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La ira de los sentidos, de Luis García de la Torre

por Critica.cl
Artículo publicado el 11/06/2022

la-ira-de-los-sentidos-portLa ira de los sentidos
de Luis Gracias de la Torre
Editorial LACUHE
Publicado en español
el 9 junio de 2022 en Nueva York
Tapa blanda, 333 páginas
ISBN-13: ‎ 979-8835297153
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En la Ciudad de La Habana se visualiza una clase media existente, más acomodada que la marginal, pero también con carencias por el poder establecido, y desencantada. El protagonista Gerald en su pre adolescencia, y a los veinte años, vive dos vitales historias de amor. Con Betty, el despertar sexual de ambos y la frustración por la salida de ella de la isla; y con Ama, la maduración sexual de los dos y la apatía cívica por la situación que vive Cuba. Su vida en ambos romances va por el deambular entre el barrio de El Vedado y Miramar, y permeada de alcohol, drogas y sexo explícito. Junto a Ama, ya cansados del sistema, deciden ser libres. Para lograr zafarse llevan a cabo un robo que les permite apartarse y no pertenecer.

Comentario de Teresa Dovalpage*
La ira de los sentidos
es una novela de amor, lujuria y, sobre todo, de descubrimientos. En la primera parte, el protagonista, Gerald, y su novia Betty, adolescentes, se dan de manos a boca con sus propios cuerpos y el placer que estos proporcionan. Pero hay mucho más que la simple y pura carnalidad. La obra es también un descubrimiento de Cuba: un retrato de La Habana del período especial, de antes de los teléfonos celulares, de antes de que se abriera aunque solo fuese un resquicio al mundo exterior. La Habana que retrata Luis García de La Torre es aquella donde solo se conocía lo extranjero por las fotos de los ausentes y por los olores de la ropa que llegaba “de afuera.”

Ah, la pacotilla
La ropa, sí, que en esos años también se conocía como la pacotilla, juega un papel fundamental en la novela desde el mismo comienzo. De Gerald, uno de los primeros datos que recibe el lector es que “jamás vistió bien.” Esto establece una diferencia con Betty, diferencia que irá ahondándose a medida que se desarrolla la trama. Se dice del protagonista:
Solo tuvo un par de zapatos, en muchos años. Un par de botas del ejército, un jean y algunos pullovers. Betty si usaba ropa linda. Traída de Miami.

El traperío es un elemento es crucial porque la ropa (y los llamados artículos de consumo en general) o la falta de aquellos, zarandean de lo lindo a los protagonistas en esta historia de amor y desamor. Parece superficial, pero cuando uno viaja a su propia adolescencia, al menos en La Habana, recuerda la importancia desmedida que se les concedía a los jeans —Jordache y Lee eran los más populares. Y a los tenis, preferiblemente Adidas. En fin, a la pacotilla.

También las ropas. Eran las doncellas, las primeras damas de la diferencia. Supo justo ahí del mal gusto, de su mal vestir, de lo que le habían hecho. Tenían las foráneas un sentido fresco, moderno, y sobre todo cómodo. Comenzó a juzgar en silencio sus vestimentas. (…) Él estaba mal, ridículo, pobre con esas mismas botas de años tras años y esos jean cubanos horribles, y aquel pelo opaco, lavado con lo que podía.

A estas divagaciones trapístico-existenciales se añade un elemento metaliterario: la certeza del protagonista de que escribirá un día una novela sobre aquella Cuba del hambre y de la ropa fea.

Aunque La ira de los sentidos es esencialmente sensual —se regodea en la carne y sus derivados— el humor se aparece en las más diversas circunstancias, desde los diálogos chispeantes hasta en medio del romanceo, pasando por algunos trances de verdadero horror. Léase la descripción de los retorcijones (acompañados de algo peor) que sufre la apasionada y hambrienta parejita después de zamparse unos panes con pasta en 23 y 12.

La salida de Betty y su familia hacia Miami hace que Gerald se encuentre de repente a solas, esto es, consigo mismo. A falta de otra cosa, comienza a caminar por La Habana, por El Vedado, a adentrarse en el cementerio. Se le irá la vida comprando cervezas, fumando (no siempre nicotina) y descubriendo ciertas verdades sobre el país en que le tocó nacer y sobre su propia persona.

La comida
La comida, en tiempos del período especial, también se vuelve estrella. El protagonismo se aprecia desde los inicios, en lo poco de comer que Betty y Gerald comparten —sobre todo en la casa de ella, donde se alimentaban mejor que el resto de la población:
Cuando en Cuba dan de comer en alguna casa es que eres sí o sí de la familia. Aunque, con los dólares de Miami podían encontrar.

Adelantándonos un poco, valga decir que, cuando Betty regresa de Miami por unos días, lo que más le provoca comer a Gerald es ¡una pizza! (La pizza fue, durante el período especial y aún antes, uno de los escasos matahambres a disposición de los habaneros.) Pero Betty, generosa que es ella, le ofrece algo más sustancioso:
Trajeron dos bistecs con papas fritas. Él devoró el suyo, en nada. Betty picó algunas papas, y se lo dejó. También lo tragó. Demasiada, demasiada hambre. Hacía mucho que no comía carne.

La separación
Después del breve reencuentro entre Betty y Gerald, ella se regresa a Miami. Más adelante se describe el estado psicológico de Gerald en este momento:
El zambombazo de Betty le quebró lo último de lo último, si es que quedaba algo de compromiso con cualquier cosa. Ni este narrador omnisciente logra dimensionar qué era, y si el era, era.

El propio protagonista describiría, años después, esta etapa crucial de su vida:
Solo importo yo, por dentro, porque lo de afuera sé que me resuelve el convivir, pero no me doy mucha atención la verdad. Soy fiero, desobediente, soy agudo. Me da repulsión esta monserga que noto en el resto. Me relamo constante, sí, por eso las cosas me resbalaban. Buena estrategia. Al final de mis días, lo último que quiero tener en la mente es que esta cosa que he vivido, llamada vida, me resbaló y la usé muy bien para mí mismo.

Pero no llega a ese estado mental de improviso. Es todo un proceso que se describe minuciosa y magistralmente. Una de las escenas más fuertes de la obra es cuando Gerald hace el amor con una mujer, también llamada Betty, en Jaimanitas.

Este momento actúa como un parteaguas entre la primera parte, aún de relativa inocencia para Gerald, y la segunda, cuando empieza su relación con Ama y su descenso al maelstrom moral.

Curiosamente, el narrador pone en boca de Ama lo que define exactamente la situación de Gerald con respecto a Betty en uno de sus diálogos:
Algún día habrá que filmar, escribir, pintar, o lo que sea, las historias de desamor por culpa de querer prosperar; que para los cubanos significa largarse, abandonar el amor, a la familia. En fin es muy triste.

Pero una vez que Betty desaparece en busca de la prosperidad, el amor entre Ama y Gerald florece, hasta terminar deshojándolos. La letra de “Unchained Melody” es el himno de esta relación, que además establece un lazo cómplice con Los puentes de Madison County, libro que roba Gerald para su enamorada.

La convivencia entre ellos está marcada por las drogas y el alcohol. Constituye una lenta caída en el abismo donde los dos se precipitan sin que la madre de Ama (que en algún momento tendrá, se anuncia, su propia novela) se dé cuenta cabal, ni pueda impedirlo aunque lo sospeche. El uso de los sentidos como resistencia, que se insinúa en los primeros capítulos, alcanza en la segunda parte su más plena y descarnada expresión. Al fin y al cabo, Gerald y Ama alcanzan un estado de tranquilidad que casi podría llamarse Zen, si no fuera por los medios utilizados para llegar al pináculo de la calma:
En sus mentes no había inquietud ninguna. Como narrador, puedo espiar hasta sus más escondidas fibras. No veo en ellos ningún asomo de intranquilidad. Sus cabezas, cuerpos y actitudes, están cien por ciento reseteadas de la vida cubana. Lo de afuera, la calle, ya no les importa.

Una Flor en el lodo
La aparición de una bellísima estatua de mármol es un guiño a los entendidos de literatura cubana, pues remite a la dirección de los Loynaz, de quien se ocupa el autor en otra obra: La familia Loynaz y Cuba (Betania, 2017).

Llegaron a 5ta y 2 en El Vedado. La casa era bien antigua, enmohecida. La reja que la separaba de la calle más roída no podía estar. (…) Así estaba la reja y la casa: carcomida por la circunstancia, y la sal. Pero era una belleza.

En cuanto a la estatua, la descripción no deja lugar a dudas sobre su hermosura:
El rostro perfecto. La nariz impecable. Los ojos correctos. Los cabellos magníficos. El cuerpo exquisito. La piel tersa. Las caderas extraordinarias. Los muslos generosos. Los pies finos. El mármol alisado. El blanco bruñido. La amante.

Lo que sucede al final con la estatua no voy a revelarlo, pero tiene mucho que ver con el destino del protagonista y de su segunda amante. Flor, sin decir palabra ni hacer un solo movimiento, es también personaje. Convidada de piedra al banquete de los sentidos, por más que la hundan en un barrizal.

Para concluir, lector, esta novela, en cuyas páginas vas a adentrarte, es, como decía al comienzo, un descubrimiento de Cuba. Te amistarás con sus personajes, se te revelará su entorno —o, si eres de la isla, te rebasarán los recuerdos. La ira de los sentidos es la foto a color y olor de un país cuyos habitantes se anclan en sus sentidos para mantenerse a flote en un mundo que se destruye.

*Teresa Dovalpage
Dovalpage nació en La Habana y ahora vive en Hobbs, donde es profesora de español y ESL en New Mexico Junior College. Ha publicado nueve novelas y tres colecciones de cuentos.

Sobre el autor
Luis García de la Torre
Nació en la Ciudad de La Habana, Cuba. Vive en Santiago de Chile. Es graduado de Licenciatura en Educación en la Especialidad de Español y Literatura del Instituto Superior Pedagógico “Enrique José Varona” en Cuba, de Profesor de Lenguaje y Comunicación de la Universidad de Chile y de Master of Organizational Leadership de la Humboldt International University de Miami. Actualmente es doctorando, en educación, de la misma HIU. Tiene publicado el poemario Rave Party (2002), La Familia Loynaz y Cuba (Colección Betania de Ensayo, 2017), Ferocidad: los años sucios (Colección Betania de Poesía, 2020) y Breves y ligeras crónicas de un gusano de La Habana en Santiago de Chile (Colección Betania de Narrativa, 2021).
Luis es parte del equipo de esta publicación, ver

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