EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XXVIII
PORTADA | PUBLICAR EN ESTE SITIO | AUTOR@S | ARCHIVO GENERAL | CONTACTO | ACERCA DE | ESTADISTICAS | HACER UN APORTE

— VER EXTRACTOS DE TODOS LOS ARTICULOS PUBLICADOS A LA FECHA —Artículo destacado


Apuntes del caminar

por Lorena Salinas
Artículo publicado el 15/10/2020

Artículo en colaboración con
Marco Urdapilleta Muñoz
Doctor en Estudios Latinoamericanos.
Profesor Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma
del Estado de México
Contacto: murdapilletamunoz@gmail.com

 

 

Resumen
Caminar es la primera forma de desplazamiento porque permite alcanzar lo básico: el alimento o el calor. También es viajar, conocer y reconocer lugares y, más aún, implica una manera de habitar, de apropiarse de un lugar, interpretarlo y vivirlo desde los pasos. Justo por este movimiento supone un sutil ejercicio de libertad en la medida en que nos apropiamos del espacio mediante el recorrido de la mirada.

Palabras clave: viaje, caminar, flâneur

 

Una de las acepciones que el Diccionario de la lengua española de la RAE otorga al término “caminar” es la de ‘ir de viaje’ y “viajar” es ‘trasladarse de un lugar a otro, generalmente distante’. Este traslado indica el movimiento físico, pero también implica la esfera de lo mental. De ahí que la riqueza semántica de la idea de viaje conlleva diferentes sentidos que sobrevienen al del desplazamiento: transitar, trasladar, errar, vagabundear, peregrinar. Estas palabras refieren diferentes posibilidades de viaje así como formas diferentes de mirar y experimentar el trayecto. Cada una de estas palabras, por ejemplo, muestra la oportunidad de realizar diferentes actividades y por consiguiente entender y habitar un espacio en forma distinta e incluso modificarlo de acuerdo a los requerimientos de lo cotidiano.

Caminar es una acción diaria; es la forma primera que permite transportamos, buscar alimento, aliviar nuestro cuerpo aterido. Caminar es desplazamiento y, podría decirse, que es por eso un ejercicio de libertad. Caminar es también viajar, conocer, reconocer lugares. Caminar, más aún, implica una forma de habitar, de apropiarse de un lugar, interpretarlo y vivirlo desde el movimiento de los pasos. Al caminar, de una u otra manera, realizamos un viaje.

Es pues en el escenario de los exigencias diarias donde surge y tiene lugar la primigenia acción de caminar: vamos a la cocina por comida; caminamos a la esquina para tomar el autobús que nos llevará al trabajo o a la escuela; caminamos mientras paseamos para descansar y relajar nuestra mente después de un día de trabajo, para ejercitarnos. Es así como caminando nos movemos, nos transportamos, pasamos escenas, recorremos espacios y lugares; sin embargo, muchas veces no somos conscientes de ese movimiento diario e incluso no nos permitimos mirar lo que sucede a nuestro alrededor. Pero cuando miramos con atención es realmente que nuestro trayecto se puebla de imágenes y sentido incluso de sentidos que se revelan tras de otros objetos o palabras, como lo sugiere Ítalo Calvino: “El hombre camina días enteros entre los árboles y las piedras. Raramente el ojo se detiene en una cosa, y es cuando la ha reconocido como el signo de otra: una huella en la arena indica el paso del tigre, un pantano anuncia una vena de agua, la flor del hibisco el fin del invierno. Todo el resto es mudo es intercambiable; árboles y piedras son solamente lo que son” (p. 37).

Justo en esos primeros recorridos, en ese primer andar, en esa primera caminata es cuando se adquiere la habilidad de habitar y entender el espacio; es cuando concedemos valores y significados a ciertos espacios o elementos de un lugar o de nuestro camino. Y esa significación o resignificación es un proceso individual, algo que ocurre en nuestro pensamiento y que a veces solo uno lo sabe con certeza. Además, siempre hay que contar con que lo que para uno resulta relevante y digno de atención en el camino, no lo es para otro.

Pero la semántica de caminar significa también la idea de “recorrer”, palabra que según el Diccionario de la RAE indica ‘registrar, mirar con cuidado, andando de una parte a otra para averiguar lo que se desea saber o hallar’. Este sentido permite entender que cada trayecto, desplazamiento, recorrido, traslado, paseo o fuga puede convertirse en una manera de encontrarse con el espacio mediante la mirada y las significaciones que adquieren ante la mirada. La mirada que acompaña al viajero en su recorrido.

Además, cuando caminamos recorriendo un lugar diferente, transitamos de otra manera: en ocasiones se busca reconocer elementos que permiten retornar, ya sea al hotel o al estacionamiento o a nuestro propio hogar. O también simplemente para perder la orientación en un lugar desconocido en busca de lo que sobrevenga. Hay pues, un otorgamiento de valores de reconocimiento, pero al mismo tiempo éstos nos ayudan a recorrer el lugar de cierta manera. La búsqueda de referencias permite volver hacia nuestros pasos, regresar en lo que se recorrió para volver a nuestro lugar de origen; o bien simplemente partir para otros lugares para reconocer algo que aún no sabemos, algo intuido, deseado y no retornar al origen físico, sino al del origen simbólico: nosotros mismos. Por supuesto, los viajes forzados son otra cosa.

Sin duda, al viajero de largas distancias la figura del nómada, tal como la propone Francesco Careri, le puede sentar bien: “Los nómadas –en tanto que habitantes de los desiertos y de los espacios vacíos- deberían ser considerados como ‘anarquitectos’, como experimentadores aventureros y, por tanto, contrarios de hecho a la arquitectura y, en general, a la transformación del paisaje” (p. 29). El nómada, es, pues, quien transita, sí, quien recorre lugares, grandes distancias y diversos territorios. Y su arquitectura consiste en dar a los espacios recorridos por primera vez la significación en el marco del trayecto; el viajero los reviste de elementos simbólicos con los cuales los reconoce como ya andados a partir de una carga personal de significación.

Si bien a primera vista pareciera que “el nomadismo no es, de ningún modo, privilegio de unos cuantos, sino que cada quien lo practica cotidianamente” (Careri p. 31), también hay momentos en la vida diaria en la que realizamos esa significación y valoración de elementos que suceden en los desplazamientos consuetudinarios. Así, cuando viajamos en autobús se busca identificar los trayectos que toma el vehículo para saber por dónde pasará y en dónde podemos tomarlo, para saber con oportunidad el lugar y momento de nuestro destino. Al caminar, esa valoración cuando se hace cuando se intenta encontrar las rutas más cortas para llegar al lugar deseado, conocer las calles para saber cuáles son las más transitadas peatonalmente, para identificar en qué calles están los lugares en donde encontramos lo que necesitamos o cuáles son los caminos más agradables para simplemente disfrutar tu trayecto.

A esta forma de andar en nuestra vida diaria la llama Michel Maffesoli la “vida errante”: “La vida errante puede ser considerada una constante antropológica que no deja, una y otra vez y por siempre, de permear a cada individuo, y al cuerpo social en su conjunto” (p. 35). En nuestra vida diaria nos trasladamos juntos físicamente mientras mentalmente cada uno está pensando, mirando y hasta viviendo cosas diferentes. Sin embargo, somos parte de la masa de personas que caminamos, que nos movemos, que habitamos diferentes espacios en determinados momentos y en circunstancias específicas. Somos los compañeros de aula o de trabajo, o las personas que diario nos trasladamos a un destino, pero también turistas, peregrinos, migrantes, exiliados y vagabundos.

Podría decirse que todos en algún momento de la vida, en cierto punto de nuestra rutina diaria, nos convertimos de alguna manera en caminantes erráticos o vagabundos; vamos de un lado a otro, a veces movidos por el ritmo que le imprimimos a nuestra vida o que tiene nuestra espacio habitual o por el resto de personas que se mueven a distinta velocidad por el mundo. Vamos a la búsqueda de nuestro camino y al ritmo de nuestras necesidades. Así, la relevancia del hombre errante, del vagabundo en la urbe moderna radica en su condición de caminante, esto es, como su nombre lo sugiere, permite “recordar el valor de hacer camino” (Careri p. 41). Y si bien muchos estamos sumergidos en el trasiego de una vida que no se detiene y que parece huir de nosotros, quizá buscamos encontrar en nuestros pasos algo de nuestra esencia, algo de nuestro verdadero camino, acaso a nosotros mismos.

Las relaciones que se hacen para reconocer un espacio permiten sentirlo y vivirlo por primera vez, pero al mismo tiempo se quedan como experiencias en la memoria, lo que permite que las ocasiones siguientes en las que se camine por el mismo lugar se pueda experimentar y vivir un recorrido de diferente manera; incluso se puede llegar a hacer un recorrido más profundo y, por tanto, más personal, como lo afirma Careri: “El acto de andar, si bien no constituye una construcción física del espacio, implica una transformación del lugar y de sus significados” (p. 51).

Aquel primer nómada, Abel, dice Careri, simboliza una de las dos figuras en las que se dividió la humanidad: “nómadas y sedentarios”. El nómada es un viajero, un caminante, tal vez el antepasado de la figura del flâneur. Somos unos paseantes, pensando en la idea romántica del turista-viajero conocedor del mundo, el flâneur por excelencia tanto en práctica como en espíritu. Pero de manera muy diferente al flanêur, Wayner Tristão cree que en el mundo contemporáneo el ser humano “ya tiene programadas sus funciones: si quiere descansar va al parque; si quiere hacer amigos, va al bar. Estos ejemplos evidencian la objetividad urbana actual sin embargo es necesario buscar alternativas para escapar de esta dinámica cotidiana” (p. 46).

Es cierto, si bien tenemos actividades programadas, en nuestra mente también está un reservorio de indicaciones acerca de cómo debemos reaccionar o qué debemos hacer frente a ciertas situaciones. Estas mismas formas de reaccionar quitan la oportunidad de sorprendernos, de encontrar en nuestro camino nuevas cosas, nuevos elementos para resignificar, e incluso nos alejan de la posibilidad de encontrar caminos distintos que recorrer. La falta de atención a lo que sucede en el contexto en el que desarrollamos nuestra vida es porque en cierta forma estamos acostumbrados a todo esto que sucede. Quizá porque realizamos muchas cosas en nuestra vida diaria que nos absorben y no nos dejan mirar más allá. No percibimos nuestro espacio, nuestra realidad, lo invisibilizamos, lo naturalizamos; no observamos, no nos percatamos de los cambios que hay en nuestro entorno.

Este breve recorrido en torno al caminar estaría incompleto sin una referencia al espacio, pues es ese el entorno el recorremos, que transitamos, que caminamos y que por tanto habitamos y reconfiguramos simultáneamente de diferentes maneras y niveles como afirma Marc Augé: “El término ‘espacio’ es más abstracto que el de ‘lugar’ y al usarlo nos referimos al menos a un acontecimiento (que ha tenido lugar), a un mito (lugar dicho) o a una historia (elevado lugar). Se aplica indiferentemente a una extensión, a una distancia entre dos cosas o dos puntos o a una dimensión temporal” (p. 87).

De acuerdo con Marc Augé, el término espacio remite a ciertos acontecimientos que se dan en un lugar, si bien estos sucesos tienen lugar en cualquier momento de nuestra vida. Ya hicimos hincapié en que la acción del caminar y la manera en que nos reconfigura como personas y que este movimiento lo realizamos la mayor parte de la vida, en casa, en el trabajo, sin embargo, en los espacios urbanos este acto por definición sucede principalmente en la calle, en el espacio público como afirma Wayner Tristão: “La calle es un lugar público indiscutiblemente, donde todo ocurre y todos pasan, lo único que varía es la forma de transición: unos van en coche, otros a pie, metro, bici o lo que sea” (p. 36). Estos diversos modos de transitar o de transportarnos en los lugares públicos permiten que nos percatemos desde diversos ángulos de las diferentes formas en que las personas interactúan entre sí, de las posibilidades de recorridos, de las pláticas, de los encuentros.

Es aquí donde encontramos una relación entre las personas que se transportan y desplazan de un lugar a otro en su cotidiano contacto con los espacios que “habitan” durante un cierto tiempo. Son estos viajeros, estos caminantes, quienes animan y transforman los espacios en los que desarrollan su vida diaria y conceden un particular cariz al acto repetido del transporte. Incluso cabe pensar que pueden dar una configuración laberíntica a ese simple trayecto: “Cualquier búsqueda, cualquier secuencia, cualquier tránsito por el tiempo y el espacio puede ser concebido como laberíntico en la medida en que presenta obstáculos, genera digresiones y posibilita la iteración involuntaria de quien efectúa el recorrido” (Zavala p. 61). Sucede particularmente cuando, por cualquier circunstancia, debemos desviarnos de nuestro recorrido común o cuando hay que ir a lugares desconocidos y sin una idea de su ubicación ni de cómo llegar a ellos. Son este tipo de situaciones las que precisamente devuelven al caminante a su finalidad primera, a aquella en la cual se sorprende, en dónde busca, en dónde está consciente de que viaja, que se traslada, o bien que vagabundea. Caminar, entonces, se convierte en un espacio de recreación, de conocimiento, de presencia, y nos devuelve a nuestros orígenes nómadas, al encuentro con otros espacios; pero también nos sitúa frente otras personas, otras culturas, otras maneras de entender el mundo.

Podemos pensar así que el acto de caminar da la posibilidad de convertirnos de nuevo en flâneur “en el momento en el que se abandona la rutina, los espacios conocidos, la gente de siempre y las obligaciones cotidianas, una persona deja de ser lo que era para convertirse en otro” (Escobar p. 17). Y para serlo el caminante precisa de tres elementos: la libertad, la ligereza y la ciudad.

Lorena Salinas
Artículo publicado el 15/10/2020

Bibliografía
Augé, Marc, Los no lugares. Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad, trad. Margarita Mizraji, Madrid, Gedisa, 2008.
Calvino, Ítalo, Las ciudades invisibles, trad. de Aurora Bernárdez, Minotauro, Madrid, 1995.
Careri, Francesco, Walkscapes. El andar como práctica estética, trad. Maurici Plá, Barcelona, Gustavo Gili, 2002.
Real Academia Española, Diccionario de la lengua española 23 ed., Madrid, Espasa, 2014.
Escobar, Tatiana, Sin domicilio fijo: sobre viajes, viajeros y sus libros, México, Paidós, 2002.
Maffesoli, Michel, El nomadismo. Vagabundeos iniciáticos, trad. Daniel Gutiérrez, México, FCE, 2004. Trad. Daniel Gutiérrez.
Tristão, Wayner, Urbanidades. Aportes del arte público en la construcción de las megalópolis contemporáneas, trad. Julio Rodríguez, Mexicali, Universidad Autónoma de Baja California, 2012.
Zavala, Lauro La precisión de la incertidumbre: Posmodernidad, vida cotidiana y escritura, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 1998.

ATENCIÓN
Si desea imprimir o generar correctamente un PDF de este documento
Clic en el ícono que aparece a abajo
luego seleccione «Más Ajustes» y al fondo, en Opciones
“Gráficos de fondo”
Si desea enviar un comentario
utilice el formulario que aparece al final de esta página
Print Friendly, PDF & Email


Tweet



Comentar

Requerido.

Requerido.




 


Critica.cl / subir ▴