EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
PORTADA | PUBLICAR EN ESTE SITIO | AUTOR@S | ARCHIVO GENERAL | CONTACTO | ACERCA DE | ESTADISTICAS | HACER UN APORTE

— VER EXTRACTOS DE TODOS LOS ARTICULOS PUBLICADOS A LA FECHA —Artículo destacado


La docencia universitaria y sus nuevos desafíos: análisis crítico del rol del docente universitario en la globalización

por Mauricio Ibinarriaga
Artículo publicado el 31/08/2022

RESUMEN
La Cultura occidental se forjó en el transcurso de lo cotidiano y nunca ha dejado de estar en crisis. Podemos decir lo mismo de la docencia. El siglo XIX constató lo que el siglo XX confirmó, que existen varias culturas y no una sola, y que en particular, las instituciones de educación Superior se enfrentan a la complejidad de esta dualidad cultural, lo que Snow presenta como este enfrentamiento entre la exigencia de apreciar el valor instrumental de la ciencia y la tecnología sin dejar de valorar las humanidades y las ciencias sociales en general.

PALABRAS PRELIMINARES
Hablar de cualquier tópico que despierte nuestra inquietud en estos primeros años de la nueva centuria no puede ser adecuadamente atendido, creo yo, sin antes situarlo dentro del amplio escenario de la historia de los últimos dos siglos. No significa esto que sea solo en este último período donde se han formado todas las cosas importantes de occidente. No es así. Referirnos a la educación superior y a las personas que ejercen la docencia dentro de estos espacios culturales y no colocar nuestras argumentaciones dentro de los contextos históricos apropiados sería, parafraseando a Chesterton, convertirnos en un árbol pretencioso que quiere enfrentar las tempestades, sin raíces.

Lo que queremos expresar es que en estos dos últimos siglos como nunca los procesos se han acelerado de modo que percibimos los siglos anteriores a la Revolución Industrial como un largo estadio de preparación, que despierta ante la exhortación contenida en el sapere aude de Kant que resonó como un llamado a avanzar sin dar tregua a la ignorancia y a superar esa pesada «minoría de edad» de la cual los hombres éramos responsables.

Ese llamado y todo el movimiento de la Ilustración interpelaba a toda la intelectualidad europea y a sus colonias y culturas más afines al eurocentrismo y los conminaba a generar conocimiento y a difundirlo. El racionalismo, aún no menoscabado por el naciente positivismo podía expresar, todavía, su absoluta convicción en ese cogito, ergo sum con el que Descartes sentó las bases de todo su sistema y su discurso: la comprensión racional del hombre, del mundo y Dios.

Es bajo esa óptica que hago especial mención a estos dos siglos que ha vivido la humanidad, pero en especial en aquella porción significativa de la cultura que se identifica como occidental. Es fácil compartir que los años postreros y los nacientes de los siglos aludidos no han dejado de ser momentos de tensión y crisis, en el contexto de la cultura en la que nos movemos y somos.
Expuesto lo anterior permítaseme especificarlo.

Es lo que ha sucedido en el periplo que comprende el último tercio del siglo XIX y los primeros años del siglo XX. Igual tensión se ha repetido y nos toca vivirla a los contemporáneos de los siglos XX y XXI. Se puede, claro está, marcar distingos dentro de las similitudes. Al parecer, el primero de los ejes históricos mencionados tuvo como protagonistas a individuos excepcionales y las doctrinas o planteamientos que presentaron modificaron profundamente las bases del pensar y del sentir de buena parte de la cultura de la época, sin dejar de considerar el que su influjo siga gravitando sobre la intelectualidad presente. Podemos mencionar, solo a modo de ejemplo, a Marx, Nietzsche y Freud, que junto con las vanguardias artísticas y la Primera Guerra Mundial son representantes apropiados para la primera transición.

Para el segundo eje temporal no es tan fácil ser preciso y se corre el riesgo, cada vez que se construye un listado de personajes y eventos, de no ser justo.

Los años finales del siglo XX y los inicios del XXI puede ser vistos desde una perspectiva polar: puedo afirmar con casi igual convicción que no hay personajes de la talla de los anteriores o decir que hay tantos que me confundo al decidirme por los más influyentes. Puede que los árboles no dejen ver el bosque, y declarar la caminata de Neil Armstrong en la superficie lunar, la invención del ordenador, la globalización y el atentado contra las Torres Gemelas momentos de inflexión, no sin precisar lo fácil que es encontrar eventos pero no creadores, como si los grandes pensadores de lo humano dejaron paso a la miríada de nobeles en ciencia que difícilmente retenemos en la memoria.

Los inicios del siglo XX ya vaticinaban cambios profundos que, muy probablemente, sólo serían visibles al concluir la segunda Guerra Mundial y diera inicio la Guerra Fría.

Parecía que adquiría cuerpo y tomaba sentido el largo peregrinaje de la cultura occidental que surgió en el naciente pensamiento pre-socrático y su búsqueda de lo protistón, lo primerísimo, principio de todo, pasando por la aparición del humanismo renacentista hasta los postulados de la Revolución Francesa, sumados al individualismo como valor añadido por el liberalismo, todo esto sin dejar de considerar las antagónicas doctrinas del libre albedrío escolástico y la predestinación del protestantismo moderno, y el innegable empuje que el marxismo imprimió a las cuestiones sociales.

Innegable también son los ardientes llamados que a tomar partido y a vivir la libertad en el compromiso, premisa central del existencialismo sartreano. Ideas, movimientos, posturas e imposturas que han encendido la controversia sobre la libertad humana y marcan señeramente éticas y cosmovisiones diversas, que las ideologías han convertido en banderas de lucha.

El siglo XIX constató lo que el siglo XX confirmó, que existen varias culturas y no una sola, y podríamos citar a Ricoeur (2015) que anunciaba el fin del monopolio cultural y la aparición de los «otros» en nuestro imaginario.

Es el aquí y ahora de un mundo desbocado que Giddens (1999) pregona al terminar el siglo XX. Siglo que no terminó de ponerse de acuerdo consigo mismo en las cuestiones fundamentales. La comprensión racional, el ideal cartesiano antes mencionado parece ahora una antojadiza quimera de la Modernidad que la post modernidad y la new age procuran socavar.

De estos primeros años de la nueva centuria nos es más difícil proyectar juicios. Está la obvia razón de contemporaneidad que un historiador nos objetaría. No hay distancia suficiente, vivimos este presente y no cualquier presente.

Es en este vertiginoso cauce que la historia contemporánea intenta dar sentido y no perder el hilo conductor que nos sujetaría a ese origen común, esa tradición que celosamente guardada por ritos, símbolos, creencias y representaciones parece estar con sus días contados ante la inminente cultura planetaria homogénea que impone la globalización.

DESARROLLO
La Cultura occidental se forjó en el transcurso de lo cotidiano y nunca ha dejado de estar en crisis. Podemos decir lo mismo de la docencia.

Sus primeros pasos son en plazas y templos. Los foros y el ágora, los simposios (banquetes) son las primeras aulas. Los debates en lugares públicos, el ejercicio político en las asambleas preceden a la fundación de la Academia de Atenas por Platón y el Liceo por Aristóteles, que, rememorando la escuela de Pitágoras, son lo más parecido, en sus orígenes, a lo que será posteriormente la Casa de Altos Estudios o Universidad. No está exenta de incomprensiones esta historia de la enseñanza siendo Sócrates, un buen ejemplo.

Lo que sí parece ser una constante es la promoción de un pensamiento lógico-reflexivo y crítico formando parte inherente de esta historia de la cultura en todos sus niveles. Es la propuesta que corona las taxonomías y da sentido a la pretensión tan querida por los sistemas educativos de formar seres autónomos y capaces de generar actitudes cimentadas en la autodeterminación. Tales aspiraciones parecían unirse y formar parte esencial del desiderátum de toda Universidad.

Pero los nuevos vientos democráticos y de justicia social no eran del todo ni por todos bienvenidos. La presión sobre las élites se hace sentir. La Universidad está bajo amenaza y entregada a su propia suerte. Así lo pregona Scheler (1960) que ya en 1926 pinta un triste panorama de la Universidad ese «centro espiritual del hombre» atacado por ideologías, por intereses económicos, por el poder religioso, etc. esos que el autor llama, no sin sorna, «instintos colectivos dominantes». Le preocupa a Scheler el predominio de la democracia que si bien la considera un logro de la civilización no por ello deja de sentirla como una amenaza al considerar su acción perjudicial sobre la Cultura, así como a Ortega, casi al mismo tiempo le asusta la irrupción del hombre-masa y la materialización de la vida europea.

Es la universidad aristocrática y sus representantes más insignes la que levanta sus quejas ante el arrollador siglo XX y sus clase dirigente que comienza a dictar el itinerario de la Educación Superior acorde a la modernización de los Estados.

Siguiendo el hilo histórico que se ha tendido de la antigüedad hasta nuestros días, me parece legítimo preguntarme por la formación de los docentes universitarios, o por su perfil, enfrentados a la coyuntura del cambio a escala planetaria. Parece paradojal que en los momentos de mayor necesidad de discurso y acción transformadora se insista en que la Universidad y los docentes que la constituyen deban recibir indicaciones desde esa titánica fuerza llamada mercado o regular el qué y el cómo ante las exigencias de los empleadores.

Toda ideología dominante impone sus convicciones desde la soberbia, desde su autocomplacencia y fascinación por sus relatos coherentes dentro del sistema creado por las premisas que le han servido de punto de partida para afirmar sus certezas y negar las de sus adversarios. Uso el concepto ideología en el más amplio sentido, incluyendo dentro de su aura a los movimientos políticos, económicos y religiosos que se han turnado para definir, desde el poder, el futuro de la humanidad.

Sobre la certidumbre, que todo sistema exhibe, ya ha expresado Maturana (1995) sus reparos. Esa solidez perceptual que posibilita todas nuestras afirmaciones apoyadas sobre un realismo ingenuo y que contrasta con el relato de la ontología de la fluidez, que Castell (1997) pregona al inicio de la nueva centuria. Esa certidumbre que es propia de arrogancia de los triunfadores también ha tocado, y por qué no, a la Educación Superior, al permitir que los valores de la ideología dominante terminen por echar abajo su autonomía y libertad.

Porque poseer solo certidumbres y no reparar en su opuesto, asustarse ante esa incertidumbre que camina y funda la comprensión de su contrario es renunciar a una de las partes constitutiva de lo existente. Todo ser está constituido por dualidades en tensión, ya sea el ser individual o el de una institución. Querer anular uno de ellos es un sinsentido que Rilke (1914) supo precisar con claridad, al referir que si «sus demonios lo abandonaban, temía que sus ángeles también se marcharan», sentencia que profirió al retirarse de la psicoterapia al enterarse que esa era la meta a la que aspiraba el terapeuta.

Esto, dicho en palabras de Snow (1959, en Neubauer, 2008), es el problema de las «dos culturas». Lo que quiere decir que las universidades, como nunca antes en cuestiones relativas a la investigación, se enfrentan a la exigencia de apreciar el valor instrumental de la ciencia y la tecnología, y su imperativa alineación con el desarrollo económico y lo que esto significa al desplazar el estudio de las humanidades y las ciencias sociales como prioridad.

Son las ciencias sociales y las humanidades la plataforma desde donde se ha plantado la última línea de resistencia ante un enemigo avasallador. Desde allí se vigila al signo de los tiempos. No es mero conservadurismo ni resistencia a la innovación. Sería pueril usar esos argumentos para intentar explicar lo anterior. Las ocupaciones menos ‘productivas’ son las que promueven una revisión crítica y constante de los saberes, sin los cuales los procesos de transformación del mundo se vuelven incapaces de autorregulación. Ejemplo de ello es la crisis ambiental del planeta, o la proliferación de armas de destrucción masiva, ambas producto de un sostenido avance de la ciencia cegada por sus fines inmediatos de crecimiento y poder.

Las carreras que parecen poseer por derecho propio el estatus de críticas y reflexivas y que engrosan las humanidades y las ciencias sociales de la oferta educacional superior y que por su esencia son analíticas/deconstructoras y sintéticas/constructoras de los procesos de pensamiento más elevado se ven constreñidas ante el ímpetu de los indicadores económicos.

¿Y la docencia universitaria, en que terreno posa sus pies? ¿No está sujeta a las exigencias propias de su especialidad y la docencia sólo es un medio de transmitir sus saberes particulares, o tiene un mandato superior, uno que surge de la definición propia del término docencia (magisterio)?

En Educación se puede intentar responder lo anterior afirmando que la vieja docencia de la sociedad industrial da paso a una del conocimiento y esto está demandando cambios en las universidades y en el trabajo que realizan los docentes. (Bozu, Canto: 2009). Debemos agregar que tiene entonces que demandar cambios no solo en el trabajo sino también en los docentes. Si no fuera así, se aplicaría el viejo aforismo de Aristóteles: nadie da lo que no tiene.

Porque nunca hemos obviado, al hacer la lectura de los modelos de enseñanza-aprendizaje, que éstos acompañan o siguen a los cambios económicos, políticos y tecnológicos, ataviados por la certeza que alimenta el espíritu de toda reforma o cambio social.

Por lo que se puede inferir que la Universidad puede estar ante un peligro parecido al que mencionan los autores anteriores. la pérdida del ethos universitario al volver la tarea propia de las casas de estudios superiores en no más ni menos que la producción de profesionales, con escasa o nula capacidad de crítica, carentes de cosmovisión y deseos de profundizar y transformar la realidad es bastante parecido a la negación de la trascendencia de toda acción espiritual. Son universidades sin tensión dinámica porque las ideas fluyen en un solo sentido. Una cultura institucional unidireccional no promete gran cosa.

Poco a poco se van insertando en los discursos afines a los cambios las ideas-fuerza que dan identidad a la nueva tendencia. «Se constata la existencia de asimetrías importantes entre la oferta y la demanda de conocimientos» (Donoso, s.f.). es un ejemplo claro de un modo de relatar y entender cuál es el nuevo rol del docente universitario dentro del contexto de la mercadotecnia vigente. Esta misma línea de análisis ya vaticina la desaparición de la Universidad como lugar físico porque sus edificios serán antieconómicos.

Es obvio que la evolución de los docentes, como individuos y como grupo profesional, está estrechamente vinculada a la infraestructura proporcionada por la sociedad y a las condiciones impuestas por ésta (PERSPECTIVAS, 2002). Negar que esto implica una intrusión de poder por parte de la economía sobre el conocimiento sería una candidez. Nunca antes el mundo del negocio ha impuesto reglas tan claras al mundo del ocio como en estos días.

Para Stromquit (2002; en Cornejo, 2010) la educación ha adquirido nuevas facetas. En primer lugar, sus valores dominantes son el individualismo y la competencia. Sus protagonistas ya no son padres y educadores, sino empresas privadas internacionales y, finalmente, las metas de las instituciones son la productividad y la eficiencia, desvalorizando o relegando a planos inferiores la formación ciudadana y los compromisos sociales.

Todo esto ocurre bajo los cánones de la globalización, término que ha pasado, como otros, por una complaciente naturalización al punto que a muchos no escandaliza su explícito maridaje con la economía y el poder. Es por ello, y en un intento por destrabar conexiones perversas, que algunos autores (Morin, 1988; Berlin 1980 en Clerc, 2002) prefieren utilizar el término mundialización para referirse a los cambios experimentados por la cultura.

La nueva cultura que trae la postmodernidad usa palabras prestadas, pero les quita su alma. se refiere a la ontología, al ser, a la esencia y las resignifica a su amaño. Esta nueva era tecnológica es nihilista (Vattimo, 1990) porque «las tecnologías se destruyen a sí mismas a perpetuidad solo para afirmarse provisionalmente».

Creo que podemos afirmar que tal crisis afectará en su momento a los relatos de la Globalización y a todo su andamiaje socio-económico y cultural. No solo porque sea esto producto de su natural decaimiento o porque es imposible sustraerse a la fuerza dialéctica instalada en todo devenir, sino que además se encuentra apoyada en principios de consumo hipertrofiado que someten a una presión desmedida a las personas, las cuales pueden ser diagnosticadas como alienadas, pero no por las mismas causas por las que Marx utilizó el término a finales del siglo XIX, cuando lo asoció a la pobreza y a la explotación, sino más bien ahora al sobreconsumo, a los excesos y al endeudamiento.

PALABRAS FINALES
De allí que es posible preguntarse, llevando el análisis anterior a un escenario posible, por el rol y el perfil del profesorado universitario ¿Cómo es o ha sido la formación de docentes en todos los momentos y épocas sino la de reproductores de ciertas pautas que en su momento el poder social consideró válidos y oportunos de difundir?. ¿Cómo se logra esto de «formación de profesionales críticos y reflexivos, autónomos» estando sometidos a la presión de la industria y el aumento de la riqueza? el docente debe adecuarse (el docente del futuro) a las demandas sociales ¿y si éstas se vuelven contrarias a la globalización?

Tales preguntas sitúan el foco en un aspecto que ha ido perdiendo figura y fondo en la conversación actual: nos referimos a la autonomía tanto de la entidad de educación superior como del docente universitario. ¿Es la autonomía un valor inherente o inalienable de la educación Superior, o debemos contentarnos con esa prosa escolar que habla de planes y programas, evaluaciones y licenciamientos? ¿Acaso será el último bastión la actividad profesionalizante de la educación Superior, la última frontera antes que bajemos el telón de este modo de hacer cultura y nos resignemos a esperar que las redes sociales o los programas televisivos aporten a la cultura y al crecimiento del espíritu?

Es en este mar de preguntas y abismos insondables de no respuestas es que la formación de los docentes universitarios aparece como un tema a discutir. Estamos formando profesionales para promocionar el crecimiento ilimitado e indefinido. El discurso sobre el aumento de la riqueza y la productividad dejó de ser exclusivo de economistas o políticos, ahora también lo podemos escuchar de jefes de carrera , directores de escuelas y de vez en vez a rectores, que comentan ufanos los éxitos de la institución académica en términos cuantitativos de crecimiento y expansión.

No formamos profesionales para el decrecimiento sereno (Latouche, 2009) ni para intentar detener el consumismo, el materialismo y la irremediable pérdida de la espiritualidad. La lucha ideológica que se vivió en el siglo XX que no fue otra cosa que un combate entre filosofías económicas que se disputaban los territorios ha dejado un ganador. El modelo triunfante impone sus condiciones, sus relatos y meta-relatos casi sin oposición.

Más que transformar el mundo los educadores podemos ser acusados de ser cómplices de su deterioro y el aumento de la cultura de masas, la misma que Ortega veía aparecer entre las dos guerras mundiales, liderada por los «especialistas» elevados por sus prosélitos al status de «sabios». Sería bueno insistir en depurar nuestra fascinación por las tecnologías y volver a situarlas en su lugar de medios, de colocar a la racionalidad instrumental en el peldaño que le corresponde y desempolvar los postulados teleológicos de todo sistema educativo y filosofía moral que definen a la persona como sujeto trascendente. Volver a cultivar las ciencias del espíritu se ha vuelto imperativo y parece que el rol del docente universitario no puede eludir tal propósito.

Mauricio Ibinarriaga

REFERENCIAS
 Bozu, Z.; Canto, P. (2009). El profesorado universitario en la sociedad del conocimiento: competencias profesionales docentes. Revista de Formación e Innovación Educativa Universitaria. Vol. 2, Nº 2, 87-97
Castell, M. (1997). El surgimiento de la sociedad de redes. Alianza. Madrid
Clerc, R. (2002) Debate contemporáneo en educación. Universidad Arcis.
Donoso, S. (s.f.) Nuevo rol del docente nuevos desafíos de la docencia. Instituto de investigación y desarrollo educacional. Universidad de Talca. En www.iide.cl/medios/iide/…/Nuevo_rol_de_la_docencia_Donoso_cse_articulo96.pdf
Giddens, A. (1999). Un mundo desbocado. Los efectos de la globalización en nuestras vidas. Taurus, Alfaguara, S. A. España
Latouche, S. (2009). Pequeño tratado del crecimiento sereno. Icaría. Barcelona.
Kant, I. (1784).¿Qué es la ilustración? En www.iesseneca. net/iesseneca/IMG/pdf/guia_lectura_ilustracion.pdf. 15/09/2016
Maturana, H. Varela, P. (1995). El árbol del conocimiento. Editorial universitaria. Santiago de Chile.
PERSPECTIVAS, (2002). Revista trimestral de educación comparada Número ciento veintitrés 123. Docentes para el siglo XXI Vol. XXXII, n°3, de septiembre de 2002
Ricoeur ,P. (2015 ). Historia y Verdad. FCE. Argentina.
Rilke, R. (1914). En May, R. (2000) Amor y voluntad. Cap. V. El amor y lo demoníaco. Ed. Gedisa. Barcelona.
Scheler, M. (1960). El saber y la cultura. Editorial universitaria, S.A. Santiago de Chile.
Stromquist, N. “Globalization, the ‘I’ and the ‘Other”. CICE – Journal Archives, 4(2) Vol.4, N° 2, New Directions in Comparative and International Education. 2002. Citado en Cornejo, J. (2010). Ponencia: Educación para la ciudadanía. Educación y globalización: identidades e interculturalidad: problemas y desafíos. EnCongreso Iberoamericano de educación. Metas 2021
Snow S.P. (1959) The Two Cultures, Rede Lecture delivered 7 May, Senate House, Cambridge, UK. Subsequently published (1959) as The Two Cultures and the Scientific Revolution, Cambridge, UK: The Cambridge University Press. en La globalización y los mercados: retos de la educación superior. Art. El nuevo rol de la educación superior en un mundo globalizado. Deane Neubauer y Víctor Ordóñez. (2008) En https://upcommons.upc. edu/bitstream/handle/ 2099/7944/04%20(51-55).pdf?
Print Friendly, PDF & Email


Tweet



Comentar

Requerido.

Requerido.




 


Critica.cl / subir ▴