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Sobre el cansancio y la danza (con ocasión de la sociedad del cansancio)

por Juan Granados
Artículo publicado el 22/05/2024

Con la colaboración de
Enrique Jesús Rodríguez Bárcenas y
Cristóbal Ramírez López

 

Cansar viene del latín campsāre, que significa ‘doblar un cabo’, ‘desviarse del camino’, ‘virar’, y este viene del infinitivo de aoristo griego κάμψαι, kámpsai, del verbo kámpto que significa plegar, hacer doblar, doblar la trayectoria de un movimiento. Su uso comenzó entre marineros para pasar después a los libros de viajeros o de descripciones de viajes de caminantes terrestres. De Capsare de via, que significaba desviarse del camino, pasó a significar estar cansado del viaje. Cansancio, sustantivo de cansar, significa, en primer lugar, “Falta de fuerzas que resulta de haberse fatigado” y, en segundo, “Hastío, tedio, fastidio”. Son sinónimos de la primera acepción “fatiga, agotamiento, extenuación, debilidad, lasitud, moledura, cansera, molimiento, rendimiento”. Sus antónimos son “descanso, vigor”. Son sinónimos de la segunda acepción “aburrimiento, tedio, hastío, fastidio, aburriciones”. Sus antónimos son “interés, agrado”.

El cansancio es uno de esos temas de los que pertenecen al lado oscuro de la danza, ya que son o poco reflexionados o nada tratados. Para tratar estos temas hay que pensarlos desde la reflexión. Reflexionar es pensar algo como un volver la mirada sobre ello de forma refleja. Se trata de flexionar, o sea, de volver a flexionar, desdoblar y doblar de nuevo los miembros, ejercitando y haciendo conscientes los reflejos especulando.  La palabra reflexión permite conectar la danza y el pensamiento. En esta conexión se descubre que pensar es como danzar y danzar es como pensar. En ambos casos se flexiona y se refleja ya sea lo danzado, ya sea lo pensado.

Sin olvidar la etimología y las definiciones de cansar y cansancio, como vías de comprensión, intentaremos otro camino o metódica. Las palabras, con sus acepciones y usos, ayudan a anclar y jalar un poco más los hilos. Los contextos en los que se usan esas mismas palabras permiten comparaciones o analogías que ayudan a aclarar el tema de discusión. Este camino evita la terminología técnica o las referencias a conocidos y a desconocidos. Se trata de traer el tema a la experiencia propia, a lo que vivimos de alguna forma, que es similar a lo que viven otros.

¿Qué decimos cuando decimos que “estamos cansados”?  Que hay, y es lo primero que nos viene a la mente, agotamiento. Decir que “estamos cansados” significa que “estamos agotados” no es una mera sustitución. Significan cosas en parte diferentes y en parte semejantes. Cuando decimos que algo se agota decimos que se acaba, como si se tratara de un recipiente cuyo contenido ya no está en él. Pasa con los cartuchos de tinta. Cuando ya no la hay, entonces hay que conseguir uno nuevo. Cuando decimos que algo está agotado, es que se ha vaciado. Ya no tiene lo que tenía, por eso el símil con el recipiente, con el contenedor es relevante. Las pilas se agotan, también, cuando ya no tienen energía. ¿Y qué hacemos con las pilas que ya no tienen energía? Las recargables, se recargan. Las que son desechables, se desechan. Con los cartuchos de tinta pasa lo mismo. Los recargables, se recargan. Los desechables, se desechan también. Tenemos la costumbre de deshacernos de las cosas una vez que han agotado el contenido que les permitía cumplir una función. Pero esto no lo diríamos respecto a nosotros, seres humanos. Si nos sentimos tan agotados como una pila o como un cartucho desechable, no nos desechamos. Más bien parece que somos recargables. Algo se nos acaba, pero se vuelve a recargar.

¿Qué más decimos cuando decimos que “estamos cansados”? Que estamos indispuestos. Y esto significa que ese momento, en el que afirmamos nuestro estado de cansancio, el cuerpo, este que tenemos y que somos, no está en condiciones. Decimos que alguien no tiene condición cuando rápidamente se incapacita para algún esfuerzo físico o ni siquiera lo intenta, por ello mismo. A alguien sin condición algo le falta. Lo mismo pasa con las condiciones o factores pertinentes para llevar a cabo algo. Cuando faltan ya no se puede hacer lo que se hacía. Eso es el “estar indispuesto”. Cuando se nos marca por teléfono o se nos escribe y respondemos, por ejemplo, por escrito, “no puedo contestar porque estoy indispuesto” u, oralmente, “no puedo asistir, porque estoy indispuesto”, queremos decir con que estamos indispuestos que estamos enfermos o no tenemos ganas. Pensemos en una enfermedad de las vías respiratorias, como un resfriado, sea por una infección viral o una bacteriana. Lo común es que sintamos eso que llamamos, muy metafóricamente, el “cuerpo cortado”. Duele el cuerpo, hay molestia en la garganta, arde incluso. Puede haber fiebre y, por supuesto, ésta debilita. La palabra enfermedad, que viene del latín Infirmitas, significa “sin firmeza”, “sin fuerza”, esto es, debilidad. Cuando estamos enfermos, estamos débiles. Estar débiles es causa de estar in-dispuestos. En la indisposición no podemos hacer lo que podríamos o deberíamos hacer, por ejemplo, atender una llamada, atender a una visita o ir al lugar en el que se nos requiere. La palabra indispuesto tiene que ver con el ponerse o con el estar puestos. El indispuesto es el que no está puesto allí, tal como se lo requiere.

La indisposición nos remite a la disposición, al estar dispuestos y a los dispositivos. Los celulares o las computadoras portátiles son dispositivos, porque están dispuestos a ser usados todo el tiempo. Incluso llaman nuestra atención al punto de que no podemos dejar de usarlos. Exigen ser usados. Esto también podría referirse a nosotros. El sujeto de rendimiento, el emprendedor, es el que siempre está dispuesto, el que ya está allí para hacer, rendir y emprender. Pero resulta que a veces nos cansamos. Y como nos cansamos, nos debilitamos. Y como nos debilitamos, no tenemos energía. Y como no tenemos energía, estamos agotados. Y como estamos agotados, estamos indispuestos.

¿Qué pasa, en este sentido, con la danza? Ya sea una clase, un ensayo o el entrenamiento común, quienes danzan hacen cosas. Se hacen cosas y, decimos, esas cosas que se hacen cansan. ¿Cómo sabemos que nos cansan o que estamos cansados después de hacer lo que se hace? ¿Cuáles son los síntomas? Uno es que da sueño. El sentir sueño es síntoma de cansancio. A pesar de ello, sin embargo, se siguen haciendo cosas. Y no sólo en la danza. En una sociedad del cansancio, a pesar de él, a pesar de nosotros, y a pesar de nuestro pesar, seguimos como si no lo estuviéramos, como si nada nos pasara. A pesar de ya no poder más, ahí vamos, seguimos. Ahora bien, el cansancio puede ser del día y está bien. Es normal que uno se canse, que a uno le dé sueño y ya no quiera saber nada más. Tener sueño, querer dormir, es un buen síntoma, por supuesto. Es una intención que uno descubre, porque algo allí funciona. Se nos ha enseñado que el sueño repara las fuerzas, aunque esto puede depender de cómo se duerme y por cuánto tiempo. Son factores muy variables. Podemos dormir mal, podemos dormir poco o podemos dormir bien.

Otro síntoma del cansancio es la desmotivación. Quiere decirse con desmotivación que no hay motivo, o que se han perdido los motivos, o que ya no hay algo que motive. Esto puede tener alcances del tipo existencial, como cuando llegamos a decir: “¿Y todo para qué?”, “¿Pero qué necesidad?”, “¿Para qué tanto problema (existencial)?” Digo existencial, porque puede llegar a un punto en el que el cansancio es también existencial. Los jóvenes o los adultos que han alcanzado tal nivel de cansancio se avientan de un puente. Por eso hay algún sitio en el que han tomado medidas como poner letreros e imágenes para motivar, devolver los motivos para vivir, para esperar lo mejor de la vida, aunque en el fondo quieren decir “sigue produciendo”, “sigue trabajando”, “sigue cansándote”, “lo haces por un buen propósito”, “tienes un fin al que tienes que llegar”, etcétera. Por eso para algunos las frases motivadoras ya no funcionan. Ya sólo se quiere dormir, pero para siempre.

Pero, para no seguir, por el momento por esa vía tan deprimente, aunque permanezca latente, volvamos a las ganas de dormir. Se nos enseña comúnmente que dormir repara fuerzas. ¿Qué decimos con reparar, con que se reparan las fuerzas? En principio que descansamos. Descansar significa “dejar de estar cansado”, pero ¿qué es estar cansado? Decimos que dormir repara las fuerzas. Algo se repara porque estaba descompuesto. El agotamiento del cansancio no solo tiene que ver con el vaciamiento de energía, como sucede con las pilas. Si son recargables, decía, las conectamos a la energía eléctrica para que se recarguen. Pero, respecto al reparar las fuerzas como descansar, no decimos “recargar fuerzas”. Decimos “reparar fuerzas”. ¿Es porque algo está descompuesto? ¿Algo que ha dejado de estar compuesto? Algo compuesto puede ser cualquier cosa conformada con o por otras cosas. Piénsese en una pintura. ¿De qué está hecha? Del marco, el lienzo, el yeso con el que se prepara el lienzo, los pigmentos, etc. Todo eso compone, por una parte, la materialidad de la pintura. El concepto, por otra parte, se compone a partir de las formas, los colores, etc. Un pintor habla de composición, un músico habla de composición también e incluso en la danza podría hablarse de composición. Decir que algo está compuesto no es solo que algo está hecho de partes, sino que lo hacen lo que es, como una pintura, una melodía o una coreografía. Los artistas componen, pero no exactamente porque reparen algo descompuesto. Pero volvamos al asunto. Reparamos algo cuando está descompuesto. ¿Podemos reparar una pintura? Puede ser. Pero ¿se trata de reparar o de restaurar? No es lo mismo. ¿Qué reparamos? Vamos al contexto básico. Cuando decimos que vamos a reparar algo, lo decimos porque lo que queremos reparar ya no sirve como debería, como pasa con los automóviles. Los carros se reparan. Los llevamos con un mecánico. Una forma de reparar uno es sustituyendo una pieza por otra, sustituyendo una pieza dañada por su refacción. También, por ejemplo, si sucede una falla en la instalación eléctrica, no exactamente en el foco, es necesario repararla. Si algo falla en la instalación del drenaje, hay que repararlo. Si una refacción lo es porque funge de sustituto, por ella se cambia una cosa por otra, ¿qué hacemos cuando decimos que reparamos fuerzas? ¿Qué sustituimos? ¿Entonces, por qué decimos que reparamos fuerzas? Porque no siempre se repara sustituyendo piezas. Pensemos en lo que sucede con ciertos aparatos de los que decimos que tienen “un falso contacto”. ¿Han escuchado eso? Sólo hay que darle un golpe y ya. Con eso se ajusta de alguna forma. A veces, en cambio, hace falta tomar el destornillador, apretar un poco el tornillo, ajustar el cable y con eso se repara. El ajuste es una forma de reparar. Ajustar las fuerzas, tirándose en la cama, dejando de hacer, en eso parece consistir reparar las fuerzas. Esas que se han descompuesto por el esfuerzo.

¿Qué otros síntomas hay relacionados al cansancio? Bajo rendimiento. Un sujeto de rendimiento es este sujeto (persona, humano, hombre, mujer) que rinde en la medida en la hace y produce. En consecuencia, todo debe tener provecho o beneficio. ¿Para quién? En teoría, para el mismo sujeto. ¿Por qué? Porque, de alguna forma, es el ideal, eso a lo cual todos debemos aspirar: el ideal del emprendedor. Este es el sujeto de rendimiento. ¿Qué es el emprendedor? El que emprende. ¿Y qué emprende? Un negocio. ¿Pero qué pasa con el emprendedor? Ocurren dos cosas en ese sentido. En primer lugar, el emprendedor emprende un negocio, con lo cual se convierte en jefe de sí mismo. Esa es la clave. Las empresas parecen funcionar de esa manera. Las empresas son el producto de un emprendimiento; son el producto de alguien que las emprendió. Ser jefe de uno mismo significa que no se necesita a ningún capataz que detrás de uno mismo diciéndonos qué hacer ni que hay que hacer. Yo, cada uno, decido qué hacer y cuándo hacerlo.

Imaginemos una época en la cual Gea, la madre Tierra, engendra a Urano, el Dios del cielo. Juntos engendran a los titanes. Urano se vuelve un tirano y Gea se organiza con sus hijos, en especial con Cronos (el dios del tiempo), para derrocar a Urano. Urano le advertirá a Cronos que, así como lo trató, lo tratarán sus hijos. ¿Y qué hizo Cronos? Se casó con Rea, una titánide, su hermana, y se come a los hijos que tuvo con ella. Se come a Hestia, Deméter, Hera, Hades y Poseidón. Al final, comerse a Zeus, pero Rea, ya cansada del asunto, lo oculta. Cronos, cegado por el terror de perder su trono y lugar como rey de los dioses, no se da cuenta que Rea le da una piedra. Zeus fue criado por una cabra y por los Curetes. Algo muy interesante es que Zeus es el más grande de los Curetes, quienes eran guerreros divinos que también practicaban la danza. Bailaban para hacer ruido y ocultar el llanto de Zeus, evitando que fuera descubierto por Cronos. Zeus aprendió a bailar la danza militar junto a sus cuidadores. Luego de esto, conoce a Metis, otra titánide, de quien se enamora. Metis le proporciona el brebaje que Zeus luego usa para que Cronos vomite al resto de sus hermanos. Con la ayuda de sus hermanos, Zeus los derrota. Esta batalla involucró gigantes, titanes y otros dioses. Al final, los dioses de la tercera generación ganan y se reparten el mundo. Y los titanes de segunda generación, hermanos de Cronos, pero que habían ayudado a Zeus, se quedan para apoyar. Entre ellos hay dos hermanos, Epimeteo y Prometeo. El resto de los titanes, Cronos y los malditos que se oponían al dominio de los dioses como Zeus, terminan en el tártaro. Zeus le encarga a Epimeteo y Prometeo que repartan dones a los seres vivos del planeta. Epimeteo se emociona y les da dones a todos, pero se le olvida una criatura: el ser humano. Por eso no tenemos colmillos, garras, o pelaje para protegernos del frío, etcétera. Y Prometeo siente compasión por estas criaturas débiles que no recibieron nada, así que roba el fuego divino del Olimpo y se los da a los hombres. Con eso generó una problemática enorme, de acuerdo con la mitología, porque al darle el fuego les da la posibilidad de dominar la noche, de calentar y de cocinar sus alimentos tecnológicamente. Después Zeus tuvo que corregir un poco el asunto, porque al tener el fuego, podían hacer cosas geniales, pero se peleaban entre ellos. No sabían comportarse correctamente y se empezaban a matar. Zeus terminó pidiéndole a Apolo que les enseñara a comportarse civilizadamente. Zeus se enoja con Prometeo y lo encadena una montaña. Su castigo eterno consistiría en que un águila le comiera el hígado durante el día, que se regeneraba durante la noche, para reiniciar el castigo al día siguiente. Esquilo plantea un poco más allá el mito, diciendo que Prometeo le advierte a Zeus que un descendiente suyo lo va a destronar. Zeus, en lugar de hacer lo que hizo su padre, esto es, comerse a sus hijos, se comió a su primera esposa, a Metis quien ya estaba embarazada. Luego Atenea nació de la cabeza de Zeus.

Prometeo encadenado representa al sujeto de rendimiento, al emprendedor, ya que se encadena a sí mismo a su propio proyecto de emprendimiento, a su empresa. Prometeo encadenado es idéntico al águila. No sólo se encadena el sujeto de rendimiento a su empresa, sino que se esmera y acicatea constantemente a sí mismo para hacer lo que tiene que hacer para mantener la empresa. Se nos ha dicho: “si vas a emprender algo, llévalo hasta sus últimas consecuencias”. Pero ¿por qué debería empezar a leer un libro hasta terminarlo? ¿Por qué tendría que torturarme para terminarlo? ¿O ver una película que me aburrió? ¿Por qué tendría que terminar de escuchar un mal disco? Si se empieza una carrera, hay que terminarla. Los niños desde primaria hasta la prepa van obligados a la escuela. Están los papás detrás, pero ya no cuando se entra a la universidad. Los universitarios ha de terminar la carrera que eligieron, porque la quisieron. El águila y Prometeo son lo mismo. La consecuencia es que, si nosotros mismos nos hemos vuelto capataces de encadenarnos a nosotros mismos como sujetos de rendimiento, llega un punto en el que el cansancio empieza a ser indicativo del síndrome del burnout. Cuando “nos quemamos” no sólo arruinamos nuestro cuerpo, también arruinamos nuestra voluntad. Ya no queremos hacer nada más. La consecuencia última de arruinarse la voluntad de existir es el suicidio. Hay lugares hipermodernos, porque llevan al extremo por exceso el emprendimiento y el rendimiento.

Quien danza es prometeico. Es muy común en los hacedores de danza, o los que bailan, esta sobre-exigencia prometeica, como si en el ultra-cansancio se encontrara una veta de epifanía o de otra posibilidad sensitiva. Es muy común, y varios directores teatrales nos llevaban al extra-agotamiento y al ultra-cansancio, para después subirnos a la escena, hacer ejercicios de improvisación. Sí llegan a surgir cosas geniales, pero también ocurre que con el ultra-cansancio o la sobre-exigencia viene un bloqueo sensitivo.

Una vez que ingresamos al mundo laboral, la actividad pasa a convertirse en una situación de sobrevivencia. Ya no se trata de vivir. Se está como en una especie de batalla, tan sólo por la competencia en la que nos vemos sumergidos. Se ha llegado a comparar al mundo laboral con una jungla y en la jungla sólo hay algo que hacer: sobrevivir. Y así es porque hay otros cazadores, hay bestias salvajes y muchos peligros. El sujeto de rendimiento es el que dice “tengo que rendir, porque si no rindo, dejo de tener rendimiento”. Rendimiento es otro nombre para el dinero como ganancia. ¿Por qué se puede dejar de rendir? Por tener sueño, porque duele algo, por no querer hacerlo, aunque siempre se termine haciéndolo. Cuando dejamos de rendir, dejamos de producir en múltiples sentidos. Producir significa hacer la tarea, entrenar, mantenerse al día. La palabra rendimiento, que tiene que ver con rendir, también tiene que ver con rendir cuentas. El sujeto de rendimiento es el que rinde cuentas. ¿Qué significa? Pues que nos explica, nos expone, nos platica qué hizo. El sujeto de rendimiento es el que puede rendir esas cuentas. El que puede decir “hice esto, hice aquello, hice lo demás”. Si no podemos hacer eso, ¿qué pasa? Nos cuestionan. “Rendir” es nunca “rendirse”. El sujeto de rendimiento que rinde cuentas de su quehacer emprendedor no puede rendirse, porque si se rinde, entre otras cosas, es un fracasado. Y por supuesto, se genera una crisis complicadísima. No sólo es una crisis frente a los demás, es la crisis frente a uno mismo. “¿Pero por qué no pude lograrlo? No puedo rendirme frente a mí mismo”. El sujeto que se rinde se vuelve un muy mal modelo para los demás. Si algún estudiante se rinde, se vuelve modelo, para bien y para mal, para quienes vienen detrás. Lo común es que se para mal. Por eso los profesores no pueden rendirse. Pueden estarse muriendo del dolor en la columna, pero van a estar aquí dando clase, porque son modelos de los estudiantes.  Y si se ve que él o ella puede, cada estudiante puede seguir rindiendo.

Es muy triste, porque a pesar de tener muchas ganas de rendirse por el cansancio, no se tiene autorizado, ni rendirse ni cansarse. Con la columna mal se da clases. Un profesor de danza marca los ejercicios para que el alumno tenga la posibilidad de decidir no hacerlo. Hay un miedo atrás de moverse y la justificación inmediata es que “estoy cansado, no estoy rindiendo” y, por el dolor y el desgano, “miedo moverse”.

¿Tan malo es rendirse? El cansancio es una forma de rendirse. Incluso quienes danzan, puesto que hacen una de las artes más antiguas y tienen un perfil creativo, están dentro de una sociedad que exige que sean sujetos de rendimiento, que no muestren que se cansan, aunque estén muy cansados. Quienes danza, se ha llegado a decir, son atletas de alto rendimiento. ¿Por qué? Por el esfuerzo y las innumerables horas de entrenamiento. Se trata del sobreesfuerzo. El atleta de alto rendimiento es aquel para el cual su deporte es su trabajo. El deporte ya no se hace por puro y simple gusto. Es un trabajo y una profesión para los deportistas. Quienes danzan son, en ese sentido, atletas de alto rendimiento, también, por su sobreesfuerzo. Y la danza también es un trabajo, porque es una profesión.

Cuando se debe elegir una profesión los padres comúnmente tienden a advertir: “estudia lo que te gusta, porque si te gusta lo vas a hacer bien”. Al sujeto de rendimiento tiene que gustarle lo que hace e incluso tiene que gustarle su sufrimiento por lo que hace. La paradoja es obvia. Si gusta lo que se hace, gusta incluso el efecto doloroso. El dolor o el sufrimiento de eso que se hace hasta se disfruta.  El sujeto de rendimiento es masoquista, incluso sádico, a la vez, si aceptamos que Prometeo y el águila son uno y el mismo. Cuando ya se trabaja se dice: “te tiene que gustar tanto que ya no lo veas como un trabajo”. Tiene que ser una pasión. La palabra trabajo viene de latín tripalium que significa tres palos. Era un instrumento de tortura. ¿Por qué le llaman al pago por nuestro trabajo salario, que tiene que ver con la sal? ¿Qué hace la sal con los alimentos? Salarlos, sazonarlos, darles sabor. Entonces buscamos un trabajo con un buen salario, porque lo común es que no nos guste trabajar y en consecuencia que no nos guste el trabajo, de allí que haya que sazonarlo, para tragarlo. Pero si no se lo ve como un trabajo, mejor para las empresas. El trabajo ha de gustarnos, o sea, no ha de ser un trabajo y ha de gustarnos tanto que incluso lo hagamos con pasión. El trabajo deja de ser trabajo, es la primera consecuencia del gusto que mueve al emprendedor, aunque, hay que admitirlo, nunca va a dejar de serlo. Además, por mucha pasión que se imprima, o que se quiera ponerle a lo que se hace no siempre nos va a ir bien. O sea, es pretender demasiado, casi al nivel de una especie de fanatismo, pensar que “siempre me va a ir bien”. Aceptemos que nos pasan cosas en la vida y no todo nos gusta. Más aún, la palabra pasión se ve reducida a un sentido derivado o secundario. Significa, en el contexto que venimos exponiendo, algo así como emoción y gusto extremos de meterse a fondo, de hacer algo con ímpetu, con ganas, con fuerza. Este sentido tiene que ver con romance, al punto de que uno debe enamorarse de su trabajo. Y como sucede cuando uno se enamora, las cosas se hacen con gusto y se facilitan. Pero pasión tiene que ver, en su origen, con lo que se padece y lo que se padece es lo que normalmente se sufre o hace sufrir. El amor se sufre también.

Una estudiante me dijo: “La maestra… nos dijo que valoráramos nuestro cansancio. Y yo… mirando al techo me preguntaba justo en cómo lo valoro, mientras no sentía las piernas”. El cansancio tiene que dejar una lección, y la lección es que, si quiero seguir haciendo lo que me gusta, pues tengo que descansar. No puedo seguir haciendo lo que hago indefinidamente hasta que me queme o me truene y no pueda ya hacer más nada, física, mental y existencialmente. Pero, lo triste del dicho de “valorar el cansancio” está en que no es la lección aducida del cansancio. Es, más bien, más como cuando en el gimnasio nos dicen que si duele, sirve. Lo que se nos pide en la sociedad del rendimiento es abrazar el dolor. Pero yo me duelo a mí mismo.

Somos, actualmente, una sociedad en la cual no estamos dispuestos a recibir críticas, rechazos, fracasos, frustraciones, cosas negativas. Todo ha de ser positivo. El ejemplo de Facebook es oportuno. En Facebook todo es pulgar arriba, todo es “me gusta”. Actualmente incluso hay “lo adoro” o “lo amo” o algo semejante. “Me importa”, también. Esa es la positividad. ¿Qué pasa si todo está bien? En un montaje o en una coreografía, que se hace con el mayor esfuerzo posible, a la que todos aplauden y felicitan, puede aparecer un sujeto negativo que dice “híjole, como que te equivocaste en tal o cual cosa”. Contra cien comentarios positivos, uno negativo nos hunde. Uno solo. Eso ya queremos aceptarlo, porque buscamos aprobación a ultranza. Queremos que nos vaya bien en todo, por eso nuestro gusto desmedido por la aceptación, los likes, los pulgares arriba, los buenos comentarios. Todo ello parece indicar éxito. Pero debemos entender que sí nos podemos equivocar. A cada rato “metemos la pata”. A veces, incluso, hay circunstancias de lo más aleatorias que no dependen de uno. O sea, todo podría ir bien en un principio. El ensayo quedó magnífico, pero, por ejemplo, justo en el camino para llegar al evento, hubo una pequeña parte de la banqueta levantada, me pegué en el pie y ya no puedo hacer la escena. La ruina total. Es arruinarse, como a veces pensamos cuando alguien se arruina y se queda sin dinero o derruirse, como esos edificios destruidos que vemos en pueblos fantasmas o zonas arqueológicas. Arruinarse es estar en quiebra, es estar en ruinas, física y anímicamente.

De esas situaciones incontrolables vienen estos efectos extrañísimos del ánimo, tales como la depresión. Cuando estamos deprimidos parecemos estar cansados. La depresión como emoción, como sentimiento, es algo que nos pasa. Nos hunde. Una depresión fuerte prácticamente nos inhabilita. Lo que nos extraña es que depresión tenga su origen en lo económico. Una economía deprimida no produce, no rinde. Con depresión económica queremos decir que la productividad mermó, menguó, disminuyó, que no hay suficiente ganancia, que todo se mueve con mayor lentitud. Y eso, en general, es lo que se describe de nosotros cuando estamos deprimidos. Uno de los primeros síntomas de la depresión, como estado de ánimo, es que nos sentimos cansados siempre. Pero, con todo, y a pesar de la depresión y el cansancio constante, seguimos haciendo cosas, por ejemplo, seguimos yendo a la escuela, viajando en camión, yendo a las plazas los fines de semana, saliendo al antro el viernes.

Estar deprimido también implica no tener ganas. ¿Qué son las ganas? Últimamente se está criticando mucho decir “échale ganas”. “Echarle ganas” es echar algo, poner algo. Pero ¿qué es eso que se pone? Las ganas, pero ¿qué son las ganas? Lo que se quiere decir es parecido a “ponte las pilas”; quiere decir “recárgate, despabílate, pon atención y a lo que sigue”. Ganas es, o tiene que ver con la voluntad. La voluntad tiene que ver con lo que queremos. “Échale ganas” es “quiérelo”. O sea, quiere hacer lo que tienes que hacer. O sea, cuando uno ya está cansado, no falta que llegue el que dice “échale ganas”. ¿Qué quiere decir? Pues que entonces uno ya no lo quiere; uno ya no quiere saber más de eso, pero debería quererlo. ¿Qué pasa cuando la voluntad se rompe, o más bien, cuando se quiere que acabe el día, cuando ya no se quiere nada, cuando queremos tirarnos en la cama, aunque no me duerma, pero por lo menos para ya no seguir haciendo lo que estaba haciendo? ¿Qué pasa con la existencia que llega a un punto en el que ya no quiero siquiera vivir?

Todo surge, digamos, de lo más básico del quehacer diario, pero llega un punto en el que esto nos termina por hartar. Hartarse tiene que ver con el comer. Normalmente tiene que ver con el hastío, con el hartazgo, con el aburrimiento. Es quizás, un arcaísmo. Hay quienes aún dicen decir “estoy jarto”, para decir que están satisfechos, pero en el sentido de lo que sigue de estar satisfecho. En la serie animada llamada Las sombrías aventuras de Billy y Mandy, Billy, en el Valhalla, come tanto al punto de que cuando abre la boca, para comerse otra pierna de cerdo, se ve que tiene la comida hasta la coronilla, hasta la garganta, lo que le impide seguir comiendo. Eso es estar jarto. Pero cuando uno está harto, más allá de lo satisfecho en la comida, empieza a sentir síntomas de indigestión. Comer de más se acompaña de distensión abdominal y dolor. Se pueden sumar esos padecimientos, también muy actuales, relacionados con el estrés y el nerviosismo, como la gastritis, el reflujo y el ardor. Estar harto puede convertirse en una vivencia terrible. Más aún, la sensación de hartazgo, de estar lleno hasta el tope, no permite estar a gusto en ningún lugar: ni parado ni sentado ni de ninguna otra manera. De repente, con la vida nos pasa así. Nos hartamos. Nos llenamos de más. Necesitamos digerir y no digerimos, porque nos llenamos de más o no digerimos bien. Al final, quizás logremos sentirnos un poco mejor, después de un par de horas, y la digestión hará lo propio, pero no llegamos a la satisfacción. Es una cosa que tiene que ver con una condición específica del gusto. Es cierto que hay quienes saben controlarse perfectamente y no quieren comer más y ya están satisfechos, se detienen. Lo normal es que cuando uno alcanza ese nivel de satisfacción con la comida, dejen de funcionar las papilas gustativas y ya no sepa la comida. Sin embargo, cuando algo nos gusta, o creemos que nos gusta, sigue sabiendo bien. Y si sabe bien, se sigue comiendo. En la sociedad de cansancio el sujeto de rendimiento pretende que le sigue sabiendo bien su empresa y por eso se oculta que las artes, en especial la danza, son un trabajo. Pretende que el trabajo no lo es porque se hace con pasión y con gusto. Degustamos lo que hacemos, lo paladeamos, lo probamos, lo ponemos a prueba, y si nos gusta, seguimos y seguimos. Y, aunque empezamos a sentir síntomas de indigestión, nos creemos que sigue sabiendo bien.

¿Cuál es la invitación? Aprender a descansar. Pero está difícil. Cuando uno lo intenta, nomás no se puede. Me duermo, pero duermo mal. O duermo poco. Ya desde ahí empezamos mal. Me acuesto, pero empiezo a pensar qué tengo que hacer después. Trato de meditar y no pensar en nada, pero ya empiezo con los tics en las piernas. ¿Qué nos está pasando? Tenemos ansiedad. Nos da ansia. Cuando se intenta meter un hilo en el ojo de una aguja y se fracasa innumerables veces sentimos desesperación y ansia. No solo es una emoción, sino también una sensación corporal dónde se conjugan fracaso y frustración. Incluso uno empieza a ponerse mal. El Ansia puede ser angustia. La palabra alemana angst, de dónde viene nuestra palabra angustia también significa miedo o temor. ¿A qué le tenemos miedo? A fallar, a fallarle a otros, a fallarme a mí, a fallarle al propósito, a quedar mal. Es un ansia terrible lo que opine la gente de nosotros. ¿Y qué dicen nuestros padres? El problema es ese, que sabemos que tenemos que salir a trabajar. O sea, pudimos estudiar la carrera sin preocuparnos por sobrevivir, pero pues ya una vez que salimos, pues hay que “entrarle al toro”. El mundo es como una corrida de toros o un toro salvaje, para usar expresiones populares.

Cuando uno entra en la dinámica del estrés y la preocupación y la neurosis, se vuelve un hábito orgánico-biológico, y entonces se reproducen sustancias que hay que limitar conforme pasa el tiempo. Como sucede con el cigarro. La nicotina obliga al organismo a producir nuevos receptores de nicotina. Cada vez que se fuma se producen nuevos receptores y se empieza a generar esta tensión que después hace decir “quiero más, quiero más, quiero más”. Lo mismo sucede con las preocupaciones, con las emociones que uno siente. Lo que quiero decir es que las emociones sí tienen un correlato biológico-bioquímico, pero que de alguna manera surgieron de ideas o creencias o imposiciones. ¿Por qué nos preocupa lo que nos preocupa?

¿Qué de la sociedad del cansancio puede verse reflejado en la formación dancística? Pues que se busca una perfección, un idealismo, positividad, disciplina, pasión. Disciplina y pasión. Típico, si quien danza no tiene disciplina, no puede ser bailarina o bailarín. Y tiene que apasionarse por lo que hace, enamorarse de ello, de forma patológica, podría decirse. Entrenar con dolor, con agotamiento, con enfermedad, con emoción, con motivación se escucha decir a los profesores, a los directores, que hoy se han vuelto, mejor dicho, entrenadores, adiestradores, incluso ideólogos. Aunque se esté enfermo, se es sujeto rendimiento.

Así pasa y lo que sigue es un testimonio: “Me estoy muriendo de hambre, pero ya es hora de la función. Es que perdí el apetito”. “¿Por qué perdiste el apetito?” “Por depresión”. “¿Por qué te deprimiste?” “Es que la maestra me dijo que lo hice mal. Pero luego me apasioné tanto en ello…”. Y luego uno empieza a justificarse: “Lo he hecho con gusto y pasión todo este tiempo. ¿Cómo es posible?” Luego hacemos las coreografías y todos terminamos bien cansados y dicen “bien, ya la marcaron, ahora háganlo”.

Llegados a este punto notemos que se dice que el arte es humano, que es la actividad más humana, que humaniza, y eso hace sentido, pero nunca dejan ser humano en la formación artística al aspirante a artista. ¿Para qué se supone que es el arte? Para humanizar. Sí, pero resulta que se vuelve una maquinaria que deshumaniza y por eso estamos siempre cansados.

¿Y entonces qué más significa cansancio? Agotamiento, indisposición, desmotivación, hartazgo, poco rendimiento, sueño, dolor, ansiedad, depresión, hambre o falta de hambre. Y, también, deshumanización. El cansancio, ese que se ha dicho que es ultra, deshumaniza. Las artes cansan. Las artes, por tanto, deshumanizan.

Más aún. Y no solo pasa en las artes. La familia, los amigos, nuestras interacciones personales y sociales tienden constantemente a la deshumanización. Vivimos en una sociedad y cultura deshumanizante. Nuestra existencia dentro del sistema (como, por ejemplo, educadores) se justifica en producir nuevos sujetos que se propongan producir. Esa es la meta. Sea la carrera que sea. Reproducimos eso de dar, dar y dar, rendir, volver a dar, pero ya no como un acto de amor (hasta que duela), sino hasta que los otros reconozcan que se es capaz de dar eso que se concreta en productos, cosas o actividades (espectáculos, obras).

Nos cansamos porque tenemos energía, del griego en-ergon, esto es, capacidad para trabajar, hacer y producir. Medimos nuestra vida en tiempo de trabajo, en tiempo de rendimiento. Cansarse es sentirse sin energías. Pero mientras descansamos, dejamos de rendir, de producir.

Ser uno su propio amo es la otra cara de ser uno su propio esclavo. La motivación se mengua con la falta de energía, pero aquella debe de quedar para cuando la energía vuelva, para volver a darle. ¿Por qué?, ¿para qué? Porque si no puedo, no soy capaz y si no soy capaz, estoy en un lugar que no me corresponde. Siempre habrá (potencialmente) otros que quieran el lugar que tengo, aunque sea una ilusión, una promesa. Pero ¿de qué? De que se merece lo que se desea. Y ¿qué se desea? Ser alguien y que seamos reconocidos, que nos aprueben, que, como dijeran nuestros estudiantes, nos validen. ¿Qué somos mientras no somos lo que deseamos? Solo eso, deseo que desea ser. El deseo nos consume y nos motiva, nos mueve, nos explota y por él nos auto explotamos.

Se ha encontrado placer o agrado en el cansancio, porque es la recompensa de que estamos cumpliendo nuestra cuota. El desgaste es la inversión por obtener o disfrutar de nuestros deseos. El cansancio inspira y justifica del desgaste. El cansancio es un dato de que podemos, de que debemos poder. Es parte del ritual del culto por el hacer, por el producir, por la rentabilidad. Es rendimiento. La ganancia requiere el desgaste, el consumo y el agotamiento de nuestro cuerpo y nuestra mente.

Hemos llegado a una conclusión indigesta. ¿Cómo la digeriremos?

Juan Granados
Artículo publicado el 22/05/2024

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