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Notas para un Ensayo de Pedagogía Memorial: superando el orden del temor.

por Jorge Osorio Vargas
Artículo publicado el 31/07/2016

1. No siempre entendemos el trabajo “en” la cultura como un aprendizaje de lo que somos.
Desde una aproximación que valida la subjetividad desde el sentido, la cultura se vuelve en el ser mismo, una experiencia de aprendizaje en que lo relevante es lo diferente que se manifiesta en la relación establecida a través de la palabra.
El aprender en la cultura también es la memoria de cada cual y sus signos trascendidos en la acción, el tiempo y la conciencia. La relación con la cultura es siempre una poética, es decir es un acto creador. Por ello, no es casual, que vaya asociada al ejercicio de escribir y narrar. Aprender es desarrollar una acción comprensiva sobre las relaciones entre lo humano y lo social, entre el significado y la posibilidad. La cultura como acto –fuente de aprendizaje es siempre una relación y nos plantea la posibilidad de mirar y construir sentidos de trascendencia. Por ello la cultura como aprendizaje nos remite a una hermenéutica de la temporalidad existencial que nos evidencia que el tiempo siempre es narración, y siempre es el Otro.

En el acto de la comunicación, aprendemos en el tiempo del Otro, situamos nuestros deseos y experiencias para construir palabras/deseos que orienten nuestros actos hacia y, con otros. Este es el “altruismo” que siempre está inscrito en un conocimiento verdadero. Implica compasión y escucha.

2. La cultura implica un trato de reflexividad.
Como ha sostenido Ulrich Beck, siendo la reflexividad lo único que nos da seguridad para entender la sociedad de riesgo y sus consecuencias no deseadas, ésta debe ser sobre todo el conocimiento del porvenir, de lo desconocido[i]. Pues, aprender desde la cultura, implica asumir, la diferencia y la transformación, así como también la Promesa de ser. Por tanto, a pesar de no saber que puede venir en el futuro, podemos proyectar/desear otra manera de vivir.

Por ello la reflexividad desde la cultura nos remite a identidades que se han constituido en un pasado anidando horizontes de espera, construidos con Otros, pero no plenamente conscientes de ello. Enseñar-aprender desde la cultura configura actos hermenéuticos (en clave temporal) que valoran la tradición como fondo de experiencia que debe ser “comprendido” como acto humano que se debe recrear para liberar sentidos de futuro.

3. La cultura implica un silencio.
Una suspensión de lo que somos en términos “idénticos”, para tomar una distancia de cercanía con el Otro y con nosotros mismos. La alteridad nos permite transitar desde un referente ético a uno epistemológico y político. Pues, desde allí, es posible afirmar que la acogida y la hospitalidad que implican son siempre conocer al Otro. Recibir al Otro en su discurso es recibir su “desborde”, en su “infinito”. Sólo reconociendo esto podemos comprender su cultura y lo que somos.

Este aprendizaje implica transustanciar el cuerpo y el espíritu para poder tocar-comprender los acontecimientos y las señales que nos dan los otros. Los signos del Otro nos “hablan”, a veces “cifradamente”, como si estuvieran tatuando la realidad, en una especie de intratexto, una huella de la subjetividad que debemos interpretar.

Trabajar así significa hacer un “viaje”. Somos educadores/investigadores dispuestos a errar (estar en) en el mundo. Asumiendo el acto pedagógico como una búsqueda en diálogo, es que nos interesa la “repitencia”, lo que se reitera, como acto cognitivo y de alteridad inicial, pero conscientes de que no podemos “repetirnos” nosotros mismos, pues nuestra identidad se configura en transformación con otros. La reflexividad pedagógica de la que hablamos busca una armonía entre la singularidad y la reiteración de las voces y signos construidos, también con Otros. La experiencia se tiene, no se repite ni se transfiere. Ella transida por las vivencias temporalizadas en los espacios y en la memoria, nos transforma en otro y en el Otro. Como todo viaje tiene algo de impredecible.

La historia ha sido definida como una ciencia de las huellas, como huellas escritas según Marc Bloch[ii] , indicios, según Carlo Ginzburg[iii]. Desde la afección, Paul Ricoeur reconoce las huellas vinculadas al placer y al dolor y a su memoria como fondo de sedimentación potencialmente activa de esta vivencia, transformada de ausencia en presencia cada vez que se recuerda[iv].

La cultura es el ámbito de la imaginación poética: el ámbito de la creación de los sentidos. Implica una ex–posición, un salirse de sí mismo, y dejarse ver como acto de hospitalidad y de búsqueda. Es un quedar expuesto; a un juego entre “lo propio” y lo extraño. Aprender la cultura es un riesgo asociado a la existencia, es una búsqueda que da sentido a la existencia. Ese riesgo tiene algo de trágico que nos lleva a preguntas de fondo. Nos sitúa en asuntos cruciales. Obliga a hacer preguntas fuertes. A radicalizar nuestras intuiciones.

Ello también tiene que ver con cierta decepción, pues enuncia la permanente tensión entre deseo y contingencia. En que se nos presenta de un modo consciente la tensión temporal de la cual somos portadores y creadores. Pues, no siempre podemos captar el núcleo de las cosas o los sentidos reales. En una realidad en primera instancia opaca, la cultura se nos presenta como una danza de signos, que observamos para luego, en la medida en que aceptamos, vivirla/experienciarla, poder comprender los actos humanos. Es como en la física cuántica, debemos aceptar que bajo las mismas condiciones hay ciertas partículas que se comportan diferentes, por el acto simple de que estamos observando o vaya a usted a saber por qué razón.

La cultura tiene mucho de teatralidad y debemos pro curar encontrar relaciones significativas en el escenario del mundo. La realidad tiene su estética y su retórica.

Y quizás nos corresponde explicar menos las cosas que comprenderlas. La comprensión se nos presenta como acto intelectivo altruista, en la medida que implica una hospitalidad que pretende acoger la diferencia en el conocimiento del otro. Jung decía, por su parte, que hay que saber poner en juego los resortes de un alma que esté en correspondencia con el alma del mundo[v]. Esto es lo que nos permite un conocimiento arraigado/vinculante.

Quizás haciéndonos cargo de los saberes y experiencias de los alquimistas podemos pensar de una manera alusiva, intuitiva, buscando siempre entender la sedimentación de las cosas.

7. Recrear lo histórico.
Es desde tal perspectiva que debemos recrear lo histórico desde lo humano, como un proceso de negociación de signos, como una negociación de cultura, como un “diálogo de saberes”. Lo que nos interesa es lo crucial, lo dramático. Buscar en la cultura una seña, un guiño, un vestigio, una huella que nos remita a “algo” significativo.

Investigar y comprender la cultura es rescatar huellas, las huellas de la otredad, como sostiene Emmanuel Levinas[vi]

Esta manera de mirar la cultura nos obliga a ser sutiles e ingeniosos. A elaborar densidades existenciales a partir de huellas, que sabemos dan cuenta de estratos temporales diversos, proyectos que han trazado caminos inconclusos o de recorridos aún invisibles, buscamos señas que puedan referirnos a procesos globales o a poner en cuestión el todo. Parte de esa búsqueda nos lleva a develar la existencia de procesos y estados contradictorios, a enunciar en la palabra “el drama”. La huella es el indicio del acto humano en proceso, en conflicto afectado por su carácter transido, todos los tiempos, que puede plasmarse en los actos narrativos y representacionales del sí mismo desde el Otro, acto de movimiento y altruismo puro. Hablamos de una fábula, una biografía, una confesión, un epistolario, mapa parlante, un rostro, una fotografía, en fin. Hay tantas huellas. Me gustan sobre todo las huellas que están en el borde, ahí en la frontera. Las huellas de los bordes nos permiten mirar mejor las lógicas de la exclusión y de las sociedades de control dando voz a los “signos” de los excluidos. Es lo que algunos han propuesto como situarse en “el entre”, para poder asumir, la dimensión intersubjetiva y trans-subjetiva de nuestra existencia. Todo esto implica construir un poder: el poder de narrar cuidando, el poder de elaborar un patrimonio, el poder de la memoria.

8. La trampa y la ironía de la aventura.
La historia de Chile fue contada canónicamente por la historia académica y escolar desde este carácter fundacional de la aventura. Jaime Eyzaguirre narró la conquista como La Ventura de Pedro de Valdivia[vii]. Sin embargo, Valdivia termina ajusticiado, víctima de una sobre dosis de conquista. El deseo desbordado destruye la propia ilusión, lleva a la muerte. Pensemos un poco más sobre esta lógica del desborde y sus expresiones en la historia del país.

Sin embargo, hay otras “fundaciones”: las que se hacen desde la pérdida y el dolor como las del jesuita Luis de Valdivia y su doctrina de paz, desde una hermenéutica de una condición histórica kenótica. Desde la semántica histórica, asumir esta ruta “mendicante” y no-violenta implica que tanto el actor como el narrador de la aventura-ventura se encuentran afectados por la indeterminación..Esta condición “histórica” no implica sobrellevar un pesimismo existencial o derivar una crítica que contribuya a desacreditar la Historia como devenir humano y como Narración especializada. Por el contrario, ratifica que la Historia se realiza siempre anticipando la imperfección, por lo cual tiene siempre un futuro abierto y que cada época no agota la conciencia de su propia realidad, por lo cual la tarea del historiador, no es receptiva, sino propositiva y crítica. ¿Desde dónde criticar? Más allá de los análisis particulares de cada caso, la Historia ofrece la posibilidad de construir una reflexión desde el sentido, reflexión que emana desde su propia configuración “real”(desde los hechos humanos) y desde el “significado” (históricamente construido). Desde esta consideración se vuelve a la Historia como devenir y narración una actividad práctico/ reflexiva en sí misma y desde la condición de “incertidumbre” reflexiva, generada por esta disimetría, emana la “responsabilidad” en la narración como respuesta a las diferencias entre intención y resultado.

9. La imaginación trastornada y los “libros blancos”.
En la consideración de esa disponibilidad limitada, es que la Historia de Chile que hemos heredado desde su escritura, evidencia más bien una imaginación “enferma” en que “los Libros Blancos” o “Las Historias Generales de Chile” parecieran emerger como caricaturas derivadas del supuesto de una disponibilidad absoluta del Hecho por sobre todo político, ante el investigador. De ello deviene, en clave hermenéutica, la negación de una Historia Sacrificial e infausta que nos acompaña, configurando de paso una escenografía más bien, de traición y silencios.

Hasta cierto punto, no es curioso que en nuestro contexto no haya historias de los desparecidos en la historia.

Pues su desaparición “natural” en perspectiva generacional pareciera no ser asumida por nuestra sociedad, no se ha asumido “nuestra condición histórica”. No hay hasta ahora, voces dispuestas a hablar de las densidades temporales y experienciales acumuladas, de incorporar en el propio presente las significaciones que el tiempo libera hacia un lugar desconocido cuando no existe palabra.

Pese a que no nos referimos en particular a los desaparecidos del 1973, sino a los desaparecidos de siempre, este hecho es de todos modos un espacio más, para las luchas por la memoria. Más bien nuestra cultura actúa enterrando, asistida por una visión histórica que niega la limitación de su propia configuración. Requerimos describir las geografías y los mapas de los entierros, los indicios que dan cuenta de los proyectos silenciados.

Nuestro paisaje cultural también evidencia lugares de ocultación, muerte y olvido. Los ríos de Chile, fluyen como ríos de olvido como ha poetizado Raúl Zurita[viii]. Se llevaron hacia el mar aquello que no queremos asumir del otro, lo infausto que no queremos en nuestra historia. Raro este país que quiere borrar todas la huellas y blanquear éticamente su devenir y su color histórico mestizo, ordenando políticamente su historia. Los ríos constituyen una metáfora de manantial, de fluir temporal y de acontecimiento con sentido, aún pendiente por descifrar. La escritura de la historia en clave hermenéutica debe recuperar los ríos de Chile como fondos fluidos memoriales.

10. Las Historias de orden y una orto-praxis liberadora
Hemos crecido escuchando historias de personajes de orden. Muchos de ellos convertidos en estatuas mudas. De estos personajes,Portales el mayor. Luego de largo tiempo de plena sintonía con un Portales imaginado como un santo civil, su figura se desmonta a medias. Aún tiende a emerger su “mitocidad” en tiempos de amenazas al “orden” lo que nos lleva a preguntarnos si acaso no existe un ánimo constituyente en nuestra cultura para recrearse a través de la crítica de nuestros propios mitos.

Si consideramos los hechos, nuestra referencia reflexiva-pragmática permanente, veremos cómo muere Portales: traicionado y asesinado. El “santo civil” de Chile es emboscado, hecho prisionero y ajusticiado. Es la imagen de la fallida voluntad del consenso y del orden que desde los hechos viene a enunciar el mito del orden destruido, así como la fuerza de la estructura social, y los rasgos de impredecibilidad de los proyectos humanos en su devenir político. Evidenciando también desde los hechos, cómo ha actuado el mito del ideal regulativo ilustrado en la historiográfica chilena del orden.

El desborde del deseo autoritario de Portales termina manchando su “libro blanco”, su libro contable de “salidas y entradas”. La Historia de Chile vuelve al diván en recurrentes “recaídas”. La obsesión por el orden lleva a la muerte, a la traición. Pareciera que la historia de Chile sólo pudiese se narrada como una eterna y fallida construcción de un orden, pero de un orden siempre imaginado e impuesto desde “arriba”, desde la orto-política dominante y poderosa. Hasta el día de hoy se procesa la recuperación de la democracia,y los procesos de conflictividad que trae aparejada, desde una verdadera heurística del temor, en el decir de Reyes Mate[ix]. Aún está pendiente sanar “memorialmente” la democracia chilena, transformando el miedo en reflexividad, en un saber de lo que está amenazado, de lo que hemos perdido, de lo que podemos perder, de lo hay que evitar y de lo que preciso liberar, a través de una orto-praxis liberadora pro-común animada por nuevos movimientos sociales.

Notas
[i] Beck, Ulrich (1998) La Sociedad del Riesgo , Paidós, Barcelona
[ii] Bloch, Marc (2000) Introducción a la Historia, FCE, México
[iii] Ginzburg, Carlo (1999) Mitos, emblemas, indicios. Morfología de la Historia, Gedisa, Barcelona
[iv] Ricoeur, Paul (2003) Tiempo y Narración III, Siglo XXI, México
[v] Jung, Carl ( 2007) Recuerdo, sueños pensamientos, Seix Barral, Barcelona
[vi] Levinas, Emmanuel (1991 )Ética e Infinito, Antonio Machado, Madrid
[vii] Eyzaguirre, Jaime ( 1942) Ventura de Pedro de Valdivia, Ercilla, Santiago, Disponible en: http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-8221.html
[viii] Zurita, Raúl ( 2011) Zurita , Ediciones de la Universidad Diego Portales, Santiago
[ix] Reyes Mate ( 2008) La Herencia del Olvido, Errata Naturae, Madrid
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