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Cómo NO amar a una mujer

por Critica.cl
Artículo publicado el 30/04/2021

Reproducimos, al pie de la letra, un discurso completamente “anti feminista” (toda una curiosidad) tomado de un número de la clásica revista Selecciones del Reader´s Digest, de julio de 1955, y firmado por Judy Garland (1922-1969), quien conociera el estrellato a los 17 años cuando protagonizara le película El Mago de Oz, en 1939, y donde canta la también famosa canción Over the Rainbow.
Garland, leemos, habría tenido una vida desdichada a pesar de ganarse el Óscar, el Globo de Oro, el Cecil B. DeMille, el Grammy y otros premios. El discurso de J. Garland no parece estar tan desactualizado si lo comparamos o contrastamos, por ejemplo, con la letra de la romántica canción de Shakira “Que me quedes tú”. Ver y escuchar

Se han escrito millones de palabras sobre lo que debe hacer un hombre para cultivar el amor de una mujer a quien quiere. Yo voy ahora a consignar mis reflexiones sobre las cosas que el hombre NO debe hacer para que ese amor se mantenga vivo.

Nunca entregue su autoridad. Es lo más importante. No entregue las riendas. Si tal hace la mujer lo considerará como una abdicación de su parte. La confundirá, la alarmará, la hará retroceder. Más rápidamente que ninguna otra cosa, esto empañará la clara visión que hizo ante todo que la mujer le diera su cariño.

Por supuesto nosotras las mujeres trataremos de que el hombre renuncie a su posición de Número Uno en la casa. Es la terrible inconsecuencia de nuestra misma naturaleza. Damos la impresión de estar luchando hasta la última trinchera por quitarle al hombre la autoridad en todo. Sin embargo, en lo más recóndito del corazón estamos deseando que gane. Tiene que ganar porque nosotras, en realidad, no estamos hechas para el mando.

Pienso que este primer intento de domesticar al hombre, de hacerlo que renuncia a su autoridad, es una prueba a la que sencillamente debemos someterlo. Y es que en el fondo nos sentimos horriblemente inseguras. Necesitamos saber, sin que nos quede la menor duda, que a su lado no hay nada que temer, que puede hacer frente a lo que venga, que no está fanfarroneando cuando habla de su fuerza; y por encima de todo, que nuestro cariño le importa lo bastante para hacerle vencer.

Lo que nos asusta de verdad es que su amor pueda morir. Siendo mujeres, habiendo nacido naturalmente pasivas, no seríamos capaces de levantar un dedo para evitarlo. Nacidas para seguirle, no podemos luchar por mantenerlo a nuestro lado. Y esa es la razón por la cual peleamos con él, y forcejeamos hasta estar totalmente seguras de que es el Número Uno y que le encanta serlo.

Tal vez algunos hombres digan que esto no les gusta. Prefieren una mujer que sepa lo que quiere, que sea clara y definida, que merezca plena confianza. Concedido. Seremos lo que el hombre quiera que seamos. Nos vestiremos con traje sastre, caminaremos con pasos hombrunos y hablaremos con voz estentórea. O seremos la personificación de la eficiencia doméstica. La casa se mantendrá como una tacita de plata, los niños serán silenciosos como ratones y las pantuflas estarán siempre esperando… Seremos como el hombre quiere que seamos. A condición de que lo desee y nos lo haga saber claramente.

¿Y el hombre? ¿Qué es lo que él tiene que hacer para conseguir este modelo viviente de feminidad? Si de verdad nos quiere no debe preocuparse por los detalles. No importa que no nos ayude en los quehaceres que son propios de la mujer, o que no sea capaz de hacer los pequeños arreglos que necesita la casa, o que se rebele contra nuestras largas charlas telefónicas con las amigas, o se ponga furioso cuando mimamos demasiado a los niños, o que fiscalice nuestros gastos. ¡Oh, si los hombres supieran cuan poco importan esas cosas!

En cambio, hay otras que si importan: la frecuencia con que nos hagan saber en forma espontanea y a su manera, que el intenso secreto de nuestro amor está vivo en su mente. Pero no han de hacerlo en forma mecánica, pues la mecanización del amor es la muerte para nosotras.

Conozco a un marido que enviaba a su esposa dos docenas de rosas todos los días del año. Al final la llegada de las flores, que al principio había sido un bello acontecimiento, se convirtió en motivo de horror para ella. Su frase, “Gracias amor mío” se convirtió en tres palabras asfixiantes.

Los obsequios son una de las mejores maneras de demostrarnos los sentimientos que el hombre abriga por nosotras, pero solo tienen significado cuando la mujer descubre en el regalo esa esencia sutil de querer decir lo que por ella siente el hombre.

Tal vez más importante que los regalos es la demostración de que quiere estar solo con nostras.
Durante un día de campo, por ejemplo, dice: “los niños se quedan aquí. Mamá y yo vamos a dar un paseo solos”. Y después, tomándonos de la mano, nos lleva a caminar. No más que unos minutos. No más que para hacernos sentir que no somos exclusivamente madres y amas de casa.

Nuestra identidad se pierde rápidamente en lo que estamos haciendo; el hombre nos la devuelve cuando nos muestra que, básicamente, somos la novia; no solo la madre de sus hijos o su colaboradora económica. Nos sentimos inseguras, nerviosas acerca de nuestro real significado a menos que el hombre nos lo reafirme.

Y esto nos lleva al problema de las discusiones y peleas. Las pequeñas discordias son como la neblina: se acumulan. Una buena riña puede ser como un soplo de brisa fresca en un valle cubierto de neblina. La desvaneces y aclara el ambiente. Así que no se asuste el hombre por una pelea. No somos de cristal.

Pero cuando estemos discutiendo, que no nos grite. Desconfiamos del vociferador. Y no es que los gritos nos asusten, es que sabemos que levantar la voz es signo de debilidad. Significa que, en alguna forma, lo hemos asustado. Y recuérdese que nosotras queremos que siempre salga vencedor.

Hay un pasaje de la Biblia, en el Libro de Ruth, que infaliblemente hace que los ojos de la mujer se humedezcan: “… porque a do quiera que tú fueres, he de ir yo, y donde tu morares he de morar yo igualmente. Tu pueblo es mi pueblo y tu Dios es mi Dios”. Nos hace llorar porque es una preciosa descripción de la mujer, como seguidora. Significa para muchas de nosotras que el hombre y solo el hombre debe ser el líder. Si lo es, realmente lo demás no importa.

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