EN EL MUNDO DE LAS LETRAS, LA PALABRA, LAS IDEAS Y LOS IDEALES
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Speculatio y Reflectio en los inicios del S. XVII

por José Antonio Arvizu Valencia
Artículo publicado el 30/07/2019

Resumen
La filosofía se halla familiarizada con las nociones de especulación y reflexión. Una mirada retrospectiva a las incidencias de ésta nociones y sus ciertos correlatos es conveniente, ya que ideas y artefactos generan condiciones para que confluyan hallazgos y se desplieguen iniciativas latentes en el dintel del siglo cartesiano. Es difícil documentar una historia de los términos speculatio y reflectio, no obstante para este trabajo se propone un repaso de los hitos allegados al siglo XVII, que impactaron tanto el orden intelectual como la vida práctica.

Palabras clave: Espejo, imagen, reflejo, especulación

Abstract
Philosophy is familiar with the notions of speculation and reflection. A retrospective look at the incidences of these notions and their certain correlates is convenient, because since ideas and artifacts generate conditions for the convergence of findings and latent initiatives in the Cartesian century lintel. It is difficult to document a history of the terms speculatio and reflectio, however for this work a review of the milestones close to the 17th century is proposed, which impacted both the intellectual order and the practical life.

Key words: Mirror, Image, Reflection, Speculation

 

La cultura del pensamiento filosófico se halla familiarizada con las nociones de especulación y reflexión de tal manera que creemos conveniente una mirada retrospectiva a las incidencias de ésta nociones y sus ciertos correlatos.

Y es que una tradición de ideas, y no menos de artefactos, es la que llega al dintel del siglo cartesiano generando según creemos las condiciones óptimas para que confluyan hallazgos y se desplieguen iniciativas latentes.
Por más que resulta difícil documentar una historia de los términos speculatio y reflectio, permítanme un repaso de los hitos allegados al siglo XVII y con los que se agenciará toda suerte de arrimos tanto en el orden intelectual como en la vida práctica.

De entrada es conveniente precisar que ambos conceptos guardan una relación con los fenómenos de la óptica y ante esta premisa ha de prevenirse el filósofo de no partir de una expropiación de sus usos y significados.

Ante todo está la mirada, specere, que establece de inmediato en el mundo antiguo las posibilidades del speculor y el speculum, la primera entendida como el acecho indiscreto, versión antigua del mirón que privilegia, por cierto, al mirador mismo y no a quien fisgonea y la segunda el mítico efecto del rebote de imagen que ocurre cuando alguien se asoma a la ventana de una superficie reflejante, y cuya legendaria primera versión la tenemos en Narciso y su paradigmático caso de regodeo con su retrato del agua.

¿Y qué, acaso la especulación no es, según esto, un engolfamiento de quien ve la proyección de sí?

En la corriente platónica desde el mismo fundador, la importancia del anteros conllevaba una posibilidad de encuentro de auto conocimiento teniendo a las cosas del mundo visible como ocasión. Y ya en Plotino, quien seguirá advertido de la moraleja de Narciso, el hecho adquiere proporciones cósmico-estéticas de gran reverberación.

Pero por otro lado tendríamos que considerar el aporte de la literatura hebrea que, pese a acudir más de una vez al simbolismo del espejo y el avistamiento, en un conocido pasaje apela a los menesteres del saber: Es un reflejo (¿)(candor) de la luz eterna, un espejo (speculum) sin mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad. (Sabiduría, 7:26)

En efecto, debemos reconsiderar los arrimos que la teología judeo-cristiana observará a lo largo de un periodo imbuido de mixturas con la tradición greco-latina.

Así en la 1ª carta a los corintios (13:11-12) se lee: Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño. Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido (tunc autem cognoscam sicut et cognitus sum).

El propio San Agustín nos dejará ver en su texto del 427 «Speculum de Scripturâ» (P.L., XXXIV, 887-1040), cómo asume la acepción de speculum ya que esta obra está desarrollada prácticamente de citas textuales de la Biblia y, lo más significativo, sin comentario de su parte; esto es que como manual de doctrina y práctica de la piedad cristiana se trataría de hacer la réplica (cuando el término quiere decir pronunciamiento de identidad).

Entre los autores latinos despunta también Juan Casiano quien es compilado por Benito de Nursia para su Regla, específicamente por la obra Colaciones, a la que el fundador de la vida monacal en occidente llamó “espejo de los monjes” (speculum monasticum).

Pero ¿por qué llamar con la palabra espejo a tal número de experiencias?; la situación de semejante artefacto nos podría revelar algunas pistas. Pues si bien ya desde el siglo I de nuestra era existían espejos para el cuerpo completo, no se había desarrollado una técnica para garantizar el más fiel reflejo de imagen, todo lo contrario, pese a existir espejos en una gran variedad nada indica que se tratara de algo más que un rebota malformado que habría de deslindar el portador la suma de contrahechuras que se veían.

Y es que hasta los utensilios de metales como el bronce o la plata fungían de espejos y, eso sí, se poseían con ostentación, para uso personal y decoración de hogares, sin hacer todavía mella en la conciencia de los intelectuales ni percutir sus posibilidades en la formación del pensamiento filosófico.

Al respecto es curioso recordar otra versión mítica del uso del espejo en el relato sobre Perseo y la Medusa (quien convertía en piedra al que la mirara), el héroe lo que hizo fue valerse de un escudo con capacidades reflejantes y así pasmar al monstruo femenino que se contempló el tiempo suficiente como para dejar a Perseo cortarle la cabeza (sería indicativo revisar la pintura de Caravaggio –contemporánea a Descartes- al respecto de la impresión fijada de esta mortal Gorgona. Recuérdese que son los celos de Atenea y la envidia de Afrodita los que condenan a esta ultrajada mujer a transformarse en fiera con cabellos de serpiente. Y considérese asimismo el significado que podría guardar el que asistiera a Perseo el mismísimo Hermes para degollar a la embarazada (quien contenía a Poseidón) y de cuyo cuello brotó Pegaso.

Si bien Euclides (s. IV a. C.), Herón de Alejandría y Claudio Ptolomeo (ss. I-II d. C.) constituyen las dos más grandes aportaciones que sobre las ciencias del ver hicieran los sabios griegos, cabe constatar que el primero en su texto Óptica describiendo las líneas rectas que corresponden a la trayectoria de un reflejo y especulando sobre los rayos oculares que condicionarían tamaño y ángulo de imágenes, nunca desató una teoría filosófica sobre la reflexión en términos análogos o conclusiones aparejadas; y por lo que respecta a Herón y Ptolomeo y sus textos Catóptrica y Óptica, respectivamente, anotaban las posibilidades matemático-geométricas de los rayos de luz frente a un espejo como proporciones exactas de incidencia y refracción, pero nunca contaron con un espejo real que lo pudiera demostrar. Esto es, que la especulación es reflejo fiel de quien la ejerce, no era algo que se pudo poner en evidencia, y por tanto habría de esperarse mucho tiempo para dejar sentado que la speculatio no describe necesariamente un mundo sino más bien al sujeto.

En fin que de los mitos y avances de la ciencia antigua podríamos pasar a la historia de la mística que se va fraguando en el inicio del Medioevo.

Plinio, en su historia natural, afirma que el vidrio se habría inventado en Sidón, versión hoy desmentida pero que sirvió a San Agustín para precisar etimológicamente el sentido de speculatio (De Trin. xv, 8) cuando establece, para el cristianismo, que el término denota «ver en un espejo (speculum) y no desde un mirador (specula)» [cfr. 2ª a corintios 3:12-18, sobre que “se embotaron sus inteligencias” los judíos y que los cristianos no ven con “velo”, como Moisés, sino con la “libertad” del “Espíritu del Señor”; vers. 18: “(…) nosotros que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa imagen cada vez más gloriosos (…)”]

La advertencia del Obispo de Hipona nada podría tener con el avance de la cultura árabe que 300 años después dejará en su paso por iberia el simbolismo de las atalayas como torres para mirar a lo lejos y prevenir desde la eminencia de su altura (pero que en la misma hispánica quedará con una doble acepción, como el estado desde donde se puede apreciar la verdad o como sinónimo de granuja o ladrón; cfr. DRAL)

 

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