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Lograr la formación docente: una cuestión de actitud

por José Luis Dávila
Artículo publicado el 22/04/2025

Resumen
La formación continua es clave en las prácticas educativas, tanto a nivel docente como administrativo, sin embargo, el primer reto para que esto funcione es lograr que la resistencia ante los cambios disminuya en quienes han estado sobrellevando su labor de la misma manera por años, ya sea por falta de información o por comodidad, puesto que esa actitud ante la labor educativa sólo favorece el descrédito de su función.

“Si hubiera sido tu alumno, te habría odiado”, le dije, y él se limitó a reír, como creyendo que bromeaba. Pero no. Definitivamente, era en serio. A Paco lo estimo bastante, es una buena persona, es un señor muy amable; incluso fue el primero en ponerse a platicar conmigo tras acabar un Consejo Técnico, lo cual es el equivalente a ser el primer niño que, mientras se come con premura la torta que le puso su mamá, te invita a ser parte de la reta de fútbol cuando eres el nuevo del salón. Sin embargo, por mucho que lo considere un amigo, jamás podría dejar de señalar su gran falla como docente, falla no sólo suya sino de bastantes a lo largo de México y alrededor del mundo: sabe mucho de su materia, pero sólo sabe enseñar de una manera; no se ha dado cuenta que, durante los casi treinta años que lleva siendo docente, las herramientas, las teorías y, aún más importante, los alumnos han cambiado, pero él sigue haciendo lo mismo confiando en que el entorno sea estático.

Y no es que Paco, como muchos de nosotros, no haya tenido que tomar cursos de actualización pedagógica, ir a conferencias sobre los retos de la NEM, hacer diplomados en línea sobre cómo usar las TIC y realizar los productos mensuales del Consejo Técnico Escolar, sino que, como la mayoría de los docentes que conozco, no ve todo esto como capacitación, ni mucho menos como parte de su formación, sino como una obligación administrativa a cumplir, un gasto de tiempo innecesario pero inevitable, no distinto a cualquier otro tiempo gastado en hacer un trámite burocrático —como sacar el RFC, reponer la INE o actualizar las placas de su Honda Oddisey con la que lleva a su hijo a entrenar todas las tardes—, tiempo que bien podría estar aprovechando en otra cosa.

Es por eso que el texto de Rodríguez Vite, Importancia de la formación de los docentes en las instituciones educativas (2017), me parece muy acertado en dos cosas que, yo consideraría, marcan su postura como estudioso de la educación respecto a la formación docente como parte integral de las practicas educativas, y que son fundamentales para que la noción misma de ‘formación docente’ sea entendida como un proceso que incide en la realidad educativa y no un requisito a palomear en la checklist de las instituciones educativas. Primero, que las propias instituciones, públicas o privadas, logren realmente reflexionar sobre los procesos de capacitación que implementan, ya que muchas veces se exige a los docentes el cumplimiento de capacitaciones que no se encuentran sustentadas en las condiciones contextuales de éstos: como menciono en el párrafo anterior, los docentes tomamos cursos de actualización pedagógica, pero tales cursos suelen dividirse en aquellos que asumen  que todos parten de un piso parejo cuando, conceptualmente (ya ni hablar sobre lo epistemológico), cada uno de los asistentes no se logra relacionar de la misma manera con lo que se imparte, y en aquellos que más que cursos son dos horas de coaching en las que se ve a la educación como un producto de consumo del cual el docente es un motivador para sentirse bien y no un agente de transformación y construcción de conocimiento; y ese es sólo un ejemplo, pues bien podría hablar de cursos sobre las TIC a docentes que no mantienen una relación constante con la tecnología, o de productos de los Consejos Técnicos Escolares que nadie contesta con honestidad por querer quedar bien ante supervisión. La lista de situaciones es larga, pero el origen es el mismo. Las instituciones debieran desarrollar y ejecutar planes de formación docente situados, destinados a su población y no a la homogeneidad discursiva que sólo cansa a los docentes, quienes, como Paco, pueden tener las mejores intenciones para formarse, pero las opciones que se le presentan (obligatoriamente, en la mayoría de los casos), y le son asequibles, no le resultan significativas; al contrario, sólo representan una carga.

En segundo lugar, citando a Fito Páez (1999), “es sólo una cuestión de actitud/atreverse a atravesar el desierto”, y ese desierto se hace cada vez más extenso cuando se ve a la formación y al rol docente como figuras anquilosadas que no aportan a nuestra experiencia frente a grupo, ya sea por prejuicio, falta de tiempo o, digámoslo claramente, flojera, sin tomar en cuenta que una formación constante, vinculada permanentemente a la vida docente, debe ser primordial, como menciona Rodríguez Vite (2017),  “para comprender mejor la enseñanza y para disfrutar de ella”, viéndola como una fuente de bienestar profesional y personal que está al servicio de un compromiso ético y social: formarse como docente desencadena formar a mejores personas dentro de las aulas, transformando desde la propia trinchera a la sociedad. Sin embargo, el cambio de actitud de un docente, lo sabemos, es complicado cuando gran parte de la formación que se le ofrece depende, justo, de lo dicho anteriormente, es decir, el cambio en los planes de formación desde las instituciones. Y, viceversa, el cambio en las instituciones puede ser influenciado por la actitud docente. Ambas instancias son parte del mismo proceso necesario hacia la transformación de las perspectivas sobre la formación docente y su importancia.

En el momento en que tanto instituciones como docentes se den a la tarea de “recibir los golpes, no tener miedo” (Paéz, 1999), que es algo implícito en el camino hacia este tipo de cambios estructurales que la educación necesita con urgencia en el ramo de la formación docente, mi amigo Paco podrá, poco a poco, ser parte de ello de manera activa, consciente y reflexiva, dejando de lado el pesimismo tecnológico, el arraigamiento tradicionalista y la visión transferencial del aprendizaje para ser un docente distinto cada día, para que un día yo cambie ese “si hubiera sido tu alumno, te habría odiado” por un “me habría gustado que me dieras clase, mi estimado Paco”.

José Luis Dávila
Artículo publicado el 22/04/2025

Bibliografía
Paéz, F. (1999) Es sólo una cuestión de actitud [Canción]. En Abre. Warner Music. https://www.youtube.com/watch?v=M30MvCLm2bc
Rodríguez Vite, H. (2017) Importancia de la formación de los docentes en las instituciones educativas. UAEH. https://www.uaeh.edu.mx/scige/boletin/huejutla/n9/e2.html

 

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