueses y franceses (en la llamada Confederación de los Tamoyos (3)), en un enfrentamiento decisivo para el destino de la colonización, además del predominio de calvinistas o jesuitas. Los indígenas no tenían una idea clara de porqué luchaban, sino más bien eran instigados por los colonos, quienes sacaban partido de su mutua agresividad; por otro lado, las tribus nunca establecieron una paz duradera con el invasor, algo que fue favorecido por su estructura tribal, imposibilitando una organización estatal. La dominación se hacía muy difícil, ya que si vencían, practicaban la antropofagia; y si de lo contrario, se volvían incapaces de defenderse, huían fuera de la “civilización” hasta reunir fuerzas nuevamente, algo que continúa ocurriendo con los yanomamis con la actualidad.

Otros pueblos que contribuyeron a la formación del pueblo brasileño fueron los Paresíes, preferidos como esclavos por su familiaridad con la tecnología de los paulistas antiguos. Hubo también otros pueblos de carácter indómito, es el caso de los Bororos, los Xavantes, los Kayapós, los Kaingangs y los Tapuyás. Los Gauikuríes, por su parte, fueron descritos como guerreros gigantescos y bien proporcionados, señalados por el jesuita español Sánchez Labrador como la “imagen más expresiva de un Hércules perfecto”, dominando previo a la llegada de los colonos a los Guanás y a otros pueblos agrícolas, estableciendo una relación similar a la del señorío. Los Mbayá-gauykirúes se aliaron con los Payaguá-guaikirúes, indígenas piratas armados de remos-lanzas capaces de saquear naves paulistas cargadas de oro, como ocurrió en el alto Mato Grosso. Debido a éstas características, una alianza con ellos era ansiada por los ibéricos, consiguiéndola tanto portugueses como españoles, aunque se encontraron con la codicia del nativo, algo que no habían visto antes; además de una alta capacidad de trueque y el robo de esclavos, mestizos, y señores y señoras blancas en cantidades para venderlos en Asunción. Evidentemente, ninguna de las alianzas perduró, y los Guakirúes terminaron atacando a los portugueses en Cuiabá, y luego de la expulsión de los jesuitas (a quienes acogieron), se lanzaron contra los españoles en las cercanías de Asunción (4). Finalmente, los Mbyás se establecieron al sur de Mato Grosso y los Payaguás en Paraguay, donde saquearon poblaciones paraguayas y brasileñas en la guerra del Paraguay. Posteriormente, al igual que muchos indígenas, fueron debilitados por las pestes y despojados de sus ganados, guardando su soberbia hasta nuestros días.

La raíz portuguesa, el (des)encuentro de civilizaciones.
La llamada lusitanidad aparece en tierras brasileñas como el rostro visible de la civilización europea en su conjunto, o casi. Las ciencias, la expansión de una nación, la religión, el idioma, la ambición y un cruento afán civilizador se cernían sobre un pueblo que no conocía casi nada de lo recientemente mencionado. Por un lado, el tupí, tenía una visión hedonista de la vida, disfrutaba de los estímulos que le brindaba la naturaleza, de los sabores y olores, de la viveza de los colores de la selva, de la multiplicidad de seres vivos que le rodeaban, y por sobre todo, de los placeres de su cuerpo.

Si bien existía la violencia y la dominación, esta era de carácter ritual y territorial, la ambición y la codicia occidental implicaba actitudes de una complejidad absolutamente nueva. Para los tupís, la llegada del portugués era asimilable solamente como un acontecimiento asombroso, mítico y casi imposible de interpretar en su sentido “divino”. Para el indígena, la generosidad era algo propio de su cultura, era más bello dar que recibir, tendían a pensar que el visitante sería similar, recibiéndolos llenos de curiosidad y asombro por la cantidad de nuevos artefactos, utensilios y accesorios nunca antes vistos para ellos, entregando su confianza con mucha más facilidad e ingenuidad que un portugués que se mostraba desconfiado aunque no menos asombrado. El carácter “salvacionista” que fue adquiriendo la colonización portuguesa casi como una misión divina caló hondo en la cultura y en las sociedades indígenas, al igual que en la América hispánica, la presencia de la Iglesia católica marco profundamente las transformaciones políticas y sociales que se producirían durante la colonización. La llamada “Bula intercaetera” del 4 de Mayo de 1493 legitimaba la posesión del “nuevo continente” a España y Portugal (5), además de justificar la esclavitud. La predicación misionera cayó sobre ellos entonces de forma implacable, la idea de pecado y de culpa les hacía sentir que lo ocurrido era causa de la ira de aquel nuevo dios. Todo se confundía ante los nuevos paradigmas adoptados, la belleza se transfiguraba en fealdad, el valor y la cobardía cambiaban de estado. Sus valores intrínsecos perdían validez ante el prisma de la cristiandad predicada: La intrepidez gratuita, la solidaridad y la creatividad autóctona, además de sus concepciones de belleza se verían cuestionadas y castigadas. La idea inexorable del pecado y del dolor, de la culpa y la iniquidad se adueñaba de su mundo, además de un sinnúmero de enfermedades dolorosas y fatales.

Precisamente, dichas concepciones fueron motivo para que aquellos que se encontraran cerca de los portugueses huyeran selva adentro, llevando sus cuerpos contaminados con nuevas enfermedades que diezmarían a parte de la población rápidamente. Aún así, la curiosidad y el asombro ante la aventura, los objetos y los adornos, los hacía volver, incluso uniéndose a las tripulaciones portuguesas, llegando a atacar a otras tribus que se tornaran agresivas en la travesía. Para el indígena resultaba casi incomprensible el constante afán de acumulación y producción del europeo, para ellos, aquello no tenía sentido, situación que hizo que, por su parte, el portugués se formara una idea de un indígena “flojo” o poco productivo, en una crónica portuguesa se lee una expresión de un tupí asombrado por las conductas europeas:

“¡ahora veo que vosotros los mairs (portugueses) son grandes locos, pues atravesáis el mar y padecéis grandes incomodidades, como decís aquí cuando llegáis, y trabajáis tanto para amontonar riquezas para vuestros hijos o para aquellos que os sobreviven! ¿No será la tierra que os nutrió suficiente para alimentarlos también? Tenemos padres, madres e hijos a quienes amamos; pero estamos seguros que después de nuestra muerte la tierra que nos nutrió también los nutrirá, por eso descansamos sin mayores cuidados” (Léry, 1960: 151-161).

El sentido práctico, al afán de grandeza y de poder, con el justificante ético de la evangelización fueron algunas de las causas que provocaron el cautiverio de los indígenas, algunos esclavizados (aquellos considerados impíos), otros, se unieron voluntariamente ante la colonización movidos por una nueva concepción de materialismo que fue acabando poco a poco con lo que Darcy Ribeiro llama “el paraíso perdido”, integrándolo al mercado uniforme de la civilización. Nada pudo detener el exterminio, ni siquiera las buenas intenciones de los jesuitas, quienes no hicieron otra cosa que agravar la situación sanitaria de los indígenas al concentrar a la población en nuevas ciudades donde el contagio de las nuevas enfermedades produjo importante una baja en la población. Por otra parte, el mestizaje producto del deseo sexual que inspiraban las nativas en los colonizadores se transformó prácticamente en un instrumento más de conquista.

 

La iglesia católica, la trascendencia del poder.
La iglesia católica tuvo un rol protagónico en la conquista de América, su doctrina fue el argumento principal del llamado “proceso civilizador”, además de la propia evangelización llevada a cabo por los jesuitas, franciscanos y carmelitas. En su historiografía encontramos diversas actuaciones, desde la “defensa de los derechos de los indios” hasta su apoyo a la violencia colonizadora, es el caso del padre Anchieta a Mem de Sá (6), quien subyugó poblaciones aborígenes para esclavizarlas en manos de conquistadores y misioneros.

Los cuestionamientos éticos a los que se verían enfrentados los misioneros serían enormes para la mentalidad de un padre europeo del siglo XVI, llegaron a preguntarse si aquellos aborígenes… ¿Pertenecían (o no) a la raza humana? ¿Estaban hechos por las manos de Dios a imagen y semejanza? ¿Tendrían salvación?. Debían incluir a la indianidad descubierta en la humanidad cristianizada… ¿hubo diluvio en América? ¿Qué ocurría con el pecado original? ¿Podría el nuevo Mesías nacer indígena?… Con todo esto, el mandato era uno solo: incorporar a los indígenas a la pleitesía del Rey y al rebaño de la Iglesia, generando dos paradigmas complementarios y por momentos contradictorios.

Las misiones adquieren entonces un carácter “salvacionista” en el caso de los jesuitas, que llegaron incluso a oponerse al proceso civilizador, argumentando la creación de una nueva sociedad libre de la decadencia moral, donde se alcanzara una “utopía socialista” asimilable al cristianismo primitivo, alcanzando un relativo éxito en tierras del Paraguay, algo que no alcanzó a ocurrir en Brasil debido a las constantes disputas territoriales. Finalmente fueron expulsados de Sao Paulo, de Maranhâo y Grâo Pará, y luego de todo Brasil (7), siendo posteriormente oprimidos en su tierra de origen, jugando esta vez el papel de víctimas en vez de victimarios, en una paradoja más de la historia.

Aquellos que permanecieron debieron hacerse cómplices de la conquista, sin elevar defensa pública de los millares de indígenas muertos, aldeas incendiadas y por la esclavitud, quedando finalmente marginados de la conquista los ignacianos y franciscanos. Podemos ver entonces como la Iglesia Católica, luego de proveer un sustento “ético”, teórico y místico a la conquista, vio en los ojos de sus nuevos parroquianos la posibilidad de instituir una alternativa monástica de construcción social, ante lo cual la Corona debió optar por el reinado terrenal de España y Portugal, dando forma al más grande imperio jamás visto, sin contemplar necesariamente el correinado de la iglesia.

Vemos entonces como se configura un complejo panorama histórico cultural desde donde surgiría la nación brasileña, con sus primeros signos de identidad provenientes del proceso de conquista, de su matriz indígena y de una adopción de la fe católica, que al igual que toda América Latina se va transfigurando a través del elemento pagano y de una reinvención simbólica propiciada tanto por europeos como por americanos. A esto debemos sumar el elemento africano, proveniente del tráfico de esclavos, un tópico donde la Corona Portuguesa adquiere un rol fundamental, como una medida para paliar el largo proceso de conquista que se hizo característico en tierras donde no existía con antelación una sociedad organizada en una estructura de poder que se acerque a la idea de Estado.

La representación modernista del siglo XX: La reconstrucción de identidad a través de la creación artística.
A inicios del siglo XX, la nación brasileña estaría cercana a cumplir un siglo desde su formación (1822), se vivían tiempos convulsionados en todo el mundo, la revolución industrial preveía un nuevo destino para una humanidad tecnificada, las naciones más fuertes buscaban su reafirmación nacional en lo que se transformaría en la Primera Guerra Mundial; en Brasil, las primeras crisis del café, los conflictos limítrofes y la eliminación de la fiebre amarilla serían eventos que marcarían el acontecer nacional. En el terreno artístico, las vanguardias harían sus primeras apariciones hacia lo que sería una redefinición de la estética en el arte (8). El pueblo brasileño por su parte había vivido dominado por una clase oligárquica que adoptaba modelos europeos de vida, de costumbres y vestimentas, de expresión artística, y por cierto de los privilegios de la explotación capitalista. En 1907, una gran paralización obrera en busca de mejoras salariales y de jornada de trabajo sería uno de los primeros síntomas de la modernización.

El movimiento modernista (9) tendría su gran apertura en Brasil en 1922, en la Semana de Arte Moderno realizada en al Teatro Municipal de Sao Paulo (13 al 18 de febrero de 1922), consolidando una tendencia que venía gestándose desde 1910. Artistas como Anita Malfatti, Víctor Brecheret, Oswald de Andrade, Menotti del Picchia, Mário de Andrade, entre otros, darían vida a un movimiento que cuestionó las bases del quehacer artístico y cultural de la época en su país, haciendo un llamado a recuperar las raíces “perdidas” de lo indígena en una mixtura con los elementos característicos de la modernidad para producir una nueva forma de hacer que fuese propia de Brasil. Encontramos así obras fundacionales como el Manifiesto Pau-Brasil (1924) y el Manifiesto Antropófago (1928), ambos de Oswald de Andrade, donde el autor señala:

“Hubo un fenómeno de democratización estética en las cinco partes del mundo. Se instituyó el naturalismo. Copiar. Cuadro de carneros que no fuese de pura lana no servía. La interpretación en el diccionario de las Escuelas de Bellas Artes quería decir reproducir igualito…Vino el pirograbado. Las muchachas de todos los hogares se transformaron en artistas. Apareció la máquina fotográfica. Y con todas la prerrogativas del pelo largo, de la caspa y de la misteriosa genialidad del ojo bizco-el artista fotógrafo.”, Manifiesto Pau-Brasil

Se aprecia claramente una crítica a la academia clásica de las Artes de línea europea, así como se vislumbra la irrupción de la modernidad en los modos de producción artística. Andrade señala además:

“Una única lucha – la lucha por el camino. Dividamos: Poesía de importación. Y la poesía Pau Brasil, de exportación.” Manifiesto Pau-Brasil

Andrade busca resolver entonces el problema de la dependencia cultural, en un manifiesto que ya contiene la idea que plasmaría en Manifiesto Antropófago (1928): absorber las cualidades del “enemigo” para fundirlas con las propias en una síntesis dialéctica que sería muy bien entendida por los artistas brasileños, generando en el futuro un nuevo referente de identidad, lo Brasileño.

“Solo la antropofagia nos une.  Socialmente.  Económicamente. Filosóficamente
Única ley del mundo. Expresión enmascarada de todos los individualismos,
de todos los colectivismos.
De todas las religiones. De todos los tratados de paz.
Tupy or not tupy, that is the cuestion” Manifiesto Antropófago

“Contra lo importadores de conciencia enlatada. La existencia palpable de la vida. Y la mentalidad pre-lógica para que el señor Levi-Bruhl la estudie. (10)

Queremos la revolución Cariaba. Mayor que la Revolución Francesa. La unificación de todas las revueltas eficaces en la dirección del hombre. Sin nosotros Europa no tendría su pobre Declaración de los Derechos del Hombre” Manifiesto Antropófago

“Nunca fuimos catequizados. Vivimos a través de un derecho sonámbulo. Hicimos que Cristo naciese en Bahía. O en Belém de Pará…Teníamos la justicia, codificación de la venganza. La ciencia, codificación de la magia. Antropofagia. La trasformación permanente del tabú en Tótem” Manifiesto Antropófago

Luego de hacer presente su antagonismo con la cultura dominante en pos de una transfiguración de los signos culturales con un potente elemento cultural autóctono que brinde un referente propio de identidad, Andrade concluye:

“Contra la realidad social, vestida y opresora, inventariada por Freud –la realidad sin complejos, sin locura, sin prostituciones y sin penitenciarías del matriarcado (11) de Pindorama. (12)

Oswald de Andrade, en Piratininga (13)
Año 374 de la Deglución del obispo Sardinha (14)

El manifiesto antropófago se transformaría entonces en una de las obras más importantes del modernismo brasileño: una verdadera declaración de independencia que aparece como una hoja de ruta de los futuros artistas de una nación con fuertes conflictos de identidad durante el siglo XIX, y que a partir del movimiento modernista logra sobreponerse y reinventarse a partir de su propia historia y de sus virtudes. Junto a Oswald aparece también la figura de Mario de Andrade, con obras como “La esclava que no es Isaura”, “Prefacio interesantísimo” y “Macunaíma (El héroe sin carácter)”, obra literaria de una vanguardia que colinda entre la literatura inocente y la provocación cultural donde esboza un personaje que encarnaría las características del ser brasileño en una caricatura melodramática inédita.

Posteriormente, el modernismo de los años veinte sería criticado por sus sucesores de la década siguiente, en el llamado Manifiesto Verde-Amarillo, donde se critica la falta de impacto social del modernismo, imbuido en un círculo artístico de elite. Por otra parte argumentan una sobrevaloración del elemento indígena, aunque no se alejan completamente del ideario sintético antropófago promovido por Oswald de Andrade.

Al resolver el problema de la recepción cultural impulsando la creación a partir de referentes propios, surgiría en Brasil a través del siglo XX un movimiento cultural propio que se vería reflejado en su literatura, artes visuales, escénicas y musicales, buscando siempre un lenguaje enriquecido por la diversidad, y a la vez identificable y diferenciador de las tendencias internacionales, es el caso del Concretismo de los años cincuenta, el Bossa Nova de los sesenta y setenta; y el Tropicalismo de los ochenta y noventa, que adoptan constantemente el modelo de la síntesis cultural entre lo moderno y lo autóctono, lo occidental y lo tradicional, en la reafirmación de un lenguaje propio que daría forma día a día a la identidad cultural brasileña.

La identidad brasileña, algunos rasgos fundamentales.
A partir de la investigación realizada sobre los dos momentos históricos planteados, podemos identificar ciertos elementos comunes que se han ido manteniendo a lo largo de la historia de Brasil. Contrariamente a lo señalado por Mario de Andrade en Macunaíma, en la actualidad encontramos a un brasileño lleno de carácter, forjado a lo largo de la historia, y por sobre todo a lo largo del siglo XX, momento en que a partir del lenguaje artístico surge un importante cambio en la cultura nacional brasileña, surge entonces la convicción de ser portadores de un valor estético en sí mismo, de su eterna distancia con la cultura portuguesa desde el punto de vista de lo cotidiano. Brasil, pese a mantener un nivel altísimo de desigualdad social, mantiene expresiones artísticas de una alegría inconmensurable (sin ir más lejos, el Carnaval de Río de Janeiro es la fiesta “mais grande do mundo”), además de constituirse en prueba flagrante del enorme paganismo de su cultura. Se trata de un país donde la síntesis cultural es un valor, alcanzando un potente lenguaje en permanente autoconstrucción y dinamismo.

Desde la raíz indígena podemos apreciar algunos rasgos que nos dan muestra de un Brasil virgen e indómito, carente de estructuras sociales elaboradas, fundamentado en el dominio territorial. Dichas características fueron las que dificultaron enormemente el proceso de conquista, situación que derivó en la implantación de esclavitud negra proveniente de África, en otro factor de síntesis cultural significativo (y por cierto digno de abordar en un estudio más acabado). Por otra parte, la corona portuguesa impuso un régimen feudal carente de un ordenamiento institucional y jurídico que propiciara el desarrollo de una región tan vasta.

Dicho sistema propició la instauración de una desigualdad social permanente e incuestionable que se perpetuó a lo largo de los siglos a través de una oligarquía blanca dominante que ocupa los sitiales de privilegio en la sociedad brasileña, relegando a la población negra e indígena a una posición de enorme desventaja social. Pese a esto, el carácter pletórico de vida, el sentido de rebelarse ante la adversidad y la capacidad para transfigurar la significación de señales culturales impuestas en nuevas expresiones con un carácter local han fortalecido la identidad del pueblo brasileño.

Si bien el catolicismo adquirió un protagonismo inusitado en América Latina, no es menos cierto que la adopción, la adaptación y la transformación de un fenómeno ha sido también la constante. Por una parte, el catolicismo ha debido adaptarse a las prácticas paganas, y por otra tenemos la subsistencia de credos ancestrales, donde destaca la figura de los orixas, antepasados venerados y supuestamente presentes en dimensiones paralelas. El imaginario colectivo brasileño crece cada día con la constante retroalimentación de su cultura a partir del nacimiento de una tradición que durante el siglo veinte que se funda en su propia contradicción, y que encuentra respuesta a su conflicto precisamente en la confluencia de diversas fuentes culturales, con un énfasis importante en lo tradicional. Un ejemplo claro de esto es la Música Popular Brasileña, instituida como movimiento más que como expresión artística indefinida, la llamada MPB se funda a sí misma a partir de su propio redescubrimiento, influenciando músicos de todas las latitudes con su riqueza rítmica y armónica, desarrollando un lenguaje de una complejidad muy particular a partir de los años sesenta: mientras The Beatles tocaban en la azotea de Apple Records con acordes triádicos en posiciones fundamentales, Joao Gilberto desarrollaba una nueva forma de tocar la guitarra, fundamentado en el desarrollo de la rítmica local, con armonías con dos y hasta tres notas agregadas, generando atmósferas nunca antes exploradas (15), procedimiento adoptado más tarde por experimentados músicos de Jazz, entre los que contamos a Stan Getz, quien llegó a Brasil para grabar precisamente con Joao Gilberto. Desde ahí, la tradición musical brasileña inicia un desarrollo inusitado, con músicos como Toquinho, Chico Buarque, Caetano Veloso, Gilberto Gil (16), han desarrollado cada uno en su época una expresión de la cultura brasileña cargada de identidad y autoconstrucción, convirtiéndose en referentes fundamentales para las nuevas generaciones de ciudadanos brasileños y creadores que sabrán encontrar con facilidad sus propios referentes de identificación para continuar alimentando su propia tradición.

 

Bibliografía
Abreu de, Maria Fernanda; “Las tierras y las gentes de Brasil: La Carta de Pero Vaz de Caminha y la mirada Portuguesa”, archivo PDF campus virtual UCM.
Abreu de, Maria Fernanda; Fernández, Margarida; “Los mitos fundadores de la nacionalidad brasileña”, archivo PDF campus virtual UCM.
De Andrade, Mário; “Macunaíma (El héroe sin ningún carácter)”, Ed. Seix Barral, Barcelona, 1977. ISBN 84-322-0316-5
Carta de Pero Vaz de Caminha al Rey Don Manuel sobre la llegada al Brasil, Campus virtual Universidad Complutense de Madrid. [en línea], disponible en: https://campusvirtual.ucm.es/07-POP15300153006-153226001/brasil/tema1es.htm##
Oliveira de, Élcio Lucas; “La evolución de la música popular brasileña durante el siglo XX”, archivo PDF campus virtual UCM.
Ribeiro, Darcy; “El Pueblo brasileño”, Fondo de la Cultura económica, México DF, 1999, ISBN 968-16-5487-0
Schwartz, Jorge; “Oswald de Andrade, seleçao de textos”, ediciones Abril Educaçao, Sao Paulo, 1980.
Schwartz, Jorge; “Las vanguardias latinoamericanas, textos programáticos y críticos”, trad. Estela do Santos, Fondo de la Cultura Económica (Tierra Firme), México DF., 2002. ISBN 968-16-5621-0.
Vicente, António Pedro; “La unidad territorial de Brasil – Factores de su construcción”, archivo PDF campus virtual UCM.

 

NOTAS
[1] Ribeiro, Darcy; “El Pueblo brasileño”, Fondo de la Cultura económica, Mexico D.F, 1999, ISBN 968-16-5487-0, págs. 29-30.
[2] Ribeiro, Darcy, “El Pueblo brasileño”,, Fondo de la Cultura económica, Mexico D.F, 1999, ISBN 968-16-5487-0, p.27
[3] op. cit. P. 28
[4] Ribeiro, Darcy; “El Pueblo brasileño”, Fondo de la Cultura económica, Mexico D.F, 1999, ISBN 968-16-5487-0, p.32
[5] Ribeiro, Darcy; “El Pueblo brasileño”, Fondo de la Cultura económica, Mexico D.F, 1999, ISBN 968-16-5487-0, p.34. Dicha bula tenía como precedente la bula Romanus Pontifex (1454) pensada para los herejes de África. (Op.cit).
[6] Ribeiro, Darcy; “El Pueblo brasileño”, Fondo de la Cultura económica, Mexico D.F, 1999, ISBN 968-16-5487-0, p.43
[7] Ribeiro, Darcy; “El Pueblo brasileño”, Fondo de la Cultura económica, Mexico D.F, 1999, ISBN 968-16-5487-0, p.48
[8] Schwartz, Jorge; “Oswald de Andrade, seleçao de textos”, ediciones Abril Educaçao, Sao Paulo, 1980. p 93.
[9] Schwartz, Jorge, “Las vanguardias latinoamericanas, textos programáticos y críticos”, trad. Estela do Santos, Fondo de la Cultura Económica (Tierra Firme), Mexico D.F., 2002. ISBN 968-16-5621-0, p.144-186.
[10] Levi-Bruhl fue autor de “Les fonctions mentales dans les societés primitives”, estudio sobre la mentalidad “prelógica” primitiva.
[11] De Andrade hece una crítica manifiesta al sistema patriarcal impuesto en Brasil con la llegada de la conquista: “Antes que los portugueses descubrieran el Brasil, el Brasil había descubierto la felicidad”
[12] Nombre de la tierra de Brasil en nheengatú (lengua nativa)
[13] Nombre de la tierra de Sao Paulo en la lengua de los guayaneses
[14] Alusión irónica sobre el naufragio de un obispo portugués quien fuera devorado posteriormente por indios antropófagos.
[15] Véase la lírica de “Influencia do Jazz”, ironía clara sobre la supuesta influencia ejercida por los músicos de Jazz a los músicos brasileños.
[16] Ministro de Cultura de Brasil durante el mandato de Lula da Silva.
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