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Análisis del adoctrinamiento moral en los procesos educativos.

por Felipe Mujica
Artículo publicado el 28/12/2019

Resumen
Los estados modernos se caracterizan por configurar políticamente una doctrina moral que se refleja, en parte, en su legislación vigente. Además, dichas doctrinas se encuentran influenciadas, en gran parte de los países, por repertorios morales internacionales, como el de los derechos humanos universales. Por ello, este escrito analiza los sentidos que pueden asumir la educación, formal y no formal, de aquellas ideas.

Palabras claves
educación formal, derechos humanos, valores morales, educación familiar.

 

Introducción
“La moral es tan amplia como los actos que conciernen a nuestras relaciones con los demás. Y potencialmente esto incluye todos nuestros actos, aunque no se piense en sus efectos sociales en el momento de su realización” (Dewey, 2004, p. 297).

La moral hace referencia a una posición, decisión o acción que, con o sin conciencia, una persona asume sobre lo bueno o malo de algún aspecto teórico o práctico. Así, se entiende que “la moral es la regla de la acción humana, y la moral iniciada por Sócrates, es el cuerpo de doctrina que fundamenta, establece, explicita, describe y aplica esa regula morum” (Quintana, 1995, p. 19). Por tanto, evidentemente, en las diferentes épocas históricas han existido múltiples doctrinas o ideologías morales que han pretendido orientar al ser humano. Con respecto a nuestra era contemporánea, se ha señalado que la doctrina o repertorio moral más importante a nivel global es la declaración de los derechos humanos (DD.HH) universales (Montero, 2016). Dicho planteamiento es coherente con las consecuencias institucionales que han tenido dichos postulados a nivel internacional, convirtiéndose en un discurso hegemónico en materia del buen y mal quehacer humano. No obstante, es cierto que es un repertorio que, por su falta de precisión, por las consecuencias de su aplicación, por sus ambiciosos ideales y por su complejo contenido, ha suscitado muchas críticas en su contra (Gómez-Esteban, 2009). Sin embargo, a pesar de dichos cuestionamientos, reciben un amplio apoyo de la comunidad internacional, sobre todo, porque florecieron para evitar aberraciones humanas como los tantos genocidios que nuestra memoria histórica recuerda.

En función de la transversalidad que ha tenido la moral en la historia de, por lo menos, los dos últimos milenos, es posible afirmar que, en los tiempos actuales, es casi imposible mantener una total neutralidad moral sobre los múltiplesasuntos de la vida en sociedad. Principalmente, porque todos los estados, democráticos y totalitarios, presentan diversos posicionamientos morales. Y, por supuesto, en la actualidad pueden ser valorados en función de su relación con los DD.HH. Asimismo, ha sido común apreciar estados que declaran estar a favor de respetarlos y, en la práctica, los transgreden. Igualmente, amparados en otros principios morales, algunos estados se posicionan a favor de algunos derechos, y en contra de otros, lo cual también responde a la diversidad ideológica que existiría en sus territorios. Y, dada la falta de consenso en torno a las delimitaciones de algunos DD.HH, a nivel político las naciones se toman el derecho de aplicarlos en función de su propia interpretación. De este modo, los estados que se adhieren al respeto de dicha doctrina, asumen una postura que, sin duda, rompe la inercia moral.

Con base en lo mencionado anteriormente, es posible destacar el ámbito de la educación entre uno de los principales procesos de transmisión de las convicciones en materia de DD.HH. En este sentido, la educación no formal y formal, debe enmarcarse en los aspectos legales que cada nación ha establecido y, por lo mismo, respetar los postulados morales que implican deberes y derechos paralas personas. Por ello, es preciso comprender que todos los fines pedagógicos tienen implícito un carácter moral (Dewey, 2004). Algunos breves ejemplos sobre los postulados morales que, en muchas naciones, se asumen en las instituciones educativas, sería la prohibiciónde la violencia, de la pena de muerte, de los actos terroristas, del consumo y venta de algunas drogas,etc. O sea, cada nación en su legislación encuentra una serie de leyes que constituyen, en parte, su doctrina moral y política. Cabe destacar que la palabra doctrina representa un conjunto de ideas (Real Academia Española, 2019a) y, consecuentemente, el término adoctrinar alude a inculcar un conjunto de ideas (Real Academia Española, 2019b). Entonces, evidentemente, la doctrina moral de una nación se transmite por diferentes medios gubernamentales y, por cierto, al ser encarnada por la ciudadanía se inculcaría, también, por la sociedad civil. Y, precisamente, uno de los entornos privilegiados es la familia. Esto demuestra la complejidad de los temas valóricos que enfrenta a la ciudadanía, ya sea por temas religiosos, filosóficos o políticos. Y, en particular, la dificultad que enfrentan los estados cuando se materializan cambios en las legislaciones, ya que se modifican las ideas, en cuanto a lo que se permite y prohíbe, de modo que la doctrina moral se suele actualizar regularmente.

Sin duda que, en líneas generales, el término adoctrinar, o adoctrinamiento, suele ser valorado negativamente en términos sociales y, erradamente, como algo que es contrario a la educación. En efecto, dicha terminología se suele asociar a los procesos más indeseables de la historia humana, como, por ejemplo, la inquisición en la época medieval o las dictaduras de la época moderna. Sin embargo, lo que se suele rechazar no es la esencia del adoctrinamiento, en este caso moral, sino que, referido principalmente a la forma, la brutalidad con que se han desarrollado en el pasado dichos procesos. O, por otro lado, la falta de pensamiento crítico en dichos procesos.Como se ha planteado anteriormente, adoctrinar moralmente es transferir una idea sobre lo correcto o lo incorrecto y, sin duda, en la actualidad existe un consenso sobre la importancia de inculcar valores morales, rechazando, por ejemplo, lo malo que es la esclavitud. Entonces, ante aquella concordancia moral transversal, sería bien visto adoctrinar desde la infancia a las personas sobre lo malo que fue esclavizar a otras personas. En este sentido, es comprensible que los educadores no duden frente a los educandos en promover lo indeseable que es dicha acción y, de una u otra forma, inspiren un sentimiento en esa dirección moral. Es decir, es imposible, e indeseable, educar moralmente sin inculcar ideas y sentimientos sobre lo correcto e incorrecto, de modo que, de alguna forma, adoctrinar la moral de las personas. De lo contrario, el estado y los educadores, deberían mantener una constante neutralidad sobre los hechos sociales, lo cual, evidentemente, es una utopía. Por lo mismo, el debate sobre la formación moral de las personas debe, en primer lugar, reconocer el adoctrinamiento moral que se desarrolla en los estados modernos y, en segundo lugar, centrar la discusión en la forma y el fondo de dicho proceso.

Con base en lo mencionado anteriormente, este ensayo tiene por objetivo analizar dos diferentes sentidos que puede asumir un estado para adoctrinar o inculcar sus aspectos morales por medio de la educación formal.

Sentidos de adoctrinamiento moral
Partiendo de la premisa que, claramente, todos los estados, democráticos o totalitarios, adoctrinan la moral de su ciudadanía por medio de la legislación vigente y su reproducción en los entornos socioculturales, es preciso reflexionar sobre el rol que puede asumir la educación. En efecto, se reconocen dos claros sentidos morales, uno acrítico y otro crítico.

Un sentido acrítico de la educación, formal y no formal, frente al adoctrinamiento moral del estado, sería asumir una actitud pasiva y, simplemente, reproductiva de los juicios de valor en torno al comportamiento humano que dicta la justicia de cada nación. De este modo, no sería necesario comprender la genealogía de los postulados morales, ya que lo importante sería obedecer y no cuestionar, o reflexionar, sobre lo permitido -correcto- o lo prohibido -incorrecto-que señalan las leyes. Cabe destacar, que muchas familias podrían asumir dicha postura por múltiples motivos, desde estar limitadas para ilustrar a sus hijas(os) hasta carecer de interés para ello. Entonces, por lo mismo, es fundamental que la educación formal asuma dicho desafío. Sin embargo, las instituciones educativas también pueden asumir dicha postura acrítica, por medio de una educación moral superficial y desvalorada frente a las otras temáticas educativas.

Por otro lado, en sentido contrario al anterior, se encuentra un sentido crítico de la educación formal ante el ordenamiento moral de la sociedad. Es decir, una formación moral que fomente la comprensión de los fundamentos filosóficos, teológicos y políticos que se encuentran inmersos en la doctrina moral de las naciones y su relación con los derechos humanos universales (Beuchot, 2004; Ezcurdia, 1987;Papacchini, 2003). Asimismo, incluiría los acontecimientos históricos que han favorecido o perjudicado las diferentes posiciones ideológicas en los diferentes lugares del mundo. Aunque, es cierto que, dada la dificultad de abordar exhaustivamente las posturas ideológicas de todos los temas sociales, habría que hacer el esfuerzo por analizar las más importantes en el territorio de cada centro educativo y, por supuesto, a nivel global. Igualmente, otorgaría las bases teóricas suficientes para que cada persona pueda investigar y auto-educarse sobre los temas que no sean abordados en los centros educativos. Además, ilustraría a los aprendices sobre el dinamismo de la actual doctrina moral que se refleja en la legislación, debido a que existe una constante disputa política que enfrenta ideologías para competir por lograr la hegemonía moral. En este sentido, informar que, los educandos pertenecientes a naciones democráticas en el futuro cuando cumplan la edad necesaria, podrán aportar a la decisión de las personas que afectarán o mantendrán la doctrina moral del país. Igualmente, sería pertinente reflexionar sobre la importancia que tiene participar de aquellas importantes decisiones, revisando las consecuencias que tiene cada ideología y, de forma complementaria, contrastarlas con otros sucesos históricos nacionales e internacionales. Así, la familia, dentro de sus posibilidades, tendría la posibilidad de asumir este importante reto de educación cívica de sus hijas(os) en su largo proceso de desarrollo. Y, en el caso de la educación formal, es preciso señalar que, por la complejidad y envergadura de los contenidos mencionados, estas acciones pedagógicas podrían ser aplicadas en diferentes niveles y disciplinas educativas.

Con base en lo mencionado anteriormente, en el marco de una globalizada tecnificación y mercantilización de la educación formal (Mujica-Johnson, 2020; Nussbaum, 2016; Oliva y Gascón, 2016), es necesario señalar que dichos procesos pedagógicos se han estado encaminando, en parte, por una perspectiva acrítica ante el adoctrinamiento moral a nivel estatal. Y, por cierto, esta actitud pedagógica no beneficia al desarrollo personal y, por consiguiente, amenaza a toda la humanidad, ya que dicho sentido promueve la ignorancia y el desentendimiento de los temas más transversales que tiene la vida en sociedad. O, en el peor de los casos, fomenta el extremismo ideológico, y la intolerancia, ante la diversidad de posturas morales, debido a que no se realizan mayores esfuerzos para que las personas comprendan el fondo de las diferentes miradas ante un mismo asunto o problema. Por tanto, es fundamental que los estados modernos cumplan el rol de concientizar a la población sobre las doctrinas morales que están obligados a respetar. Y, del mismo modo, incentivar la auto-educación de las familias sobre el tema, para que, de forma complementaria a las instituciones pedagógicas, puedan reflexionar en los hogares sobre las fortalezas y debilidades de los fundamentos teóricos que sostienen la doctrina moral vigente en cada nación. De esta forma, se intentaría evitar las interacciones familiares autoritarias en materia moral que niegan la posibilidad a las(os) hijas(os) de cuestionar y reflexionar sobre las posturas de las personas adultas, como, por ejemplo, la madre o el padre. Sin duda, es un complejo desafío, pero, si se abandona, se crea un ambiente propicio para la enajenación social, ya que no se logra integrar intelectualmente a las personas en la sociedad. Y, dada la falta de conocimiento para el pensamiento crítico frente a los temas morales, se podría potenciar el desinterés de la ciudadanía por participar en temas muy relevantes para la humanidad, como, por ejemplo, el cambio climático.

 

Referencias bibliográficas
Beuchot, M. (2004). Filosofía y derechos humanos (5ª ed.).Buenos Aires: Siglo xxi.
Dewey, J. (2004). Democracia y educación (6ª ed.). Madrid: Morata.
Ezcurdia, J. (1987). Curso de derecho natural. Perspectivas iusnaturalistas de los derechos humanos. Madrid: Reus.
Gómez-Esteban, J. (2009). Humanización: hacia una educación crítica en Derechos Humanos. Universitas Psychologica, 8(1), 225-236.
Montero, J. (2016)¿Pueden los derechos naturales hacer alguna contribución a la filosofía de los derechos humanos? CRÍTICA, Revista Hispanoamericana de Filosofía, 48(144), 61-88.
Mujica-Johnson, F. (2020). Análisis crítico del currículo escolar en Chile en función de la justicia social. Revista Electrónica Educare, 24(1), 1-14.
Nussbaum, M. (2016). Educación para el lucro, educación para la libertad. Nomadas, 44, 13-25.
Oliva, M. y Gascón, F. (2016). Estandarización y racionalidad política neoliberal: bases curriculares de Chile. Cuadernos Cedes, 36(100), 301-318.
Papacchini, A. (2003). Filosofía y Derechos Humanos. Cali: Universidad del Valle.
Quintana, J. M. (1995). Pedagogía moral. El desarrollo moral integral. Madrid: Dykinson.
Real Academia Española. (2019a). Diccionario de la Real Academia Española. Definición del término doctrina. Recuperado de: https://dle.rae.es/?w=doctrina
Real Academia Española. (2019b). Diccionario de la Real Academia Española. Definición del término doctrina. Recuperado de: https://dle.rae.es/adoctrinar?m=form

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