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Cambiar la carrocería. Un testimonio del futuro

por Adolfo Pardo
Artículo publicado el 07/04/2024

―¿Cuándo vai a cambiar la carrocería Claudio? ―me dijo. Así no más, en buen chileno, con esas mismas palabras.

Ya me lo habían dicho varias veces anteriormente, pero en esta ocasión me sentí algo ofendido porque me lo estaba diciendo mi propia mujer y justo cuando salíamos de la cama, donde no estábamos precisamente durmiendo. Y claro, en ese preciso momento resultaba un poquito humillante.

Tengo 74 años y dentro de lo que se puede gozo de bastante buena salud y yo diría que, modestamente, no estoy tan mal.

―Mira a tu amigo Carlitos ―continuó ella―. Hasta hace poco andaba arrastrando las patas, con una tuerca en una cadera y el brazo derecho en cabestrillo y ahora corre como un cabro chico. Y dice que quiere volver al conservatorio para seguir con el oboe. Incluso ―te lo habrá comentado― piensa inscribirse en un gimnasio para cultivar su nueva musculatura… ¿Qué te parece?

―Si ―le dije ―. Estoy consciente de que a corto o mediano plazo tengo que hacerlo, pero te confieso que estoy bien acostumbrado con este cuerpecito, e incluso bastante encariñado. Mal que mal me ha acompañado hace hartos años. Y para la edad que tengo me parece que gozo de bastante buena salud, y no tengo mayor apuro, aunque estoy consciente de que debería parar de fumar.

A ella, mi esposa ―Elvira se llama― le cambiaron el cuerpo hace un par de años y debo reconocer que se ve estupenda. Para ser bien franco yo diría que ahora está mejor que cuando nos fuimos de luna de miel a Bahamas, hace ya más de 50 años. Elvira ahora hace gala de una dentadura perfecta y su risa es una maravilla. Y su piel y figura escultural se la quisiera cualquiera. Y por lo mismo quizás le resulta algo chocante acostarse con un anciano desgarbado como yo. Y con justa razón espera que yo también me renueve. No es que no me quiera, supongo, o que ha dejado de amarme, no lo creo. Pero claro, y es comprensible, preferiría acostarse con un hombre de cuerpo joven y robusto, como ella. Además que, aunque yo estoy bastante saludable, en cualquier momento puedo tener un accidente vascular, un ataque al corazón, un derrame cerebral o vaya uno a saber qué, las típicas crisis fulminantes a que estamos expuestos los veteranos. Eso es innegable.
La verdad es que ella tiene razón. Lo que pasa es que yo, al igual que mi padre, soy un hombre chapado a la antigua y no me avengo con la cultura de comprar y botar a la basura. Yo más bien soy de cuidar, mantener y restaurar.
Mi padre, por ejemplo, que se llamaba Claudio igual que yo, tenía un auto antiguo que se preocupaba de mantener y que siempre le funcionó perfecto. Y todo el mundo le decía, Claudio, cuando vas a cambiar ese cacharro viejo. Pero él no quería cambiarlo y nunca lo cambió. Incluso después lo heredé yo, y también me funcionó hasta que se prohibieron los autos a gasolina. Una joyita era. Y más o menos lo mismo me pasa con mi cuerpo. Le tengo cariño a mis manos, a mis pies e incluso a mi ajada cara. Aunque ya no me queden muchos dientes y corra el riesgo de morir en cualquier momento. Pero claro, lo estoy pensando, por último, por amor a mis hijos y a mi señora que tiene una vida garantizada por lo menos para 60 años más. La verdad es que voy a tener que hacerlo. No es barato, claro, pero puedo pagarlo. Tengo el seguro médico, o como se llame, y voy a pedir una horita. Total, el trámite toma a lo sumo una semana y volveré a ser el chiquillo que fui cuando tenía treinta.
Tú eliges el cuerpo que quieres y te transfieren todos los datos: conocimientos, recuerdos, gustos y costumbres, ideología, sentimientos, etcétera. Igual que antiguamente, cuando uno tenía que cambiar la computadora.
Cuestión de decidirse no más.

Adolfo Pardo
Artículo publicado el 07/04/2024

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3 comentarios

Muy buena la columna, don Claudio. Le ofrezco mi cuerpo: musculatura perfecta y movimientos felinos. Una mirada que es certera como un láser de esmeralda. Cuando me ducho en el patio siento los ojos de los vecinos recorriéndolo, sus miradas rebotando en el redondo acero de mis nalgas. Siento cómo esperan que me dé la vuelta, un poco que sea, para ver entre mis jónicos muslos el objeto central de sus envidias; largo, grueso, duro y mate. Nada de venas lívidas; no, unos testículos grandes y turgentes que empujan hacia arriba el lingote penetrante ante el cual las rodillas se doblan y la mirada se va al blanco del cerebro.

Por Severo Vernal el día 07/04/2024 a las 14:25. Responder #

Se agradece la oferta. La consideraré.
Claudio Naranjo

Por Critica.cl el día 07/04/2024 a las 18:36. Responder #

¡Cambia la carrocería! Si tienes cuentos, los presentamos al Mine.

Por Juan Camilo el día 07/04/2024 a las 14:24. Responder #

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Requerido.

Requerido.




 


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