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Homosexualidad y democracia

por Jaime Vieyra-Poseck
Artículo publicado el 10/11/2007

Publicado también en Primera Línea (La Nación)
y elquintopoder.cl

 

Los sistemas ideológicos y las instituciones fueron creados por personas de carne y hueso que pertenecieron y pertenecen a una época histórica determinada. Y a pesar de que estos sistemas ideológicos e instituciones fueron imaginadas, creadas y plasmadas por personas o grupos concretos, se han transformado en una realidad tan cotidiana que se perciben como algo casi innato a la condición humana, siendo en realidad construcciones socioculturales.

Una de las invenciones más prodigiosas hasta ahora, es la creación de la democracia. Si nos ceñimos a los hechos históricos y somos rigurosos y exhaustivos, podemos afirmar que fue creada también por hombres homosexuales. Estos señores de la Grecia Clásica ―últimos años del siglo VI a.C.―, que fue cuando se creó la democracia como sistema político, eran decidida y felizmente homosexuales, en un contexto sociohistórico donde la homosexualidad estaba institucionalizada y formaba parte de la socialización en el programa educativo de los grandes guerreros y deportistas (que eran los ídolos de la época), de sabios y políticos.

En efecto, el adolescente guerrero y/o deportista debía cumplir con una etapa en su formación superior (en lo que hoy llamaríamos un doctorado) en el cual era asesorado por un profesor-sabio que le enseñaba los secretos de la sabiduría en su especialidad. Parte importante de esa formación, era ser el amante del profesor-sabio. Así, la formación formal se enraizaba con las relaciones íntimas, que podían ser sanamente homosexuales. Sin ningún género de dudas, es de agradecer la creación de la democracia como forma de ordenamiento social, político y cultural, especialmente a muchos de estos señores homosexuales que la crearon, por ser “el menos malos de los sistemas”, según el viejo y sabio conservador, Winston Churchill, (1874 –1965).

En democracia, el pensamiento, que en sí es un proceso siempre bello, puede florecer ya que la circulación libre de todas las ideas y expresiones culturales en un encuentro mestizo y pluricultural, permiten que la belleza se plasme en obras y sistemas de todo tipo de formato. Este gran fresco se puede crear por la necesaria adhesión del fundamento democrático que es el derecho a la liberta con todas sus especificidades para enriquecimiento propio y de todos; lo individual ―que en realidad es una ilusión porque ningún ser humano puede existir sólo por sí mismo― en democracia está siempre unido a la comunidad que, sin ella, no podríamos desarrollarnos individualmente.

En este sentido, podemos afirmar que la democracia es bella. Toda esta maravilla fue creada por personas, en su mayoría, hombres homosexuales y bajo un sistema en que esta orientación sexual otorgaba, en ciertos ámbitos importantes, prestigio social. No hay que dejar de mencionar aquí que el sistema antagónico, la dictadura (sean de derecha o de izquierda, en nuestra terminología contemporánea) es paupérrima en ideas; casta y pacata; lúgubre y tétrica y, por eso, repugnante y asquerosa. En la dictadura la belleza de la tolerancia y de la diversidad está eliminada por una sola idea dogmática, totalitaria y oscurantista.

Esta uniformidad ideológica paralizante de la dictadura convierte la belleza automáticamente en subversiva y disidente por el eterno y delimitadísimo restrictivo dogmático que es el paradigma del sistema totalitario, lo que lo convierte en un régimen antiestético, grosero y grotesco y antinatura. La belleza en un sistema dictatorial se transforma en revolucionaria por ser trasgresora, irreverente y desenfadada porque colisiona frontalmente con la fealdad y opacidad de la dictadura.

No hay que dejar de mencionar aquí tampoco que mientras nacía y florecía la democracia bajo un sistema donde la homosexualidad estaba, en gran medida, institucionalizada, había graves asimetrías en cuanto a los derechos civiles, vistos desde la perspectiva actual. Así pues, las mujeres estaban marginadas del sistema y su rol social sólo tenía relación con su capacidad reproductiva de la vida humana. Las mujeres tenían prácticamente el mismo estatus social que las personas esclavas.

Sin embargo, la mujer con el desarrollo de la democracia, y sólo por ésta y la fortaleza de propias mujeres, ha logrado a través de los siglos ir consolidando sus derechos civiles y humanos, cuya cristalización, en cuanto al movimiento de liberación de las mujeres ―y casi paralelamente al de la comunidad LGBTIQ+―, comienza a plasmarse, ya organizado, desde principios del siglo XX hasta que en la actualidad su liberación, liderado por el movimiento feminista, ha construido la más grande e importante revolución social y democrática del siglo XX, aún en pleno desarrollo.

Hay que agradecerles a esos señores de la Grecia Antigua, donde nació la democracia como sistema de ordenamiento social, cultural, político y económico, donde tuvieron una participación importante los hombres homosexuales, por heredarnos el “menos malo de los sistemas políticos”.

Esta verdad que no está escrita en la historia oficial, debería incluirse.

Jaime Vieyra-Poseck

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