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Breves y ligeras crónicas de un gusano de La Habana en Santiago de Chile (2).

por Luis García de la Torre
Artículo publicado el 25/10/2018

Extracto del libro homónimo y en proceso.

 

Hasta donde me ha sido posible conocer, con mucha constancia llevo años observando en La Habana y en Santiago, cómo se dio, o da, la vida sexual que ha pasado por delante de mí conforme me ha tocado estar en algún lugar. Hablo del sexo hecho ahí, justo en esos sitios, no del de cada cual en su intimidad.

Primero vi muy curioso cómo el tema “se servía en bandeja” a mi alrededor en La Habana y el por qué; y cuando me vine para Santiago con el pasar del tiempo, agudizando el ojo, levantando chismosamente la nariz, y por costumbre para no ser insincero, me puse a ver qué pasaba. Para con el tiempo forzosamente llegar a comparar según las circunstancias y queriendo.

Todo cubano sabe que si se escarba solo un poco saldrían a la luz definitivamente muchas locuras tapadas. La revolución cubana pretendiendo controlar todo trajo consecuencias libertinas y gozadoras, ya que el sexo fue una de las pocas válvulas de escape a tanto control social y educativo. Porque el sexo es en una de las escasas cosas en que el cubano ha podido continuar en cierta medida decidiendo y por lo tanto donde se calentaba ahí mismo lo tenía o esperaba cuando más un ratico y listo.

Voy a dos o tres anécdotas sólidas y en masa para justificar, sobre todo cuando mencioné lo educativo ya que soy profesor y fue el medio donde me desenvolví por años, primero de estudiante y luego de docente.

En La Habana de los 90 destapada definitiva la olla de la mala cocina comunista, que nunca más se ha podido volver a tapar, como previa de un tema para hacer varios tomos diré que en mis años de estudiar en el Pedagógico hacía una vez al mes guardias nocturnas, junto con un grupo esa noche, el resto de las otras también otros estaban “al pie del cañón” claro está por si acaso llegaban los yanquis. Ahí, en esos parques oscuros y en esas aulas o salas siempre abiertas se tenían encuentros de mil tipos, y ya todos adultos digo que entre estudiantes pasaba cualquier cosa, y entre estudiantes y profesores. Ése cualquier cosa en la quincena de las escuelas al campo semestrales, entiéndase edificaciones tipo naves o grandes almacenes alejados de la ciudad donde vivían los estudiantes con el fin aparente de integrar en ellos el binomio estudio-trabajo, se ponía mucho más divertido y poco individual ya que se dormía en cubículos de hasta diez, imaginen.

Luego al hacer prácticas laborales, en una beca equis por ejemplo, otra variante de las escuelas al campo, escuchaba todos los días gritado por el Subdirector aquel que entraba a donde dormían las estudiantes golpeando con un tubo las camas para despertarlas: “De pie al campo a trabajar, de pie, no quisieron ver la leche correr toda la noche, ahora de pie al campo a trabajar”. A pura voz faltando el respeto, que no importaba, decía lo que era, avalaba y entiéndase que con esto estaba todo permitido. Era sexo público, cueste creer o no.

La mayoría de las veces los encuentros eran donde mismo dormían, según género, pero como “en las noches todos los gatos son pardos”, y promiscuos, se armaba la metedera en las camas “sin ton ni son”. O cuando más privacidad se lograba era en las esquinas más oscuras de los pasillos, escaleras, baños y demás lugares comunes. Entre los profesores pasaba exactamente igual, pero con la ventaja de tener las oficinas. Esto era lo normal y natural. El sexo como liberación y elección en un país donde nada es libre ni electivo.

De recién graduado ya y enviado por el gobierno a hacer el servicio social cubano, en una escuela ubicada en el barrio privilegiado de Playa, en La Habana, veía como la infidelidad, pegadera de tarros cubana y poner el gorro chileno, era lo más común, con todos y entre todos. Las aulas o salas, y las ya mencionadas oficinas luego de las clases y hasta altas horas de la noche o hasta el otro día eran lugares ideales y recurrentes de encuentros sexuales activos, en turno, y de a dos o tres o más.
Y fui breve y ligero.

En Santiago, después de años husmeando detectivesco, y ya francamente desilusionado la verdad, la misma vida me lo volvió a poner en bandeja. En una reunión la Directora de donde laboro dando clases con una sutil sonrisa contó que a dos practicantes, jóvenes, modernos y rebeldes, les vino la calentura y se metieron en los baños. Quien supervisaba los buscó y al no encontrarlos en parte alguna como última opción fue a los baños y olé.

Todos asombrados se miraban un tanto risueños.
Yo me sentí nuevamente en casa.

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Requerido.

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