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Nacopoéticas

por Enrique Jesús Rodríguez B.
Artículo publicado el 02/09/2024

Boris Groys en Volverse Público (2014), dio cuenta de que a partir de finales del siglo XIX los artistas se distanciaron de los cánones estéticos establecidos en la modernidad, el arte se independizó de la experiencia estética. Ello significó que la preocupación del artista ya no era satisfacer, con su obra, la necesidad, de esta experiencia en sus espectadores, si no la producción del arte, la artisticidad de la obra. A la par de esta independencia, la imagen del artista se fue convirtiendo en obra de arte; los medios y las tecnologías de principios del siglo XX habían permitido la revolución de la recepción de las obras de arte, la fotografía y el cine habían trastocado su forma, la imprenta y otras tecnologías de reproducción tanto de la imagen como de otros medios y soportes sonoros, no permitirán que el arte sea como fue en el pasado.

El artista deja de preocuparse por estándares estéticos para preocuparse por la producción, por el grado cero de la producción de la obra y de su sensibilidad. Ello le lleva a cuestionar cánones, materiales, técnicas y formas de producción y recepción. Las formas artísticas se irán separando más de su recepción masiva.

A las masas durante mucho tiempo se les otorgó un papel pasivo, de hecho, la alienación y enajenación fueron por mucho tiempo asimiladas con la formas y sensibilidades de las masas, como si estas solo fueran capaces de la dominación y la manipulación. Sin embargo, las discusiones semióticas y hermenéuticas de principios del siglo XX dieron pauta a concebir la participación del espectador, la obra abierta, la co-creación y el prosumidor. Estos son parte de ese largo proceso teórico que en algunos casos ha devenido en la muerte del autor o del artista. Como en muchos otros ámbitos la descentralización de las figuras representativas de algunos esquemas ha tratado de hacer ver que las figuras pasivas nunca han sido tales, y en todo caso, como en la educación, la lógica copérnico-kantiana ha impactado en ellas.

La intención de este trabajo no es poner en el centro lo naco como categoría social y cultural y hacer periféricas a otras. El objetivo es ver a lo naco como un modo de ser muy particular del modo de ser en general de lo mexicano. Lo naco es un modo de ser y estar en el mundo que se gesta en el ámbito histórico, cultural, social y de clase, como una manifestación de dinamicidad, a la vez de tensión y distención de formas de vida, de aparecer y de ser. De hecho, ser naco está entre parecer y ser, y más pesa el parecer.

Dentro de las reflexiones que se han hecho acerca del ser del mexicano desde finales del siglo XIX, el pelado y el naco, entre otros, han aparecido como categorías constantes de reflexión y denominación como formas de ser del mexicano. Desde su aparecer se intenta juzgar su ser psicológico, social, ontológico y hasta metafísico. Para el caso, lo más evidente es que, si bien se le ha tratado como estereotipo, lo naco es una forma o modo de ser del mexicano. El hecho de que se pueda distinguir fácilmente de otras o a pesar de otras, revela que más allá de ser una categoría es una forma de ser en el mundo.

En la teorización de lo naco se ha hecho énfasis en que de raíz está lo indio o indígena, las primeras reflexiones psicológicas sobre el ser del mexicano como las de Ezequiel A. Chávez (2002) y las de Samuel Ramos (2001), pronto distinguieron que todo caso habría 3 tipos: el indígena, el pelado o naco y el mexicano de clase alta o de sensibilidad refinada.

El catrín, el fifi, el whitexican (denominación que tensa las disputas estéticas y ontológicas frente al naco en las redes sociales en internet en nuestros tiempos), es el grupo social o clase que proclama para sí la elegancia citadina, dandi incomprendido, rechaza la barbarie, cuida formas y líneas, representa la norma y la encarna, su imagen es su tarjeta de presentación, sus aficiones: gastar, enmarcarse en símbolos sociales, exhibe su cercanía con la aristocracia, enuncia lugares exóticos y elitistas, el lujo es su nacionalidad, su lengua el anglo. Su orgullo es su poder adquisitivo, así se da a conocer, sus alcances económicos solo se equiparán a los de la espiritualidad.

Aunque el naco en la mayoría de los casos no se percibe como tal, la naquez llega como un atributo del exterior. Ignoramos nuestra condición de nacos. Tiene que venir alguien a recordarnos nuestra condición. El campo de la diferenciación social es el germen de cultivo para que la naquez aflore, por lo que se dice, se escucha, se viste, se adorna o decora. Lo que no se ajusta al buen gusto generalizado permite juzgar o tildar de naco a quién quiera retar dicha línea o forma. El intento de personalización o diferenciación a través de la personalización es un riesgo o apuesta constante en el ámbito de lo naco.

La emigración masiva del campo a la ciudad en la segunda mitad del siglo XX, el crecimiento de la industria, la influencia cultural estadounidense, las tecnologías de la comunicación como el cine, la radio y la televisión permitieron una efervescencia acelerada en la personalidad de los recién llegados o de aquellos que tuvieron la oportunidad de prosperar económicamente. Mostrar que uno ya no es jodido es también el caldo de cultivo para lo naco. Enrique Serna (2001) expresa que

Cuando el naco irrumpió en el escenario capitalino, México no era un país rico, pero había cierta movilidad social y el PIB crecía más aprisa que el índice demográfico. Los años 60 y 70, comparados con el derrumbe en cámara lenta que vino después, fueron una época de relativa prosperidad en la que había posibilidades de ascenso para la clase trabajadora (p. 749)

El naco fue objeto de discriminación como embestida y resistencia a una masa favorecida por el precario bienestar que le permite acceder a modos de vestir, de comer, de habitar el mundo que anteriormente le estaban vetados. El castigo es el apelativo que indica que alguien venido a más, un arribista. El naco en tanto exhibe y proclama su derecho de habitar en el mundo resulta una amenaza para los estatus consolidados, la piratería y los productos gabachos le permite parecerse o imitar a cualquiera, así para Serna (2001):

Quien sólo vale por su aspecto necesita defenderse con uñas y dientes cuando un sujeto al que considera inferior trata de imitarlo. De ahí que los nuevos catrines emprendieran una campaña tan sañuda contra el odiado advenedizo que al copiarles la ropa también les robaba el ser. Con sus ridículos trajes de Milano, el naco no podía competir con ellos en materia de modas importadas, pero su insolencia entrañaba una tentativa igualitaria (p. 750).

Para la clase conservadora y acomodada de México, la proliferación del naco le resultó en miedo y disgusto por la omnipresencia del naco, los buenos tiempos solo quedarán en la nostalgia y hacer todo lo posible por dejarlo fuera de su campo visual. Para Serna (2001):

La discriminación del naco en las grandes ciudades revela que esta fuga sigue provocando escozor en las clases privilegiadas. Por supuesto, lo más deseable sería que el indio no tuviera que abjurar de sí mismo para obtener unas migajas de bienestar (p. 752).

En ese sentido, el naco es síntoma de progreso económico, tal vez no equitativo para la mayoría de la población, pero al menos para algunos.

El pelado que describe Samuel Ramos no presume lo exótico, vive exóticamente, baila, bebe, hace de la vida y sus objetos un carnaval, le quita lo serio a lo más sagrado. Hace de la vulgaridad arte, a través del albur la obscenidad se sublima, “es devoto en la Basílica, y supersticioso en el atrio de la Villa”. Su existencia es carencia, exhibe una falta: civilización, es la traición al progreso económico y moral.

El racismo es una realidad en la sociedad mexicana. Los estereotipos devienen como formas para identificar a personajes a modo de tiro al blanco, algunos se tornan vertederos del desprecio. Naco es, según Monsiváis (1995), una ­aféresis de totonaco­, a diferencia del pelado, el naco no genera su neutralización humorística, es amenazante, ofensivo y choteable, el mal gusto emana de su ser. Es símbolo de alarma, apena, da pena ajena, es indiferente a la “cultura” y la “política”. La vulgaridad es su origen y su destino. Poquísimos se aceptan nacos, pero muchísimos se sospechan pertenecientes a la especie. Cualquiera resulta un naco si la idea de Primer Mundo «como que no le funciona». No hay nada que hacer, lo naco es la sujeción eterna al México impresentable.

El término hiere, insulta, el ¡Pinche!, aumenta su potencial. La desigualdad social continúa estimulándolo, las divisiones de clase persisten, aunque de manera más atenuada y volátil. Hay quien puede admitir se pobre, pero no naco ni pelado. Hay pocos que se enorgullecen de ser nacos y lo dejan aflorar en y con todo su ser.

Lo naco es ontológico y estético a la vez. Algunos confunden lo kitch y lo naco. Lo kitch (Abadi y Lucero, 2013) viene de la mercancía, lo naco de la vida y su creación, los emparenta el exceso, el barroquismo, lo ecléctico. Lo kitch opera en el vacío, en la indistinción de valores y tradiciones, todo da igual en su apariencia. Lo naco no, lo naco es resultado de afectos, de cómo se siente el mundo y en esa sensibilidad se van adhiriendo formas, agrega aquello que es querido, apreciado, su valor es personal y rompe con las reglas del diseño creando uno propio. Lo religioso comulga con lo popular y lo tecnológico, una virgen adornada con papel china y luces de neón expresa devoción a la vez que el cariño y agradecimiento que esta le genera.

Ambos parecen collage, ambas son eclécticas, pero sus principios de agregación son diferentes. Lo naco es efímero, en el buen sentido, expresa en su agregación esos elementos que se consideran bonitos y pretenden hacer del objeto algo memorable, ayudan con el día a día. La copa que dice recuerdo de mis XV años, la taza donde se imprime la foto de la hija o el hijo, de la persona recién fallecida, a algunos les parecerá un gesto de mal gusto a otros un gran detalle.

Las vitrinas de las casas llenas de recuerdos de fiestas parecen aquellas cámaras de maravillas medievales. Exóticas, sí, pero su valor no se agota en ser parte de una colección o en su exotismo. Son recuerdos o souvenirs, que en su imagen retrotraen una relación, una anécdota, una relación de vida o de vidas. Si Tiravanija, máxima representante de la estética relacional, los conociera, serían su envidia.

Lo naco es surreal, ya lo veía Buñuel al retratarlo en sus películas, no opera bajo las leyes de la razón, la simetría, el equilibrio o la determinación. Si no de la expresión e impresión personal que cada uno quiere dejar en los otros a través de los objetos. Puede que lo naco sea barato, pero no carece de aprecio y de la intención de comunicar este. Lo kitch agrega y combina símbolos e iconos que operan en el ámbito publicitario, que sea masa es su condición y límite. Lo naco parte de lo que se da como masa para pasar al proceso de personalización. El vocho o la casa de Infonavit son los mejores ejemplos para la cultura mexicana. Sobre un producto-masa se toma como soporte para operar la personalización y la diferenciación. 30 m2 ponen a prueba la creatividad del mexicano y muchas veces el límite es el cielo.

En general los objetos en masa ponen a prueba la creatividad y las posibilidades poéticas del mexicano. Así lo naco deriva de la ruptura con la forma y funcionalidad establecida, lo naco producido es desobediencia técnica y tecnológica. No es que lo estético no importe, al contrario, porque se requiere adecuar a la idea y a la necesidad es que se da dicha ruptura y nueva forma.

Detrás de lo naco hay una persona individual, grupal o colectiva. Detrás de lo kitch no, es impersonal. Lo kitch opera bajo las formas de consumo, mercancías, en lo naco se juega la subjetividad. El belicon está más cerca de lo kitch, su cuerpo es solo un soporte de marcas, un escaparate, no arriesga nada, va a lo seguro con la agregación del deseo de muchos. El naco fracasa en esa agregación, porque si bien chocan y se contradice simbólicamente con los materiales y objetos con los que opera, su éxito está no en el reconocimiento sino en la expresión.

La reproducción masiva da pauta para la diferenciación y autoproducción o autopoésis. La autopoética a la que nos referimos no parte de cero. El crédito y la promesa de tener una casa, un auto, etc., propio dan pauta a un proceso de personalización y, en ese sentido, de autoproducción.

La autoproducción se enfrenta a diseños preestablecido o venidos jerárquicamente de un arriba hacia abajo. El diseñador parte de la idea de que el consumidor último carece una sensibilidad, gustos propios o anhelos. El espacio que ha de habitar se diseña de acuerdo con políticas y estándares internacionales que ignoran y dejan de lado cualquier sensibilidad e interés de los futuros habitantes. Herederos del socialismo utópico, arquitectos y diseñadores disponen espacios mínimos para regular la supervivencia y convivencia que en ellos creen adecuados. Pese a esa negatividad o restricción muchos mexicanos han hecho del prediseño base para la personalización y diferenciación, lo cual da pauta para una autopoética.

Lo kitch parte de lo igual, de la indiferenciación de su ser para las masas, en todo caso se aprecia lo lúdico, lo desenfadado, la falta de seriedad y compromiso con un mensaje. Lo naco es serio, quiere y pretende ser tomado en serio. Aleatoriedad y acumulación asemejan a lo kitch y lo naco, pero mientras lo kitch rige el azar y el absurdo, lo naco se rige por la sentimentalidad casi igualándose a lo cursi.

Enrique Jesús Rodríguez B.
Artículo publicado el 02/09/2024

Referencias
Abadi F., y Lucero G., (2013) en Oliveras, E. (ed.,) Estéticas de lo extremo. Nuevos paradigmas en el arte contemporáneo y sus manifestaciones latinoamericanas. Buenos Aires: Emecé.
Chávez, E., Guerrero, J., Vanconcelos, J., Brenner, A., & Bartra, R. (2002). Anatomía del mexicano. La sensibilidad del mexicano. Plaza y Janes: México.
Groys, B. (2014). Volverse público: las transformaciones del arte en el ágora contemporánea. Caja negra.
Monsiváis, C. (1995). Léperos y catrines, nacos y yupis. Mitos mexicanos, Florescano Enrique (Ed.), México: Aguilar.
Ramos, S., & de Ramos, A. P. (1951). El perfil del hombre y la cultura en México (Vol. 1080). México: Espasa-Calpe.
Serna, E. (2001). El naco en el país de las castas. Brushwood, John et al., Ensayo literario mexicano. UNAM, México, 747-754

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