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La lucha contra el crimen, 118 años después.

por Roberto Lagos
Artículo publicado el 30/04/2021

“La primera condición de la existencia individual,
es la seguridad de la persona i de lo que a ella se adhiere.
Cuando falta esa seguridad, falta todo” (Luis Galdames, 1903, p. 74)

 

RESUMEN
A 118 años de su publicación, el libro titulado La Lucha contra el Crimen, del abogado, profesor e historiador chileno Luis Galdames, sigue siendo en muchos aspectos una obra totalmente vigente para la comprensión del fenómeno delictivo nacional y a la vez un texto insigne para la historiografía chilena respecto de la cuestión social relacionada con la criminalidad que afecta a la República.

PALABRAS CLAVE: Criminología, delincuencia, derecho penal

 

EL AUTOR
El maestro Luis Galdames, nacido en 1881 y fallecido en 1941, se tituló de profesor de Historia y Geografía en el año 1900, luego abogado en 1903 publicando su tesis denominada La Lucha contra el Crimen[1]. Comenzó su carrera docente en el Instituto Comercial de Santiago en 1905, luego pasó al Instituto Nacional, y más tarde al Liceo Barros Borgoño. En seguida, en 1906, publicó Estudio de la Historia de Chile, una obra clásica para la memoria histórica nacional. En 1913 fue nombrado rector del Liceo Miguel Luis Amunátegui de Santiago. Luis Galdames militó en la Unión Nacionalista fundada en 1914, entidad que posteriormente se convirtió en el Partido Nacionalista, del que fuera candidato a diputado por Santiago en 1918, aspiración que finalmente no logró conseguir. En este empeño político nacionalista estuvo acompañado por Francisco Antonio Encina, Alberto Edwards, Enrique Zañartu, entre otros, quienes fueron liderados por Guillermo Subercaseaux para este propósito político partidario. Ahora bien, el maestro Galdames integró la comisión de reforma a la Constitución de 1925 y en ese mismo año ingresó al cuerpo docente del Instituto Pedagógico. Posteriormente, en 1937, Luis Galdames publicó quizás su obra más fundamental, dedicada a su guía y menor, formador suyo en la carrera de derecho: Valentín Letelier y su obra: 1852-1919, mostrándose como un notable discípulo que escribió con dedicación y pasión sobre la vida y obra de su maestro, quien lo influenció decididamente en su trabajo de tesis de grado sobre la criminalidad en Chile, entregándole con su dirección y enseñanza una clara orientación sociológica a la pasión que ya desplegaba Galdames por las leyes y la historia nacional. En el año 1938 fue nombrado Director General de Educación Primaria, además de ejercer paralelamente el cargo de decano de la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación. En suma: “Su vigorosa personalidad se orientó hacia dos direcciones bien definidas, el magisterio, y la investigación histórica; sobresaliendo en ambas ampliamente” (Bernaschina y Pinto, 1945, p. 151).

Su pensamiento claro y racional, su fervor por la educación, por las virtudes cívicas, su nacionalismo, su amor por la Patria lo acompañaron siempre y lo hacen parte de la fecunda historia nacional. Según consta en el diario El Mercurio del 20 de noviembre de 1981, con motivo del homenaje de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile -a 100 años de la muerte del maestro Galdames-, el Ministro de Relaciones Exteriores de la época, señor René Rojas se expresó así de este ilustre educador e historiador: “Por la vía de la comparación era enfático para resaltar los valores nacionales frente al desarrollo y costumbre de otros pueblos. Se definió como nacionalista decidido y no es una simple casualidad que, desde sus primeras publicaciones, colocara el sello de estas convicciones tan arraigadas en su espíritu” (El Mercurio, 20 de noviembre de 1981).

SU OBRA
La Lucha contra el Crimen, más allá de ser un trabajo de memoria de título del joven Luis Galdames, es una obra que muestra en su desarrollo, argumentación y alcances la influencia del positivismo y de la criminología moderna (en los albores del siglo veinte), de hecho, autores como Garofalo, Ferri, Tarde y Lombroso circulan por sus páginas, muchos de ellos son citados textualmente y abundan referencias a estos ilustres pensadores. De hecho, Galdames no solo cita, sino que sostiene ideas que han expuesto en otras latitudes tanto Enrico Ferri (1856-1929) autor que publicó Sociología Criminal, como Cesare Lombroso (1880-1920) conocido por la obra El Hombre Delincuente, publicada en 1876. Ambos referentes dan a conocer al mundo entero cuestiones esenciales del positivismo criminológico: el análisis del control y de la desviación social. Ferri se acercó al campo de la antropología y la biología y su relación con la sociedad moderna, sus escritos dieron pie para crear herramientas en el campo de la intervención social y la intervención política, encausando comportamientos y llevando a discriminar las conductas antisociales hacia patrones de normalidad, evitando disfuncionalidades sociales, precisamente la misión -en su opinión- de la sociología criminal. Para Lombroso, el hombre delincuente era un ser atávico, visto como un sujeto poseedor de una tipología biológica y física diferente del resto de la sociedad. También Galdames se refiere en su libro a Rafael Garofalo (1851-1934) y a Gabriel Tarde (1843-1904), autores que lograron difundir ampliamente su pensamiento en América Latina, no solo a Chile, tocando a una generación de pensadores como Galdames, y que mediante esa influencia facilitaron la creación de centros de estudios interesados en la criminalidad dando paso a variadas publicaciones. Todos estos trabajos coincidieron en dar una mirada basada en la herencia, el entorno social y ciertas predisposiciones psicológicas y biológicas que interactuaban y conducían a los sujetos a delinquir, las que se hicieron muy popular en la sociedad moderna del siglo veinte.

Este libro, La Lucha contra el Crimen, consta de tres capítulos, el primero referido a la población delincuente, el segundo sobre derecho penal y el tercero alusivo a la defensa social.

En el primer capítulo, “Población Delincuente”, aborda uno de los elementos definitivos del pensamiento moderno aplicado a las ciencias sociales, la historia, el gobierno y las humanidades: el creciente saber científico y técnico, esta vez de la mano de su brazo armado: la estadística criminal. Cuestión considerada esencial desde la filosofía positiva, con su deseo y promesa de empirismo formal. En efecto, el capítulo completo le da suma importancia a la estadística criminal. El autor presenta y compara cifras delictuales, sobre tipos y modos delictivos. Se refiere a la población penal, su cuantía y distribución nacional; a las cifras de delitos en Chile y en otros países. La precocidad de los delincuentes es uno de los rasgos más sobresalientes de su estudio, algo a lo que le dedica varias páginas. Una conclusión clave es el crecimiento de la criminalidad en el país de principio de siglo, cuestión que conmueve y preocupa a nuestro autor: “el mal, lejos de disminuir, tiende a crecer” (p. 17).

En este capítulo desarrolla la diferencia entre los diversos tipos de delitos que están tipificados por el código penal chileno, ahondado en los que le resultan más importantes socialmente, precisamente en los delitos 1) contra la moralidad, 2) contra las propiedades y 3) contra las personas. En particular le preocupan los crímenes de sangre, es decir: homicidios, infanticidio y parricidio. Los que según datos proporcionados por Galdames desde 1894 y hasta 1901 no han hecho más que aumentar:

“ya nos estamos acostumbrando al crimen. Los sentimos llegar sin inmutarnos. De año en año, la progresión crece; el número de sus víctimas aumenta. Pero acaso por esa insensible fuerza que el hábito posee, nuestros lejisladores, i en jeneral nuestros hombres de estudio, se preocupan de él con poca frecuencia, i si al fin suelen hacerlo, no es la constancia la virtud que en sus labores sobresale. Solo así es esplicable que una indolencia musulmana, nos haga disimularnos la aguda enfermedad que nos agobia” (p. 26).

En el segundo capítulo referido al “Derecho Penal”, señala las dificultades de encontrar una norma absoluta de justicia. El crimen ha existido siempre, en todas las sociedades. Pasa revista a las situaciones de Roma, de Oriente y Occidente, en otras latitudes. Explica que el delito ha evolucionado en la sociedad: “tal organización social, tal criminalidad”. Por tanto, los conceptos legales deben ser el reflejo de los sentimientos y costumbres de un pueblo determinado. En este apartado define con solidez conceptos como delito, crimen, derecho y pena. Refiere a autores tan variados como Beccaria, Bentham, Rossi, Lubbock. En un apartado especial se encarga de describir cómo la sociología del derecho se encarga de estudiar e imponer el castigo a los hechores, algo por lo demás de suyo complejo.

Galdames indica que el primer fundamento del derecho de la pena se encuentra en la fuerza: “la lei primitiva se ha impuesto, no se ha convenido” (p. 49). Mostrando la supremacía estatal para regular la sociedad: “El fin de la Sociedad es el bien de cada uno de sus miembros; el individuo que obra en sentido contrario a este determinado fin, perturba sus condiciones de existencia” (p. 50), con esta afirmación hecha por tierra ciertos preceptos rousseaunianos respecto de que la vinculación de los hombres en comunidad es una renuncia a la libertad de cada uno para beneficiarse del colectivo, es más bien, la imposición de una fuerza superior sobre individuos dominados, sea un rey, un patriarca o un jefe: se impone la fuerza y no hay un contrato de iguales. Por tanto, una de las formas de defensa social más relevante es lograr vía legislación que el delincuente no delinca de nuevo, ya sea privándolo de la libertad o castigándolo de muerte (esto último es algo que no aprueba nuestro autor).

Galdames describe y explica la importancia de los sistemas carcelarios, una obra reciente de la humanidad, que surge de la necesidad de los pueblos organizados necesitados de hacer efectiva la penalidad. Indica como ejemplos a Grecia, en particular a Atenas, pero también a Roma y sus modos penitenciarios; en este mundo clásico señala que existían ya prisiones regularmente instituidas, donde a los presos se les hacía trabajar en las minas u otras obras de interés para la sociedad. En la Edad Media y en los sistemas feudales las prisiones eran, por el contrario, lugares de extremo sacrificio, miseria, inhumanidad. Los sistemas modernos de prisión, en tanto, han alcanzado una metamorfosis, pues se ha logrado la diferenciación, puesto que existen: 1) los sistemas penales basados en la comunidad (es decir, donde los delincuentes viven juntos dentro de la prisión), el cual produce el efecto perverso de crear la “escuela del crimen”, o sea, donde delincuentes avezados someten y enseñan a otros delincuentes y el pensamiento y la obra criminal crecen; 2) los sistemas de aislamiento (por ejemplo, donde la soledad del reo existe día y noche dentro del establecimiento), el que genera soledad, delirios, una pérdida de sus facultades mentales o por el contrario crean ira y rabia en el individuo con inclinaciones perniciosas; y 3) el sistema de deportación (la reclusión del delincuente en una isla o territorio despoblado). Galdames describe las múltiples ventajas de este último sistema como por ejemplo la seguridad de la sociedad que tiene lejos de sí al criminal, la efectividad del castigo, las condiciones presidiarias decentes, la moralización del penado, menor costo económico, entre otros beneficios. Esto porque Galdames tiene detrás de esta argumentación un principio básico: “El Poder penal tiene un fin: la conservación de la Sociedad; todo lo que traspase este fin es un abuso” (p. 59). Por ello, examina a variados autores y a tradiciones que han logrado instalar la pena de muerte en la sociedad, pero que luego es revertida y luego vuelta a imponer. Su análisis ponderado, acerca de los pros y contras de las doctrinas penales lo llevan a desestimar la cuestión crucial (en su tiempo y en el nuestro) de la pena de muerte, como perjudicial e inconducente. Llega a calificar de absurdas algunas lecciones de la Escuela biológica aplicada a las leyes a la criminalidad, donde es categórico: “la pena capital es de absoluta ineficacia para combatir el Crimen” (p. 63). En tanto, alaba el ejercicio de Diego Portales por lograr beneficiar a la sociedad al amparo del castigo a los criminales:

“En Santiago, el desarrollo de la criminalidad hizo concebir a Portales el sistema de los carros, según el cual los presos vivían ambulantemente, repartidos en trabajos públicos, siendo encerrados por la noche en unas grandes jaulas de hierro. Los castillos del Santa Lucía fueron la obra preferente del ministro. Los mismos delincuentes fabricando su cárcel: he ahí algo de justo i equitativo que no debiéramos olvidar que se ha hecho” (p. 71).

Nuestro autor destaca el código penal que ha mostrado encausar la problemática criminal, logrando castigos justos y graduales, un buen sistema penitenciario, que si bien no ha logrado incentivar la reducción del delito, que más bien crece, se ha frenado la impunidad. Pero el problema más grave persiste: siguen existiendo criminales, cada día por hechores más jóvenes, y los penales son semilleros de delincuentes. En este aspecto revela una falla crónica: no hay mejora para los delincuentes, el mal empeora: “El criminal no se ha corregido moralmente; la prisión no realiza tales milagros, ni mucho menos; tampoco ha cobrado terror, porque nuestro sistema penitenciario es tan suave que no asusta a nadie” (p. 73).

Complementariamente señala otra falla, esta vez para las víctimas: “La justicia penal no se ha hecho para los pobres, ni aun para nadie” (p. 73), mostrando el lado humano y social del autor. La justicia es una para los ricos y otra para los pobres y dominados. No existiría reparación para la víctima, ni moral ni monetaria, ni de ninguna clase, ésta solo se queda dando gracias a Dios que quedó vivo de un robo, por ejemplo.

Galdames indica que es necesario buscar otras fórmulas para reducir la criminalidad y lograr la defensa social, es decir, impedir que se cometa el delito, lograr que no exista el daño, si ni siquiera moraliza o corrige la penalidad, para el individuo antisocial la amenaza del castigo y de la pena no representa nada, es inútil.

En el tercer capítulo y final, denominado “Defensa Social”, se presenta lo más novedoso de la obra. Galdames hace uso de la sociología como ciencia que estudia las manifestaciones de la sociedad humana para aplicarlo a su pensamiento de la cuestión criminal, esto le permite al estudioso tener el fundamento para encontrar soluciones y respuestas sociales a problemas como el delito. Razona para ello, apoyándose en algunos autores, que el individuo actúa según el grupo, según ciertas leyes indesmentibles que lo llevan a actuar a una manera predeterminada, el sujeto hace ordinariamente cosas convenientes, de acuerdo a sus costumbres, evidenciando que la sociedad es quien impone sus leyes por sobre el ser humano, por ello concluye que el crimen es un hecho claramente social, es decir, son la leyes naturales las que actúan y mueven las circunstancias produciendo un efecto de volver a un individuo contra su comunidad y actuar de un modo de vida antisocial. Galdames está convencido del rol de la sociología criminal, y como buen devoto de esta corriente busca fórmulas para disminuir el delito: “un estudio de pátolojía social, en sus síntomas delictuosos, para echar mano de remedios que puedan, si no eliminar todo fenómeno anti-social, a lo menos hacerlos menos frecuentes i menos dañosos” (p. 87).

A este respecto, considera que existen causas del delito bien delimitadas, en primer lugar, los factores físicos (territorio o medio donde habita el sujeto), en segundo lugar, los factores sociales (la comunidad en que se desenvuelve) y, en tercer lugar, los factores individuales (el aspecto psíquico y físico del individuo). En consecuencia, el territorio, la sociedad y el individuo son el orden de los factores que provocan el crimen moderno. Lo sostiene mediante ejemplos donde las condiciones físicas, como alimentos, suelo o clima influyen en el delito. La cultura también influye. Para el caso chileno hay zonas del sur, donde el clima lluvioso y helado determinan la presencia de una mayor cantidad de crímenes de sangre. Respecto de los factores sociales indica que es clave tener presentes cuestiones de hábitos, educación, factores familiares, régimen político y otros por el estilo. Da como ejemplo que los homicidios son muy frecuentes en Valparaíso y en Santiago: mientras más población existe más posibilidad hay de crímenes: “la mitad de los delitos que se cometen en el país son perpetrados bajo la influencia de ese alcoholismo crónico que devora a nuestro pueblo” (p. 91).

El hombre delincuente, según Galdames, basado en los escritos de Lombroso es un sujeto absolutamente determinado por ciertas particularidades externas e internas de su constitución orgánica, poniéndolo como un antisocial predispuesto para ello o innato para el crimen. Pone en debate argumentos de Tarde, Joli, la Escuela Lombrosiana y la Escuela antropológica, también refiere la Escuela biológica en la que connotados médicos confieren a la herencia causas de los estados patológicos del crimen: “hasta el número de pulsaciones del corazón en un momento dado, han sido objeto de examen, i hasta los escrementos del criminal se han sometido a análisis” (p. 98). Se detiene en explicar las teorías de Ferri y Lombroso nuevamente, esta vez respecto del criminal nato, y cómo estos supuestos son verdaderos y aplicables en un amplio porcentaje de casos de la cuestión criminal. Según Ferri existen los criminales natos, los criminales por hábito adquirido y los criminales de ocasión. Para estos tres tipos concluye Galdames está el 100 por ciento de los delitos cometidos.

ACTUALIDAD: EDUCACIÓN Y TRABAJO
El autor finaliza su obra intentando responder respecto de cómo ha de reprimirse el crimen cometido y cómo ha de prevenirse el crimen presunto. Para la primera pregunta reitera que desde el derecho penal es imposible extirpar el crimen en la sociedad. El castigo debe operar para los criminales natos y para los criminales con hábitos adquiridos con establecimientos especiales para su aislamiento, realizando un trabajo diario y sostenido, con cuyo producto pague a la víctima los perjuicios causados y también pague al Estado los gastos que en él incurre. En tanto, al criminal de ocasión es necesario reformar, corregir y volver a integrarlo a la sociedad; se pueden establecer penas temporales, enseñarle un oficio. Ahora bien, amplio espacio les otorga a las posibilidades que tiene la prevención del delito (la defensa social), de modo de actuar antes que el crimen se produzca. Indica que se puede intervenir el medio físico o las condiciones sociales para actuar en prevención, por ejemplo, mejorando la alimentación del obrero, disminuyendo la influencia del alcohol en ellos, interviniendo las Sociedades de Ahorro (que le quitan dinero a las clases trabajadoras), mejores condiciones de higiene, más trabajo, estableciendo sociedades o cooperativas de ayuda a los más desposeídos, mejor iluminación en el espacio público, caminos limpios, una justicia más pronta y eficaz, protección del matrimonio, a la infancia desvalida, etcétera; no obstante, las principales a juicio del autor son mejor educación y trabajo. Ambos deben ser un esfuerzo nacional para reformar el curso de la civilización y del progreso. Educación moral y cívica y en lo posible educación obligatoria. En cuanto al trabajo: “Es la esplotacion inconsiderada la que trae por consecuencia la dolorosa situación de las masas productoras, i lo que importa al mismo tiempo, un factor no despreciable de delictuosidad” (p. 119). Galdames plantea varias estrategias para mejorar las condiciones del trabajo en Chile, a la par de las naciones más desarrolladas que permitieron asociaciones obreras, acceso al crédito, instrucción obligatoria, por ejemplo, tener habitaciones baratas e higiénicas, reducción de horas de trabajo, reglamentación del empleo de los niños, garantías al contrato del trabajo, entre otras más.

En definitiva, le corresponde el Estado, como representante de la sociedad el trabajar en la prevención colectiva, evitar los daños del crimen: “es indispensable que, si queremos moralizar a las jeneraciones por venir, es necesario que solucionemos mui acertadamente esas gravísimas cuestiones que envuelven la educación i el trabajo, i además que, en el combate del crimen, creemos, para prevenirlo, una verdadera hijiene social, que se encargue de preservarnos contra la más aguda enfermedad de nuestro tiempo: la delincuencia” (p. 120). Ni una ni muchas leyes podrán solucionar el creciente espanto por la criminalidad en Chile, según el autor, la sociedad es un ente natural, y siempre habrá elementos mal sanos y perversos, no hay remedio a ello, por tanto, la tarea es disminuirlos cuanto sea posible en cantidad e intensidad.

Luis Galdames, un fiel representante de su tiempo, docente, político, investigador histórico, prestigioso intelectual, estaba convenido de la necesidad de un Estado fuerte, protector de la industria nacional, de sus recursos naturales; se manifestó en esta temprana obra como un atento observador de la realidad social que le tocó vivir, sintonizando profundamente con el sentimiento del pueblo: “Como historiador incorporó a esta ciencia la interpretación sociológica, y toda su obra está inspirada, no tanto en la búsqueda de materiales novedosos, en una interpretación original, sino en explicar, de acuerdo con los métodos de la sociología, los fenómenos históricos” (Feliú, 1969, p. 325). A 118 años de la publicación de su memoria de título, este libro es una atenta descripción de la cuestión criminal y revela su sentimiento patrio por ayudar a las clases populares a mejorar sus condiciones de subsistencia, por mejorar la educación y el trabajo y por influir en una intervención decidida del Estado chileno por cambiar la realidad de las cosas.

Roberto Lagos

 NOTA
[1]
Memoria presentada para optar a la Licenciatura en la Facultad de Leyes y Ciencias Políticas de la Universidad de Chile. Impresa en Santiago de Chile por la Imprenta de Enrique Blanchard-Chessi. Consta de 130 páginas y su IDBN es 300435. Actualmente este libro forma parte de la Colección Memoria Chilena de la Biblioteca Nacional de Chile.

 

BIBLIOGRAFÍA
Bernaschina G., M. y Pinto L., F. (1945). Los constituyentes de 1925. Trabajo colectivo del seminario de derecho público con una introducción de su director Profesor Aníbal Bascuñán Valdés. Recuperado de: https://libros.uchile.cl/files/presses/1/monographs/596/submission/proof/151/index.html#zoom=z
Feliú Cruz, G. (1969). Historia de las Fuentes de la Bibliografía Chilena. Ensayo crítico. Santiago. Tomo IV. Obra realizada por la Biblioteca Nacional bajo los auspicios de la Comisión Nacional de Conmemoración del Centenario de la muerte de Andrés Bello. Santiago, Editorial Universidad Católica.
Galdames, L. (1903). La Lucha contra el Crimen. Santiago de Chile, Imprenta de Enrique Blanchard-Chessi. Colección Memoria Chilena de la Biblioteca Nacional de Chile. Recuperado de: http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-64162.html

 

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