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El amor en los campos de concentración

por Ivan Pozzoni
Artículo publicado el 29/11/2024

Texto original en italiano
traducido al español por el propio autor

 

El amor es… ¡nada! El amor, y cualquier otro concepto ético, son abandonados al limbo de la indefinición semántica por el catastrofismo teórico del posmodernismo en filosofía, en arte, en historia de la cultura; ante Auschwitz, y dentro de Auschwitz, caerían nuestros intentos de descifrar el horror, fracasarían nuestros intentos de definir conceptos y sentimientos. La verdad sobre los mundos de carne y hueso, sobre el amor, estaría muerta, asesinada, en el horror de Auschwitz [Adorno]. Pero contra el desenlace nihilista del posmodernismo, se alza vivamente el grito libertario de M. Onfray -en la estela de la literatura concentracionaria de P. Levi, R. Antelme, J. Amery, D. Rousset- dirigido a desvelar, a identificar, una ontología concentracionaria, arraigada sobre el axioma de la «evidencia del individuo» y el rechazo de la validez teórica de conceptos como hombre/sujeto/persona. El resultado de la vía antihegeliana de la «conciencia que no se disuelve bajo la opresión» [Antelme] sería la emergencia, en los oscuros albores de Auschwitz, de una ontología de la individualidad capaz de obstruir los cortocircuitos nihilistas de la weltanschauung posmoderna, asegurando (no débilmente) sentido a conceptos y sentimientos; según Onfray, no habría alternativa a la evidencia radical del solus ipse de Berkeley, en un intento muy moderno de reducir los daños del catastrofismo cultural de la segunda mitad del siglo XX [Onfray]. Sin embargo, existe una alternativa; y es el Amor. De las instituciones de internamiento, concentración y exterminio procede -además de una ontología caracterizada por la dramática asunción de que «todo el mundo sabía que entre la vida de un camarada y la suya propia, elegía la suya»- una ética del amor hacia el otro, vivo o muerto, amigo o enemigo, en una ruptura con el solus ipse. Es el caso del italiano G. Guareschi, hábil para endulzar el horror del internamiento y el odio contra los cobardes autores del drama existencial de millones de individuos en el amor (cristiano) y el humor melancólico, hasta realizar, en la certeza vivida de la radicalidad de la «evidencia del individuo», una especie de llamada «teología de la esperanza». La elección ética de Guareschi de abandonarse a la búsqueda de la salvación de los demás, al rejuvenecimiento de la moral ajena, a la victoria sobre el horror ajeno, por medio del análisis humorístico, es un acto de amor confiado, a la vez trascendente a toda ontología de la individualidad y resistente a toda disolución de la conciencia individual. Indicativos de ello son muchos fragmentos de Fábula navideña, escritos en los barracones de Sandbostel en 1944, y preocupados por reforzar la humanidad y vitalidad de las víctimas de las atrocidades nazis y revivir una memoria libre de odio de tales acontecimientos [Guareschi]; indicativos de ello son muchos fragmentos de Diario clandestino, escritos entre Beniaminowo, Sandbostel y Wietzendorf, donde el cortocircuito de la brutal ideología nazi se implementa en la constante confusión de thanatos con eros [Guareschi]. ¿Qué entendemos por el término «amor», una vez traspasados los límites de la posmodernidad? El amor es entrega a la derrota del horror del otro, en situaciones en las que -como es normal en la sociedad de moda actual- «cada uno […] eligió lo suyo», es dedicación continua a la búsqueda de la salvación del otro, en una situación de ruptura de toda lógica de «dilema del prisionero», de victoria sobre toda manifestación de mentalidad económica. El amor, y toda condición teórica de la definición cultural del amor, no murió con Auschwitz; nació entre las alambradas del infierno artificial de Auschwitz, desafiando toda forma de catastrofismo posmoderno.

Ivan Pozzoni
Artículo publicado el 29/11/2024

 

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